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19 de abril de 2011

666 y el bebé no muerto



Ha nacido muerto, el pequeño Pablo oscila como un muñeco de goma cabeza abajo cogido por los pies de la mano del médico, que acaba de sacudir sus nalgas a pesar de saber lo muy muerto que está.
El padre lo ha visto, sobre todo la mirada del médico. Y mira fíjamente el pequeño cuerpo sin vida. El no-padre no se encuentra en el planeta, está muy lejos. A millones de años luz del paritorio.
Es increíble como el silencio puede gritar tanto.
-¿Y mi niño? ¿Y mi niño? -pregunta la madre con las pocas fuerzas que le quedan; dando paz al alma al romper el silencio del dolor infinito.
De entre sus piernas flexionadas y separadas gotea una baba rojiza. Y algún cuajarón de sangre.
El bebé, el cadáver parece ser el centro del universo. Un péndulo de carne sucia de un parto oscuro, estéril.
El médico no quiere dar la noticia. Quiere estar en la planta de abajo tomando un café y riendo de tonterías con sus colegas.
La vida es extraña como raro es el cuerpo inerte del bebé. Su cordón umbilical oscila frente a su cara. Ya no le puede molestar.
La enfermera limpia compulsivamente la sangre de la mesa de partos. Tampoco quiere estar ahí. Cada compresa que empapa en la sangre, es un momento de escape de ese universo negro y sin salida alguna. Tan finito como marcan las paredes del quirófano.
Teme el Gran Grito de la Madre. Las madres que lloran por su bebé muerto emiten sonidos en frecuencia de ultra-pena y duele en el alma.
Alguien dice “Lo siento”.
Ha sido el médico, aunque no cree que haya sido su voz.
Tal vez haya hablado el bebé excusándose de su propia muerte.
La gente muere, los bebés deberían respirar, las madres sonreír llorando y los padres deberían estar nerviosos, temblorosos y pálidos por la emoción del parto.
-Rosi, llévalo a la tercera.
La tercera planta es la sala mortuoria. La morgue infantil. A Rosi no le gusta aquel conjunto de neveras pequeñitas como nichos de juguete.
La enfermera envuelve el cadáver en una manta pequeña con el nombre del hospital en sus extremos.
-¿Dónde se llevan a mi niño? -llora la madre.
A Rosi ahora no le importa la morgue infantil, solo quiere salir de ahí.
Ha elegido una manta de color azul. Hay mantas rosas y azules.
Faltan las de color negro, aunque pueda parecer cruel.
Da pena engañarse con una manta azul. Da dolor desenvolver una manta de color de vida con un muerto dentro. Es una macabra ilusión.
Los colores de vida no deberían envolver a la muerte.
El bebé muerto pesa infinito en los brazos y en el ánimo. El ascensor tarda horas en llegar y cuando abre sus puertas se encuentra con un par de médicos en prácticas riendo por alguno de sus chistes idiotas.
El pasillo de la tercera es tan largo como la vida. Ha de caminar más de doscientos metros girando siempre a la izquierda, siguiendo el contorno del enorme hospital pedriático.
Mueren pocos bebés y no se encuentra con nadie. No hay rumor de voces en esa planta. Es el inframundo de los pequeños.
El ruido de sus zuecos resuena en las paredes y la línea roja que guía hasta la recepción del depósito parece no tener fin.
-Soy muy pequeño, no me dejes allí. Es frío, lo sé.
Un escalofrío recorre su espina dorsal y una lágrima de nervios y temor cae sobre la manta azul.
El bebé ríe con un sonido hiriente y terrorífico. Se ríe de su propia broma malvada.
-Duele mucho morir, tú no eres mi mamá. ¿Por qué me llevas lejos de mamá? Tengo hambre. No lo hagas. ¿Y por qué nadie me da calor?
Las piernas de Rosi tiemblan, la puerta del depósito está a escasos treinta metros, a unos treinta y seis pasos.
La inocencia es más potente que la vida. La muerte se mea en la inocencia.
Se detiene y descubre la carita del bebé. Está amoratada, su cuerpo frío como las paredes que los rodean y sus ojos abiertos: enormes pupilas opacas por un velo violeta buscando una luz que no consiguen encontrar. Las escleróticas solo son unos pequeños resquicios que roban toda humanidad que pudiera quedar en su mirada.
Su cuerpo ya no es tan flexible, comienza a haber rigidez.
Los labios azulados intentan sonreír y sólo consiguen crear un instante de inenarrable terror.
Los brazos de Rosi flaquean.
-No me dejes caer. Aunque esté muerto. Llévame contigo, deja que me pudra con un humano calor.
Lo deja caer al suelo y la cabeza del bebé muerto golpea con fuerza contra el pavimento deslucido de vinilo. No se ha roto nada, los huesos son demasiado flexibles aún.
Lo recoge del suelo con el mismo cuidado que si estuviera vivo.
-No quiero más dolor, necesito que me lleves, que me cuides. He sufrido mucho en el vientre de mi madre -el bebé mueve la boca con dificultad, cerrando los ojos por el esfuerzo y apretando sus cárdenos deditos para formar un puño. Su aliento lanza un hedor de sangre corrupta que provoca un mareo en la enfermera.
Rosi intenta tranquilizarse, tiene que llegar al depósito y dejar allí al bebé. Sólo son unos pasos; pero teme la locura. Ahora el terror no viene del pecho oscuro del bebé que se expande y contrae en una enfermiza respiración que provoca un pitido de baja frecuencia que se mete directo en el cerebro para crear una vida imposible y horrenda.
Ahora el terror viene de una enfermedad, Rosi teme que algo se haya roto en su cerebro y provoque esta tremenda alucinación. Ella sabe que puede ocurrir. Un tumor que ha empezado a aplastar el cerebro. Un vaso capilar que revienta arrasando la cordura. Se dan esos casos.
Porque un bebé muerto que lamenta no vivir, no es real. No puede ser real, el mundo no funciona así. Es pecado que un bebé muerto siga sufriendo y no entienda que debe callar, que debe estar quieto. Alguien va a tener que dar una buena explicación por esto.
Se toma el pulso, se palpa la frente buscando fiebre.
Se aparta la negra mano del bebé del pecho que intenta desgarrar su escote porque tiene hambre. Unos obscenos dientes amarillos y rotos que aparecen por sus pequeñas encías sangrantes, asoman hambrientos.
Ante el rechazo, el bebé lanza un grito que se convierte en un llanto desesperado de hambre. Su baba tiene el color amarillento de la piel de los pequeños que mueren con hígados enfermos.
Rosi necesita ayuda, necesita dejar ese bebé del infierno en el único lugar que le corresponde en este edificio. En este lugar, en este planeta. No se le ocurre otro.
Corre perdiendo un zueco y lanzando el otro, los escasos metros que quedan hasta la puerta del depósito.
Cuando abre la puerta, un hombre y una mujer la esperan.
El bebé deja de llorar en ese mismo instante.
Sobre la mesa de autopsias, que se encuentra tras una mampara de grueso cristal, se encuentra el cuerpo destrozado de Abel, el forense.
Siente que su estómago se contrae hasta lanzar a presión la poca comida que le queda dentro.
-El bueno de Abel sufrió todo lo que un ser humano puede sufrir, no temas por él. Su alma está aquí, con nosotros. Se remueve de dolor y no olvida el sabor a mierda de sus propios intestinos, que le he metido en la boca mientras moría.
De la boca del forense sale un trozo de tripa grisáceo y de su vientre abierto asoma un amasijo de instrumental quirúrgico.
-Ese es nuestro pequeño Pablo. Si parece muerto, es porque lo está. En el infierno es algo habitual. Y ahora he aquí una sucursal del infierno –el hombre de camisa negra y pantalones de lino azul marino eleva los brazos para mostrar con teatralidad el lugar en el que se encuentran.
Su acento es incalificable, sus “s” son duras y cortantes. Sus “r” parecen ser arrancadas de lo más profundo. Podría ser alemán; pero Rosi distingue el acento nórdico de su abuelo.
No acaba de encontrar el color de sus ojos, predomina el negro, pero por alguna causa podría decir que también son azules. Y verdes. Y dorados.
