Soy la cosa sucia y molesta que las divinidades maldicen.
Quieren esconderme porque soy la comprometida prueba de su torpeza y falibilidad. Soy una sólida y opaca constatación de la inexistencia de los seres superiores como los dioses y otros carroñeros.
Me pisan la cabeza con sus pies idiotas para aplastarme, para eliminar su negligencia que mi existencia avala y también su sagrada y divina incapacidad.
Dios vomita borracho en las esquinas del universo.
Yo lo he visto, aunque no exista.
A veces mea sangre.
Los lugares más hermosos de la Tierra los estropean sus gentes amontonadas que no mueren nunca en la cantidad y frecuencia adecuada para preservar la belleza que surgió por sí misma en un azar.
No deberían estar ahí, hay lugares más idóneos para esos humanos creados a imagen y semejanza de dios.
Eriales... Páramos...
El cosmos.
Dios es un prevaricador sin escrúpulos y por ello, reconocido corrupto.
Y es penosa y venenosa su pseudo existencia para la ilusión que, se pudre en algún rincón de mi pensamiento hostil y entre la piel de toda esa masa animal de sangre caliente a imagen y semejanza de los divinos fraudes.
Soy un hombre sin afabilidad y los dioses piden misericordia.
Una mierda.
Temo que si viviera suficiente, no sería el buen abuelo.
Dios no me infundió virtudes decorativas morales.
Cuando un equipo cualquiera juega a la pelota y gana, soy incapaz de sentir júbilo alguno y escupo displicentemente pensando que hay algo sucio atorado en mi garganta.
Luego fumo porque es pecado de dios, como el dinero de mi bolsillo; que debería tenerlo el estado con los hijos que también le pertenecen. Si no practicas la imbecilidad todos los días, te darás cuenta de que el estado es tan sagrado como dios.
Tan podrido y prevaricador.
Tan divino como el humo de mi orina en el invierno.
Soy un hombre sin alma porque dios no tiene nada que insuflar a cada bebé que nace para vivir sometido a los mandamientos y leyes de su fraude.
Las almas suben a dios, pero yo sólo veo que se deshacen ante el sol como un vapor más, humillantemente impersonal. No queda nada de lo vivido, no hay destellos de emociones en las almas que suben tontamente a dios. Se sacrificaron y comieron hostias rancias para ni siquiera llover.
Cuando los ajenos son felices y bailan siento la absoluta indiferencia que me hace hombre, la misma que hacia la muerte de los muertos y de los vivos.
Soy un hombre sin creador.
Cuando alguien se hace rico por un azar pienso “que lo jodan”.
Soy un hombre sin alma y sin dinero.
Y dios rentabiliza para sus arcas mi pobreza.
Dios pide humildad.
Una mierda.
Soy un hombre apócrifo.
Un evangelio molesto.
Deseo la muerte de algunos seres humanos desconocidos y conocidos de la forma natural y coloquial con la que me place un cruasán relleno de chocolate.
La indiferencia es la única semejanza que pudiera tener con un ser superior o creador de basura cosmogónica.
Dios exige una piedad que no me supo incrustar en el pensamiento.
Pues yo no puedo sacar de donde no hay.
No necesito dios y exijo que no salve a quien debe morir.
No amo los hijos, sino el placer de su creación; así pues su nacimiento es producto de mi hedonismo y un error cuando nos corrimos. Los nacimientos son accidentales como algunas muertes que no son por cáncer o vejez.
Cuando follo no amo, es una lucha por arrancar placer del coño en un mundo desesperadamente mezquino, aséptico hasta quitar el hambre.
El placer es el cebo de la reproducción en una chapucera creación. Dios quiere contribuyentes. Yo eyaculo en el cagadero para que eso no ocurra.
Nadie nace del amor y dios es el cero absoluto. La ausencia de.
Soy el arquetipo de la vacuidad funcional.
Dios no es amor, si fuera algo, sería simple esclavitud o humillación como el follar breve y fallido del adolescente.
Amar está en la luz y en la mirada. Un láser incruento.
No en una paleonto-sábana sucia de milenios de mentiras.
Doy fe de ello, hija mía de poderoso coño, ven con tu dios.
Porque Yo soy díos, ante su inexistencia total y tranquilizadora.
Soy la prueba palpitante del fraude cometido por los autores criminales de los pecados y las leyes, de las condenas y sanciones que no existieron jamás hasta que una puta ya enferma y apenas fértil los parió para que escribieran cosas así.
Y mi pene palpita con cada pecado enumerado con cada ley escrita codiciosamente.
Soy un fetichista tan impúdico... Una polla atea.
¿Desde cuándo odiar es malo? Es mi don más preciado y acoraza mi dignidad y seguridad.
Si no odias, estás muerto para amar.
Los ecos de las mentiras durante la infancia es una mitología que se debe desempolvar de vez en cuando para no olvidar lo que quisieron hacer contigo cuando estabas indefenso a ellos, a esos dioses modelados con mierda; el tiempo que te robaron para hacerte cosa y destruirte como humano; debías ser otro lelo que se sacrificaría bondadosamente por el grupo y por el estado porque vales una mierda.
No jodas...
Faltan guerras y las cabezas de los dioses, pinchadas en bayonetas.
Añoro lo que no podrá ser, porque nunca fue.
Si quieres dios, paga generosamente a la puta, ella sabrá...
Iconoclasta
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