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4 de junio de 2011

Inhumano



No soy hijo de humanos.
Cuando de mi glande se desprende una densa gota de fluido que se estira hasta engancharse en mis rodillas ante el dolor ajeno.
No puedo evitarlo, ni siquiera lo intento. No siento nada por la mujer de sonrisa feliz. No siento alegría, ni excitación ante el bienestar y la felicidad de mis semejantes.
Me deprime la sonrisa ajena.
Se desata mi insana erección ante el niño hambriento devorado por las moscas, sólo rozarme el pijo ante esos ojos tan llenos de dolor como de muerte, separo las piernas y consuelo mis depilados, pesados y plenos testículos.
Me paso el dolor ajeno por los cojones. Textualmente.
Sic…
No es por su cuerpo, por su piel o sus genitales ya secos. Tan pequeño y tan poca humedad…
Me excita su absoluta certeza en sus ojos, de que está prácticamente muerto. Que tan pequeño, desea morir.
Me excita y me lleva a una eyaculación enloquecedora saber que toda su vida ha sido dolor y penuria.
No soy humano, ni quiero serlo.
Ni siquiera me apetece investigar si mis padres son verdaderamente chacales. Simplemente sé que esos no son. Un hijo no se masturba ante la amputación de los dedos de los pies de su padre diabético. Me masturbaba cuando él dormía, ante la miseria de su cuerpo, ante su respiración fatigada y sus gemidos de algún sueño de miedo y muerte.
Mi pene es gordo, es como un mazo y apenas puedo cerrar mi puño en torno a él. Según le da la luz, se puede ver una especie de tatuaje blanco seminal en el prepucio: una cara sin ojos ni orejas. Y la boca abierta de forma ostentosamente obscena.
Mi madre me frotaba la polla en el baño para que aquella mancha desapareciera.
Se me resbala el encendedor entre mis dedos cubiertos de semen, y el filtro ya no sabe extrañamente agridulce como el esperma. Me he habituado a él.
Entre las volutas del cigarrillo continúa el desfile de miseria en el televisor mientras mi pene late con los últimos orgasmos. Niños de cuero viejo y arrugado, con visibles huesos, con pelvis que comparten forma y textura con la de los judíos de los campos de concentración o con las enfermas de anorexia a punto de morir.
Vaginas desmesuradas, penes ridículos en cuerpos ya agotados.
Pero solo son sus miradas, sus cabezas giradas con vergüenza, sus ojos vacíos de cualquier tipo de esperanza o alegría lo que me lleva a rechinar los dientes con un orgasmo explosivo.
Me follo a las putas más enfermas y terminales; no soy violento. Sólo soy inhumano. Sus costillas se rompen tan solo porque me pongo encima de ellas. Su organismo, sus huesos están tan deteriorados, que cuando penetro sus coños infectados de sida y resecos, se les rompe hasta la piel de pergamino por un simple roce.
Ellas no se quejan, cobran lo que piden.
Y puede que yo sea lo menos doloroso de sus vidas; pero siento en mi propia piel el crepitar de sus huesos con mis embestidas.
Me gusta, necesito eyacular en sus estómagos hundidos entre las costillas porque acentúa en ellas la sensación de que su vida es una auténtica mierda. Me gusta coser vergüenza al dolor.
Me corro dos veces cuando la puta sufre por mi penetración y luego observa mi esperma amarillento en su vientre y llora.
Y sus lágrimas son la muestra palpable de años de dolor y humillación.
Yo soy inhumano y no tengo la culpa de ello. Sólo disfruto, el daño ya está hecho. Y ha sido por otros humanos, por otros que nacieron de padres de verdad, humanos también.
Soy único en mi especie. Lo llevo bien, con orgullo.
Los buitres no reniegan de su naturaleza por comer carroña y miseria con gusanos. Tienen un buen aparato digestivo.
Yo no sé lo que tengo, pero soy bueno convirtiendo el dolor ajeno en mi placer.
Lloran…
Lo que sufren siempre guardan lágrimas para la humillación.
Nadie puede acusarme de humano, no se me puede juzgar.
No tengo sida, ni tuberculosis, ni lepra.
He follado todas las enfermas que he podido. Sin miedo al contagio ni al olor pútrido de sus alientos, pieles y vaginas.
De sus anos herniados…
Me he quedado con el pezón en la boca de una puta cubana. Padecí una eyaculación precoz ante aquel obsceno cuadro de dolor y miedo. Eyaculé en el suelo ante la puta aullando de miedo a morir.
Nadie puede entender un cerebro no humano.
Mi calzón se moja de viscosa excitación, no ante un cadáver; se me pone dura con las lágrimas de los vivos.
Cuando la madre o el padre sudan dolor e intentan arrancarse el dolor de la piel a arañazos, a mi me sangra leche por el capullo.
Si fuera humano, alguien podría pensar que tengo un bulto en el cerebro. Pero después de tanto gozar del dolor y ante el dolor ajeno, solo se me ha ennegrecido la pierna derecha. Es algo aleatorio, porque sería el pene el que debiera de estar negro como el carbón.
Es una pierna negra como el pelaje de un lobo, como la oscura cueva donde las bestias devoran carnes aún trémulas. Carnes que aún recuerdan el último dolor de su vida.
La pierna se desprenderá como a la leprosa se le desprendió el pezón en mi boca.
Y tendré miedo. Sentiré dolor.
Y nadie me dará consuelo, nadie se excitará con mi dolor.
Soy inhumano y único.
Ninguna mujer se humedecerá al ver que mi pene tiene la misma longitud que ese muñón.
No hay otro ser como yo que se excite ante mi humillación de que cuelguen mis cojones por debajo del muñón.
Ojalá me excitara mi propio dolor. Moriría entre masturbaciones, pagaría a una puta sana para que me la chupara hasta morir.
Es curioso que esté mejor valorado el que provoca el dolor que el que lo observa.
Tampoco es algo que me importe demasiado.
Cuando el semen ensucie mi muñón, cuando lo negro de la pierna alcance mi cerebro, ya me preocuparé por mi propio dolor.
Y aún así, a pesar de mi inhumana naturaleza, seré yo el que le de importancia e interés a vuestro dolor y sufrimiento; porque los humanos solo sentís el dolor ajeno como algo que os puede ocurrir.
Tampoco sois unos santos.
Al final, actúo con vuestro dolor con una justicia que no existe.
Soy inhumano, pero tampoco me sentiría del todo orgulloso de ser como vosotros.


Iconoclasta

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