Rosi consigue movilizar sus piernas y da media vuelta hacia la puerta para salir de allí. La mujer de melena negra y pantalones de licra negra ajustados como una piel, la agarra del cabello y tira de ella. Sus dedos rozan el pomo de la puerta y con tristeza se siente llevar hacia ese universo de dolor y cosas que no existen. No quiere estar con Abel, no quiere su cuerpo lleno de cosas metálicas.
No ha podido ver llegar el golpe, tenía los ojos cerrados. La mujer le ha dado con el revés de la mano en la boca. No oía sus propios gritos y ahora sus labios parecen latir y traga sangre como un jarabe de óxido hecho de latas viejas.
La sangre de su boca se escurre por la barbilla y un reguero baja por entre su escote.
-Puta primate... Si vuelves a gritar te cortaré las cuerdas vocales y no morirás por ello.
Con un bisturí corta los botones de la blusa y deja al descubierto el sujetador; lo corta de un tajo rápido entre los pechos y deja una fina herida en la piel de la enfermera.
-El bebé tiene hambre -dice el hombre que se acerca a ella con el niño en el brazo derecho. La mujer le sujeta los brazos desde su espalda.
El antebrazo derecho del hombre está adornado con una escarificación que nunca sana, que siempre desprende un icor que mantiene los tres “6” siempre húmedos. Pulsan como una herida llena de pus. Cuando acerca su rostro al suyo, siente una arcada de nuevo ante el insoportable hedor de su aliento. Cuando mete su lengua áspera e hiriente en su boca, cree que va a desvanecerse y su sexo se inunda de flujo. Con todo la repugnancia del mundo, desea ser penetrada.
-Métemela hasta dentro -susurra Rosi pensando que si la zorra morena no le inmovilizara los brazos, se clavaría sus propios dedos en su inundada vagina.
666 acerca el niño no muerto a los pechos de la enfermera y su corrupta boca hace presa en uno de sus pezones. Los pequeños incisivos amarillentos y rotos rasgan la piel y en los ojos de Rosi se ilumina la alarma de dolor. 666 masajea la vagina y las lágrimas parecen ahora bajar de su sexo.
La Dama Oscura ha dejado sus brazos libres para que sujete al bebé.
-Tú eres comida y piel, Rosi. Tú eres algo que odio. Me molesta que respires. No es personal, me ocurre con todas las criatura hablantes de ese puto dios creador de vida imbécil.
En el cerebro de Rosi hay un placer y un horror. El dolor es común a ambos. No sabía que eso pudiera sera así.
El dolor de su pezón desgarrado no tiene importancia alguna. Lo que importa es dar toda la sangre al pequeño no muerto.
Se siente madre, siente que ha de dar su vida por el pequeño y repugnante monstruo que jadea como un animal al sorberla.
La Dama Oscura se arrodilla ante 666 y bajando la cremallera del pantalón saca su pene para llevárselo a los labios. Él apresa su nuca con una mano, con la otra retira el prepucio para descubrir el glande que ahora ella acaricia con los dientes.
-Es nuestro pequeño, mi Dama Oscura. La vida se abre paso, los primates encuentran alimento tanto en la leche como en la sangre. Rosi, dale de comer al pequeño y yo te daré de comer a ti como a ella. Será el premio a tu instinto maternal. Tal vez luego abra tu vientre y te llene de pequeñas manitas de cadáveres que se guardan en este hermoso y fresco lugar.
Rosi no puede hablar, sólo sentir el terror que se esconde en cada una de las palabras. Lo que más la asusta es el odio que se le pega a la piel y le hace un velo casi negro en los ojos que todo oscurece.
Se abre la puerta.
-¡Abel! ¿Ha llegado Rosi con un bebé? Necesito ya el acta de defunción para que la firmen sus padres.
-Abel está muerto, doctor Pérez. Si acerca su oído a la pared aún podrá escuchar sus gritos de dolor. La agonía de un ser vivo queda enterrada en cada poro molecular de todas las materias. Sólo hay que prestar atención -dice ya con el puñal en su mano.
La Dama Oscura se ha sacado el pene de la boca y manteniéndolo como un micro en sus labios, observa la escena con sus enormes ojos oscuros entrecerrados.
Pérez se ha quedado mudo y se encuentra con la mirada de Rosi. Ésta le pide ayuda con la mirada, con más potencia que si lo hiciera con alaridos.
-No hay acta alguna, el pequeño Pablo está vivo, mucho más vivo que tú -666 de un salto se ha plantado frente a Pérez y le ha rajado la pared intestinal con el puñal.
El médico intenta sujetar sus intestinos, pero se le derraman entre los dedos como la arena seca del desierto.
666 se acerca a su cara moribunda.
-Has muerto tú antes que un bebé muerto. ¿No es increíble lo que puedo hacer?
Acto seguido, 666 le palmea las nalgas con fuerza con lo que a Pérez se le escapan las tripas que caen al suelo con un ruido húmedo, un chapoteo obsceno.
-¿Te gusta que te hagan esto? ¿No quieres llorar?
Perez ha caído al suelo, sobre sus propias vísceras. 666 clava el puñal en la nuca. El médico queda inmóvil como un muñeco sin pilas.
El pecho de Rosi es un óleo rojo y el bebé no deja de gruñir y mamar la sangre, su manita derecha se aferra al pezón, sus finas uñas se han hundido muy dentro de la mama. Rosi siente vaciarse de sangre y ya nada importa. Tal vez cuando muera, dejará de beberla.
Y el bebé mama su vida con una letanía incansable y monótona:
-Soy el hijo atroz de la humanidad. Soy lo que nunca debería haber nacido.
Lentamente cierra sus ojos muriendo al fin, dejando caer al bebé que se golpea contra un taburete de acero hundiendo su cráneo. Sus pequeños pulmones lanzan alaridos de dolor. La Dama Oscura se pone en pie y lo coge por un pie, elevándolo hasta que puede mirar directamente a sus ojos negros y muertos.
-¿Te duele mucho Pablito? Necesitas un buen sueño. Necesitas morir de verdad. Es una mala vida esta.
666 se acerca al bebé pisando el pecho de Rosi y escondiendo el puñal, clavándolo entre sus omoplatos.
Acaricia el cráneo hundido del bebé y cesa el llanto.
-Soy papá, mi pequeño. Ahora vamos a pasear un poco. Tienes que ver el lugar donde hubieras crecido, o al menos una pequeña parte, no tienes mucho tiempo de vida. Tus padres tienen que saber que no estás muerto. Y por ellos, muchos primates sabrán que nacen niños muertos que comen sangre y carne. Niños... Muertos como el futuro de la humanidad. No te amo, no te deseo, pequeño mono. ¿Recuerdas cómo mamá lloró cuando toqué su vientre en aquel ascensor del consultorio? Y tú moriste en ese momento, sólo faltaban unas horas para que nacieras. Su ombligo se tornó negro como carne podrida. Y mi maldad entró quemando toda vida y humanidad por ese cordón umbilical.
Sus dedos tiemblan por no hundirse en los ojos del niño, necesita todo el control para no aplastar los ojos que él mismo creó.
La Dama Oscura desabrocha su pantalón, está observando con excitación ese momento de peligro en el que el ser que más ama podría poner de manifiesto la pasión de su maldad infinita. Y se acaricia el vértice superior de su vagina, masajeando el clítoris suavemente. Conteniendo un placer que apenas puede frenar en sus labios.
666 no aplasta sus ojos, pero le arranca de un bocado los dedos índice y corazón de la manita derecha para luego escupirlos en la cara de la enfermera. No mana sangre de los muñones del pequeño; pero sus gritos de dolor son tan potentes que sus pequeñas cuerdas vocales se hieren y lanza pequeñas gotas de sangre.
666 coge una bata blanca de un armario de acero y le da otra a la Dama Oscura. Ella se ha prendido la identificación de la enfermera sin preocuparse en limpiarla de sangre. 666 no se ha colocado identificación alguna, simplemente se ha encendido un enorme Partagás.
Ambos salen besándose los labios con el bebé y su mantita azul cubriendo su cuerpo y ahogando un poco sus gritos.
Caminando por el largo pasillo dirección al ascensor, las paredes parecen doblarse para mantenerse a más distancia del mal.
