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15 de octubre de 2011

Escribir jode



A veces falta algo, una distracción, algo que no sea el papel y las putas letras.
No falta nada, se trata de impaciencia. Hay mucha presión para continuar escupiendo una quimera tras otra aún aleteando en mi boca. Esos horribles peces me miran y sienten vergüenza de ser tan feos y venenosos. Y grandes, porque cuanto más grande se es, más empeora todo (la discreción es importante cuando se es un mierda, y procuro esconderme en la oscuridad, con las musarañas). La naturaleza los hizo así, yo los he colocado en el borde de la repugnancia, si algo es feo, no tiene derecho a existir. No en mi mente. Que se desintegre su ignominiosa faz de la tierra.
—No nos hagas esto —lloran deshaciéndose.
La vista está cansada, me duele la cabeza. Más presión.
Debo descansar.
Debo escribir todas las putas aberraciones que pueda en el menor tiempo posible; tengo poca vida de tiempo.
Un elefante aplasta el cráneo de un niño y debo escribirlo y describirlo.
La madre toma al pequeño entre sus brazos y el cerebro se escurre como una tripa lavada entre los huesos aplastados. Es hermoso el drama de la muerte con sus impactantes emociones. El payaso llora chorros a presión de orina y el tigre lame la sangre en la arena. La madre mete los dedos en la cabeza vacía, intenta acariciar el alma de su niño.
Es un estallido de color el de la desesperación…
Hay mucho dolor y mucha desolación por escribir.
Se escurre una parte de mis sesos por la nariz, es un moco que no me puedo despegar de los dedos. Me asfixia. Respiro por la boca y cae un cuerpo sin extremidades ni cabeza.
Debo escribir que soy Saturno vomitándome a mí mismo. Y una vagina enorme escupe mi cabeza sin ojos, y como una calabaza, hay una vela en su interior encendida prendiendo fuego a los sueños.
Es posible, todo es posible.
No quiero escribir más, me duelen los dedos y se aferran con fuerza al bolígrafo y rasgo el papel. Las gafas se empañan por el aliento hirviente de Satán que ha metido un palillo chino en mi oreja. Profundo…
Un Satán que he creado yo por obra y gracia de mi locura.
Me deslizo suave y dulcemente a la demencia. Olvido el lugar y la atmósfera, no soy presencia. Soy todas las pesadillas, soy todas las ilusiones pervertidas. Que nadie se ofenda, no me voy por mala educación. Me voy porque un cáncer con forma de rata me está destrozando las entrañas. El dolor enloquece.
La cordura es ahora una tira de piel seca y translúcida. Había un rastro de sangre y rápidamente se ha secado adquiriendo un color marrón, parece mierda.
¿Es posible que deje el bolígrafo un rastro de gemidos entre la tinta?
No lloro, yo solo sufro con una sonrisa. Los locos sonríen en su universo por muy pútrido que sea. Se ríen burlonamente de la realidad y se tocan la polla sin preocupación.
Quiero vaciarme, escribirlo todo de una vez por todas, no quiero más ideas en mi cabeza.
El anzuelo se ha prendido en alguna parte de mis entrañas, porque intentar pescar la cordura es un acto vano, es lanzar el sedal en el arrecife de los idiotas donde flotan paquetes de tabaco deshechos. Saco intestinos sin ningún tipo de poesía, son tripas llenas de mierda.
Al tirar de la caña sale un hijo muerto, el anzuelo atraviesa su mejilla creando una sonrisa de espanto y pena, es demasiado pequeño, corto el anzuelo y lo devuelvo muerto al agua. Si no puede nadar, que flote; pero que se aleje de mí el dolor.
Separo los labios y la vulva me ofrece el clítoris perfecto, el áureo placer. Ostentoso en su tamaño, me llena la boca y un ángel mete su virginal dedo en mi ano. Acaricia mi próstata sensible y me orino mordiendo el placer; y el amor se va en forma de espiral de humo por un ventilador en el techo.
Escribir me jode, es un dedo angelical, es un palillo en la oreja.
El ying y el yang son dos hijos de puta uno a cada lado del espejo y el coño bendito la ilusión rota. La lengua que no llega.
Las semillas del kiwi son trozos de cristal, vomito sangre. No compraré más kiwis si tuviera tiempo de ello.
Mi polla no es un adorno, no puedo amar olvidándome de mi pene. El perro lo lame y no está mal hasta que arranca un pedazo de glande. No hay dolor; pero da miedo el perro, da miedo no tener polla.
No tener sexo.
—Tenemos que irnos —dice mi padre desnudo lleno de llagas.
—¿A dónde?
—La muerte no es lugar ni tiempo. Deja el perro, deja que te coma la pilila, no te hará falta.
—Lárgate, padre. Esto no es muerte, es mi mente enferma, solo puedes empeorar.
Aferro al perro por la cabeza sintiendo la garrapata henchida cerca de la oreja, lo elevo hasta mí y muerdo su nariz arrancándosela. Ya no sé de quien es la sangre.
Padre se ha marchado triste con las manos en los bolsillos de su decadente y decrépita desnudez, vuelve al infierno. Solo quería compañía; pero tengo que escribir aunque joda. Aunque amara a mi padre, seguiría escribiendo mierda, aunque muriera de nuevo.
Aunque resucitara con las vísceras por fuera.
Escribir jode.
Y debo escribir mientras haya un solo ser vivo a quien ofender, a quien despreciar. Yo mismo soy uno.
Bajo el párpado deslizo un mondadientes, me pica el globo ocular. Escribir es una alergia. No hay antihistamínicos, solo una cuchilla afilada que libera presión en el tejido y el alma.
Y el alma es un conjunto de porquerías debidamente ordenada por emociones, por falsas emociones, por ilusiones, por la muerte que ronda.
Es mejor follar sin nada en el cerebro, es mejor meter mi destrozada polla en un agujero de carne y olvidar que soy, que existo.
Escribir jode; pero no es joder.
¡Qué puta gracia!




Iconoclasta

Ilustrado por:


