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14 de enero de 2025

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Los colores que ofrece la mañana son frescos, vibrantes, húmedos.

Enérgicos y energizantes.

Los del mediodía secos, aplastados por un sol despiadado que destruye las sombras y contrastes, es la verticalidad uniformadora. Como un dictador robando matices y creando un cromatismo anodino.

Los colores de la tarde son relajados, llevan horas luchando contra el sol y, ahora que se hunde en el horizonte, se toman un café con tranquilidad porque lo peor ha pasado.

Se oscurecen saturándose dramáticamente antes, para dormir negramente.

Incluso las frecuencias están sometidas a los movimientos cósmicos.

No es extraño así, que haya una hora preferida para morir.

Y otra para follar.

Luchar.

Llorar.

Desear…

Sin embargo, el pensamiento no cesa en ningún momento, no afloja su enloquecido ritmo.

Ni en el sueño.

Es sortilegio y maldición.

Es contra lo único que el sol pierde su poder.

El jodido e incombustible pensamiento…

No lo escribo con orgullo, sino con resignación; porque quisiera ser un color fumándose serenamente un cigarrillo al atardecer.

Que el pensamiento cese, se relaje por unos instantes aún a riesgo de parecer imbécil.

El pensamiento tiene el superpoder de lo infatigable. También de lo irritante, pero como efecto secundario.

Y me vampiriza.

Me canso de enlazar tonterías, de escribir en el borrador de mi cerebro.

Y si dejo de hacerlo por algún ataque de amor o melancolía, tengo la sensación de morir un poco.

Temo que al dejar de pensar, lanzo a la basura las deliciosas y frágiles ideas multicolores. O una negra y poderosa.

O tu coño desflorado a mi lengua, a mi pene que ciego parece llorar un aceite denso de incoloro deseo.

La locura no es algo de lo que sentirse orgulloso.

No importa si el sol se pone, porque enciendo la luz en mi cerebro despertando los colores. Es un defecto con el que me parieron, no lo pedí. Sólo lo uso, como los dientes.

Y esa luz en el cerebro, me da el consuelo y la fuerza de no sentirme arder.

La noche es para escribir sin preocupaciones de que el procesador alcance una temperatura crítica.

La tinta luce como si su color fuera matinal de fresca, vibrante y húmeda deslizándose ágil en la página y en tus muslos escribiendo los versos obscenos.

No puedo, no quiero dormir con el remordimiento de haber perdido una graciosa, insignificante o tonta graciosidad.

Dormirme sin pretenderlo es la única piedad. Caer repentinamente en la onírica locura, cuyas aberraciones se diluirán al instante mismo de despertar.

Y si no fuera, así… Misericordia.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

14 de marzo de 2019

El momento preciso


El momento preciso dura una eternidad y devora la razón, el tiempo y el mundo que nos rodea. Nos abandona a nosotros mismos.
Ocurre con el beso profundo, cuando muerdo con mortificante contención tus labios dioses y mi mano se mete entre tus muslos buscando apresar tu coño.
Y es entonces, cuando tus muslos se separan y mi mano se baña de tu humedad ardiente; que se detiene el movimiento de las moléculas y te conviertes en lo único vivo que existe. En lo único que necesito. Lo único que me da vida.
Mi corazón se sincroniza con las voluptuosas contracciones de tu sexo. Mi pene se congestiona de sangre en algún lugar ajeno a mí, dejando escapar un filamento hambriento e impío de deseo.
Es ese el momento preciso, cuando tus cuatro labios se funden con los míos y en mis dedos ávidos por follarte.
Lo que ocurra luego no importa. Y tal vez, no lo recuerde con claridad.
Cuando tus muslos se separan y mi mano apresa tu coño con furia incontenida, se rasgan las dimensiones y desaparecemos de La Tierra. Y somos dos en extinción, una nebulosa obscena.
Lo invariable es que te amo hasta el dolor antes y después de que el movimiento atómico se congele: el momento preciso.
Creía que era inexplicable, que jamás podría definir semejante instante; pero he analizado cada variación de tu frecuencia cardíaca, el grado de humedad de tu coño, sus micro colapsos suaves y la dureza y las venas de mi bálano.
Lo he descrito y medido con una absoluta precisión y con las exactas palabras de la locura del deseo.
Créeme, cielo, no hay nada banal en “el momento preciso”.
Soy tu obsceno físico nuclear.
Sonríe, mi amor, eres atómicamente amada.





Iconoclasta