-¿Vamos a ver a Lucinda y a Pedro? -son los padres de Pablo -Tú consuelas a la madre y yo al padre -el ascensor cierra sus puertas cuando han entrado y la Dama Oscura pulsa el botón del octavo piso.
En la sexta planta el ascensor se detiene e intenta entrar un enfermero empujando una silla de ruedas con una embarazada pálida y de ojos lagrimosos.
666 lanza una fuerte patada a la barriga de la mujer y lanza la silla, al enfermero y la embarazada contra la pared. Se cierra la puerta y el ascensor sigue subiendo ya hasta la planta de ingresos.
Conoce donde se encuentra la habitación de los padres de la misma forma que conoce donde se encuentra cada humano del planeta. A veces cree que le duele la cabeza por un exceso de datos.
La Dama Oscura ostenta un resquicio de tristeza en su mirada observando los brazos amoratados e inquietos que asoman entre la manta que 666 lleva en brazos. A veces tiene breves abcesos de humanidad y 666 los siente como un dolor. No quiere que su Dama Oscura sienta ningún tipo de pena. Es el único ser al que protege de todo, incluso de sí mismo. Y él teme que un día no la pueda proteger de si mismo.
La abraza.
-Mi Dama, ésto no es vida, esto no se parece en nada a lo que podría un día crecer. Ni siquiera tendría la opción de ser más que un engendro del infierno. Ni bueno ni malo. No podría nunca elegir ni siquiera un pensamiento. Es nuestra bestia, una creación que solo cabe en nuestro infierno y sirve de condenación a los primates. Olvida que un día fuiste humana. Olvida que un día fuiste inferior.
666 la abraza y caminan juntos rumbo a otra masacre, a otra cosa que debe hacerse.
Viéndolos sin prestar demasiada atención, podría parecer un matrimonio con su hijo recién nacido en brazos. Sólo que la Dama Oscura es demasiado voluptuosa, no aparenta cansancio y el médico a pesar de la bata blanca, provoca desconfianza.
Tampoco puede ocultarse un fuerte olor a podredumbre a medida que avanzan y que provoca un escalofrío en la piel de la gente con la que se cruzan.
Cuando llegan a la habitación 869, Lucinda se encuentra bajo los efectos de la anestesia y Pedro dormita. Hay una atmósfera de tristeza y dolor densa como el gas iperita.
En las habitaciones donde se duerme con la muerte, huele especialmente mal.
666 aspira ese aroma con delectación, relamiéndose con una ostentosa sonrisa que hace el dolor más extremo aún. Que convierte en una absoluta burla la vida.
-Sobre esta roca edificaré mi iglesia, Pedro. Eso dijo ese Dios maricón. No me gustan los monos llamados Pedro, son especialmente santurrones. Especialmente becerros. Vengo a mostrarte a tu hijo, aún que está no muerto.
Pedro dirige la mirada a 666, es pleno mediodía pero las persianas están bajadas y se encuentran en la penumbra que crean las rendijas. En sus brazos, aquel hombre enorme y por alguna razón inabarcable por la mirada, le ha dejado un cuerpo animado que gruñe como una especie de alimaña moribunda. Sus manitas salen de la mantita reconociendo al padre y arañan dolorosamente sus labios. El hombre descubre su rostro y lanza un grito de horror; pero entre los ojos violáceos, los dientes amarillos y la negra sangre que mana de la herida de su cabeza consigue encontrar en él un vínculo de sangre. Es algo instintivo. Besa su rostro helado y siente sin asco el hedor de lo podrido.
La Dama Oscura le arranca de los brazos a Pablo. 666 le obliga a volver a sentarse y con el puñal hace un profundo corte en la ingle.
-Yo te vacío, Pedro. Vais a ser el horror inexplicable en un día vulgar. No hay razón alguna para ello. Y tampoco encuentro razón alguna para que hubiérais tenido una vida normal como padres con vuestro pequeño Pablo.
Pedro se deja matar cansado, asqueado, apenado, no le apetece vivir, aunque tampoco pone especial interés en morir. Su cara es una máscara que refleja nada.
-Lucinda, es tu hijo -la Dama Oscura le ha colocado desnudo al pequeño Pablo en el pecho. Lucinda despierta ante el inhumano helor de aquel cuerpo.
-¡Mamá, mamá! Dame calor con tu piel, tu hijo está frío. Tu hijo está muerto.
-Es mi Pablo -pronuncia la madre con una profunda debilidad, ebria de anestesia, cansancio y dolor.
-Ámalo ahora, os queda poco tiempo -musita en su oído la Dama Oscura, con un tono tan bajo que incluso la no respiración de Pablo dificulta el sonido que sale de sus labios.
666 ha escuchado casi con pena las palabras de la Dama Oscura, su escasa preocupación por su estado de ánimo se esfuma cuando con la fina daga que esconde en la parte interna de sus muslos, hiere los dos pulmones de Lucinda. La Dama Oscura es ahora pura maldad.
Pedro lanza un grueso chorro de sangre por su entrepierna, está muriendo a una gran velocidad. A medida que se siente más débil, gime con más fuerza. Lucinda aspira aire y expulsa sangre por labios y nariz.
Morirán ambos al tiempo, 666 es perfecto. Es la perfección maldita, como existe la perfección divina.
666 arranca del pecho de Lucinda al bebé no muerto.
El bebé gime.
-Creo en ti Padre Malvado, Rey de la No Vida, de la Inexistencia y de lo Profano e Inhumano. No me mates, no me dejes aquí. Dame vida, dame dolor. No dejes que mis ojos se cierren. Quiero vivir.
-¡Calla, mierdecilla! -dice con un siseo sobrecogedor 666.
Coloca el cuerpo de Pablo de espaldas contra la puerta, en el bolsillo superior de la bata, hay cuatro lápices. Usa uno para atravesar el pequeño pie derecho y clavarlo a la puerta.
El grito provoca el grito de sus no padres. Con el otro pie hace lo mismo.
Ahora el bebé golpea con su destrozada cabeza contra la puerta lanzando alaridos de dolor y miedo.
Con dos bolígrafos inmoviliza sus manos clavándolas también. Es un Cristo invertido.
Hunde su puñal bajo el esternón y corta hasta el ombligo. Las vísceras se desprenden para quedar colgadas ocultando el rostro del pequeño Pablo que aún grita. Practica ahora dos cortes uno del ombligo hacia las costillas derechas y otro hacia las izquierdas.
Abre ambos trozos de carne y da unos pasos atrás para observar su obra. Pedro y Lucinda exhalan sus últimos suspiros con las pupilas dilatadas reflejando a su hijo destrozado y maldito que aún pide la vida a su padre verdadero.
La Dama Oscura se coloca a la espalda de 666 y le abraza el pecho hundiendo sus manos bajo la camisa, acariciando sus pectorales que parecen abrasar sus manos por el calor del mismísimo infierno. Se moja y 666 sonríe ante la humedad del coño que tiene a su espalda.
La carne que cubría el pequeño pecho de Pablo forma ahora dos alas ensangrentadas, que parecen pender rotas. Un ángel del infierno en la tierra. Un ángel descuartizado.
La Dama Oscura hace un par de fotografías con el teléfono móvil.
-Lo subiré a Facebook en cuanto lleguemos a nuestra húmeda y oscura cueva.
666 sonríe. Lanza una poderosa carcajada que congestiona de horror los rostros de Lucinda y Pedro.
Así mueren, con el rostro distorsionado por la maldad pura.
-¿Crees que entenderán tu obra, mi Dios?
-No han de entender nada, mi Dama Oscura. Sólo han de temer. Sólo han de sentirse inútiles e incapaces de evitar el dolor y la tragedia. Cuanto más teman y menos entiendan, más sufrirán.
Ni matándolos a millones entenderían que ni a nuestros hijos, si los tuviéramos, amamos y que el acto de morir bajo nuestra voluntad es el premio a una vida que un Dios melífluo y homosexual dictó. Sólo nos debemos a nuestros placeres y a nuestros instintos. No entenderían que ellos son la parte tarada de una creación y nuestro alimento espiritual. Es demasiado complicado.
Ambos salen de la habitación, 666 ha metido los dedos entre los glúteos de la Dama Oscura y ésta siente su vagina inundarse.
Tal vez 666 no pueda ver la lágrima que se desliza rauda por el rostro de la Oscura, está encendiéndose otro Partagás número dos millones.
Siempre sangriento: 666