Aragggón



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12 de octubre de 2011

La mamada



La puta aceptó pensando que era un loco. Un loco que agitaba cuatro billetes de cien euros hacia ella.
Demasiado dinero.
Por tanto dinero, no podía ser un servicio normal, ella era una puta tirada, de la calle pura y dura.
Se acercó al anodino coche del que salía la mano que ondeaba el dinero.
El obsceno poder del dinero… Su coño tenía un precio distinto según el cliente y según la ocasión. Y su alma también. Al fin y al cabo la prostitución es un estado mental y dices amar a quien te follas, a quien se la chupas.
Se es puta de pensamiento y de coño.
Si le pedían un beso en la boca, no hacía remilgos idiotas.
Sobre las altas plataformas de sus zapatos blancos movía sus aún bien conservadas nalgas, a pesar de los veintiún años, haciendo de puta el cuerpo se estropea mucho. Su coño estaba blando y sus pezones casi encallecidos. Una blusa de tul negro a medio abotonar dejaba ver parte de las areolas, le llegaba al ombligo y no cubría el culotte blanco de encaje que mostraba sin pudor una franja negra de vello en su monte de venus. Hay que cuidar la presentación, a las putas no se las quiere por simpatía o por inteligencia. Es solo carne para ser follada y untada en semen.
Cuando se acercó el cliente miró directamente a su coño, sin expresión alguna.
—Necesito una mamada; pero saldrá algo más que leche —le dijo el tipo de pelo ralo, de barba desigual.
—No importa, por esa pasta te saco lo que quieras.
La voz de la puta estaba rasgada por alcohol, tabaco y demasiado esperma.
Una noche como otra cualquiera, nada extraño. Mamada y dinero.
La puta, antes de subir al coche observó la calle: dos amigas suyas se habían metido en sendos coches y ya estaban felando los penes que les habían pagado. Un grupo de cinco putas hablaba animadamente frente a la sala de baile. Eran las tres de la madrugada.
Vació una bolsita de coca en el dorso de su mano y la esnifó dando la vuelta al coche por la parte posterior. Cuando se sentó al lado del cliente aún se limpiaba la nariz.
—¿Te la chupo aquí mismo? —dijo acariciando los genitales del tipo por encima del pantalón.
—No. Preferiría en una habitación.
—Está bien, tú pagas. Dos calles más arriba está la pensión.
El hombre olía mal, estaba sucio. Nada extraño, había mamado pollas con olor a vómito y mierda.
No hablaron durante el corto trayecto. En un acto casi de amabilidad, el hombre metió la mano dentro de sus bragas y le acarició el vello con escaso interés.
En la funcional habitación observó el cuerpo desnudo: estaba enfermizamente delgado.
Su pene fláccido. No quería estar demasiado tiempo con el tipo, tendría que emplearse a fondo para que eyaculara y poder volver a su sitio para conseguir otro cliente.
—¿Quieres que me desnude?
—No. Solo quiero que me la chupes.
—Si no me avisas y te corres en mi boca, te cobraré doscientos más. Me da igual que sea semen con sangre o chocolate.
—No sé si te podré avisar a tiempo. Toma los doscientos —le ofreció cuatro billetes de cincuenta que sacó del bolsillo del pantalón tirado en la cama.
A pesar de su aspecto enfermizo y desastrado, la mirada del hombre era cálida, sus ademanes tranquilos. No había amenaza en sus ojos; tal vez algo de tristeza.
Era de esos tipos que no te das cuenta de que existen, que ellos mismos son conscientes de lo poco que pesan en el planeta. Importan poco, son invisibles.
A pesar de su negativa, desabrochó la blusa y dejó libres sus pechos grandes, los duros pezones tan castigados por las caricias y pellizcos de cientos de dedos. Tomó una almohada para ponerla en el suelo y aliviar la dureza en las rodillas.
Se arrodilló, él está atravesado en la cama con las piernas abiertas y los pies en el suelo. Una posición cómoda para la puta.
Aferró su pene y bajó el prepucio para descubrir un glande sin apenas color, los glandes hambrientos tienen un color morado por tanta sangre agolpada. Aquel glande era de un rosado pálido como el de un niño.
El olor de los genitales ya no la ofendía, aunque era capaz de apreciar la falta de higiene por la calidad del olor.
Y aquel olía especialmente mal.
Él miraba al techo con las manos bajo su cabeza. Solo su vientre se había contraído al sentir las manos de la mujer sobarlo y desnudar el glande.
Se lo metió en la boca y con los labios acarició desde la mitad del bálano hasta la punta del glande. El hombre respondió tensando las piernas y la polla adquiriendo rigidez.
Con la mano libre acariciaba y estimulaba los testículos. El hombre ya había variado imperceptiblemente la respiración por algún placer. Eso creía ella.
No había placer en su expresión, se concentraba y tensaba el abdomen más de lo habitual. Se metió la mano en la boca cuando su erección fue total y brotaron lágrimas de sus ojos.
Eran lágrimas de dolor, las putas distinguen esas cosas.
—¿Estás enfermo?
—Sí.
—Yo también, tengo el sida —respondió ella.
—Lo mío no tiene nombre…
Y calló de repente tenso por una fuerte convulsión, se mordió la mano con fuerza, hasta sangrar, por algún alienante dolor-placer. Las venas de su vientre eran varices a punto de estallar.
El glande se ensanchó en la boca de la puta y le separó las mandíbulas. Se asustó.
—No me dejes ahora, no ocurrirá nada, puta. Sigue mamando y te daré cuatrocientos más.
Ella aceptó sin poder remediarlo con todo su miedo, con todo su asco.
El hombre gritaba a la vez que lanzaba su pelvis hacia arriba, hundiendo más el pene en la boca de la puta, provocándole náuseas y dolor en las mandíbulas. No podía abrir más la boca para liberarse de aquella puta polla.
Algo viscoso y blando sintió en la boca, algo se agitaba en su lengua a medida que el pene disminuía de tamaño. El cliente se relajaba y sus gritos se convirtieron en jadeos, en gemidos de placer y cansancio.
Entre un vómito salió de su boca una oruga ambarina, parecía vieja como la tierra misma: una oruga del tamaño de su dedo corazón. Se retorcía en el vómito, como si la hubieran sacado de su atmósfera. El gusano agonizaba. El hombre la aplastó con el pie desnudo y se limpió en las sábanas.
Unas gotas de sangre cayeron de la nariz de la puta.
—No te asustes, es solo una reacción alérgica a la podredumbre, se pasará pronto.
La puta vomitó otra vez al sentir de nuevo el hedor de aquel gusano en su boca.
El hombre la abrazó, la consoló. Ella lloraba.
Sus mejillas tenían ahora color, se le veía menos enfermo. Más fuerte y seguro.
—Soy la nueva generación humana, soy el primero de una nueva especie. La mutación de la corrupción humana. Mi semen es lo que la humanidad ha creado. Soy hijo de una pareja de idiotas, de dos seres tan vulgares que solo tienen parangón con los gusanos.
La puta oía aquellas palabras como una locura, como un delirio. Aunque el gusano en su boca, fue tan real como repugnante.
El hombre se vistió y alcanzó el picaporte de la puerta.
—Me ha gustado, lo has hecho bien. No siento tu asco y tu incomprensión. Todo yo soy podredumbre, huelo mal como los pensamientos humanos. Huelo mal como la mediocridad de los millones de humanos y no siento nada por vosotros. Soy el hambre y la hipocresía. Y mi semen es la semilla de todo ello. Soy la religión y el respeto. Gusanos en mis huevos. Y éstos fertilizarán óvulos. Y pudrirán a la madre que morirá momentos después de haber parido. Has tenido suerte, puta. Te podría haber follado.
El hombre podredumbre se marchó.
La puta entró en el lavabo y se limpió de vómito la ropa y las tetas. Se llenó varias veces la boca de agua y la escupió, lamentó no llevar pasta ni cepillo de dientes.
Se sentó con las piernas abiertas en el bidé y mientras dejaba que se llenara con agua fría pensó en la maldita naturaleza, en las mutaciones y en la podredumbre. En la humanidad repugnante que le importaba una mierda que su cuerpo se descompusiera por dentro por un virus. Que sus uñas se cayeran y le salieran llagas en los pliegues de la piel.
Se untó una crema en la vagina, y como le enseñó su madre, tiró fuerte de sus labios vaginales para abrir la vulva cuanto pudiera. Respiró profunda y repetidamente y emergió de su sexo la inquieta cabeza de una cucaracha que se ahogó en el agua. Era del tamaño de su mano.
Se preguntó si antes de morir por la infección, podría comprar una mamada a un chapero para poder soltar su cosa en la boca. Que otro tragara como ella había tragado.
No es justo no tener dinero para darse un placer como ese podrido se había dado con ella.
Una nueva especie… Tal vez sí, tal vez el gusano sea más discreto que las cucarachas que salen de su coño.
—Me da igual el puto gusano que la cucaracha —dijo en voz alta con el enorme insecto muerto en su puño— que se jodan todos como me joden a mí.
Mordió la cabeza de la cucaracha y la escupió, se puso la blusa y se ajustó las bragas para que se marcara la raja de su coño. Salió de la habitación hacia su esquina, a la puta calle de nuevo.



Iconoclasta

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7 de octubre de 2011

Exposición y ponencia en el foro: “Las nuevas fronteras de la sexualidad”, acto organizado por Alianzajoven Puebla. 6 de Octubre de 2011. Puebla. Pueb



Exposición y ponencia en el foro: “Las nuevas fronteras de la sexualidad”, acto organizado por Alianzajoven Puebla. 6 de Octubre de 2011. Puebla. Puebla.
Por Aragggón e Iconoclasta


(Iconoclasta) Salmo nº 1: Besaré hasta tu alma. Besaré tus labios entreabiertos con la única misión de beberte. No bajaré la presión en tu boca. Me ahogaré en ellos, no existe muerte más divina.
(Aragggón) Salmo nº 2: Usaré mis dedos para reconocer los territorios de tu piel, trazare los límites de mi propiedad, marcare los rincones inhóspitos con caricias incandescentes. Seré conquistador incansable, imperdonable.
(Iconoclasta) Salmo nº 3: Amasaré tu cuerpo, fundiré tu piel. Las manos jamás quietas encontrarán tu sexo y tus nalgas. Se cerrarán los dedos, se moverán al ritmo con el que mi lengua lucha contra la tuya.
(Aragggón) Salmo nº 4: Se inundarán los cuerpos de vapores hechos sudor con la simple provocación del encuentro de las miradas mientras sus sexos son tocados obscenamente.
(Iconoclasta) Salmo nº 5: Lameré tu coño de arriba abajo, de izquierda a derecha.

Exposición de Aragggón:
Nos pidieron una breve plática sobre el sexo, definitivamente no creemos que tengamos que agregar algo innovador en este tema puesto que todos sabemos desde el momento en que distinguimos nuestros genitales que ya estamos en contacto con esta deliciosa y húmeda temática.
Solo trataremos de exponerles una invitación a las mentes reprimidas por el sistema que por siglos ha castrado el pensamiento, acusando al sexo como el lado sucio y oscuro del comportamiento humano.
Nunca ha sido nuestra intención elaborar la nueva versión tántrica del sexo en el siglo XXI. La metáfora y el suave erotismo lo consideramos solo como una dulce visión de los escritores románticos. No somos románticos. Hablamos claro, copiamos los pensamientos que todo ser humano reprime y esconde en los rincones oscuros de su mente mientras se masturba o contempla alguna imagen que hace acelerar su libido. E incluso podríamos decir que el objetivo de nuestras letras será otorgar tranquilidad a alguna angustia que experimentan con su misma pareja. Nos han llamado pornógrafos. Cantidades de veces. Nosotros nos morimos de risa y ¿por qué no? De vanidad también.
Hablar de sexo siempre despierta el instinto de morbo, lo traemos de pequeños, es parte de nuestra realidad animal.
Si alguno persigna sus ojos cuando nuestras letras caen por accidente frente a ellos su reacción nos engrandece, porque consideramos que alguna parte de sus múltiples tabúes se ha liberado.
A través de las letras podemos hablar de lo que en general la gente piensa pero reprime. Es como querer retener el semen en la mano sujetando el orgasmo. Siempre hay algo que se libera, siempre es necesario.
Sabemos que hay miedo de pronunciar palabras, hay algunas que no se atreven a decir en muchas bocas. Ahí estamos nosotros. Ahí están nuestras letras enunciando los angustiosos verbos y los endurecidos contactos.
Ya lo dijimos alguna vez: Estamos felices de tocarnos los sexos y unirlos cada vez que queremos.
La vergüenza, el pudor, la virtud son el blanco de nuestras letras. La provocación nuestra herramienta, la lubricación involuntaria nuestro fin. Tal vez sea esto el resumen de lo que podamos aportar, una nueva lectura que sea tan natural como gozosamente sexual.

