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30 de octubre de 2016

Violencia y destrucción




Se rompen los vidrios.

Se parten las maderas.

Se quiebra el acero.

La carne se saja.

La piel se abre.

Los huesos se tronchan con espeluznantes crujidos.

Se desgaja la tierra como una manzana cuando la piso.

Y las estrellas revientan.

¿Qué esperas de un mundo en el que reina la fascinante destrucción?

 Donde todo se rompe.

Hasta el pensamiento se fragmenta. Tengo sueños destrozados y muertos.

Pobres míos...

Porque no es el movimiento, es mentira.

El movimiento no es la gracia del mundo.

Es la ruptura, la destrucción es lo que de una forma paradójica hace expandirse el universo. El de mi cerebro y el gélido y letal de ahí afuera.

Se rasga el himen como una tela y el prepucio que cubre el embotado glande parece agrietarse sanguíneamente por la presión de la sangre que palpita, que lo expande.

Es un mundo bellamente violento, rugiente y doliente con breves momentos para ternuras y cariños.

Donde trozos de amores muertos son metralla que se estrella contra el suelo sin importar ya.

Me gusta la parte violenta de la vida. Porque romper y destruir es más satisfactorio que crear.

Porque la violencia es un instinto primario sin matices, no necesitas ni te arrebata la voluntad como en el amor.

Porque quiero lo fácil, me cansan los retos.

No soy un atleta de mierda, no quiero batir récord alguno.

Solo destruir, la fácil y fluida destrucción...




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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