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28 de junio de 2012

Carne molida


Odio la violencia; pero es necesaria.
También es necesario el cáncer, la enfermedad y la muerte; pero no me dan tantas satisfacciones.
Ni a los violadores.
Tengo una raja entre las piernas, lo que me convierte en mujer.
Mis dos estupendas tetas aún sin operar, lo demuestran muy claramente.
Amo el sexo por encima de todas las cosas y de todos los hijos si los tuviera. Y sé lo que digo, porque a punto estuve de tener uno.
Me gusta la violencia sexual; pero cuando yo la practico, si un macho me pone la mano encima sin mi permiso y no me ata, le arranco la polla y se la doy de comer a mi perro.
Yo tenía quince y estaba orgullosa de mis tetas. Cosa que no le da permiso ni a la santísima virgen de sobármelas. Se mira; pero no se toca, hijos de puta.
Los violadores son carne para moler.
Ese hijo que a punto estuve de tener…
Como en carne molida acabó el feto del puerco que me violó y me dejó embarazada en el sanitario del antro después de acobardarme a bofetadas. Un tipo llamado Alberto, de treinta años con anillo de casado y que con toda seguridad  vivía con una gorda de muslos ennegrecidos de tanto roce adiposo, con el pelo lleno de mierda, gel y colonia de adolescente pobre. Seguramente con un hijo idiota como toda su familia.
Mis padres me llevaron a comisaría a levantar la denuncia; pero no autorizaron que tomara la píldora del día después. Son unos muertos de hambre analfabetos; pero católicos hasta el vómito. No les he dado ni un centavo para salir de la pobreza a pesar de mi fortuna.
A medida que crecía en mí el hijo de aquel marrano me sentía sucia, cada día más asqueada. Estaba dando cuerpo humano a una gota de mierda que me llegó demasiado profundamente al coño.
Me fui de casa, porque mis tetas y mi culo me daban la mayoría de edad, no dejé nota alguna a aquellos putos padres. Éramos cuatro hermanos, la abuela, y el matrimonio idiota los que vivíamos en dos habitaciones de ladrillo cubierto de papeles sucios.
Me hice puta para ganar plata con la que abortar en la mejor clínica de México.
Agustina era una amiga mía que conocí en los antros, bailando con las compañeras de secundaria y flirteando con los chicos de nuestra edad. Era dos años mayor que yo, hacía un año y medio que se había escapado de su miserable casa. Vivía sola en una habitación que había rentado en Coyoacán. Y como decía ella, con un buen chocho entre las piernas, nadie te pregunta la edad si lo enseñas y te la dejas meter.
En México no puedes fumar; pero puedes follarte a una piba de catorce por el precio de una cajetilla si quieres.
Me enseñó a chupar  pollas con naturalidad, con aire profesional y me gustó tanto, que pronto encontré una técnica de succión que iba muy acorde con mis exuberantes labios. Cuando  Agustina pedía doscientos por mamada, yo exigía quinientos y los clientes repetían.
Agustina me gustaba mucho. Me ponía un plátano entre las piernas y me mostraba como hacer una felación. Me ponía tan caliente que acababa abriendo mis piernas para que me lamiera el coño. Follamos como locas compartiendo los plátanos de entrenamiento aunque ya no había lecciones que aprender.
Un borracho le cortó el cuello durante una felación en el coche; pero yo ya estaba viviendo sola en un buen apartamento cuando aquello ocurrió.
A medida que mi barriga crecía, los clientes se sentían más atraídos por mí. Agustina, exclusivamente las mamaba, yo fui más allá que Agustina y me abrí de piernas para que me follaran por el triple que una mamada. Cada semana subía el precio, al ritmo de mi embarazo. La clínica me pedía una pequeña fortuna.
Mientras tanto, nadie me buscaba. Y no quería que lo hicieran.
Cuando conseguí todo el dinero, ya estaba de siete meses. Contaba con más de doscientos mil pesos, de los cuales una cuarta parte se la iba a llevar la clínica.
Ya no se trataba de un aborto, tenían que hacerme una cesárea. Sacar el feto y matarlo. Es algo que ni a mí ni al médico nos importaba. El dinero no conoce límites legales de aborto. Si tienes plata te libras de ser la madre del hijo de un violador.
Si no tienes dinero, te inventas toda esa mierda de amor por el hijo que llevas en tus entrañas, que al fin y al cabo no tiene ninguna culpa. Angelito… Y lo crías comiéndote cada día al verlo el vómito de asco que sientes al recordar a su padre de mierda.
Ese pequeño cerdo que crecía dentro de mí llevaba los genes de su padre, tenía parecido con él fuera niño o niña.
Y yo no estaba dispuesta a cargar con esa mierda. Cumplí los dieciséis con esos siete meses de embarazo y al día siguiente me iban a quitar a aquel tumor que crecía en mi barriga.
Me hicieron una cesárea con mucho cuidado, para que la cicatriz fuera sutil.
Exigí por diez mil pesos más, ver al bebé que me habían extraído, mejor dicho, ver como se destruía.
Una vez me desperté de la anestesia, el cirujano Peter Walheimeyer (un alemán que a pesar de llevar cinco años en México aún no sabía hablar español con claridad), entró con el niño muerto en brazos. Apenas tenía formada la cara y su pecho parecía el de una rata, estaba amoratado por la muerte. Lo transportaba en una pequeña mesa con ruedas de acero inoxidable, lo cortó en pedazos muy pequeños. Con cada corte que daba, yo imaginaba que se desangraba el padre, que se le caían los cojones al suelo, que su polla se agitaba en el piso retorciéndose como un gusano parcialmente aplastado.
Los violadores y sus hijos son carne para moler.
En aquella lujosa clínica de la colonia Polanco, no quedó ni un trozo de carne reconocible de aquella cosa que me hizo aquel puto violador.
El director de la clínica, me hizo un quince por ciento de descuento sobre el precio del parto y eliminación de residuos tras hacerle cuatro de mis cotizadas mamadas, una por cada día que estuve internada.
Los trozos de lo que afortunadamente no llegó a vivir, eran tan pequeños que no pude distinguir si era niño o niña. Cosa que no pregunté.
Cuando te haces puta tan joven, tus clientes suelen ser gente con gustos muy especiales, y sobre todo, con cargos importantes. La gente más adinerada es la más puerca y la más devota. A algunos les gusta abofetearme para que me sangre la boca y besarme, les cobro mil pesos por hostia y ellos pagan como retrasados mentales sacando nerviosos los billetes de sus carteras; con sus ridículos penes erectos sombreados por su barrigas decadentes o sus brazos viejo y fofos. Yo no soy una mujer muy grande, así que muchas veces me costaba respirar cuando se me ponían encima. Sus penes no me hacían daño, eran sus barrigas las que me asfixiaban. Sobre todo les gustaba aplastarme cuando estaba embarazada.
Uno de aquellos burócratas del ministerio de la vivienda, me consiguió un apartamento de doscientos metros cuadrados en la lujosa Polanco al precio de la habitación que compartía con Agustina.
Mi amiga no quiso venir conmigo, se había metido en asuntos de cocaína y sus dedos estaban ennegrecidos de prender la pipa de crack.
Un llamativo anuncio en el periódico, me trajo nuevos clientes. A los antiguos les gustaba más embarazada y empezaron a olvidarse de mí.
Parte de lo que ganaba lo invertía en coca que disolvía en la bebida de los que venían a follar para asegurarme su asiduidad.
A los dieciocho años tenía cuatro putas de lujo en el apartamento que ya había comprado, y el guardaespaldas de uno de mis narco-clientes como vigilante y protector. Se llama Caledonio.
Yo solo me dedicaba a follar con los machos que me gustaban verdaderamente y me dejaba hacer regalos e invitar a fiestas y viajes.
Cuando no había clientes y mis putas se iban a sus casas, al finalizar la jornada, generalmente a primera hora de la mañana, evocaba en mi cama el troceo del hijo de mi violador y fantaseaba con su muerte. Se me ponía el coño tan caliente que no había caricia que me aliviara. La carne molida sangrante me obsesionaba. Me dirigía a la cocina y sacaba de la nevera una bandeja de carne de res molida y en mi habitación, me cubría el coño con ella, me la metía dentro y me frotaba hasta quedar exhausta, dormida, con la sangre goteando por mi raja, con los dedos pegajosos…
Cuando tienes dinero, tienes todo el tiempo para leer y para estudiar idiomas. Es necesario cuando los clientes son políticos, empresarios, militares y religiosos. A los diecinueve años, podía ir a chuparle la polla a un presidente hablando inglés y entendiendo francés. Además, me hice culta.
Mi entrada al mundo de las grandes perversiones, llegó de la mano del gobernador de México, coincidimos en un hotel de París. Yo acompañaba a uno de mis amantes clientes, un empresario de la industria de la telefonía móvil que me presentó como la mujer más sensual que había conocido a su amigo gobernador.
Cenamos las dos putas y los dos clientes en el restaurante, entre alcohol y langosta acabamos intercambiando las parejas y acabé con el gobernador, la golfa sin cerebro se quedó con el empresario.
Una vez en su suite me pidió que jugara con sus bolas anales: le introduje quince bolas del tamaño de una ciruela, todo un rosario que casi le llena el intestino. Todo un récord. Sabía que mi discreción estaba fuera de toda duda y se permitió dejar sus excrementos entre mis piernas sin ningún pudor. Salieron con la última bola que le extraje y su semen regándolo todo.
No me dio más asco que otros, simplemente me aportó experiencia.
Una mañana, comprando carne en el Mercado Central de Abastos, observando como la molían apretando mis rodillas una contra otra al imaginarla ya en mi vagina, recordé el hijo que no tuve y a su violador padre. Ya tenía veinte años, y a pesar de sentirme afortunada porque aquel marrano me violara y cambiara así mi vida; decidí ejercer mi poder.
El antro Lipstick seguía siendo frecuentado por las tardes de los sábados y domingos por adolescentes de secundaria y prepa. Y entre toda esa juventud, siempre se filtran los degenerados, los solitarios, los fracasados de su matrimonio, los que aún se creen jóvenes para alternar con adolescentes. Aquellos cobardes que se ven inferiores entre los de su generación.
No supe verlo en su momento, no discerní la iniquidad de Alberto, mi violador y dejé que me acompañara a la puerta del sanitario. Fui idiota.
Hasta que no eres puta no conoces bien al ser humano, lo rastrero que puede ser.
Entré en el local con Caledonio, mi guardaespaldas. El ambiente estaba hormonado por tanto adolescente, me sentí extraña; muy lejos de aquel mundo que había dejado hacía cinco años.
Los adultos eran tan pocos en aquel lugar, que brillaban con luz propia en la oscuridad. De los cuatro que había, dos eran camellos y los otros dos moscones que miraban sin decidirse a abordar a ninguna de las chicas o chicos. Posiblemente, jamás lo harían.
Durante tres semanas, sábados y domingos por la tarde acudí sin encontrar a Alberto, era una posibilidad muy remota; cinco años matan y cambian la vida de mucha gente.
Me aburrí de aquella búsqueda y por otra parte, viajé de acompañante cinco días con el general Armendáriz a Alemania, a un congreso de militares organizado por la OTAN. Un reloj Cartier fue cargado en la minuta de gastos a cargo del gobierno. Mi trabajo: ser un adorno en su brazo por las noches y abrirle el ano con un espéculo y llenar sus intestinos con agua; en definitiva, un enema avanzado y mi orina recorriendo su cara.
Si algo sé, es que a la gente que se encuentra en el poder, le encanta que le metan cosas por el ano.
A los sacerdotes les gusta que les lesiones los genitales, no sé por qué; pero siempre es así.
Y a mí me excitan, disfruto con mi trabajo.
Cuando llegué a México, Caledonio sonreía abiertamente desde que me recogió en el aeropuerto. Cuando llegamos a mi casa y burdel, me llevó hasta el cuarto de dominación y encendió las luces. Allí estaba Alberto, mi odiado violador.
Caledonio tenía grabada la descripción que le di cuando lo buscamos en el antro durante esas tres semanas. Fue casual que entrara a comprar una cajetilla de tabaco en un Oxxo de Reforma. El hijo de puta trabajaba de cajero. Mi guardaespaldas esperó a que acabara su turno y cuando el desgraciado salió del local hacia su casa, le presionó con el cañón de la pistola en la espalda y lo metió en el carro.
Lo desnudó, lo amordazó y le cubrió la cabeza con una capucha sin ojos de cuero. Inmovilizó con las esposas de cuero los pies y manos. Llevaba dos días allí y se había cagado y meado en la mesa. Olía a podrido; pero no me molestaba, era mayor mi alegría.
Salimos de la habitación sin decir una sola palabra y besé agradecida a mi guardaespaldas. Mandé llamar a Vanesa, la más fea de mis putas que se dedicaba a la escatología, le pedí que se la pusiera dura.
Alberto intentaba hablar, sus balbuceos eran un tanto molestos; pero nadie pronunció una sola palabra. Vanesa se metió el ridículo miembro en la boca y lo único audible en aquel cuarto, eran las succiones que le hacía en la polla.
Poco a poco aquello se fue endureciendo, le susurré unas palabras al oído a Caledonio y salió del cuarto.
Volvió a los pocos segundos con un cuchillo cebollero de la cocina.
La polla de Alberto estaba tiesa, aunque era imposible que adquiriera la dureza violadora en aquel estado. Vanesa es una buena profesional, le había metido un dedo por el ano y no dejaba de excitarle la próstata, cosa que provocó que se orinara y mi puta, se masturbó con aquello.
Vanesa mantenía firme y vertical el bálano, me acerqué silenciosamente con el cuchillo y apoyé el filo en el meato, como centro y guía de corte. Le lamía las pelotas para tranquilizarlo, porque el cerdo tensó sus piernas con violencia al sentir el metal en la polla.
Empujé con fuerza el cuchillo y corté transversalmente aquel rabo de cerdo, el corte no fue simétrico; pero el efecto fue contundente: el bufido de Alberto fue acompañado por unos fuertes cabezazos contra la mesa en vano intento para aliviar el dolor. No había nada humano en sus gritos ahogados. Caledonio y Vanesa empalidecieron y vomitaron.
Toda una fiesta…
Con el mismo cuchillo, le corté el escroto y dejé que asomaran los testículos desnudos, se desprendieron de sus conductos y nervios rápidamente por las continuas e imparables sacudidas que hacía con el vientre para soltarse de sus amarres.
Le inyecté una dosis de heparina en el vientre para evitar la coagulación y salimos del cuarto.
A las cuatro horas Caledonio me informó que aún respiraba, le puse en la mano otra inyección de anti-coagulante para que no cesara en ningún momento la hemorragia.
Necesitó dos inyecciones más de heparina, al fin murió desangrado tras dieciséis horas. Contratamos a mi carnicero habitual para que cortara el cadáver en trozos muy pequeños y sacara aquella mierda de allí, le sería fácil deshacerse de todos esos desperdicios en su negocio.
El cerdo estaba casado, tenía un bebé de siete meses y una niña de seis años.
Mi buen guardaespaldas, entró una noche en la casa y degolló a los niños y a la mujer. Trabajó tranquilamente, con la impunidad que da el dinero y la compra de policías importantes que inventaron una historia de drogas y ajuste de cuentas.
Mandé quemar la barraca donde vivían mis padres y hermanos; creo que el rostro de mi madre quedó desfigurado por el incendio; pero todos salieron vivos y sin apenas tener tiempo de coger algo de ropa. Salvo la abuela, que murió asfixiada; pero esa mierdosa estaba vacía, no había nada en su viejo esqueleto.
Tal vez, algún día cuando el aburrimiento de una vida demasiado acomodada me lleve a buscar emociones fuertes, convierta a lo que queda de mi familia en carne picada.
Es mentira, no odio la violencia y junto con la venganza, humedece mi coño al que consuelo con carne de res molida, fresca y sangrante. Un delicioso cataplasma vaginal que me baja el tremendo calor y la excitación que me proporciona pensar en la venganza.
Yo también tengo mis especiales gustos, todos los que estamos en el poder, disfrutamos de perversiones que le están vedadas a los pobres.
Amo la violencia y mi sucio coño de carne molida.