Exposición de Iconoclasta:
Sinceramente, no creemos que haya una nueva sexualidad. Todas las formas de sexo están ya inventadas, todas las perversiones catalogadas (salvo alguna minucia como el sexo con insectos) y todas las combinaciones realizadas.
Hemos visto mucha pornografía y lo sabemos. Somos instruidos.
La nueva sexualidad es una forma amable de decir que hay menos hipocresía que hace una década. Nada demasiado importante.
Siempre estará mejor visto y tolerado un borracho que una dependienta o dependiente de sex-shop.
El problema no es el acto, el problema sigue siendo la palabra. Hablar de ello, describirlo.
Hay orejas con una especie de alergia hacia algunos vocablos.
Si escribimos la palabra polla o coño, muchos lectores tienden a escupir como si algo embarazoso en su boca se encontrara. Otros, los menos, hacen lo contrario y aspiran.
Meterla está bien cuando se cuenta un chiste. En una conversación cualquiera, al uso, la descripción habitual es “hacerlo”.
Follar o coger está bien si no se escribe; si se pronuncian estas palabras con risas divertidas y burlonas.
“Adoro libar del sagrado cáliz que hay entre sus piernas”. ¡Qué cosa más chocha!
La nueva sexualidad ha de comenzar por una forma coloquial de hablar del sexo, de todas sus variantes. Dar por sentado que hay una diversidad es un hecho democrático y la democracia empieza por uno mismo, a nivel individual.
Una broma es que un personaje en un chiste se unte el sexo con cola loca.
El negar o rechazar un acto sexual, sea con quien sea, no es una broma; constituye un acto de violación de la libertad. Y por ahora ya ha habido demasiados tiranos a lo largo de la historia.
Por cierto, hay que tener muy en cuenta que nuestros padres follaron, que no nos nieguen nuestro derecho ni pongan trabas a ello. Porque no hay niños ni niñas santas y benditas. El deseo de sentir placer se desarrolla junto con nuestros huesos.
Y si alguien tacha de pornografía el sexo, puede tener razón cuando se trata de escenas filmadas o en vivo. En literatura la pornografía solo está en la mente del lector, en su estrechez o en su amplitud de miras.
Somos pornógrafos para muchos; cosa que facilita nuestra masturbación.
Y si trabajar cincuenta y tantas horas a la semana es bueno, está aceptado. El que follemos o nos masturbemos, jamás le hará daño a nadie.
Que no jodan y si tienen ganas de joder, que lo hagan con su pareja si les dejan o saben.
Maldito ingenio el nuestro que provoca prurito en sus cerebros… No somos terapéuticos para según quien.
Los niños pueden morir de hambre, de disentería y por minas anti-personas que hay plantadas por todo el planeta; si recurren a vender su cuerpo para alimentarse, eso es peor. Es mejor que mueran.
Ni lo uno ni lo otro es ético; pero antes que el sexo, está la vida, la supervivencia.
Lo primero es preservar la vida.
Cuando el hambre esté erradicada, será un buen momento para perseguir la prostitución; primero que vivan.
Porque lo único que hacen los gobiernos, es esconder la basura bajo la alfombra porque están educados bajo los hipócritas preceptos de esta sociedad.
Hay que poner objetivos, hay que lograr sentar una conciencia lógica y abierta en los mandatarios. Deberían pasar un test de inteligencia y de aptitud antes que poder optar por un puesto de gobierno, cualquiera que sea.
Pero tememos que hay muy pocos capaces de superar ese test.
Y no vamos a entrar en razones de orientación sexual, para nosotros es sexo el que hay entre dos hombres, entre dos mujeres y entre hombre y mujer.
Y entre cuarenta anónimos cuerpos humanos sudorosos con los ojos vendados en una recámara de tres por tres metros (el perro que ladra es el del vecino, que nadie sonría con sarcástica sabiduría). Y estas cuarenta personas disfrutan con su confusión, sin saber si meten o les meten.
Más o menos, lo mismo que les ocurre a los que tratan el sexo como algo que se debería esconder: no saben. Pero no disfrutan ni dejan disfrutar.
Y esta es nuestra postura con el sexo: no hay tolerancia porque no hay nada que juzgar o soportar, cada cual es libre y sin juicio por parte de nadie; con la literatura no tenemos postura, todo está permitido, jamás limitaremos nuestra imaginación, hiera a quien hiera.
Si herimos la sensibilidad nuestro ego se engorda. Si alguien se sonríe ante las sexuales imposibilidades que escribimos, bien por él o por ella; porque para esas personas son nuestras a menudo, aberrantes ideas.
Y ya solo queda desearles felices humedades como dice Aragggón, mi pareja.
Y por supuesto, buen sexo.
Y abundante.


(Durante la exposición se proyectaba en la pantalla del auditorio la imagen de cabecera del blog: Aragggón / Iconoclasta (expulados del averno) (http://ultrajant.blogspot.com). Y tras las ponencias se proyectó el video: Los cincuenta mandamientos del no amor (http://www.youtube.com/watch?feature=player_profilepage&v=skA1jEnEsLc).