Iconoclasta

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666 Insensible



¿Sabéis lo que tiene realmente mérito?
Caminar por en medio de la manada sin sentirse especialmente asqueado. Conservar el buen humor a pesar de la imbecilidad reinante.
No es fácil, requiere mucho auto-control y sentirse completamente desligado del dolor. Como el matarife que se pasa el día matando vacas y cerdos. Dijéramos que es algo cotidiano como el bocadillo de tortilla de los obreros.
No se puede ejercer bien el mal si aflora un solo sentimiento de lástima o misericordia. Dejando de lado todo eso de los escrúpulos, no existe ni una sola razón por la que deba perdonar el dolor y la ruindad que le voy a provocar a mi víctima. Estar vivo es de por sí un deporte de riesgo y en esta mierda de civilización, en la que el todoimbécilpoderosoDiosdemierda ha dejado al hombre a sus anchas y como cima de la cadena alimenticia; alguien tiene que ejercer de predador, porque hay mucho humano.
Pero no tengo prisa, soy caprichoso y me gusta centrarme de vez en cuando en un individuo. Me gusta que la gente que está cerca de él se maraville ante la mala suerte y el dolor que tiene que soportar porque a mí me da la gana. Así que mientras un cáncer le pudre el hígado, una diabetes le obliga a pincharse insulina enterrando a su hijo muerto en accidente de moto.
Y su dolor sólo cesará cuando muera. Cuando llegue a casa, seguramente le habré preparado una embolia que lo postrará en un hospital durante tres semanas.
Y lo bueno de esto, es que el dios al que rezan, ese cabrón hipócrita, lo sabe y no les hace ni puto caso. Está muy ocupado sodomizando a sus bellos arcángeles, el muy proxeneta.
Soy portador de todas las enfermedades y no me importa contagiar el sida a la ilusionada mujercita que va a la discoteca hortera de turno o al maricón más sensible del planeta.
Los jodo a todos por igual. Sólo me interesa que haya mucho dolor y pena. Porque cuanto más hay, la peña se torna más hipócrita; se hace más cobarde al ver el mal cebarse en el prójimo. Lo tienen bien aprendido eso de cuando las barbas se pelan y toda esa mierda de saber popular.
Y cuando todo el rebaño comienza a rebuznar y berrear, es porque me presienten sin saberlo. Entonces se crean maratones de beneficencia en los medios de comunicación y pueden hacer su buena acción del lustro dando una mierda de dinero que se quedarán los que participan en las ONGs para tener alojamiento gratis durante un mes en el país que eligen como destino turístico.
Es entonces cuando comienza la verdadera diversión, cuando me lo paso bien. Cuando estallan guerras que suman muertos, hambre y huérfanos. Y nunca llega el dinero.
Es entonces cuando los que recogen el dinero piensan que como no va a servir para nada, lo cambian por cocaína.
Pero en el fondo de mi podrido corazón hay el deseo de hacer una humanidad mejor matando la mala hierba, lo que no sirve.
Y tenéis que ver mi mérito en ello, ahora nacen niños que no deberían nacer naturalmente, bien por tara de los padres o porque simplemente esos padres no sirven para reproducirse, su mensaje genético podría ser defectuoso. A pesar de ello, los médicos consiguen dejar preñada a la mujer.
Yo mataré a su hijo que tanto le ha costado parir tras unos años.
Alguien debe frenar esto. Paliar la gangrena genética del humano.
Perdonad que haya filosofado más de lo habitual. Simplemente era una forma de comunicar que mis deseos de seguir realizando mi trabajo siguen en pleno apogeo y que el puto dios que está en el jodido cielo no hará nada por ayudar a mis víctimas. Principalmente porque tengo amenazado de muerte a su querido Gabriel.
Para que veáis que dios es un cobarde.
Y parte de esta sensibilidad con la que me he comunicado con vosotros, nace directamente de mis cojones. De la cálida mano de mi Dama Oscura.
Ella mantiene mi falo erecto y pegado al pubis mientras lame mis huevos, los aspira; los chupa como gominolas.
Le he metido el dedo pulgar del pie en el coño y se mece con él dentro, sentada en él.
El hijo del diabético que antes os he puesto como ejemplo está frente a nos, encadenado; tal vez no sabe que está muerto, tampoco sabe que espera a que me haya corrido para ordenar el lugar donde deben encerrarlo mis crueles.
La columna vertebral ha roto la carne y la piel que la cubre un trozo irregular de hueso asoma por su espalda. No le duele aún.
Mi Dama… siento el dedo empapado en su coño, y los cojones arrugados de tanta saliva. Enredo mi puño en su melena de ébano y la encaro a mi polla. Abre la boca mirándome con deseo y yo no me preocupo en metérsela con cuidado.
Ahora ya sí, la leche ha salido y con ella, parte de mi odio. No sé como mi Dama Oscura puede conservar la calma y no matar al mundo entero tras beberse todo este semen cargado de odio y podredumbre.
— Puta… — Le susurro mientras me lame los restos que han bajado a lo largo del bálano.
En silencio queda quieta de repente, pasmada y tiesa; sigue con mi dedo metido en el coño, tiembla, cierra los ojos, se lleva la mano a la vagina cubriéndosela y deja escapar un prolongado suspiro.
Cuando se corre así, me la volvería a tirar.
— Llevad al hijo de ese desgraciado al sub-infierno de los apocados y fracasados, y cuando venga su padre, que no tardará, lo metéis con él. Y que se abracen en ese infierno triste toda la eternidad. Esta es mi orden, mis crueles.
Los crueles han salido de las sombras, veloces y casi invisibles lo han arrancado del suelo, y como llevado por el viento desaparece entre la negrura de mi oscura y húmeda cueva. Grita, grita como todos los condenados cuando saben que la esperanza ha acabado.
No tendré piedad, ni aunque me hagáis una paja con los párpados.
Ya os contaré alguna otra anécdota otro día.
Siempre sangriento: 666


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6 de abril de 2011

Errores



Contabilizo errores y no hay final. Contabilizo aciertos; pero éstos se pierden un océano de fracasos.
Es como buscar la polla en el coño de una ballena. Por la magnitud de ese coño cetáceo que es el error. Por lo micróscopico de mi polla ahí dentro: vendría a ser el único acierto.
Cuando el fracaso es todo, no importa la educación ni los buenos modos.
Estoy demasiado dolido de tanto cagarla. No importa si mis expresiones o metáforas desagradan. O degradan.
A mí nome gusta tener la polla tan pequeña y me jodo.
No sé, no me apetece leer un libro de auto-ayuda. No me gustan las supercherías. No me gustan los charlatanes del buen rollo.
Creo que la llaga que me ha salido en el glande es un error que quiere destruir mi único acierto. Aunque el error lo haya cometido a conciencia. Por lo tanto puede que sea un acierto.
A veces puedo ser tan complejo que me siento orgulloso de mi neurona.
La puta no me cobró en exceso y yo me la follé a pesar de que olía a orina, mierda y sangre podrida.
Su coño era pequeño; pero tenía toda la pus que una ballena pudiera almacenar en el suyo.
A veces meo sangre y mis calzones se manchan de un líquido amarillo espeso.
Anda algo mal en mi polla, mi único acierto.
Llega un momento en la vida en el que los errores dan risa.
Me miro la polla y sudo mierda de miedo.
En la Edad Media, una polla así como la mía, era abierta en cuatro partes en toda su longitud como un rábano para sanarla. Se me encogen las pelotas de sólo pensarlo. Yo me muero con ella podrida; pero entera.
Por eso eyaculo con una sonrisa idiota mi semen purulento en las blancas sábanas de mi vecino desde la ventana de mi habitación. Da risa pensar que en la Edad Media no se corría un mal vecino en las sábanas de un buen vecino. ¡Qué tontos!
A veces mi leche lleva gotas de sangre y le da color a la blancura inmaculada de la tela.
La puta infecciosa me cobró intereses como los usureros que se han cruzado en mi vida. Ser un hombre-error no debiera tener cargas fiscales. Solo que esos intereses los elegí yo.
A la puta le daba igual y se dejó follar. Sus tetas estaban llenas de pinchazos porque las venas de sus brazos estaban destruídas y no aceptaban más jacos de heroína. No dejaban de sangrar con cada movimiento.
No me puedo quitar de la nariz el olor de su cuerpo corrupto, de la misma forma que no me puedo sacar los errores del pensamiento.
No sé si es buen augurio, aunque me la pela porque no soy supersticioso; pero cuando descargué mi semen en su coño, ya estaba fría.
Seca como la mojama.
Se murió sin sentir placer alguno, yo creo que sentía incluso asco de que alguien como yo la usara. No es una muerte feliz cuando mueres haciendo de puta. De puta que agoniza con la sangre blanca de tanta heroína.
No fue un error mi infección: me negué a usar un condón con la puta y agónica drogadicta.
No puedo bajar el prepucio para descubrir mi glande sin morderme el labio de dolor. La costra de pus y sangre es un serio handicap para la higiene íntima.
La última vez que se descubrió mi glande, fue cuando la puta con los dientes podridos me la mamó para ponérmela dura. No me dolió, sólo me dio asco. Aún así, empujé en su boca apestosa.
Sería un ser humano, pero ésa estaba podrida de errores e intenté inyectarle los míos.
Los dos estábamos acabados, pero yo era más fuerte, o al menos mi sangre no era horchata de caballo.
Ella lo sabía tan bien como yo sabía que firmaba mi lenta muerte. Todos sabemos que cuanto peor estás, peor te trata la vida. Y así hasta que tu coño o picha se pudre y se cae a pedazos.
Así quedó mi hermana, muerta en un asiento de coche abandonado en un descampado para drogadictos.
Un error... A veces pienso que mientras se la metía, su dopado cerebro tenía breves ataques de claridad y reconocía a su hermano.
Uno de esos errores que ahora me dan risa. Ella necesitaba ayuda, ella pidió que la alojara en casa. Yo le dije que no metía a ninguna colgada en mi morada. Fuera hermana o madre.
No soy un mártir, cuando no tenía ni para tabaco, no me daban ni la colillla.
Cuando fracasé en los estudios, no me dieron un puto trabajo digno.
Cuando mi mujer me puso los cuernos, me pidieron que diera lo poco que ganaba para un hijo que no me quería ni que yo quería.
Errores...
Mierda.
Me tiré a mi hermana para purgarme de ellos. Ella era más desgraciada. Le metía mis errores con cada embestida, apretando las llagas de sus brazos llenos de pinchazos. Golpeando mi vientre contra su pelvis huesuda, sólo cubierta de piel. Ella me inoculaba sin voluntad su inmundicia directamente en la polla.
-¿De verdad no vas a usar condón?
-No... -estuve a punto de llamarla hermanita.
Le mordí un pezón y se lamentó con fuerza, en mis labios quedó el sabor a óxido de la sangre.
No me enteré en que momento murió, aún estaba caliente su seco coño cuando me salía de madre.
Ahora mi sangre es veneno puro, ahora mi polla es una inyección mortal.
He violado a mi ex-mujer con ella. En unos días su fluido vaginal apestará.
No le he dado por culo a mi hijo porque no estaba en casa.
Ha tenido suerte, más que yo.
Ha cometido menos errores que yo a su edad.
Que no se fie.
Y ahora voy a intentar suicidarme en el depósito de agua potable que abastece la ciudad, al fin y al cabo trabajo allí.
Os vais a beber todos mis putos errores.
Y cuando vuestra propia sangre os mate, cuando la infección os haga delirar; reíros de vuestros fallos, porque eso le da a la vida una alegría que antes no conocíamos.
No todos habéis tenido la suerte de follaros a vuestra hermana puta y enferma, pero si podéis, no dejéis de hacerlo.
Libera más presión que un psicólogo idiota.


La imagen es idea y diseño de Aragggón, me quiere demasiado, injustamente.




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30 de marzo de 2011

El probador de condones y un documental



Estaba viendo un documental del mar, dicen que el más caro de la historia: que si rodado en HD, que si meses de grabación, la hostia puta de horas de post-producción, no sé cuantos kilos de caviar y salmón ahumado para el director y el doble de sardina barata para el resto del equipo…
Pues para alguien tan instruido como yo, ese documental era lo mismo que todos los que había visto. La única diferencia estaba en que los pescados hacían ruidos graciosos. Incluso las anémonas hacían ruiditos dignos de una película de Walt Disney. A los cinco minutos de empezar a ver el documental, y en vista de que no salía el consabido tiburón blanco comiéndose un cachorro de foca, o bien el apareamiento de los delfines con su hocico consoladoriforme; me abrigué la picha con un condón y di descanso a mi poderosa psique.
Cuando te pasas todo el día probando condones, al final sientes la necesidad de abrigar el pene. Es inercia, costumbre. Una muy buena costumbre que relaja.
Y así, viendo como una manada de turistas se emocionaba por acariciar una ballena (cosa a la que no encuentro gracia alguna) me quedé dormido.
Será porque me paso el día follando por lo que soñé que follaba: pero en lugar de probar el condón con sabor a Algas del Caribe con la hija de la jefa de vaselinas y anilinas de la factoría de condones, soñé que me encontraba en una playa llena de asquerosas iguanas, observando con lujuria a una sirena de enormes tetas.
Yo me había calzado la polla con un vistoso condón serigrafiado con escamas en 3D metalizadas (creo que ahí radicaba mi pesadilla, temo que mi gusto pueda aproximarse al oriental).
Si mi polla es eficaz, mi cerebro también, es extraño que en un solo ser se dé tanta perfección: pero es algo que asumo con naturalidad y humildad para no hacer sentir inferiores al resto de mediocres humanos.
La sirena no hablaba, sólo emitía unos molestos chirridos. Olía fuerte, a pescado de días; pero tampoco era algo muy diferente al consabido olor a bacalao de todos los coños humanos.
Ella miraba fijamente mi polla enlucida con esas escamas en 3D y sus pezones estaban duros como los arrecifes coralíneos que se podían observar a través de la cristalina agua.
El follar es un lenguaje universal seas mamífero, pájaro, cerdo o pescadilla, todo el mundo sabe cuando se ha de meter en caliente. Bueno, todo el mundo no: sé de más de cien mil millones de idiotas que no diferencian el coño del agujero del culo.
Pero vamos, al final la interesada es quien les guía la polla al túnel del amor y pueden dejar su apestosa simiente en ese coño indefenso y triste porque todos esos millones de palurdos no saben arrancar ni un segundo de placer a su hembra.
Sólo tienen hijos y se sienten orgullosos no sé porque; yo tendría miles de hijos y no me siento especialmente orgulloso.
De cualquier forma hay mucha incultura, porque no sólo existen los condones para evitar embarazos no deseados. Un buen aborto siempre es una salida elegante. Siempre y cuando no lleves a tu santa a la curandera que vive dos casas más arriba. Porque si ella pilla una infección, tu polla también.
Maravilloso.
Y tras esta reflexión sobre el sexo y la reproducción, me dispuse a metérsela a la sirena.
Me sentía un poco desolado, incluso triste al no ver piernas abiertas, una putada…
Pero bueno, ella levantó un poco la cola y observé aquel agujero fresco.
Soy un hombre con un gran poder de adaptación al medio.
Me acerqué a ella, le pellizqué el pezón y me enseñó los dientes con hostilidad, yo creo que quería que se lo mamara, pero a mí el pescado crudo no me va. El sushi es un alimento incivilizado, bárbaro, barato y nauseabundo.
Oriental para mayor inri.
Y tampoco soy muy tolerante con las extrañas y caprichosas culturas culinarias que no tienen tiempo de pasar el pescado por la sartén aunque sea vuelta y vuelta.
Cuando la penetré, casi se me arruga la picha de lo fría que estaba. Malditos peces de sangre fría...
Luego me recorrió un escalofrío de terror al pensar en las espinas. Pero una vez dentro, yo no me retiro porque soy valiente y lanzado.
Ella profería una especie de jadeo que era un chirrido que lejos de desanimarme me la ponía dura. Me observaba como si de un momento a otro me fuera a volver loco, esperando que así ocurriera. Pero mi poderoso pene, libre de mitomanías y miedos de clásicos cómics, continuó su proceso de redención de la libido y pronto cambió sus espantosos chirridos por un claro y coloquial: “más adentro cabrón”.
Ulises las pasó muy moradas con las sirenas porque no era tan hombre como yo.
En vista de que aprendió a hablar, le metí una sardina de premio en la boca y aquello la llevó a un grito infrahumano de placer. Entre las iguanas todo era confusión y copulaban machos con machos sin ningún tipo de escrúpulo ni de vergüenza.
Pude ver desde la roca en la que me estaba tirando a la sirenita, a un turista ya entrado en años que levantó la falda a su anciana madre mientras ésta se apoyaba en la baranda del barco para vomitar por la belleza de las ballenas y la empaló tan profundamente que a la mujer se le calló la dentadura al mar y un delfín empalmado, de un salto se la puso al alcance de la mano. Y allí se quedó, llorando de alegría con los labios hundidos, la dentadura postiza en una mano y su hijo bien metido en ella.
Aunque llorando no es lo correcto, porque la vieja lanzaba unos gritos más potentes que mi puta sirena.
El incesto es tan solo un convencionalismo y los gritos de placer de la vieja madre, así lo demuestran.
A veces la naturaleza entra en armonía y todos los seres de todos los lugares se sincronizan para el precioso apareamiento.
Y ahí me desperté, como estaba muy excitado y el condón bien colocado, llamé a mi santa que estaba en la cocina preparándome la cena, que recién había llegado de trabajar.
-Chúpamela que estoy a punto.
-Cariño, tengo tus vol-au-vent a punto de salir del horno.
-Bueno, si se estropean me haces otros luego; pero ahora te necesito.
Cuando se arrodilló, ante mi pene, le pedí a mi hijo que estaba sentado a mi diestra, que bajara el volumen del televisor.
-Iconoclastito, baja ahora mismo el volumen.
-¿Y por qué no te la chupa en vuestra habitación?
-No me contestes. Mari: dile a tu hijo que no nos conteste.
-¡Nof cofteftef a tuf fadrez o de barto la cara, cabrfón” -contestó ella con su boca llena de mí.
Iconoclastito lanzó una carcajada, mi mujer se contagió y con ello le dio masaje extra a mi glande provocando que eyaculara al instante, llevado también por una risa tonta.
Los vol-au-vent olían a quemado; pero nosotros reíamos felices y yo estiraba el condón lleno de semen amenazando con dar a mi hijo o a mi santa. Al final se escapó y todos reímos felices con la cara llena de semen.
Una vez pasada la euforia, mandé a mi mujer a la cocina y a mi hijo a que se sentara en el suelo porque yo necesitaba el sillón para dormir hasta que me sirvieran la comida.
Por muchos documentales que veamos, no hay nada comparable con la familia.
Ni Costeau, ni National Geograpic. Solo consiguen repetirse hasta el aburrimiento.
Hay que follar más y ver menos tele.
Buen sexo.