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17 de junio de 2012

Felicitadme, soy padre



Soy padre muchas veces, he tenido treinta y seis hijos. Veintiocho mujeres a las que he hecho madres (ocho repitieron).
Soy un pene incansable, unos testículos potentes.
Soy el padre semental.
He contribuido a hacer mejor la humanidad, a poblarla. Yo no planto árboles, ni escribo libros de mierda.
Yo solo follo y dejo preñadas a las mujeres.
Algunos de mis hijos han muerto, aunque no me acuerdo de cuales. Uno de ellos murió al poco de nacer con el corazón enfermo, me lo dijo la amiga de su amiga, de su amiga, de su amiga. No suelo hablar mucho con las madres.
Cuando tienes tantos hijos, el que mueran algunos no es un hecho extraordinario, carece de importancia. Lo importante es que nacieron y que salieron por los coños que penetré.
De la paternidad solo me interesa el proceso primero: eyacular, aliviarme, inundarlas con mi semen fértil que las hará fabricar un bebé en sus entrañas.
Es una cuestión de orgullo de macho.
A algunas de ellas no las forcé a tener hijos, querían ser madres y me querían. A otras les dije que era estéril y no tomaron precauciones. A otra las forcé, no creían que fuera estéril y se la metí cuando estaban ebrias, solo a cuatro.
Es increíble lo idiotas que pueden ser algunas mujeres.
Creo que doce abortaron.
¡Putas! Ahora contaría con cuarenta y ocho hijos.
Si ser madre es el milagro de la vida, el acto más bello e importante; para mí ser padre es una de mis más agradables aficiones junto con fumar y ver cine.
No conozco a mis hijos, no sé ni como se llaman. Sus madres les dicen que desconocen a su padre o bien que he muerto.
Soy soltero, tengo un don especial para la paternidad y espero que antes de los sesenta y cinco, pueda alardear de que tengo cincuenta hijos.
Es una cifra bonita: par, múltiplo de cinco y diez, divisible por dos, por cinco y por diez. A mí las matemáticas me tocan los huevos, solo me interesa ser padre, si soy bueno o malo, es algo que no considero. No me gustan las complicaciones.
Cincuenta… Una cifra hermosa de hijos paridos, de orgullo de macho.
Me masturbo de dos formas: evocando el momento en el que eyaculo en sus vaginas  e imaginándolas en el paritorio, abiertas de piernas con su dilatada vagina mostrando la cabecita de mi hijo.  Esta imagen última, provoca que hiera mi bálano con las uñas al eyacular sin apenas masajearme, como una descarga eléctrica que tensa todo mi cuerpo.
Una pesada carga de leche pringa mis dedos…
Un día me dijeron: “Estoy embarazada”. Yo respondía: “Es tu problema”. Ellas solían contestar con los ojos reventones a llorar: “Cerdo, hijoputa”.
Si tuviera el más pequeño deseo de conocer a un hijo mío, cualquiera de ellas no lo permitiría.
Pero criar y educar a mis hijos no me haría padre, eso me haría santo varón. Me convierte en padre haberles dado la vida. Soy un macho en estado puro, predador y reproductor.
Con el tiempo, de una forma anónima seré homenajeado por mis hijos en agradecimiento a la genética que les he regalado. Con el mismo entusiasmo que sus madres desearían borrar toda huella de mí en ellos.
Y si alguna hija mía quisiera ser madre, no me importaría ser también abuelo.
Felicitadme, me lo merezco, soy padre. Muchas veces.







Iconoclasta




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14 de junio de 2012

La biblia vs Hitler



No es la biblia la que cuenta cosas interesantes, es la persona enferma de fe que la recita con convencimiento dogmático e iluminado, la que le da algo de impacto e importancia filosófica.
Un libro que de tan aburrido, necesita ser interpretado no es un libro, es simplemente una ignorancia perpetuada.
Hitler era un ejemplo de predicador perfecto, podía leer mierda e iluminar los ojos de millones de hambrientos y envidiosos alemanes en su momento. Sobre un montón de mentiras y una enaltecida ignorancia creó un imperio que puso en guerra al mundo por cinco años y metió en mataderos industriales a más de seis millones de inocentes.
Este sujeto al igual que los clérigos y los sacerdotes o brujos de cualquier religión, era consciente de las mentiras y la basura que narraba en discursos; pero no permitía que se emitieran filmados en los noticiarios de los cines, ya que se le reconocía (fuera del enardecimiento que provocaba en directo), su patética oratoria y sus gestos de deficiente mental. En los documentales de época, sus poses y ademanes causaban risa en los espectadores.
Con la biblia pasa lo mismo, no tiene interés, no tiene estilo literario ni fundamento lógico alguno. Es algo que debe leer un profesional para causar algo de impacto en la peña.
Y la peña, como muy instruida no es, sigue escuchando las parábolas como si fuera la gran puta verdad. Más o menos como los refranes para los palurdos.
Vamos, es para partirse el rabo cuando alguien dice sobre una leyenda: “es histórica, sale en la biblia”.
En verdad os digo, hermanos, que toméis entre vuestras manos una revista porno que es mucho más clara, directa, amena y mejor redactada literariamente.

Buen sexo.










