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22 de septiembre de 2021

El cruento amor y el cinismo


El amor está formado por dos frecuencias para aquellos que lo asumen con fuerza, con pasión: euforia y compulsión.

Saben muy bien por esa inteligencia instintiva que habrá dolor y abrazos cansados. Y tras ello, tal vez un fracaso.

Y se van a lanzar a las fauces de la tragedia porque les da sentido a sus vidas.

Mejor esa posibilidad de fracaso que un paseo aburrido por unos grandes almacenes. Mejor la locura irracional que un medido y aséptico cariño de mierda.

El cinismo es un acto de crueldad con los sentimientos necesario para no caer en una indolente complacencia  o ingenuidad. Jamás debes caer en un marasmo de amor como el que padecen los más ineptos seres del planeta, los reproductores que dejan sus vidas y su pensamiento en manos de una abeja reina y se mueven en direcciones estrictamente indicadas, con fe.

Así que no te dejas embaucar por ningún amor de teleserie hasta ser consciente de que vas a vivir un drama y no una película de princesas para todos los públicos apestosos. Sé un cínico con el amor hasta que sepas que te come la médula de los huesos.

Y cuando sea ya absolutamente insoportable no amar,  supera tu propio cinismo, ese escepticismo cultivado día a día, y sucumbe a esa punzada que te roba un latido del corazón por una simple palabra; reconociendo que el amor te va a destrozar tarde  o temprano.

Otra vez…

El amor ha de doler, ha de calar en los huesos y provocar mareos, temblores, miedos y besos que duran eternidades.

Y has de llorar y lamentar los tristes cafés que vas a tomar en la plaza mayor del pueblo en soledad, sin ella. Con una media sonrisa que es un medio dolor.

Y esperarás y lucharás por hacer realidad eso que te hace doblar el estómago, como un cólico de necesidad perentoria.

Fin de tu alma, ahora es suya, de ella...




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

19 de diciembre de 2017

Mirando las estrellas


Observar el cielo nocturno incontaminado por luces artificiales cercanas, provoca dos estados de ánimo:
1º. Asombro, admiración y cierta euforia ante la exultante belleza que forman miles y miles de estrellas y sus nebulosas.
2º. Insignificancia, pesar y tristeza. Tras unos minutos, cuando la visión se ha acostumbrado a esa oscuridad y se hacen nítidas las luces y sus agrupaciones; llega la sensación de ser pequeño, un insecto que a duras penas es consciente de su propia existencia. Tras un tiempo indefinido, mucho más corto de lo que pienso, llega el pesar, la pura realidad: no he visto nada del universo en el que me hallo o me contiene. Soy extraño en mi propio mundo.
Y por fin la tristeza, porque jamás lo podré ver, me falta vida para abarcar tanta multitud, tanta grandeza.
Moriré sin saber, sin conocer.
Entonces te busco, quiero que me localices en toda esa tristeza cósmica, amor. Porque me he perdido en el universo inmenso, en mi insignificancia misma.
Solo el calor de tus labios o la caricia de tu voz en mis sordos oídos pueden rescatarme y vencer el desaliento, el temor y la tristeza que me embarga.
Tus labios me darán la temperatura que necesito para seguir viviendo, la que las gélidas y lejanas estrellas me han robado. El frío universo me ha secado los labios y se me abren por un desconsuelo en esa helada y bella soledad.
Tu voz me devolverá en un susurro a la existencia, me hará hombre y ser vivo.
Por ti y ante ti, soy.
Tu existencia y tangibilidad es lo que me da vida.
No volveré a mirar jamás las estrellas, no tan profundamente si no estás a mi lado. Podría haber muerto ahí solo. Sin ti.
Me doy cuenta esperanzado, de que eres mi universo, el que hace bombear mi corazón y llevar la sangre donde debe.
Te amo con toda mi insignificancia.



Iconoclasta

13 de abril de 2017

Lecturas rupestres


Será por la euforia que debe producir el aire clorofilado de las montañas en los urbanitas, lo que despierta apetencias intelectuales absolutamente incomprensibles como leer los letreros informativos de los accidentes geográficos visibles para el excursionista.

Quería decir la apetencia de leer en voz ALTA.

Aburridamente alta y sin pudor alguno en exhibir un notable retardo neuronal en la pronunciación de lo que se lee.

La puntuación del texto, ni que decir tiene, que es algo completamente ajeno, inservible e incomprensible para el excursionista eufórico.

Lo triste es que cuando acaba de recitar ese texto maratoniano de unas pocas líneas, se puede ver claramente en sus ojos que no ha comprendido nada.

No ha pescado ni una.

Además, en lugar de observar la catarata en la dirección indicada por el letrero, gira la cabeza en una dirección diametralmente opuesta, y su boca tiembla un poco con tristeza al no encontrar la cascada de agua.

El ruido del agua le podría haber dado a la recitadora mujer, una pista sobre la dirección a observar.

Pero ni por esas.

Pienso que el aire, en lugar de clorofila, debe arrastrar algo de la farlopa (cocaína) que unos excursionistas con bicis repugnantemente baratas, han esnifado en el banco de madera unos metros dirección noroeste.

Esto explica la idiocia de la recitadora, aunque me temo que es algo mucho más primitivo. Genético más concretamente.

Vale, se lee divertido; pero solo los primeros quince segundos de ordinaria declamación.

Una lagartija me observa aburrida.

Es lógico.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta