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12 de octubre de 2012

Lástima...




Lástima que el silencio es tan profundo y la muerte tan callada, porque desde ahí te insulto.
No me bastan las cuerdas para reventarlas en tu cara y que un escupitajo vuele hacia el centro de tu frente escurriendo sobre tus ojos la muestra de podredumbre que me nace para ti.
Desde el rincón de la inexistencia mi oscuridad se hará sonido y que la mancha sepia de las sombras haga estallar tus tímpanos. Recitaré el parto que me expulsó como maleficio por  el reconocimiento de la insana sangre que me circula en las venas.
Nada más impotente que ver la vida fétida circulando bajo mi carne. El saber de una infección sin remedio es la condena absurda que me coloca un pie entre las nubes y el otro, tembloroso, en la última baldosa del edificio más alto de la mala suerte.
En llantos deberías agradecer que los muertos son mudos y no tienen gestos o simplemente desaparecen. Tienes tantos “silenciosos” que te aullarían su dolor constantemente para que no olvides las penas que les provocaste en vida, cuando la voz de ellos no era más que letras temblorosas de melancolía y sollozos guardados para no lastimarte.
Yo también me llevaré el dolor y el asco, pero mis letras resonarán en tu cabeza mientras se clavan a tu carne, desde el día que las recorras. Sé que llegarán a ti. Jugamos sucio ¿no?, eso es parte de la herencia. Matamos en silencio, desollamos bajo la hipocresía, condenamos sin lágrimas mientras la sonrisa se retuerce de gozo y las manos escurren de sangre goteando venganza.
Cuando me vaya, posiblemente acudirás a mi entierro, posiblemente no. Quizás mueras primero, tienes más probabilidades. Y si es así, correré con la suerte de verte descender entre la tierra sin un aplauso de dignidad. Entonces entrarás al mundo del silencio, donde los muertos mudos sonríen al ver tu miedo y tu caída sin descanso. Un funeral de sombras sin caras, dándote la espalda… De eso me encargo.
¿Recuerdas cuando mis hijos pedían mis brazos y atropellaste mis manos?
¿Olvidas a la abuela que pedía un abrazo y  luego amaneció fracturada? ¿Y el día que agonizó entre tu burla? ¿Se te ha olvidado?
¿Tu memoria retiene el día que mi padre se fue hambriento de tu casa y descalzo en mi puerta aún pronunciaba tu nombre?
Los viejos ya no están y yo estoy a punto de partir, me esperan. Al fin…
El buzón de tu casa está vacío, como tu cuarto, tu baño, tu sala, tu mundo, tu carne. Es tu lugar un momento prolongado más callado que la muerte, más sin nada.
Que la suerte me llegue a tiempo para verte morir primero y verte en el frío oscuro para decirte que es una lástima lo profundo del silencio. Y trataré de alargar mis orejas en un sínico gesto:
¿Qué dices? No te escucho. ¿Cómo?
Y sonreiré al final desde mi callada muerte para abrazar a la abuela, alimentar y besar a mi padre, caminar juntos esperando a mis hijos y a mi Pablo y a mi gente y a mi gata…
Solo queda drenar esta mierda líquida que bombea una víscera deforme, adolorida y cansada. Toda mi carne es una náusea agotada y sofocada que pide con urgencia vaciar el veneno.
Estamos vivas y los sonidos son cortos y finitos, la vida es bullicio y estridencia.
Lástima que la muerte sea tan callada.
No importa, igual te escupiré.

Aragggón
121020120937

10 de agosto de 2012

La Madre de Todas las Penas


Doce años presa; pero ya hace tiempo que es su voluntad, su deseo, su espera.
Su deseado tortuoso y doloroso desenlace.
Doce años de un maldito, penoso y venenoso embarazo. Es la elegida.
Mil oraciones de diez mil devotos la convencieron. La enloquecieron.
Y a veces sus dedos sin uñas estrangulan ratas que luego se mete en la boca, saboreando los miasmas de lo hediondo.
Los Oscuros Padres Dolorosos la raptaron el día de su primera y espantosa menstruación. Madre le bajó la falda, le separó las piernas, metió los dedos en su vagina y frotó la sangre entre sus dedos: era oscura como ninguna otra. Fue en busca del Padre Muerte y éste le dijo:
—Tu hija es la Elegida, su vientre será el pútrido útero de nuestro Doloroso.
—Yo me arrodillo ante ti, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores —dijo el sacerdote vestido con traje oscuro y corbata negra, arrodillándose ante ella y posando sus labios en la ensangrentada vagina.
Entre madre y padre, bajo la letanía de obscenas maldades que el sacerdote recitaba por la calle y a plena luz del día, la llevaron a la Catedral de los Despojos Humanos. Se encontraba a treinta metros bajo tierra, el colector de todas las cloacas. Le aterraba el rugido de las seis enormes cataratas de agua sucia de todas las materias que la humanidad crea, plena de excrementos, orina y el semen de los desgraciados, de todos los seres humanos que malviven en la putrefacta ciudad. Seis enormes tubos del diámetro de la altura de un hombre, arrojaban toda la inmundicia humana posible, en todas sus combinaciones. Compresas manchadas de una sangre más clara que la de su menstruación eran festín de las ratas, las predicadoras de la miseria que pregonaban en el exterior entre la basura y las casas rotas, la venida al mundo del Hijo de Todas las Penas.
Y con sus muslos manchados de sangre, entre los gritos casi enmudecidos por el hedor y el estruendo de la  Catedral, agujerearon su monte de Venus apenas poblado de un vello oscuro, con botellas rotas para meter en sus entrañas tubos mugrientos que la llenaban de todas las miserias innombrables. De todos los espermas de todos los hombres, de la sangre de menstruaciones. Pus y restos de enfermos, mutilados y heridos.
Flotaban en el agua ciento un fetos roídos que comían los discípulos y creyentes durante las misas que dedicaban a su vulva púrpura de necrosis, siempre abierta ante ellos.
No murió infectada, era la elegida. La real Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.
Con veinticuatro años su vagina eternamente expuesta a la mierda, es una costra oscura e insondable, la carne de sus nalgas son llagas que no curan nunca, hogar de larvas que anidan en ellas retorciéndose, canibalizándose. La piel blanca es un mapa de oscuras venas que se arraciman en los pezones para extenderse como un virus por todo el cuerpo, regando cada rincón de su organismo con infección y corrupción.
Sus dientes están podridos y un incisivo cuelga de su filamento nervioso, cuando balbucea plegarias ininteligibles de oscuros vómitos. Su mente está perdida en el dolor  y el hedor.
Es ella en verdad, la Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.
De todas las infecciones e insanias.
Doce años de un embarazo leproso y ahora ante la letanía de los miembros de la Santa Podrida Iglesia del Dolor, se desprenden las costras de su coño por la dilatación del útero, va a parir.
“Negra Madre Virgen de Todas las Penas y todos los Dolores, que tu pena y la orina de tu sangre que pudre las venas, se extienda por la humanidad”.
Son los rezos de los innombrables.
La Madre grita y sus adoradores, de caras vendadas con telas sucias de icores venenosos y sangre vieja se llevan las manos a las sienes gritando su dolor también. Sus muslos gordos y albinos manchados de mierda se separan y de su coño sale un hedor que asciende a la superficie por los conductos sarnosos de la ciudad causando asco en la gente luminosa, en los de arriba, en los cobardes que adoran dioses de madera y mentiras piadosas.
Rompe aguas colmadas de cabezas de negras antenas y patas de insectos.
“Oh Madre de Toda la Podredumbre, danos nuestro rey, danos la oscuridad. Que se pudran los benditos y los limpios, los que en su vida tuvieron suerte y todo lo tienen, los que esperan una muerte dulce y un premio de miel. Oh, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores, que el Bastardo de los Humanos Despojos, sea escupido por tu Sucio Coño”.
El Padre Muerte encabeza y dirige las plegarias de las diez mil mentes podridas.
— ¡Jamás llegó a renacer Cristo, no hubo una segunda venida! Escupid al feto que fue arrebatado de su madre virgen antes de su alumbramiento —sermonea a la multitud mostrando un frasco de vidrio en cuyo interior flota un feto humano con los brazos y las piernas rotas.
En el frasco, escrito con mierda figuran las palabras: Iesus Cristus, segunda venida.
— ¡Jamás llegó a nacer la Bestia! El anticristo murió a manos de la Santa Iglesia Podrida del Dolor —ruge con furia el Padre Muerte, mutilándose el lóbulo de la oreja con una navaja de afeitar —. Ni siquiera Satanás ha conocido el dolor y el asco, nunca lo imaginó así.
Eleva a la congregación otro frasco con el feto de un bebé con cabeza de macho cabrío. “Maléficus Satanás”, reza en el frasco.
— Todas las religiones han errado. Se han perdido en la hipocresía y la estafa, en el abuso y el engaño. Ahora pagarán y no habrá redención. Nos alimentamos de mierda y despojos, nos alimentamos de dioses y diablos.
—Ella es virgen, ella está infectada del Espíritu Corrupto, miradla parir.
La Madre de Todas las Penas vuelve a gritar y su cuerpo se agita con el dolor del parto. Los tubos insertados en el pubis se desprenden por la violencia de las contracciones. Sus pezones se han resquebrajado como cristal, pero apenas sale nada de ellos.
Cinco ratas lamen el corrupto líquido amniótico que ha dado protección en el sucio vientre al Bastardo de los Humanos durante doce años.
— ¡Cómo me duele este puto coño, me cago en Dioooos! —grita la Madre de Todas las Penas ante cientos de miserables que se masturban ante ella.
El bebé sale de entre sus muslos para caer al suelo lleno de agua sucia, liado con el cordón umbilical y una placenta verdosa. Un perro famélico la devora y rasga el cordón ante la mirada agresiva de las ratas.
— ¡Ha nacido, el Bastardo de los Humanos Despojos! Que se alimente de tus miserias, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores! Dale lágrimas y asco con la que alimentarse y hacerse Dios. Que comience el Nuevo y Pútrido Mundo —grita el Padre Muerte.
—¡Que mame el Bastardo! ¡Que mame el Bastardo! Que la Madre Puta de los Dolores lo cebe con lágrimas y penas.
El bebé no llora, su boca se abre mostrando unas afiladas encías y los dedos de uñas partidas se mueven ansiosos. Sus piernas atrofiadas se debaten en un pataleo en el aire. Se revuelca en el suelo mostrando su columna vertebral descubierta y deforme.
Hay hombres y mujeres que se clavan los unos a los otros  trozos de vidrio en la espina dorsal descubierta por una largo corte que se mantiene abierto gracias a alambres y tenedores viejos. Sus gritos de dolor apagan el ruido de las Sagradas Cataratas de la Ponzoña.
Un niño de cuencas vacías toma al recién nacido en brazos, la Catedral se ha inundado de silencio.
Cojeando se lo entrega a la Madre de Todas las Penas.
Lo toma en su regazo y lo lleva a su pecho, para que mame.
El Bastardo clava sus encías en el pezón derecho, y la carne se rompe, como algo seco, algo sin vida.
No hay leche en los pezones, ni sangre. Las mamas están secas y repletas de orina y lágrimas cristalizadas que crujen como el vidrio e inundan la boca del Bastardo.
El pequeño mastica toda esa inmundicia y su boca se hiere. Mana la sangre que inunda su pecho. Y su primer grito de puro dolor y asco que asusta a hombres y ratas, se extiende por toda la catedral, por todas las superficies.
En la ciudad, la gente vomita sin saber bien porque. Cuando los fetos de las embarazadas caen muertos en el suelo, el hedor en toda la atmósfera es insoportable. Cuando los gritos de miles de enfermos salen por las cloacas y desagües de las calles y casas, ya es tarde. La infección ha hecho presa en los felices, en los luminosos y las iglesias se derrumban, cae todo lo que una vez fue bendito, sacro o santo.
Es la Nueva Era del Dolor. La Verdad la estuvimos pisando, cagándonos en ella.
Ahora la Verdad se caga en nosotros. Y nos mata.
Que la Podredumbre sea con nosotros.







Iconoclasta



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