Iconoclasta

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7 de junio de 2012

El arqueotelescopio


Triojidanius observa el cosmos desde el asiento de vigía de la antena de comunicaciones.
Un pequeño asteroide pasa veloz trazando una estela plateada a medio millón de kilómetros al este de la nave, provocando con su turbulencia una corriente de gases inertes que agita sus antenas, formando pequeñas gotas de hielo de amoníaco en su exoesqueleto verdinegro. Acaba de despertar de su periodo de descanso.
Necesitaba salir al espacio exterior antes de proseguir con su trabajo en la estación orbital y sentarse frente al acuocular del arqueotelescopio. Le gusta sentir el frío del vacío en su recubrimiento queratinoso antes de trabajar. Sus mandíbulas enormes y fragmentadas en tres piezas, se abren y cierran dando chasquidos que no se propagan por el espacio, expulsando una baba espesa que se convierte en filamentos que no llegan a congelarse; una telaraña caótica que avanza ondulándose como las medusas en el mar. A su mente llega el pensamiento de su pareja, en la estación. La hembra provoca impulsos eléctricos en sus antenas: es hora de empezar a trabajar.
Antes de pulsar la liberación del cinturón de sujeción del asiento y desplegar sus élitros de quince metros de envergadura, gira su cabeza ciento ochenta grados con lentitud y los dos puntos negros de sus enormes ojos verdes intentan adentrarse más allá de la cosmogonía del Primigenio Artrópodo. Conoce bien aquel conjunto de planetas y las inusitadas ondas psico-luminiscentes que de allí proceden, traduciéndose en imágenes y sensaciones que le contagian algo que no puede definir; pero provoca que hiera sus ojos al acariciarlos con sus patas erizadas de púas para calmar cierta ansiedad. Cierta pena. Las lágrimas, siempre se contagian aunque no se tengan glándulas lagrimales.
El humano piensa a menudo en ello: en penas y alegrías; pero sobre todo en la melancolía. No entiende sus palabras, no puede asimilar ningún lenguaje; pero los artropocarios son excelentes analizando y decodificando las ondas mentales de cualquier ser del universo. Mimetizándose con los estados de ánimo ajenos, es la única forma de entenderlos.
Cuando accede al interior de la nave por la esclusa, la hembra lo recibe lanzándole sus peligrosas patas como amenaza por su demora. Sus mandíbulas se mueven veloces provocando un chirrido agudo que rebota por el metal de la nave molestando el único oído de su tórax.
Toma asiento en la espaciosa y enorme sala del observatorio. La hembra empuja el acuocular hacia a su ojo izquierdo hasta aplastarlo. Es un momento de dolor que dura un segundo, luego llega la imagen y las emociones.
Sus antenas han dejado de percibir lo que le rodea para centrarse en las imágenes y datos del programa. Se agitan espasmódicamente ante la intensidad de la información que recibe. Su ojo libre parece muerto, la niña ha quedado en la base del ojo, descolgada. Como la de un muñeco roto.
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Es hora de sentarse cómodamente en el sillón, la digestión pasa factura y los párpados pesan como grandes cortinajes de grueso terciopelo granate. No hay cansancio solo un atávico sueño de cuando éramos cazadores. El reposo del guerrero; un premio que se ofrece a si mismo.
Es tiempo de no hacer nada.
Se abandona totalmente, el pene se siente libre. El placer de una erección lo hunde en el sopor con sensualidad. El televisor habla de noticias que no le importan y aunque le importaran, carece ya de voluntad para prestarles atención.
Es su armonía y ninguna desgracia, alegría o anécdota extraña a él puede romperla. Es su tiempo, sus sentidos no permiten interferencia alguna.
Hay una creciente sensación de melancolía, es dulce y evoca paz. Hundiéndose en el sueño araña esa emoción intentando descubrir que hay tras ella, intentando frenar el descenso a la inconsciencia.
Descubrir el génesis.
La historia de esa deliciosa inquietud.
No quiere esforzarse en entender, porque lo racional mata la magia. La ansiedad le haría salir del cálido sopor.
Siempre es delicada y efímera la calma.
Esa dulce añoranza de un equilibrio desconocido le hace pensar que todo estuvo bien, que todo está bien. Da importancia a la vida.
La hace perfecta.
Se rebela ante el sueño, no quiere dormir más profundamente, teme perder la paz, necesita estar en la frontera de lo onírico y la realidad. Desespera por identificar qué momento de su vida es la causa de esa dicha y pedir a los dioses que lo guíen. No se permite llorar.
Necesita conocer el origen para repetirlo, para disfrutarlo en toda su magnitud y no pensar que es una alucinación. Para seguir así siempre.
En un susurro inaudible, le ruega a su cerebro que lo guíe, que lo lleve al recuerdo certero que lo explique todo.
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El humano está en paz y le proporciona equilibrio. Sus antenas se agitan suavemente, al ritmo de una música serena, sin que se dé cuenta. Sin música.
La hembra recoge los restos de su baba que rocían algunos de los controles secundarios del arqueotelescopio y le mete en la boca uno de sus hijos que recientemente ha salido del huevo, de los miles de huevos que tienen en la bodega de la estación. Triojidanius se lo come involuntariamente y los pequeños chirridos de la cría no producen efecto alguno en los dos adultos. El arqueotelescopio se alimenta de ellos y es necesario mantener un alimento constante en el operador durante la prospección psico-luminiscente del sujeto que estudian.
Geneva revisa las constantes vitales de Triojidanius en el monitor, verifica la correcta grabación de la sesión. Luego, sin novedades, queda inmóvil al costado de su pareja, con el abdomen paralelo al suelo y sus peligrosas patas plegadas en oración. Su mirada es hostil y observa el espacio a través de la panorámica cristalera de la nave.
Existe más de un millar de estaciones espaciales operando con arqueotelescopios. La misión es comprender el funcionamiento cerebral y nervioso de los humanos para una próxima invasión. Su enorme planeta Mantis Plata se ha agotado y el nivel de canibalismo entre la población hace peligrar la especie.
El arqueotelescopio indaga en la luz que viaja a través del infinito; la luz de cada lugar y tiempo tiene su propia frecuencia propagándose en forma de cintas invisibles por el espacio, mostrando la historia íntegra del universo. Hay lugares del cosmos donde las mezclas de gases sirven de reflejo y pantalla para la luz. Ahí enfoca el arqueotelescopio. Este equipo puede viajar a través de esa luz, descubriendo el pasado. Es la máquina del tiempo que tanto soñaron muchas civilizaciones, solo que el futuro no existe.
