Será por la euforia que debe producir el aire clorofilado de las montañas en los urbanitas, lo que despierta apetencias intelectuales absolutamente incomprensibles como leer los letreros informativos de los accidentes geográficos visibles para el excursionista.
Quería decir la apetencia de leer en voz ALTA.
Aburridamente alta y sin pudor alguno en exhibir un notable retardo neuronal en la pronunciación de lo que se lee.
La puntuación del texto, ni que decir tiene, que es algo completamente ajeno, inservible e incomprensible para el excursionista eufórico.
Lo triste es que cuando acaba de recitar ese texto maratoniano de unas pocas líneas, se puede ver claramente en sus ojos que no ha comprendido nada.
No ha pescado ni una.
Además, en lugar de observar la catarata en la dirección indicada por el letrero, gira la cabeza en una dirección diametralmente opuesta, y su boca tiembla un poco con tristeza al no encontrar la cascada de agua.
El ruido del agua le podría haber dado a la recitadora mujer, una pista sobre la dirección a observar.
Pero ni por esas.
Pienso que el aire, en lugar de clorofila, debe arrastrar algo de la farlopa (cocaína) que unos excursionistas con bicis repugnantemente baratas, han esnifado en el banco de madera unos metros dirección noroeste.
Esto explica la idiocia de la recitadora, aunque me temo que es algo mucho más primitivo. Genético más concretamente.
Vale, se lee divertido; pero solo los primeros quince segundos de ordinaria declamación.
Una lagartija me observa aburrida.
Es lógico.
Iconoclasta
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