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Yo puta



El nahual o nahualli (lo que es mi vestidura o piel) es un personaje
mitológico azteca con la habilidad de transformarse
en animal por las noches. N.A.

El día gris cae sobre mi espalda. Los demonios tras las puertas se esconden y escurren sus pasos mientras camino. La piel se ha craquelado, soy como el viejo árbol del parque que ya no desea dar sombra. Soy la sombra misma a la que nadie quiere acercarse. Mi frialdad escalda las pieles, he perdido la tibieza.
Doy pena.
Nadie quiere hablarle a un ser que mira con los ojos cristalinos inyectados de sangre pasada, de párpados caídos.
La gracia ha caducado.
Los labios pegados se desprenden llevándose tiras de piel. Una rendija salada se ha vuelto cristal cortante. Nadie quiere escuchar palabras mudas con olor a moho. Gesticulaciones inservibles que aburrirían al psiquiatra más experto, incluso no lo creería.
Un nahual encima del colchón rancio me vigila sentado, no se quita desde hace días, apenas deja un espacio para que pueda descansar la espalda entumida. Se saborea cuando dejo descubiertos mis omóplatos. En esta ciudad no hay buitres, pero si un nahual hambriento que espera mi muerte. No es que tenga jugosas carnes pero si hay huesos listos para triturar.
La carne ya ha sido usada tantas veces en esta vida que no queda nada.
Los tristes pezones han fallecido antes que yo, son tan pesados que los pechos son dos bolsas largas y estiradas sin rigidez alguna. No los quiero. Nadie los querría ahora. Han pasado tantas manos sobre ellos, tantas lenguas, tantos dientes, tanta baba…
Unos labios vencidos cuelgan entre mis piernas. Un pubis que no derrama más que pus y hedor. Ámpulas transparentes que mis uñas desgarran haciendo más denso el aire. Nadie se acercaría ahora a mí.
Tengo sed.
He bebido tanto semen a lo largo de mi vida, de mi puta vida, que no puedo despegar la lengua y las palabras se quedan rezagadas en el paladar de la esperanza. Si pudiera gritar ofendería a todos los que untaban sus cerdas manos en mi brillante clítoris. Solo hay un vómito revolviéndose entre mi garganta. Regurgito fluidos de billetes ya gastados que colocaban con burla enrollados en mi vagina.
Ni una sola mano pudo acariciar un trozo de carne con miserable ternura. No hubo ojos nobles que acunaran el alma abandonada con caridad. Solo hipocresías que hoy me llenan de líquido los tobillos, esos que algún día dibujaron con sus leguas hediondas, que calzaron las zapatillas por horas de noche en las aceras buscando monedas.
¿Un abrazo podría salvarme? Seguramente no.
El nahual espera mi último respiro para llevarse al aliento de vida entre los colmillos. Seré un cuello con venas colgantes entre sus mandíbulas. Y victorioso caminará hacia su transformación desquiciante.
Fui alimento de placeres pagados en falos efervescentes de lujuria barata. Una bacinica de semen colectivo recorriendo con la mirada una esperanza en las madrugadas sin luz. Una voluptuosa figura está caduca.
Llegó mi mejor postor. Ha comprado la mercancía más barata. Le tiendo mis dedos arrugados acercándome al lugar donde me espera, se agazapa con miedo a mi entrega.
He tenido un buen negocio esta noche, he vendido mierda a cambio de silencio…eterno.