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Aragggón


Iconoclasta


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5 de octubre de 2011

666 y los niños pobres



Si no estás atento, morirás. Y no porque tengas buenos reflejos te salvarás; porque jamás podrías esquivar mi embestida.
Has de estar atento a la variación de la frecuencia del sonido y el enmudecimiento de algunos animales.
Has de estar atento a la sutil bajada de temperatura en el ambiente.
Y es por eso que mueren unos más pronto que otros.
Los que están más cercanos al mundo animal e irracional, al del instinto, tienen más oportunidades de detectarme: los niños.
El motor del Aston-Martin ruge intranquilo e impaciente esperando que el semáforo cambie a verde; y espero porque hay coches delante, no me importaría pasarlo en rojo y provocar un accidente que decapitara a seis primates.
Esperamos bajo la sombra de un árbol plantado en la mediana ajardinada de la avenida.
La calle que la cruza es pequeña y estrecha, no hay tráfico y menos cuando el sol cae tan a plomo en el maldito mediodía. Dos coches están delante de nosotros y mi Dama Oscura se ha subido la falda dejando desnudo su rasurado sexo, separa los labios para que el chorro de aire acondicionado le enfríe su siempre hirviente coño.
Tomo con la mano su vagina y presiono, ella responde mojándome. Yo ensucio el pantalón con mi fluido denso. Ella acaricia la gota que coincide justo con mi sobredimensionado glande.
Nací para el placer y para dar muerte. Mi polla es enorme; pero carezco del instinto de la reproducción. De hecho, soy todo lo contrario.
La zona ajardinada da acomodo a unos trece o catorce cachorros de primates miserables que venden sus miserias por diez pesos y por menos si el conductor está dispuesto a regatear.
El niño que se encuentra ahora ofreciendo sus obleas insípidas al conductor del primer vehículo, es de piel genéticamente oscura e higiénicamente lleno de excrementos de todo tipo. Desde aquí huelo su hedor y su sangre enferma, ese crío tiene una leucemia que nadie ha detectado. Conozco la muerte y la miseria mejor que ese Dios maricón al que rezáis.
— ¡Obleas a nosotros! —dice entre risas mi Dama Oscura.
¡Qué ironía, hostia puta!
Si el niño hubiera tenido más experiencia, hubiera observado la anómala y repentina quietud de las ramas de los árboles. Si el niño no estuviera amenazado por su amo, habría notado la hostilidad que emana a nuestro alrededor.
Si no tuviera hambre y sed por llevar ya siete horas entre los coches ofreciendo su mierda de dulces, no se habría acercado a MÍ. A Nos.
Cuando los dos primeros coches han negado las hostias al niño y se dirige a nosotros, se asombra ante la fastuosa línea del Aston.
Saco por la ventanilla un billete de cien pesos y el miserable primate acelera el paso con sus manos llenas de tiras de obleas.
—Cinco obleas por treinta pesos —me ofrece el pequeño primate de pelo negro aplastado en las sienes y los dedos llenos de costras.
A los primeros coches se las ha ofrecido por diez pesos.
Como estoy sentado y no puedo sacar el puñal que llevo metido entre los omoplatos, le coloco el cañón de mi Deserte Eagle en la boca y disparo.
La sangre me salpica y un trozo de mandíbula reposa ahora frente al coño de la Dama Oscura, como una broma macabra sobre un infantil y póstumo cunillingus.
La muerte tiene una de las sexualidades más impactantes. Es cabrona.
El cuerpo del niño desaparece de mi campo de visión y asomándome por la ventanilla dejo caer el billete en lo que queda de su cabeza.
Es uno de esos países en los que es fácil matar. La verdad es que mato sin problemas en cualquier parte del planeta; pero aquí es especialmente aburrido. Es tan habitual la muerte que a nadie espanta demasiado.
Los dos coches detenidos delante de nosotros se han puesto en marcha tras el disparo y los de atrás desearían poder dar marcha atrás con la suficiente rapidez para alejarse de nosotros.
El vehículo que está pegado al nuestro es una camioneta Ford Lobo y su ocupante es un tipo con sombrero de alas dobladas al estilo cowboy, camisa blanca ajustadísima con florecitas a la altura del pecho y unas gafas de sol tan grandes como el parabrisas de su vehículo. Desde el disparo apenas han pasado diez segundos e intenta salir del interior con las llaves en la mano.
Ya tiene medio cuerpo fuera cuando la Dama Oscura clava su estilete entre dos costillas superiores del lado izquierdo y corta hacia el esternón. Es un corte preciso y letal, ya que atañe directamente al pulmón y al corazón del primate. Esto no es una escuela, no se aprende. Yo se lo enseñé de un modo completamente filantrópico.
Recuerdo pasar mi glande por sus costillas antes de metérselo en la boca. Presionaba y le dejaba un rastro húmedo allá donde era letal clavar el acero. Ella se estremecía deseando que presionara así en su vulva de grandes labios.
La observo caminando tranquilamente hacia el último vehículo, en el que la conductora está tan asombrada, que en lugar de salir se mantiene inmóvil en el asiento aferrando con fuerza el volante con ambas manos. Sus tres hijos lloran en el asiento de atrás de un chevy salido de un desguace.
Disparo a los tres niños al pecho y a la madre en la sien, el coche se tiñe de rojo por dentro y por las lunas resbalan restos de primate y ropa. Enseguida puedo detectar el aroma insano de la sangre de primate.
Ningún animal descuartizado huele tan mal como un primate.
Escuchando los pulmones de los cuatro primates luchar por tomar aire, observo al cowboy morir bajo la mano de la Dama Oscura; la mancha roja que se extiende por su camisa ha empezado en el pecho y como una riada, antes de caer al suelo, ya se le agolpa la sangre en el cinturón. Amo a mi Dama por encima de toda la sangre y la muerte vertidas en este infecto planeta.
El resto de niños vendedores corren hacia sus cajas para guardar sus productos y escapar de la muerte. Un par de primates de mediana altura, que visten sucias sudaderas con capucha se acercan a los niños y los hacen sentar al lado de sus cajas llenas de golosinas e inútiles cosas, no se pueden ir. Ellos son los amos y no han dado permiso para que se muevan de su puesto de trabajo.
Un coche que se aproxima, frena con un chirrido de neumáticos y da media vuelta al observarme de pie ante la puerta abierta del utilitario y a la Dama Oscura sacudir con el pie el cuerpo del primate con gafas de pie y clavarle en la nuca el estilete. Por lo visto no se acababa de decidir a morir.
—¡Eh, idiotas! Vosotros no sois de la zona, esto pertenece a Don Armando. ¿Sois de la costa, verdad? —el del bigote se acerca alzando una vieja automática del 45.
Su amigo espera junto a los niños.
La Dama Oscura se acerca a mí, separa las piernas, levanta la falda y deja al descubierto su sexo. Con el puñal se acaricia el vértice superior de la vagina dejando un irregular dibujo de sangre en el pubis.
El moreno primate llega hasta nosotros y presiona encima de mi corazón el cañón de su arma observando con su mirada cerduna como la Dama Oscura se acaricia con el filo del estilete.
—¡Eres una linda puta! A ti no te mato ahora, serás el regalo de Don Armando; pero te puedes despedir del güero de mierda.
No soporto que un primate analfabeto me hable así, no soporto que me miren y siento naúseas cuando un mono y tan oscuro como éste, me toca.
Levanto rápidamente el brazo izquierdo y saco de entre mis omoplatos el puñal que llevo enterrado en la carne. Lo clavo con fuerza en sus genitales al tiempo que levanto el brazo que empuña el arma. Dejo el puñal clavado en su polla, apoyo el cañón de mi pistola en su muñeca y disparo. Con ello se pulveriza el hueso, y es fácil desprender la mano del brazo. Pego un pequeño tirón y me quedo con su arma y su mano. La mano la tiro dentro del coche para que jueguen con ella los tres niños muertos si pueden.
La Dama Oscura se agacha para abrir el pantalón del primate a punto de desvanecerse en el suelo y ver la herida del cuchillo.
—¡Tú! Mono de mierda, ven aquí o acabo de reventarle la cabeza a tu compañero.
No es habitual que se escapen los idiotas a los que voy a matar, mi voz no es melodiosa, ni amable. Es pura muerte, y tal vez por ello obedecen. Se dan cuenta los primates cuando van a morir, cuando es imposible alejarse de algo como yo. Sus instintos se cuajan de miedo y su voluntad se convierte en un mar de lágrimas por lo que nunca llegarán a ser.
Duda durante un momento y por fin deja caer la pistola en el suelo, junto a uno de los niños mendigos. Se acerca a nosotros descubriendo la capucha de su sudadera verde y grasienta.
La Dama Oscura ha descubierto la herida en los genitales del mono: el glande ha quedado partido en dos pedazos y el escroto rasgado deja asomar un testículo.
Hay poca sangre y se ve con claridad.
—No lo mates aún, mi Dama.
Ella me mira y acaricia el glande destrozado y se lleva los dedos ensangrentados a los labios. Mi erección es poderosa y me acaricio el pene por encima de la ropa, con mi natural obscenidad.
El mono tendido en el suelo balbucea algo ininteligible y mueve continuamente su muñón. Duele tanto el hueso reventado que poco le importan sus cojones.
Su compañero se ha detenido a un metro de nosotros, a pesar de lo sucio, se ve que tiene el cabello rubio y los ojos oscuros. Es un ejemplar de unos veinte años. El que se muere desangrado tal vez tenga quince años más. Sin embargo, el brillo de sus ojos, (de ambos) no da más que unos catorce años mentales.
—Sácale el puñal a tu compañero —le ordena la Dama Oscura mirándolo desde su posición arrodillada.
Ella sujeta los genitales con las manos para que el sucio mono rubio tire del estilete y no se lleve el trozo de glande.
El mono herido grita de dolor al sentir la presión de las manos ahí abajo y su amigo vomita manchándole los pantalones.
Son más limpias las matanzas de cerdos.
—¿Sabes que vas a morir aunque nos obedezcas, verdad? Hoy no verás como se pone el sol. No verás tal vez ni correr diez minutos en el reloj. Te odio por ser hombre, por ser mono, por ser sucio, por ser cobarde. Te odio como nadie puede hacerlo. No dejaré de ti ni el alma.
Cuando se agacha para empuñar el cuchillo, llora sin pudor alguno y durante un segundo se sujeta las sienes por un dolor. Es mi presión, es mi voluntad rasgando su red neuronal.
La ira crece en mí alimentada y avivada por las lágrimas de los primates.
Los niños pobres lloran sentados en la hierba, lloran en silencio porque alguien es más malo que sus amos. Huelen la maldad como yo huelo la mierda que hay pegada en sus pieles.
Por fin arranca el cuchillo, ha salido fácilmente.
—Límpialo con la lengua. El filo también.
Y lo lame. Se corta la lengua sin quejarse.
Se ha meado encima.
El moribundo a su vez, ha lanzado un grito atroz. Y no parece que acabe nunca.
Meto la mano en su boca y aferro su maxilar superior para arrastrarlo por el suelo hacia el bordillo de la acera. Elevo su cabeza y la golpeo contra el borde de granito. La parte posterior del cráneo se revienta con el primer golpe y ahora además de gritar sus piernas se convulsionan, haciendo que sus ensangrentados genitales se agiten ridículos en su pubis. Con cada grito que lanza mi ira crece.
Ya no sé cuantas veces le he golpeado, en algún momento dejó de moverse y ahora su cerebro está deshecho entre el bordillo y la calzada.
No soporto los gritos de los primates, no soporto tocarlos y cuando eso ocurre no existe fuerza en el universo que pueda mantener mi control.
La Dama Oscura posa una mano en mi espalda.
—No le queda ya ni alma, mi Dios. Deja el cadáver, deja el mono que ya no respira.
Los niños lloran, lanzan chillidos de pánico sin atreverse a mover de allá donde sus amos los obligaron a quedarse.
Hay miradas desde las casas, tras las ventanas. Cobardes monos que observan la muerte y callan rezando a su patética virgen y dios para que mis ojos no miren los suyos. La policía no aparece y hacen bien si no quieren morir.
Enciende un cigarro y me lo pone en los labios, sus manos acarician mis genitales en un masaje que me tranquiliza. Un grueso hilo de baba me cae de la boca y noto una tranquilizadora humedad en el pecho.
Se acerca al sucio primate que se frota las manos ensangrentadas. Con su fino estilete, le empuja en la zona lumbar para que camine hacia el grupo de niños que lloran ahora en silencio. A pesar de que la Dama y el insignificante hampón se acercan a ellos, no despegan su mirada de mí, de mi cara sucia de sangre, de los hilos de baba que se descuelgan de mis labios. De mi inmenso pecho expandiéndose para llenarse de este apestoso y caluroso aire. De mis ojos que prometen el tormento absoluto que aniquila el corazón y la mente al mismo tiempo. No hay tiempo para pensar, sólo existe el dolor.
Y los pequeños lo saben mejor que nadie, su instinto está aún a flor de piel en sus pequeños cerebros. Aún no se han hecho las callosidades en los sesos que los hacen idiotas.
Aspiro fuertes bocanadas de humo, admiro a mi Dama a través de la niebla suavemente narcótica.
—¡Atención, niños! Este señor no es nada. Está muerto. Solo pertenecéis a un único ser y es Él. Él decide vuestro momento de morir, a él le debéis terror y obediencia absoluta —les habla suavemente, y me señala a mí, como si les contara un cuento infantil, al mismo tiempo y situándose a la espalda del joven, le rebana el cuello al tiempo que tira hacia ella de su pelo sucio.
La sangre brota como un sifón y ensucia las ropas y caras de los niños, que ahora no gritan, gimen como pequeños cachorros de perro ante la desmesurada muestra de violencia.
Mi Dama es fuerte y aún aguanta el pesado cuerpo inerte por los pelos. Cuando la sangre deja de manar con fuerza, lo deja caer al suelo. Se derrumba como una serpiente con el espinazo roto.
Me he sosegado, mi visión del pútrido planeta que ese dios idiota creó en siete días de mierda, ya no es sanguínea. He recuperado mi visión y la sangre que cubre las piernas de mi Dama, como si de una menstruación se tratara, me provocan una poderosa erección. Voy hacia ella y sin girarse, sabiendo que estoy cerca, eleva su falda y me ofrece sus nalgas.
La penetro ante los niños pobres y miserables, entre sus nalgas encuentro su agujero infinito y húmedo y mi pene se desliza forzando una vagina que me adora.
Bombeando en su coño, provocando que sus ojos se entornen de placer, les hablo a los niños pobres. Les aviso, les comunico que su vida depende de mi humor. La Dama Oscura se hace un ligero corte en el pubis para desahogar toda la presión que le estoy metiendo por el coño. La sangre caliente riega su clítoris enorme que sobresale por entre los labios como un pequeño pene. Yo lo toco y lo castigo sin cuidado.
—Vais a sufrir, este terror que estáis sintiendo, os preparará para vuestra edad adulta, nada podrá ser peor que lo que veis, que mi voz. En parte agradeceréis mi presencia, en parte la aborreceréis porque temeréis a lo largo de vuestra vida encontraros conmigo. Seré la guillotina a punto de caer sobre vuestro cuello. No lo olvidaréis.
El pequeño de trece años y el mayor del grupo, parece ser el más valiente y me mira directamente a los ojos, desafiándome. Yo continúo follando a mi Dama. Sin perder el ritmo disparo mi Desert Eagle en su desnudo torso. La bala hace desaparecer su hombro y su cuerpo sale despedido fuera de la zona ajardinada. El brazo izquierdo pende ahora de un pellejo de piel y nervios y durante un hermoso y largo minuto, respira forzadamente, hasta que se vacía de sangre.
Y muere el pequeño primate.
Cuando sus pequeñas costillas cesan en su movimiento, mi semen resbala de la vagina de la Dama fundiéndose con la sangre. Con el pene erecto y goteando esperma, me pongo frente a ellos. Sus ojos están inmensamente abiertos y no son conscientes de las lágrimas que riegan sus rostros.
—Cuando alguien os mire como ha hecho Miguelito conmigo, lo debéis de matar como yo acabo de hacer. Sois unos muertos de hambre y no tenéis nada que perder. Matad a vuestros padres borrachos, dadle una buena paliza a vuestra madre sumisa, le encantará. Tú, Arsenio —el más pequeño de todos, de unos seis años— estás predestinado a morir por la diabetes en poco más de cinco años, no te doy la fecha exacta porque no puedes saber más que yo. Tus padres nunca te llevarán a un médico para curarte de todas esas llagas que te salen en la boca. Ni siquiera tendrán dinero para la insulina. Te quedarás ciego, te amputarán miembros y morirás.
Saben que digo la verdad, Arsenio mira sus manos y entre ellas caen las lágrimas. Está tan sucio que quedan marcados los regueros que provocan.
La Dama Oscura los obliga a ponerse en pie y desnudarse de cintura para arriba. Un coche patrulla de policía que circula por la travesía se detiene a cincuenta metros de nosotros, los once niños los miran con los ojos llenos de esperanza cuando bajan del coche y se acercan con las manos encima de las fundas de sus automáticas.
Soy mortal a cualquier distancia y disparo a sus gafas de sol. Sus cráneos se abren con una nebulosa roja por la parte posterior de su cabeza. Os aseguro que se han vaciado de masa encefálica en una décima de segundo. Sus brazos se elevan como si saludaran a la muerte por la potencia de los disparos y caen al suelo convertidos en dos monigotes. Son tranquilos hasta para morir en esta parte del mundo.
Los niños rompen a llorar de nuevo, a Axel de ocho años le doy un fuerte puñetazo en la mandíbula y se la disloco. Es la única forma de que las crías de primate presten una máxina atención: provocar el dolor.
Sus pequeños y oscuros ojos se han amoratado en el acto, los incisivos y el colmillo inferiores, se han quedado colgando de la encía. No tiene fuerza para llorar. El silencio es absoluto. Los vecinos continúan espiando cobardemente a través de las ventanas de sus pisos de mierda. Disparo a una ventana en la que he observado movimiento en las cortinas y al instante en el que el vidrio se rompe, en la cortina se forma una aparatosa mancha de sangre. Hay gritos y una mujer pide auxilio histérica, he matado a su padre, un vago de sesenta años tan cobarde como ella.
Clavo el puñal justo en el esternón de Axel, está quieto ya que se encuentra en estado de shock, cuando siento el hueso en la punta de acero, dejo de empujar y corto hacia abajo. Su dolor es inenarrable y me alimento con ello. Cuando llego al ombligo, acabo mi obra haciendo una línea horizontal cruzando la vertical: una cruz invertida para que Dios se joda.
La Dama Oscura capta la idea y en poco menos de diez minutos, hemos marcado a los once niños. Serán nuestros involuntarios apóstoles del dolor.
El temor que han vivido, los convertirá en perros salvajes y antes de que cumplan los dieciséis años, ya habrá matado cada uno a más de treinta personas. Todos salvo Paco de nueve años que morirá dentro de dos días por la infección de la herida (es débil). Y Salvador de ocho años, al que he destripado y dejado sus pulmones colgando como mantos de carne rosada en su torso.
Ningún primate de mierda tiene derecho a maltratar a los niños o esclavizarlos, y si lo hacen es porque me aburre hacer siempre lo mismo. Tengo otras cosas que hacer.
Niños pobres… Los habéis creado vosotros, los mantenéis; pero sois tan putrefactos en vuestra maldita hipocresía, tan cobardes, que jamás erradicaréis la miseria infantil.
Y yo mataré todo lo que se mueva, mataré todo lo que sea grande o pequeño, infantil o viejo. Embarazadas y vírgenes.
Mi Dama Oscura se arrodilla y saca mi miembro aún empapado en semen, bajo los pulmones de Salvadorcito que gotean sangre en nuestras ropas, ante las miradas ya casi desfallecidas de los pequeños.
Mi semen resbala de su boca por el cuello y yo relincho como el mejor de los sementales andaluces.
No existe la virgen, pequeños. Ni Dios os ayudará.
Subimos al Aston Martin y pasamos por encima de los cadáveres de los policías.
Vamos a comer unas enchiladas, tenemos hambre.
Siempre sangriento: 666



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29 de septiembre de 2011

Algo de ejercicio



Abdominales, pesas, bicicleta.
Algo de ejercicio por la mañana, en la soledad de la mañana.
Tengo sed. Me canso.
Los brazos tiemblan, la espalda no se relaja.
Sudo.
Los cuádriceps hacen de mis piernas dos troncos palpitantes.
Y no es suficiente.
Mi rabo no se da por enterado y está duro.
Soy un hombre y la amo, hasta aquí todo parece normal.
La amo con todos mis músculos cansados. Es una luz que no se apaga en mi minúsculo cerebro.
Suelo pensar que soy idiota, porque toda la sangre se la lleva mi polla dejando seco el cerebro.
Pullover: doce kilos que elevo con los brazos por encima del pecho y hago descender por debajo de la cabeza estirado en el banco.
Las costillas están oprimidas, el abdomen tenso.
No me concentro porque mi pene, el que me hace idiota, exige alojarse en su boca, en ese mismo ejercicio. Y exige el roce con su minúscula tanga que se hunde en su sexo, como si lo hiriera.
Escupo saliva ¿por el esfuerzo o por la excitación? No lo sé, mi pene habla.
Si mi reina estuviera aquí, ahora, se sentaría clavada en mí, y no dejaría caer las pesas. Soportaría como un macho la presión salvaje de su coño atenazando mi miembro.
Con los putos pectorales tensos.
Y como un crucificado, me sentiría asfixiar.
No tengo el control. Por mucha disciplina, por mucho ejercicio diario que haga; no puedo erradicar su imagen cuando duerme; cuando abuso de su inconsciencia y meto los dedos en su raja. Cuando exprimo el pezón que asoma por encima de su blusa con los labios.
Apertura de brazos con mancuernas: extiendo los brazos semiflexionados para que mis pectorales de contraídos pezones se tensen, se rasguen; para que reviente el corazón si es necesario. Si puede…
Necesito que se extienda encima de mí, necesito que aplaste sus pechos en el mío y que mi pene recio se aloje y se frote entre sus muslos.
Dejo caer las mancuernas. No tengo el control, ni siquiera voluntad.
Bajo el pantalón y atenazo con fuerza el indómito rabo que supura ya viscosidades ignominiosas.
Lo maltrato hasta que mis cargados testículos duelen.
No hago caso de ese estímulo, el dolor no es suficientemente fuerte para que mi polla se rinda. La boca de mi reina amada enmudece mis gemidos y acompaña mi mano en el furioso vaivén del puño. Mete la lengua entre mis labios cuando mi pene es una fuente caliente que inunda el ombligo y el vientre de semen.
No está, estoy solo. Quedan unas horas para que vuelva.
Ya no oigo mis jadeos, la casa está silenciosa y fría.
El esperma se ha enfriado en mi piel y lo extiendo pensando en ella. Soy un hombre cansado, satisfecho, un bulto que respira, una conciencia perdida en un limbo... No sé bien que soy ahora.
El pene descansa lacio, aún palpita. Mi reina debe estar sonriendo.
Quedan cuatro series por hacer: bíceps y hombros.
Tengo que darme prisa ahora que la sangre llega a mi cerebro.
Ahora que la bestia está dormida.
Cuento cada repetición con la serenidad de un amor sereno, de un amor armónico; puedo evocar sus palabras y tengo memoria de los momentos vividos.
Ahora que mi polla está agotada y mis músculos obedecen a mi voluntad no soy idiota. No soy irracional.
No es cierto, no se cumple la premisa mens sana in corpore sano. No en mí.
Soy un cuerpo sano con esquizofrenia de amor y deseo.
No tengo el control.
No lo necesito.
Algo de ejercicio no puede hacer daño.
Mañana músculos dorsales y un beso negro…
La bestia despierta.
Es incansable.




