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3 de julio de 2019

Teoría cuántica del amor


Cielo, soy un sistema molecular unido a ti por filamentos cuánticos que enlazan tiempos y distancias subcósmicas. Que a su vez, se distorsionan n veces por milisegundo en campos de fragmentación meta-coronarios de probables infartos espaciales.
Como resultado de estas distorsiones en el protouniverso (y en tu coño profundo), son los encuentros en poliprismas de metafísicas concepciones y configuraciones de amor, tristeza y espera; donde el tejido anímico se desgarra en colapsos de jadeos que detienen el movimiento molecular universal cuando beso tus labios rotundos.
Por alguna razón que no encuentro, besarte paraliza el universo y a mí en tus labios.
He encontrado al fin los enlaces biomoleculares intrincados entre el tejido orgánico que forma el nosotros en cualquier espacio cosmogónico.
He hallado los elementos necesarios con los que cuantificar y explicar lo que te amo. Sé que me entiendes, eres mejor que yo.
Toda esta sabiduría, a pesar de todo, no acaba de definir claramente lo enésimo de amarte.
Explica con precisión, como mi diosa absoluta interfiere en todos mis pensamientos, en todos los tiempos y en todos los cosmos de todos los multimundos probables en que existimos.
Explica con matemática tragedia, el porque los días sin ti me desintegran indolora y tristemente. Se me hacen agua las cosas en el interior de mi cuerpo, amor…
¿Cómo es posible no pensarte, calcularte, explicarte, hallarte en todas las cosas y en las profundas inmensidades? Soy un astrofísico dolorosamente enamorado entre infinitas ecuaciones de tristeza.
Cuando haya demostrado la teoría de nuestro amor, es posible que estemos en algún mundo del límite mismo del universo finito. Y tal vez, allá en la franja de la antimateria, nos fundamos de una vez por todas a un nivel atómico que impida que volvamos a nacer y vivir la angustia insufrible del proceso cuántico, el agotador esfuerzo de encontrarnos entre todos los mundos infinitos que se generan entre nosotros a través de los enlaces que unen los labios en húmedos besos hambrientos.
A veces temo que la ciencia se torna maldición y yo soy un alquimista sin posibilidad alguna contra las feroces fuerzas de la melancolía.






Iconoclasta

14 de marzo de 2019

El momento preciso


El momento preciso dura una eternidad y devora la razón, el tiempo y el mundo que nos rodea. Nos abandona a nosotros mismos.
Ocurre con el beso profundo, cuando muerdo con mortificante contención tus labios dioses y mi mano se mete entre tus muslos buscando apresar tu coño.
Y es entonces, cuando tus muslos se separan y mi mano se baña de tu humedad ardiente; que se detiene el movimiento de las moléculas y te conviertes en lo único vivo que existe. En lo único que necesito. Lo único que me da vida.
Mi corazón se sincroniza con las voluptuosas contracciones de tu sexo. Mi pene se congestiona de sangre en algún lugar ajeno a mí, dejando escapar un filamento hambriento e impío de deseo.
Es ese el momento preciso, cuando tus cuatro labios se funden con los míos y en mis dedos ávidos por follarte.
Lo que ocurra luego no importa. Y tal vez, no lo recuerde con claridad.
Cuando tus muslos se separan y mi mano apresa tu coño con furia incontenida, se rasgan las dimensiones y desaparecemos de La Tierra. Y somos dos en extinción, una nebulosa obscena.
Lo invariable es que te amo hasta el dolor antes y después de que el movimiento atómico se congele: el momento preciso.
Creía que era inexplicable, que jamás podría definir semejante instante; pero he analizado cada variación de tu frecuencia cardíaca, el grado de humedad de tu coño, sus micro colapsos suaves y la dureza y las venas de mi bálano.
Lo he descrito y medido con una absoluta precisión y con las exactas palabras de la locura del deseo.
Créeme, cielo, no hay nada banal en “el momento preciso”.
Soy tu obsceno físico nuclear.
Sonríe, mi amor, eres atómicamente amada.





Iconoclasta