No hay nada más rápido que la vida. No hay rastro más perenne que el de la muerte.
Los extraños cerebros artropocarios procesan la información para su visualización y análisis. Son predadores hostiles cuya única misión es vivir como sea y donde sea.
En función del origen de la luz, se puede conocer su edad. Triojidanius está analizando a un individuo que vivió hace mil doscientos años en el planeta Tierra. Suficiente para conocer con seguridad la naturaleza humana actual, ya que en un milenio, apenas hay evoluciones notables en las especies.
El humano transmitió potentes ondas psico-luminiscentes que entran como un estilete por su ojo dejando una brecha abierta de recuerdos confusos. Está zarandeado dulcemente por la melancolía que embarga a su espécimen.
Solo que él sí puede conocer el origen, retrocediendo en la frecuencia, en el tiempo. Un rastreo de ondas coincidentes a lo largo de cincuenta años no dura más de medio minuto.
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Con calma, evitando premura como tantas otras veces, indaga en sus recuerdos sonriendo para si. No hay prisa y le pide a su cerebro que abra archivos, que los mueva a zonas más visibles y accesibles. Nunca lo consigue, el cuerpo se relaja demasiado, se sume en el puro sueño con felicidad y cuando despierta, esa paz es solo un recuerdo amable. ¿Dónde te escondes, paz mía?
Se levanta del sillón con esfuerzo. Su brazo enfermo le duele de tanto que ha trabajado y de una infección que le está robando la vida. Es hora de pasear, de distraer el pensamiento. De buscar paz mientras muere de una infección que nadie le puede curar. De una gangrena que avanza imparable desde que la sierra eléctrica quebró su hueso con un estruendo de dolor tras arrancarle la carne. Los antibióticos le cansan, le mantienen vivo; pero el pus es imparable y el vendaje de su brazo por las noches, huele igual de mal que el primer día.
Se acabó la armonía por hoy. Es hora de seguir muriendo. A veces no puede creerse que vaya a morir por algo así.  No tiene miedo, ya solo queda la curiosidad.
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Ha dirigido el foco del arqueotelescopio unas nanomicras de segundo desplazadas de los cincuenta años del humano. Encuentra una coincidencia en la subfrecuencia. Es el mismo hombre, veinte años más tarde.
Se encuentra trabajando y al igual que hoy, se siente tranquilo, en paz. Trabaja sin pensar en preocupaciones, dentro de unos minutos acabará su jornada y saldrá a la calle contento: tiene trabajo, gana suficiente dinero para permitirse vivir con holgura y además goza de cierto carisma en su puesto de trabajo.
Se dice que todo irá bien, ha llegado su momento como solía decir su padre. Jamás se estropeará, ha trabajado demasiado. Ha sido engañado y defraudado demasiadas veces y cuando te topas con la verdad, la reconoces.
Todo irá bien, se dice para sí mismo encendiéndose el último cigarro de la jornada en el taller. No tiene prisa por salir de allí, está bien.
Que todo irá bien ha sido una afirmación contundente, no hay asomo alguno de consuelo, no hay duda. Es la ley más rotunda del universo.
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El cerebro de Triojidanius ha detectado el nexo, el recuerdo. El origen de la melancolía. Y lo que es más, ha dado con un pequeño puente de luz fino como el filamento de una lámpara que une las dos épocas del individuo. El pensamiento, la verdad del hombre joven, saltó treinta años adelante. Algo de paz desde el pasado, cuando más lo necesita.
La emoción lo embarga y transmite a Geneva su necesidad de descansar. Se siente bien, como el descubridor de un tesoro. El investigador que ha encontrado uno de los secretos más importantes de su vida.
Geneva retira el acuocular de su rostro.
Se levanta del asiento y abre sus élitros en un abanico agresivo para desperezarse, la hembra da un paso atrás haciendo chirriar sus mandíbulas.
Antes de salir al espacio exterior, se dirige a la bodega y devora cuarenta huevos con glotonería.
Después de tres horas en la estación, el paisaje ha cambiado. Ahora dos soles lucen al este y al oeste, dando sensación de calor en el vacío si ello es posible. Su cuerpo crea dos sombras en el fuselaje de la estación espacial.
Todo irá bien es la emoción que reproduce su pensamiento una y otra vez.
En lugar de sentarse en el asiento del vigía como hace unas horas, su pata se abraza a uno de los cables de comunicaciones para evitar que una corriente cósmica lo arrastre, dejando que el cuerpo sea mecido por la nada. Mientras tanto, su sistema nervioso central crea ondas eléctricas que relajan su cuerpo y su pensamiento.
Y piensa en la luz, en la vida, en la muerte y en la paz que se encuentra tan escondida y es tan sencilla. Chasca sus mandíbulas y otra telaraña de baba queda suspendida en lo negro del universo. Tampoco es una maravilla, el cosmos tiene desperdicios. No hay nada perfecto, salvo la luz que lo transmite todo.
Que nos hace eternos.
Geneva vuelve a transmitir prisa a sus antenas: hay trabajo, ya ha descansado suficiente. Es hora de enviar los resultados del día.
Con pereza se desprende del cable al que se sujeta y abre sus élitros para planear hacia la esclusa. Los ojos enormes y hostiles de la hembra lo miran a través de la escotilla con acritud.
De nuevo siente su ojo reventar, el programa entra como una descarga a través del mismo, cargándose en el sistema nervioso y convirtiendo sus patas en los controles virtuales más importantes del equipo de prospección arqueóloga-cósmica. Las antenas vuelven a transmitir datos al banco informático. Avanza el control de la psico-luminiscencia; en respuesta el arqueotelescopio enfoca un día más adelante en la vida del hombre mayor; con el puntero, empuja el pequeño filamento de luz entre el pasado y el presente del hombre para avanzarlo la milésima parte de un nanosegundo tras hacer zoom en la escala para obtener mayor precisión.
Geneva observa el monitor sin interés, siente emociones extrañas que provienen de su pareja; se ha contaminado de alguna luz extraña.
Mueve sus mandíbulas con malhumor e impaciencia. De la central de Datos Psico-Lumínicos, se les exige el envío de los datos procesados. Es tarde. Golpea la cabeza de Triojidamius con una pata para que se apresure en su trabajo.
Triojidamius parece no sentir nada, está inmerso en el hombre que tras comer, se sienta para hacer una pequeña siesta y buscar la armonía. Su brazo luce un nuevo vendaje limpio.
Hace miles de años, hace distancias de eones que su vida se propaga por el espacio. ¿Alguien lo observa a él también?
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Fumando aún recuerda las palabras de ánimo del médico “Esto cada vez está mejor”; pero la forma en la que arruga la nariz ante el olor y la mirada de preocupación que le dedica a la herida tras sacar el vendaje viejo, lo desmiente. En secreto le agradece los ánimos y que le duplique la dosis de antibiótico.
Cierra los ojos, el televisor funciona a bajo volumen como siempre, le gusta porque parece el murmullo de quien habla de un secreto.
Una canción de repente le eriza la piel: Speed of Sound. Están emitiendo el video de Coldplay. Como si un fusible se hubiera repuesto, como si su cerebro hubiera abierto un archivo recóndito por fin; así actúa la música en todo su ser.
Ha de haber algún acorde musical que emociona a sus torpes oídos en esa canción; sus pies subidos encima de una silla siguen el ritmo. Eso no importa, porque todo está bien, aunque se muera.
La añoranza es ahora alegría y emoción. La música es la banda sonora de la comprensión y la respuesta se expone tan clara y sencilla...
Por fin lo entiende, lo identifica, lo sabe.
Había mucho tiempo sepultando el mensaje, cubriéndolo de otros actos. Veinte años representa un trillón de cosas hechas, sueños y pesadillas. Estratos arqueológicos de una vida que es larga o corta en función del grado de placer o sufrimiento.
Variable…
El recuerdo se abre instantáneamente. Es inmediato y siente que su corazón se desboca. Se incorpora en el sillón y sube el volumen del televisor, Speed of Sound atruena en el salón llenándolo todo, las vibraciones duelen en su hueso infectado, cosa que no le molesta demasiado.
Se ve a si mismo cuando era más joven, veinte años atrás. Recuerda con precisión aquel momento en el que se encontraba trabajando. Se dijo que ya lo había logrado. A partir de entonces todo sería fácil.
Estaba cableando las mamparas de aluminio y cristal que formaban los cubículos de la empresa en la que trabajaba. Lo hacía a gusto, se sentía en su momento.
Aquel día no ocurrió nada especial, simplemente lo supo: había configurado su vida, se encontraba en fase de expansión. No dependía de nadie ni de nada, solo de él mismo, su fuerza y valor.
En ese instante afirmó ser el hombre completo, sin miedo y con más fuerza que conociera jamás. “Todo irá bien”, afirmó al universo.
Y ahora, con cincuenta años, sabe que le debe un abrazo a aquel hombre más joven. Reconoce que le debe el mensaje de fuerza y ánimo. La convicción que lo ha llevado hasta aquí.
Tenía razón, todo ha ido bien, incluso ahora que muere. No ha necesitado jamás de nadie, todo ha sido producto de su voluntad y esfuerzo.
Ahora sí que llora, porque desespera por viajar al pasado para abrazar a aquel hombre que lo ha convertido en lo que es hoy.
Lo tiene dentro, lo saluda.
Por fin nos vemos, joven amigo. Te debo la vida toda.
Y te aseguro, que todo seguirá bien.
Tenía la razón, la suprema razón.
Le envía besos a su interior, a esa imagen cuasi onírica que era él de joven.
Aquel día, con aquella fuerza impresionante, envió a través del tiempo su mensaje de seguridad. Qué cojones tuvo…
La canción ha acabado en la televisión; pero su corazón y su ánimo continúan el ritmo.
Antes de levantarse del sillón, se enciende otro cigarrillo. Levanta la tapa del portátil y busca en internet la canción de Coldplay para reproducirla de nuevo.
En la cocina escoge un afilado cuchillo, sin vacilar clava la punta en la vena del codo prolongando el corte hasta el antebrazo para que la sangre mane regular y abundantemente. Para que la vena se abra como se ha abierto su mente.
Sigue fumando el cigarrillo con los dedos manchados de sangre.
Todo irá bien, mi amigo, no dejaremos que nada de lo que hiciste con todo tu esfuerzo degenere en un final deprimente; no moriremos así, con un largo sufrimiento, tristes y sin ánimos. Tenías razón, todo ha ido bien y es imposible que nada pueda salir mal.
Un abrazo, jefe.
Recuerdo nuestra camisa azul de trabajo abotonada hasta el cuello por presumir. El bolsillo lleno de bolígrafos, destornilladores y una libreta de notas. Así me acuerdo frente al espejo aquel día antes de acabar la jornada. Estábamos guapos iluminados por la seguridad y la fuerza.
No lo permitiremos. No lo permitiré, hoy es mi responsabilidad, hoy demostraré la valentía que tú me diste.
Tal vez algún ser de una galaxia lejana, nos observará felices dentro de cien millones de años a través de su arqueotelescopio cósmico de óptica plasmática.
El hombre se marea por la hemorragia. Al cabo de unos minutos cae al suelo, el cigarrillo se apaga crepitando en el charco de sangre que se ha formado en la cocina. La sangre mana ya más lenta, como su respiración, como el pus que mancha el vendaje.
Fin de la vida, fin de la transmisión.
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Triojidamius ha enviado las imágenes al banco de datos, trabajo realizado.
Geneva retira de su cara el acuocular.
Se siente bien, se siente cargado de fuerza, casi de alegría.
Todo ese cariño hacia un recuerdo…
Cuanto valor tiene la vida…
No imaginaba que pudiera haber agradecimiento hacia una edad pasada. Lo importante que es el pasado para el presente.
El tiempo nos hace desconocidos de nosotros mismos.
Le duele el ojo, todo a de ir bien. Se han filtrado emociones en su sistema nervioso que no debieran estar. Geneva lo mira con extrañeza, con sus patas delanteras moviéndose nerviosas.
Él no quiere que nada vaya mal, ha aprendido.
Salta sobre Geneva, sobre su espalda para penetrarla.
Geneva intenta zafarse de su embestida; pero él es más poderoso y da inicio la cópula. Ante lo inevitable, la hembra adopta una actitud pasiva y estática esperando que el macho se derrame.
Llega el orgasmo; da un adiós a la vida cuando la hembra gira la cabeza ciento ochenta grados hacia él. Ha apresado su cabeza para devorarlo durante la parálisis que le da el orgasmo. Su mandíbula cruje entre las fauces de Geneva.
Está muriendo en paz, sabiendo que en lo que restaba de su insectora vida, jamás hubiera podido experimentar algo así. La valentía, el honor, la fuerza… Ha aprendido que es bueno morir bien.
Es hora de convertirse en un buen recuerdo.
Tal vez, dentro de mil años, alguien lo admire desde un arqueotelescopio más cómodo, donde nadie te tenga que aplastar el ojo para realizar tu trabajo.
La hembra ya ha devorado sus mandíbulas y ahora, cuando le arranca uno de los ojos, Triojidamius asegura al universo por medio de sus antenas, que nada puede salir mal.
Geneva deja caer el gigantesco cuerpo decapitado al suelo y lo transporta arrastrándolo hasta la bodega, para que se alimenten de él las crías que están naciendo.
Es hora de descansar de seguir existiendo sin demasiado interés.
Sus antenas reciben el mensaje de que un nuevo operador viene en camino. Aunque no recuerda porque.