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27 de septiembre de 2011

Una lección para niños



Hola niños, venid conmigo de la mano y os enseñaré este bonito lugar.
¿No es preciosa la luz del sol que da vida? Una tía buena está tendida al sol (si no estuviera buena, no tendría las tetas al aire). Y ahora mirad el maravilloso contraste de la vida: el enfermo con cáncer en la piel. Se muere de luz, de tanta belleza.
Bueno, alguna mala cosa ha de tener el mundo; pero en general está bien.
Mola.
El Valle de los Reyes, las magníficas y viejas pirámides. Tan difíciles de imaginar como fueron construidas. Tanta perfección, tanta astronomía al servicio de la arquitectura. Tan avanzados. Y mirad detenidamente las rendijas de las piedras, están selladas con la piel de los perdedores, de esclavos. Si observáis bien, podréis ver el fósil de un feto en la piedra. Seguramente, una mujer tirando de las cuerdas tuvo un desprendimiento de feto. Pero en general, está bien si no pensamos en los muertos y en los faraones tan poderosos y tan dioses.
Tomad nota niños, aceptad lo bueno, y desechad toda la mierda que hay entre las juntas y que rebosa como una jalea putrefacta, como un moho especialmente tóxico.
Las pirámides no fueron difíciles de construir, solo que aún hoy día, estas cosas dan vergüenza ajena y nadie quiere reconocer que se excita ante la podredumbre de la avaricia y la ambición.
¿Los egipcios eran inteligentes o es que tenían mucho dinero y muchas armas para robarles a otros el conocimiento? No creo que sea justo para los muertos que se les achaque toda la inteligencia a sus verdugos. Yo no le daría ni los buenos días a mi torturador, sinceramente.
Pero es bonito el planeta, son bellas las creaciones.
Las hermosas catedrales construidas con el hambre del pueblo. Tan góticas, tan altas… Ese olor a incienso permanente es para solapar el olor de los genitales quemados; sin embargo, ese perfume tiene valor de años. Es una maravilla.
Los palacios de los reyes y nobles olían a orina y mierda ¿Os lo han dicho los profesores?
La Catedral del Mar, es la catedral de los coños rasgados, de las pollas amputadas, de los niños muertos de hambre y reventados por dentro.
Las catedrales son así.
Prosigamos con la maravillosa música que fue creada para los ricos, para la gente de poder. Música hermosa cuyos ecos de los conciertos llegaban para acompañar el lamento de los que desarrollaban bubones de pus en sobacos e ingles. Un cuarteto de cámara para las ratas muertas que se vaciaban de pulgas contaminadas de muerte en las calles sucias y pestilentes.
Un hurra por las maravillas de la humanidad.
Otro por los ordenadores que transmiten a velocidad de giga-mierdas sus noticias, cerebros electrónicos con avanzados procesadores de texto que son capaces de divulgar un bulo como una verdad inamovible en cuestión de segundos. Ahora es todo tan limpio y tan rápido…
La amistad de cientos de seres conectados por una red que de tan falsa, tiene la esencia misma de la sociedad humana. Es el mismo reflejo. El mismo pensamiento, las mentiras hechas bits.
Y se globaliza el pensamiento unidireccional y uno dice la palabra y el resto repite y repite y repite.
Es hermosa la empatía, como están conectados los seres humanos, una réplica de una colmena. Y todos follan al mismo tiempo, sincronizados. Calientes por imágenes informáticas, por arteros pensamientos pseudo-filosóficos. Por palabras plagiadas trillones de veces en un vertiginoso engaño planetario.
Es lo hermoso de la humanidad, los avances, la sensibilidad de las artes y la técnica.
Mis pequeñines, vuestro futuro da asco; pero dentro de poco podréis hacer maravillosas presentaciones de imágenes con música de película sensiblera.
Lo hermoso, sois vosotros amiguitos, aún que os importa el rabo de la vaca la antigüedad de las piedras y pensáis en la maravillosa pelota, o en hacer algo prohibido por los mayores.
Os enseñarán a cuestionar a ser críticos; y os creeréis que alguna vez lo podréis ser, que apadrinaréis a un muerto de hambre y que vuestro trabajo trascenderá.
Que trascendáis, será una cuestión de suerte, si alguien así lo desea. La envidia es más poderosa que vuestra inteligencia por prodigiosa que sea.
Lo más probable es que os limpiéis los zapatos en las entradas de los grandes monumentos que descansan sobre cimientos fraguados en muerte, ambición y envidia. Que toméis una foto mal hecha y la colguéis en un muro de algún portal de internet.
La miseria no os la enseñarán, amiguitos, porque seréis parte de un estrato en unas ruinas e incluso vuestro pensamiento será ocultado por alguna vela olorosa, por una música new-age que servirá de fondo a una presentación de diapositivas de gran belleza.
Nadie os dirá la verdad porque la verdad ofende a quien la dice también.
A mí no. A mí me mola follar y poco más.
Venid amiguitos y os enseñaré el mundo de mierda, donde os bautizan y hacéis la primera comunión porque así se lo enseñaron a los padres de los padres de los padres. Y esos mismos, son los que os van a educar.
Pequeños míos, por toda esa mierda de maravillas, id con cuidado. No creáis nada, que no os guste. Y si os gusta, que sea sabiendo la verdad absoluta.
Y la verdad del mundo soy yo, sin disfraz. Admiro los monumentos por sus rendijas, por sus juntas supurantes. En artesonados y frescos apago mis cigarros.
Usad un buen protector solar, porque el cáncer os pude dar un disgusto.
No os arriméis demasiado a las cruces que cuelgan por encima de los genitales porque es la medida exacta para que os agachéis ante el santo falo.
No os creáis lo que dice internet. Porque internet es el alma corrupta y sin tapujos de los cobardes. Es el tiempo y lugar de los que no pueden deambular por el mundo sin ser identificados como no deseables.
Y fumad, porque fumar va en contra de las leyes, va en contra de la sanidad pública que busca doblegaros en nombre de una mejor calidad de vida. Luego comeréis mierda que os dará un cáncer mucho más lento y humillante: el del pensamiento, el de la dignidad. Un cáncer programado para que se desarrolle y no podáis disfrutar de la vejez; el poder quiere ahorrar en pensiones. Podría ser que yo pensara demasiado mal; pero he aprendido que nunca se piensa suficientemente mal, siempre sorprenden los marranos del poder, los cerdos de la ambición.
Id con cuidado, niños.
No es que os tenga cariño, simplemente me apetece alardear de sabiduría.
Porque la belleza de este planeta y la humanidad, me tiene asqueado.
Hay un colibrí que vuela libre, y aún no es una proyección informática de un holograma láser. Tengo suerte, pero no sé si vosotros la tendréis.
La hipocresía es puro cáncer y mata a los colibrís.


