Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
29 de junio de 2011
Yo el Cornudo
Mi mujer, se ha enamorado de otro. Es normal, nos aburrimos unos de otros, nos defraudamos y buscamos nuevas experiencias. El error es pretender fidelidad.
No duele mucho, apenas nada. Tal vez me vaya bien un cambio de aires.
Seguro que el otro la debe tener más gorda que yo. O debe tener una simpatía intrínseca metida en sus putos cojones. Es más joven.
Tanto da…
Tamborileo aburrido los dedos en la mandíbula y viene ese proceso que me asusta tanto: olvidar.
Me asusta porque saca lo peor de mí, el olvido que puedo generar es la negación de la vida. Es omitir que un día existió y que un día estuve con ella.
Le temo al olvido porque me convierte en un saco vacío de emociones, como si no hubiera ocurrido. Como si no hubiera existido durante todo ese tiempo con ella.
Ojalá pudiera enfadarme o discutir como un macho cualquiera.
Incluso borro mi propia existencia. Mi olvido es citostático, me deberían meter en un container de residuos biológicos de cojones.
Estoy tirando a la basura meses de vida. Como si hubiera estado en coma todo ese tiempo.
Si al menos recordara que por un tiempo hubo amor verdadero…
Pesó tan poco…
Hace bien en engañarme. Soy inhumano.
Las maletas ya están listas, las miro y lo único que puedo concluir es que voy a ser libre. Me voy con mis cuernos a otro lado.
No habrá más amor, ya soy viejo. Ya no quiero volver a pasar otra vez por el proceso de olvidar y perder mi historia.
Me pregunto si no es una monstruosidad el que no le pregunte quien es. Ni siquiera tengo ganas de decirle adiós. Me molesta gastar saliva en esas cosas. Tal vez ni sepa que lo sospecho.
No me acuerdo ya ni de que edad tiene ella, soy un cerdo.
Soy un cerdo cornudo.
Otros se llevan consigo momentos de felicidad, momentos que recordarán como una prueba de que un día amaron y fueron amados.
Yo no me puedo llevar ni siquiera la vergüenza de ser engañado. No podré nunca contarle a un amigo que fui desgraciado y que lo pasé muy mal cuando se fue con otro.
Que padecí por amor.
No padezco: mi olvido es un rayo láser que cauteriza mi cerebro.
Yo afirmaré que nunca he sentido amor y todos los recuerdos serán sueños que se desvanecen al despertar.
Es malo ser un cornudo olvidadizo, te convierte en un hombre sin alma y sin recuerdos. Todos esos años han ido a la mierda, todos esos meses son vida quemada sin más fin que el de respirar.
Ojalá pudiera formar un escándalo, no conduciría a nada; pero el dolor de la infidelidad podría solapar la sensación de que voy a borrar una parte muy importante de mi vida.
No creo en la jodida transmigración de las almas, porque si creyera en ello, pasaría toda la eternidad de cuerpo en cuerpo sin aprender jamás. Lo que olvido nunca existió.
Soy el mejor enterrador de recuerdos. Y juro que no quiero serlo.
Es mi cochino cerebro, es implacable, no me deja ni el sueño.
Soy cabrón olvidadizo.
—Vamos, coge tu cojera de mierda y sal disparado, es hora.
Suelo hablarme cuando estoy tan inmensamente solo, cuando no tienes nadie con quien hablar, simplemente deliras.
Me sacaré brillo a los cuernos, que los vean bien todos, porque cuando me olvide de todo, cuando se borre cualquier registro, alguien podría recordarme: “Fuiste un cornudo, una vez amaste”.
La dependienta que me despacha el billete de avión me pregunta si viajo por placer o trabajo.
Lo he olvidado.
Seguramente por placer, no me gusta trabajar.
Iconoclasta
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