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4 de marzo de 2021

En lo oscuro


Si estás lejos de todo y eres capaz de mantener la entereza en la oscuridad hasta dudar de tu existencia, sin que importen los sonidos que como acechos te llegan cercanos de lo oscuro; adquieres la dimensión de lo irreal.

Y nada te impide ya imaginar cómo es la muerte y serlo; aunque sea para ti mismo, pero si no existes ya, qué más da.

Un jabalí con sus movimientos nerviosos agita ruidosamente la vegetación en algún lugar, oscuridad arriba. ¿Cree que soy la muerte? ¿O teme que la oscuridad que me ha comido lo devore a él?

¿Qué ocurrirá cuando llegue a la luz? ¿Tendré una guadaña en mis manos y haré el trabajo que me corresponde? Aunque temo que seré la misma mediocridad que la luz desenmascara todos los amaneceres.

Me quedaré aquí no existiendo, que el jabalí me tema. No tengo otra cosa que hacer.

Me siento irrealmente poderoso.

Bye, vida.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

6 de mayo de 2015

La luz de la desesperanza


El amor y sus imposibilidades pulsa en mis sienes y no veo remedio a esta locura que busca expandirse desde dentro hacia el aire, el que me rodea, el que me aplasta.
Un rayo de luz incidió entonces en mi espalda, calentándome, molestándome. Me di cuenta de la simpleza de la mecánica cuántica: la luz no tiene peso, no almacena dolores, no comprime ni es comprimida. No es gas.
Mierda... La solución por fin.
Ya apenas soy, como un ángel me convierto en luz.
Sin alegría.
No podría ser ángel con esta asepsia emocional. Aún no puedo evitar que se me deslicen entre los dedos palabras de sueños y belleza. Siempre he sido cándido.
El tiempo me arrastra y me desgasta de la mano del demonio, con el pacté. Y ahora me diluyo.
Él, el Cruel Sagrado no es como Dios, él cumple sus pactos.
Soy una mancha de lejía en el sucio vestido de esta ramera que es la humanidad. Quiso lavar el semen de un borracho y yo soy la obscena e impúdica cicatriz. Los hay que son rosas y gloria de mierda, a mí me toca ser lo mejor de lo peor.
Una vez tuve piel y me la arranqué desesperado; pero debajo había músculos, y sangre que no se acababa nunca.
Y huesos indestructibles.
No podía liberar mi alma.
No podía salir de aquí, de entre ellos.
Y allí estaba Él, el Podrido Corazón riéndose de mí.
"No podrás deshacerte tú mismo, necesitas ayuda, me necesitas a Mí. Pacta conmigo y te haré luz".
"Sácame la carne y los huesos".
"Trabajarás para mí".
"Vale".
Ya apenas queda nada de mí, ya apenas gravito sobre la tierra.
Fue doloroso y por ello, glorioso.
No es un castigo, es mentira eso que dicen de la condenación; solo es propaganda beata. Los pactos con el diablo siempre dan lo que buscas, siempre pagas lo que puedes.
Solo te pide que no te quejes, que no te arrepientas de lo que has perdido, de lo que has dejado. Que hagas tu trabajo y punto.
Él está muy ocupado, es razonable que exija esas cosas.
Yo no dejé nada más que tristeza.
Pacté no sonreír, no hablar, ser la falsa luz de la esperanza de los que agonizan; muy pronto seré una luz engañosa que los arrastrará a las fauces del Podrido Corazón.
Ya he firmado un documento con la última gota de sangre que me ha sacado, en la que me comprometo a ser La Iluminada Desesperanza de los Moribundos. Es largo, pero solo se firma una vez, es poco sacrificio, y mientras desaparezco no tengo otras cosas que hacer.
Él se ríe, dice que nunca debí nacer, que perdí el tiempo en una vida errónea.
Debí ser luz de muerte siempre, me dice.
"Alguien cometió un serio error con tu nacimiento en el planeta, Iconoclasta".
"Los que agonizan se darán de bofetadas por ir a ti ilusionados, como las polillas querrán ir a la luz.
Y haré de sus almas un manto de dolor y tristeza que viajará por el infinito creando universos angustiosos. Si lo haces bien, te nombraré director de una sucursal".
Y se ríe.
Pienso en la franquicia de la Iluminada Desesperanza. Suena bien.
He de reconocer que el Podrido Corazón sabe arrancar sonrisas además de la carne, la sangre y los huesos. Me río.
"Te he dicho que no puedes sonreír".
"No ante ellos".
"Está bien, pero no pierdas la concentración".
"Vale".
Ahora de mí queda una desleída transparencia.
Tal vez estas palabras, las duras palabras, las temibles palabras, las vergonzosas palabras, las putas palabras sean testimonio de que una vez tuve peso y por tanto piel.
Aunque poco me importa, siempre fui transparente a ojos de los demás, me confortaba...
Cuando estéis a punto de morir, nos veremos, ahora mando yo.








Iconoclasta