Iconoclasta

Ilustrado por Aragggón


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20 de septiembre de 2011

gggata



Hace tiempo que llevaba una cicatriz en su vientre. Profecía mortal. Por las tardes relamía el sabor a carne viva de un útero inexistente. La áspera lengua ayudaba a mantener pequeños hilos de tejido abierto, evitando la completa cicatrización.
Se acurrucaba a los pies de él, soltando ronroneos de dolor, quejidos desolados buscando alivio. Enroscaba el lomo cuando su mano le frotaba el triste llanto sin lágrimas.
Y se daban calor. Tibieza que no llenaba el ombligo vertical de profundidad infinita.
Pasaba las tardes maullando en silencio al borde de la ventana, mirando la estrella añeja que la llevaría al sitio donde su vientre recuperara la humedad y el bordado cósmico dibujara de nuevo la cuna natural que le habían arrancado.
Una bolsa con retazos de venas se pudre en algún rincón de esta tierra, llevándose consigo la brújula que le podría borrar las costuras de costras rancias.
Odia la cicatriz y el tiempo que la ha castigado.
Se arrepentía de ser un esqueleto infértil sin autonomía de movimiento, de vida.
Estaba cansada de ser la quimera hecha carne, saliva y sed.
Arrastraba con sus uñas la arena que no entierra la mierda de su vida y permanece cubriéndola por horas para tratar de borrarla un poco. El hedor la desesperaba y le regresaba el cansancio con mayor intensidad.
A veces, estiraba su cuello pidiendo un gesto de ternura que le arrullara… Y cerraba sus ojos conteniendo los ácidos que le carcomieron las retinas. Mirada borrosa de una realidad con claridad decepcionada.
Pedía un alimento que nutriera sus venas y le hiciera válido su celo.
De sus tetas fluía leche amarga que se perdía en el suelo. Caían gotas inválidas al no encontrar sentido al momento en que brotaban involuntarias. Se las bebía relamiendo angustia y pena.
Mató ratas viejas por instinto asesino con la rabia de haber sido parida inservible en la última vida. Les destruyó la cara con los colmillos dejándolas a medio morir para disfrutar su agonía.
No quiso ser más un adorno calefactor de noches de invierno. Mira un cielo morado como la cicatriz que detesta, que no borrará nunca.
Dejó que el mundo rodara sobre ella y que la densidad fuera la cirugía estética para borrar finalmente la incisión obligada que la dejó estéril. Medicina garantizada para su realidad infecunda e insoportable.
Se arrastra por en medio de la calle. La mitad de su cuerpo es una calcomanía en el asfalto. Las pupilas dilatadas enuncian su despedida. Nadie recoge una gata que no es de raza, nadie ayuda a morir al animal. El dolor que siente es el último y más pequeño que el que llevaba en vida. Los intestinos revientan y su sangre alimenta las piedras. Nunca sirvió, no tenía caso…
Yo… Miro al cielo morado como la cicatriz que no se borra.
Maúllo en silencio.
Ronroneo pena y nadie me ayuda a morir.
Aragggón

Perros cansados



No estoy cansado, solo un poco harto.
Es psicológico.
El perro descansa con media oreja colgando frente al bordillo de la acera. Como si esa pequeña altura fuera insalvable con el peso del dolor. Él sí está cansado.
Hace frío y no se mueve, se conforma con respirar tranquilo todo ese daño que tiene en su cabeza.
Qué miedo da ver algo tan cansado.
Qué pena…
Pobre perro.
Pobres perros, él y yo.
No me duele nada y tengo el corazón apretado, no bombea bien. Tal vez sea algo de fatiga. O simplemente el cansancio del perro herido me ha contagiado el agotamiento de la vida.
¿O es la muerte lo que agota? Esa muerte lenta por hastío, no eres nada salvo para alguien en algún momento de necesidad. Funciona así esto.
Yo podría acercarme al animal y curar su herida, o acariciarlo mientras muere.
No quiero que muera. Ya está bien de cansancio.
¿Confundo cansancio con dolor?
¿Confundo la muerte con la tristeza, el dolor y la fatiga?
Ahora tiene sentido aquella canción que decía: “Partirá la nave partirá. Dónde llegará, eso no lo sé”.
Sí que lo sé. Ojalá que el perro y yo no lo supiéramos.
Pero somos valientes.
Un hombre con una niña en brazos que mira el mundo con curiosidad, eso es lo que soy. La niña es transportada por un cúmulo de años, de muerte. Ella no lo sabe, es correcto. Hay cosas que deberíamos callar y no enseñar.
Deberíamos callar como los muertos. No debería pensar, no debería escribir.
Soy un hombre que lleva un ser humano en el brazo y se encuentra con un perro agotado. Agotado está bien es un término correcto. Parece que le queda poca vida, pocas fuerzas. Hay mañanas tristes por ninguna razón en especial. Son muchas mañanas así y tal vez de ahí nazca el cansancio mío y del perro.
Apuesto lo que quieras a que no cierra los ojos porque tiene miedo a morir.
¿Qué reacción tendrán los que alguna vez hicieron el intento de amarme cuando aparezca con mi frente sudorosa y ensangrentada frente a una acera a la que no he podido subir?
Sería la segunda vez que ocurre. Prefiero directamente arder en una explosión o algo así. Es muy triste no alcanzar la acera y morir ante ella. Para morir solo hay mejores escenarios.
“Qué cansada está la humanidad”, sigue diciendo la canción.
He dejado a la pequeña en su colegio, a salvo de las infecciones anímicas de los perros cansados y de la mía.
El perro no se ha movido, respira tranquilo, pero la sangre sucia de su oreja llama a las moscas y no hay tranquilidad posible con ellas. Tengo órganos que se han podrido y las moscas son una constante desesperante. Por ejemplo: en mi cerebro hay moscas, a veces se las ve volar por el interior de mis ojos y asoman sus patitas por mis lagrimales.
Siempre llevo una navaja para abrir cosas, venas, cuellos y sobres vacíos de ilusiones y de palabras.
El perro era blanco cuando nació, antes de que toda la miseria de la tierra hiciera de su color mierda.
Hay una canción que dice algo sobre la orilla blanca y la orilla negra. ¡Me cago en Dios! Me jode cuando las cosas adquieren esa triste connotación de irreal realidad en mi cerebro podrido.
No me gusta el surrealismo cuando paseo.
—Hola compañero —saludo a esa inconmensurable bola de pelo manchado de dolor y miseria.
No es grande.
Me mira tranquilo, piensa como yo: nada me puede hacer ya más daño.
—Te subiré a la acera.
Nunca hay personas malas para matar cuando sientes necesidad de ello, siempre aparece algo que da pena dañar.
Cuando abro la navaja, mi pene se pone erecto, todo mi instinto corre por las arterias desde mi cerebro podrido hasta la punta de la polla que está más sana que dios.
Alguien camina por la calle sucia.
Es una mañana también sucia. Es un niño que va hacia el colegio con un tambor colgando y me mira fijamente, la navaja en mi mano le hace acelerar el paso. El perro lame la mano que lo va a asesinar. Le beso entre las orejas a pesar de lo sucio, lo acurruco entre mis brazos. Es bueno consolar al moribundo.
Aunque no a todos, soy selectivo. Los hay que viven cuando deberían estar muertos. Son perros de dos patas, como yo.
Debe doler mucho su golpe, porque cuando hundo todo el acero necesario para cortar la vida en su cuello, apenas lanza un gemido.
“Triste es el destino mi capitán” dice la canción.
Sabía yo que estaba reventado de cansancio el animal.
Cuando deja de respirar, lo dejo en la acera con cuidado, para que manche el lugar por el caminan muchos odiosos; para que toda esa sangre ensucie zapatos anodinos que caminan con prisa hacia un lugar en el que parece la misma escena de ayer a la misma hora. Que caminan con el pensamiento vacío, sin desear subir ni bajar de la acera.
Hay pequeños deseos que marcan la diferencia entre vivir y existir.
No volveré a esperar la acera salvadora, a mí nadie me hará lo que al perro, a mí me darán patadas para apartarme más aún.
Me han dado patadas.
Es lícito ayudar a morir y morir. Tengo mis derechos.
“Que vamos juntos para la eternidad”, continúa cantando el teléfono en mi bolsillo.
No hay eternidad, pero la idea es hermosa.
Ese perro tiene sus derechos.
Mi mano aún conserva el calor de su lengua cuando me alejo.
Hundo la navaja en la ingle a través del pantalón y corto hacia el intestino. Cuando la femoral seccionada se retrae parece que me arrancan un huevo. Duele y mi boca abierta se apoya en el suelo cuando caigo. No tengo la elegancia del animal aunque soy bestia.
Y siento una pena infinita por haber ayudado a subir la acera al perro, estoy a cinco pasos del animal muerto. Él no ha muerto solo como yo, eso me justifica.
Soy un perro bueno, iré al cielo de mierda.