Iconoclasta


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6 de junio de 2012

"Y" de carne.

Tengo tantas cosas aún por hacer, contar tus cabellos, averiguar que tanto crecerá; limar tus uñas y decorarlas con algún brillo. Suavizar las manos para que no pierda tu tacto y así, cuando me acaricie con tus propios dedos se asimilen solo un poco a la dulzura con la que solías dejarme atónito.
Me gusta el brillo en tus labios, mujer. Y luego beberme el sabor artificial que deja el labial en mi boca, en mis dientes después de apretujarme a ti, clavando mis dedos en tus mejillas para no separarte y arrancarte hasta el último aire con un jalón de dolor.
Te ves tan tranquila, como esperando la palabra.
Pues te la digo: te juré permanecer contigo siempre y decidí solo amar una vez para no perder el tiempo en otros lados.  Tengo que separarte los cabellos del oído para que sientas mi aliento tibio y te olvides de una vez por todas del frío.
Mira como resbalan mis dedos por tu cuello y como te dejas asfixiar por mi mandíbula. Te perdías en una blanca mirada turbia y tu corazón parecía descender hasta tu coño húmedo para latir desde ahí en lo más intenso de tu placer. Mi lengua aspira vida a cambio de placer. Sé que no dará resultado.
Déjame abrir tu ropa y besar tu cicatriz.
Siente, vida mía, siente…
Levanta esos pezones como cuando presentían mi boca a unos centímetros.
Ahora esta negra puntada atraviesa tu pezón y le dibuja un gesto triste…¡Hijos de puta!
Yo no quiero esta enorme “y” de carne en tu pecho que hace rizos de piel en un camino oscuro y lastimado. No han tenido cuidado. Mira que cortar así, sin oración ni plegaria; sin arrepentimiento en el último punto.
Liberaré  este ardor que  llevas.  Con un beso y el filo de mis dientes romperé el hilo que cose tu vientre.
Eres hermosa, mi vida.
Tantas veces estuve ahí dentro y tu, envolviéndome en tus contracciones del orgasmo, dilatándote, irrigando existencia a tu clítoris a mi pubis.
Tengo tanto que hacer, armar y desarmar, mi trémulo rompecabezas.
No, no abras tus ojos que no estoy preparado para enfrentarme a la opacidad de una mirada que desconoceré. Aún no, por piedad.
Eres peor de lo que imaginé. Tu vida en algún rincón de esta sala haciendo burla de mi labor mientras me desgajo en sueños tratando de buscar en un resquicio algún pulso en medio de esta enorme naranja desgajada de la que te has disfrazado.
Y sonreirás guasona de verme envuelta en ti, con olor a tus vísceras y sin otro lubricante en mis dedos más que el pus que encontré en tu vagina.
Pero me excitas, mi vida.
Te llenaré de nuevo los pulmones que te han vaciado,  volverás a derramarte de mí hasta que tu nueva lubricación me cubra la pena y seamos un mismo cuerpo.
Cúbreme con tu piel, no podría ser más literal. Permite que pueda dormir en el hueco de tus costillas, encerrarme por dentro, emparedado en ti bajo tu carne, con mi glande eyaculándote desde dentro, rasgándote otra vez.
Así… para burlarnos juntos un día de la broma de tu abandono.

Aragggón
060620121315