El amor está formado por dos frecuencias para aquellos que lo asumen con fuerza, con pasión: euforia y compulsión.
Saben muy bien por esa inteligencia instintiva que habrá dolor y abrazos cansados. Y tras ello, tal vez un fracaso.
Y se van a lanzar a las fauces de la tragedia porque les da sentido a sus vidas.
Mejor esa posibilidad de fracaso que un paseo aburrido por unos grandes almacenes. Mejor la locura irracional que un medido y aséptico cariño de mierda.
El cinismo es un acto de crueldad con los sentimientos necesario para no caer en una indolente complacencia o ingenuidad. Jamás debes caer en un marasmo de amor como el que padecen los más ineptos seres del planeta, los reproductores que dejan sus vidas y su pensamiento en manos de una abeja reina y se mueven en direcciones estrictamente indicadas, con fe.
Así que no te dejas embaucar por ningún amor de teleserie hasta ser consciente de que vas a vivir un drama y no una película de princesas para todos los públicos apestosos. Sé un cínico con el amor hasta que sepas que te come la médula de los huesos.
Y cuando sea ya absolutamente insoportable no amar, supera tu propio cinismo, ese escepticismo cultivado día a día, y sucumbe a esa punzada que te roba un latido del corazón por una simple palabra; reconociendo que el amor te va a destrozar tarde o temprano.
Otra vez…
El amor ha de doler, ha de calar en los huesos y provocar mareos, temblores, miedos y besos que duran eternidades.
Y has de llorar y lamentar los tristes cafés que vas a tomar en la plaza mayor del pueblo en soledad, sin ella. Con una media sonrisa que es un medio dolor.
Y esperarás y lucharás por hacer realidad eso que te hace doblar el estómago, como un cólico de necesidad perentoria.
Fin de tu alma, ahora es suya, de ella...
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.