Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
7 de octubre de 2016
Salvajes deseos
No sé cómo, ni dónde, ni con quién vives. Ni a quien amas.
No me interesa.
Y si alguna vez lo supe, lo he olvidado.
Metértela anula cualquier otra consideración en mi mente que no sea tu piel y desgarrar tu alma con mi rabo y mis uñas.
No quiero saber nada de ti ahora y lo que sé, lo anulo; me basta con arrancar violentamente tu blusa.
Tan violentamente que se pudiera decir que es violación.
No me dan miedo las palabras para susurrarte puta al oído.
Y la envidia la capto mejor de lo que quisiera.
Me gusta que los ojos vacuos de los ajenos sientan envidia al ver como te penetro con brutalidad y gimes impúdica conmigo dentro.
Clavada a mí, clavado a tu coño. Rezumando entre la cópula viscosos líquidos de un placer que es más de bestias que de humanos.
Quiero hacer de nosotros un sucio pensamiento en la mente mediocre de los ajenos.
Alguien pudiera pensar que estoy loco, alguien pudiera decir que no te merezco; pero también podrían morir al tiempo que lo expresan ante nosotros, ante la cópula cuasi animal.
Te follaría encima de cadáveres, ignorándolos.
Que rabien rechinando sus dientes mientras los míos amenazan tus pezones ofrecidos con tus propias manos crispadas, temblorosas.
Separa tus piernas, sé obscena y méate ante el mundo gritando tu placer.
Méate, méate, méate...
Córrete, puta.
Y acaríciate con los dedos sucios de mi semen.
Córrete para mí, ante ellos y su sudor insano que les resbala por la frente como un cáncer viscoso y caliente.
El deseo es salvaje...
No... Somos nosotros los que hacemos salvaje el deseo.
Iconoclasta
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