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15 de septiembre de 2011

El sueño de mediodía



El sueño del mediodía vence a Dios. Es un buen momento para masturbarse.
A MÍ también. Tenemos alguna cosa en común.
¿En qué piensa Dios cuando se masturba?
Sé positivamente que no tiene mi poderosa imaginación o no hubiera creado esto.
Aunque para los creyentes y los patriotas está bien. No necesitan gran cosa porque un cerebro estéril no crea inquietudes.
No son creativos y no pueden imaginar a Dios haciéndose una paja en su paraíso, en su cielo o en su universo paranoico.
He comido bien. Estoy caliente…
Yo me masturbo ante la resistencia del ano que se opone a mi lengua.
Puedo masturbarme con la dureza del excremento que empujo con mi pene.
Me deshago en semen ante la imagen de ella sujetando su vientre presionado por mí. Dentro y profundamente…
Dios siempre come bien, tiene que estar muy caliente aunque sus perversiones son infinita e inescrutablemente peores.
Me imagino lamiendo su regla, revolcándome en los meados que se le escapan por orgasmos de indecente e inusitada intensidad.
Pero Dios no. Dios se masturba ante el reventado sexo infantil.
Dios nos envía su poderoso semen regurgitado sobre los podridos pechos que se pudren de cáncer.
Dios se la menea soñando con invadir un coño lleno de pus y miseria.
Dios penetra por el culo al niño de color negro ceniza que no tiene carne bajo la piel.
Dios sueña con meter su aséptica, sagrada y pequeña polla en la boca del muerto sin piernas ni intestinos.
A Dios lo tendrían que incinerar en una pira alimentada de excrementos. Por malsano; ser creador no es excusa para masturbarse con tanta miseria. Hay que tener estilo, clase, ética…
Y sobre todo, no hay que aburrir.
Dios es un degenerado que castra a sus creaciones, solo sueña con llenar agujeros que previamente ha corrompido.
Tengo sueño y YO y Dios nos masturbamos al tiempo.
Pero yo follo lo que me ama porque amo.
Él sueña que folla toda esa miseria porque su puta creación no es más que el reflejo de su mente enferma.
Dios no ama, simplemente ignora mientras su pene lanza un semen transparente y sin fuerza. Tiene que chascar los dedos para crear, no disfruta con ello. Está aburrido. Su aparato reproductor no sirve y no sabe como arreglarlo.
El Gran Creador…
Dios se hace una paja ante la virgen que pare un niño con su himen intacto.
YO me la casco ante el himen sangrante que ha ensuciado mi pene.
Cuando hemos comido, cuando nuestras barrigas están llenas, llega el sopor y con ello las ganas de sexo. YO y Dios somos iguales.
El sueño de mediodía llega para Mí, para Dios y para los otros.
Él extiende su sexo podrido, su imaginación corrupta por todos los que en él creen.
YO solo gozo y pienso que siente envidia de mí, y en algún rincón de su podrido ser todopoderoso, debe sentir asco de si mismo.
Dios creó el mar, la tierra, el cielo, los animales y los hombres; pero algo no fue bien, algo falló en su cerebro blando, en todo ese poder mal administrado.
Es lo que tiene el azar: crea dioses con una limitada imaginación que practican un extraño sexo.
No comió bien, su digestión se hizo pesada, ergo sus masturbaciones fueron aberrantes.
Pesadillas…
Tengo sueño. Tengo mucho sueño.
Y estoy caliente.
Como Dios; pero con más gracia, con más placer.
Haciendo menos daño.



Iconoclasta

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5 de septiembre de 2011

Semen Cristus (16 final)



Candela y Josefina se dirigen charlando animadamente hacia el hogar de Semen Cristus, por el camino se encuentran con otras vecinas del pueblo.
Junto al camino de la casa se encuentra el todoterreno de la guardia civil y la cabo apoyada en él.
— Buenos días, Candela —saluda la cabo Eugenia.
— Buenos días Eugenia ¿vienes a misa?
— Hoy sí, por fin —dijo suspirando— ayer no pude asistir por un accidente de tráfico en la comarcal y me llevó mucho tiempo el atestado.
La mujer policía se unió al grupo de quince mujeres y enfilaron el camino hacia la casa. Un sendero de grava bordeado de macizos de margaritas y claveles rojos.
La fachada de la casa, restaurada y estucada en color salmón, tenía dos grandes letras caligráficas sobre la puerta de entrada SC.
Cuando entraron en la casa, la voz de Semen Cristus, bajó desde el desván:
—Benditas seáis, tomad mi cuerpo. Que el placer sea con vosotras.
El comedor se había transformado en un vestuario con dos filas de taquillas, y bancos en el centro. Las mujeres se desnudaron, y se vistieron con las bragas y sujetadores que llevaban en sus bolsos. Sujetadores negros translúcidos y bragas negras con una cruz roja sobre la parte delantera; estaban abiertas en la entrepierna. A medida que se vestían con aquella lencería, jadeaban excitadas. Candela se acariciaba contenidamente la vagina esperando que el resto de mujeres acabara de cambiarse.
Las mujeres subieron en silencio al desván. Sobre una cama sencilla y cubierto por una sábana roja con una cruz negra, se hallaba Semen Cristus.
—Te amamos Semen Cristus —pronunciaron las dieciséis voces al unísono.
Cada una de ellas se acercó a la cama y besó la sábana allá donde se encontraban los genitales de Semen Cristus
La última mujer besó un miembro duro y erecto que elevaba la sábana.
—Candela, madre querida. Libera el cuerpo.
La mujer se acercó a la cama y localizó en la sábana una abertura por la que metió la mano y sacó por ella el pene endurecido de su hijo dios. Acomodó también fuera de la sábana sus testículos y alisó la tela para que cubriera el resto del cuerpo.
Y así comenzaron todas a salmodiar una letanía de deseo y placer que se convirtió en un concierto de gemidos. Una a una durante su rosario obsceno, besaba y manoseaba el Sagrado Pene. Cuando todas hicieron su ritual, el pene de Semen Cristus se encontraba congestionado y sufría espasmos de placer, la respiración de Semen Cristus se había acelerado y trataba de demorar la inminente eyaculación. Su pecho hacía subir y bajar la sábana rítmicamente.
—Madre Mía, ven y ofrece mi leche, que gocen mi semen.
Candela volvió a acercarse a la cama, se sentó a un lado y aferró el pene caliente y viscoso. Las mujeres se llevaron las manos a sus sexos separando las piernas, sus dedos estaban brillantes de su propia humedad y Candela con la mano libre, acariciaba su clítoris casi brutalmente. Al tiempo que Semen Cristus gemía, las mujeres elevaban el tono de sus gemidos y el ritmo de las caricias.
Cuando las piernas de Semen Cristus empezaron a temblar ante la proximidad del orgasmo, Candela ya lamía el glande amoratado, para luego metérselo en la boca sin dejar de tocarse, torpemente. Había momentos en el que se le salía de la boca y volvía a metérselo desesperada.
—Madre ahí está mi leche para que el mundo se bañe en ella.
Candela se retiró y mantuvo el pene en su puño, firme y vertical para que todas lo vieran. Un primer chorro de semen se elevó unos centímetros por encima del miembro. La mano lo agitó con más fuerza y escupió más lefa viscosa, la mano de Candela estaba cubierta del caliente semen de su hijo.
Las mujeres gemían y llegaban al orgasmo desflorando sus vulvas hacia Semen Cristus.
Candela se untó la vagina con el caliente esperma y gritó cuando el orgasmo la obligó a arquear la espalda.
Las mujeres desfilaron ante la cama del hijo de dios y mojándose la punta del dedo corazón con el semen derramado entre la sábana, se santiguaron en el pubis y se tocaron el clítoris.
Salieron en silencio de la habitación.
Antes de salir, Candela le preguntó a Semen Cristus que aún jadeaba.
—Dime Semen Cristus ¿está bien mi hijo?
—Tu hijo es feliz, María. Tu hijo sonríe y canta en un mundo de luz y sonidos celestiales. No necesita nada, no te necesita. Sólo te ama y desea verte pronto.
Candela descubrió el rostro de Semen Cristus, al que ya no reconocía como al hijo que parió y le besó la frente.
Aquellos ojos no eran los de Fernando.
Ya llegaban las voces animadas de las devotas desde el vestuario.
—¿Convoco a misa de ocho?
—Sí, Madre querida.
Cuando llegó al vestuario se formó otro revuelo de risas y voces y las dieciséis viudas satisfechas, tomaron camino del pueblo para continuar con sus quehaceres diarios.
Alguna le pidió a Candela que la anotara a la misa de la tarde para el día siguiente.
Para el turno de la tarde, había doce viudas apuntadas para la misa.
A medida que iban saliendo de la casa, las mujeres depositaban dinero a través de la ranura de una caja de madera que había a un lado de la puerta principal de la casa.
Ecijano es el pueblo con más viudas por metro cuadrado.
La cabo Eugenia redactó y mecanografió debidamente los atestados por las muertes de los catorce varones que murieron por distintos accidentes en aquella “quincena negra”, como la llamaron los forenses.
En su profunda paranoia las devotas Sementeras han acordado pedir la beatificación en vida de Semen Cristus en el Vaticano.
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El padre José no olvidó la conversación con Carlos, simplemente hubieron muchas muertes en aquel pueblo durante las dos semanas siguientes a su charla con el marido de Candela. Muchas misas fúnebres, muchos servicios. Demasiados para aquel pueblo.
Dos semanas de pesadilla, y de un mal interpretado dolor de las viudas.
Era todo demasiado extraño, fue demasiado fácil que murieran tantos hombres en tan pocos días.
Se dirigía a pasar la tarde con su colega el párroco del pueblo vecino. Al llegar a la altura de la casa recién remodelada de María detuvo el coche a la entrada del camino de grava y se dirigió a la casa para hablar con María con el pretexto de que le diera un remedio para su tobillo. Se lo debía a Carlos.
Tras llamar varias veces al timbre nadie respondió.
Se dirigió hacia el establo, una de las puertas estaba abierta, sin entrar gritó desde la entrada.
—¡María!
En la penumbra de aquel maloliente establo, no se podía atisbar movimiento alguno; pero sí podía escuchar sonidos de pisadas y el ronquido tranquilo de un cerdo.
Entró y la penumbra lo envolvió también a él.
—¡María, soy el padre José!
Silencio.
Avanzó hasta la pocilga del cerdo, acostumbrando sus ojos a la penumbra.
Cuando llegó a medio metro de la jaula, el animal se puso en pie apoyando las patas delanteras en el barrote de acero de su pocilga y lo miró directamente a los ojos, mostrándole amenazador sus enormes colmillos.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Y sintió humedad en su zona lumbar y un gran dolor en el vientre.
Cuando se dio la vuelta llevando las manos a las púas de la horca que lo había atravesado, vio a Jobita, la viuda de Gerardo empuñando el astil de la herramienta.
El cerdo roncó con ira y sintió como los colmillos de aquel enorme animal le destrozaban el cuello.




Iconoclasta

Las imágenes son de la autoría de Aragggón




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