Aragggón
29032011 2017

23 de marzo de 2011

Mierdosas divinidades


Si pudiera escribir a alguien que le importara algo de mi vida, le diría que la vida ha sido larga hasta ahora.
Que me siento un poco cansado.
Si ese alguien que me escucha, le importo de verdad, sólo puede ser alguien poderoso; porque sólo alguien importante podría interesarse por mis miserias.
Soy demasiado vulgar para despertar interés.
Le pediría que es hora de paz; que ha llegado el momento en el que yo, cosa inane, deje de tener protagonismo.
No valgo tanto como para que un dios de mierda me preste tanta atención, no necesito que me jodan las divinidades. Soy humilde y sencillo. Quiero pasar desapercibido para los putos dioses.
No necesito que nadie ni nada piense en mí. Sólo Ella.
No quiero que un dios de mierda con sus proverbiales y piojosos designios me siga prestando su atención. Los hay necesitados, los hay malos. Los hay que deben morir.
Yo quiero ser ignorado por ellos.
Si Cristo en persona me diera su bendición, le diría que no me amara, que no intentara redimirme. Que ni se me acerque con su mierdosa misericordia. Porque si existiera, él sería el responsable de mis años de frustración y soledad.
Le diría que gracias a mi humana fuerza y entereza, he encontrado el amor, a pesar de él, a pesar de todos los dioses y deidades de este jodido mundo.
No existo, eso les diría. Que me dejen en paz esas mierdosas divinidades.



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20 de marzo de 2011

Vida anal



Sujeta firmemente la cuchilla de afeitar y practica un profundo corte en el brazo. La carne se abre perezosa, como una sonrisa cansada. Como una especie de vulva estéril que se llena de sangre hasta rebosar.
No tiene tabaco con que distraerse.
No es un corte indoloro, como no es indolora la penetración anal.
Es más elegante el corte profundo y devastador en el brazo que mearse por un exceso de presión en la próstata. Es cuestión de disciplina mental.
Aunque con el tiempo, de la sodomización se extrae placer. Y muchas veces un pene sucio de mierda; pero no acaba de ver elitismo alguno en el esfínter herniado.
Del brazo, de ese profundo corte no sale excremento alguno, lo cual ya no aporta visión de mierda. Lo cual denota cierta elegancia.
Del brazo mana vida pura. Hay tal exceso de presión que es necesario liberar sangre. Hay poca sangre y mucho tiempo. La vida puede ser subjetivamente corta o larga. Todo depende de lo profundo del corte.
Como ocurre con la sodomización: puede ser placentera o dolorosa.
La vida es anal.
Es el corolario perfecto.
Y cuando se es tan fuerte como él, la vida no es fácil.
Porque te rompes.
Si eres fuerte no hay otra opción que partirse.
Los débiles por ser poco agraciados genéticamente por un cerebro lerdo y conformista, se doblan. Se pliegan multitud de veces sobre si mismos. Y así caben en cualquier parte, en cualquier cajón.
Y se almacenan sus ideas baratas y anodinas en el mismo vertedero donde ha acabado el papel que se ha usado para limpiar el pene sodomizador lleno de mierda.
En la punta de la polla que lo avasalla, está la foto de su hijo.
Y en los labios de su exmujer hay mierda.
No basta esa sangre que brota. No duele, ha de derramarse más. Se siente tan fuerte y con tanta energía que no encuentra cosas importantes que romper. No vale la pena destruir nada de lo que su vista enfoca, no satisface suficiente la idea de la destrucción.
Sin embargo es inevitable una ira cancerígena.
Sangre y destrucción.
¿Qué puede perder?
Cuando no queda nada no hay miedo y mucha ira. Mucho rencor.
Es delicioso sentirse libre de prejuicios y moralidades. Sentirse tan desgraciado que no importa nada.
Coloca un cd en el reproductor, pero lo ha manchado de sangre, el aparato dice que no hay disco.
Lo lanza con un grito inhumano contra el suelo y todos esos pedazos lo sumen en un breve éxtasis. Y durante ese instante de paz, todo se llena de mierda otra vez. Su cerebro ha perdido cualquier tipo de imagen o recuerdo tranquilizador.
La vida se le ha metido por el culo y le duele.
Su furia crece con un ritmo cardíaco enloquecedor. Su pene está duro; pero no es deseo sexual, solo la presión de una vida que se siente enclaustrada en un cuerpo incapaz de hacer el suficiente daño.
El dinero es importante como la sangre y cuando no hay dinero, queda la ira. El dinero es vida, el dinero es anal.
El trabajo es un pene que sodomiza y al final da cierto placer.
Ha perdido el trabajo, ha perdido el dinero. Ha perdido el placer.
La vida es anal y ahora huele a mierda.
Como le debe oler el coño a su mujer que lo ha abandonado y ahora la folla un cerdo de pene mierdoso.
Quisiera poder clavar los dedos en las paredes y derribar edificios llenos de seres humanos. De cualquier raza, sexo o condición. La ira no es racista ni clasista.
Hacer algo trascendente.
El dolor es lo que más fácilmente trasciende.
El humano es como los perros: recuerda el dolor y su comportamiento se condiciona en torno a galleta-castigo.
Se cubre con fuerza la herida del brazo con cinta adhesiva que sirvió para precintar en su momento cajas de cartón llenas de papel higiénico.
Es uno de esos días en los que las asociaciones de ideas parecen revelaciones.
La mierda conduce a la basura y la sangre derramada se limpia con un papel cuyo destino es disolverse en más porquería.
Es cuestión de cortar algo más doloroso. El pezón izquierdo cae al suelo y se caga en dios. No tiene cuidado alguno con la cuchilla y se corta los dedos índice y pulgar; pero eso no duele nada.
El pecho bañado en sangre alivia la presión con más fuerza, es mucho más efectivo. Se viste unos vaqueros y una camiseta oscura y sale a la calle a ofender e incomodar a los doblados y plegados.
La sangre empapa la ropa y la chusma no se fija en él hasta que su rostro suda con una palidez cerúlea.
Cuando las gotitas de sangre que caen de su ropaje forman ya un rastro tan obvio como las cagadas de los perros y la basura en las esquinas de las calles, los débiles no ven otra cosa que un hombre drogado, enfermo, loco…
No ven la mierda que ha salido de sus anos y que se encuentra en la punta del bálano de sus amos sodomitas.
No vale la pena matar ni destruir; pero tamopoco hay otra cosa mejor que hacer.
No tiene trabajo, no tiene placer, no puede comprar amor en ninguna parte. Las buenas putas exigen demasiado. Los hijos son caros.
Le tiene que proponer a su hijo que se fotografíe desnudo para colgar sus fotos en internet, es una forma de ganar dinero como otra cualquiera.
Al final todo es prostitución.
Es mejor morir ofendiendo. Es la única forma de ser contundente, claro y dejar un recuerdo.
La cuchilla baila en sus dedos nerviosos. Cortando.
Sirenas… Se aproximan. Son cantos de idiotez: policías que no tienen más utilidad que gastar recursos sin ningún fin.
Como los médicos que no curan. Hay gente que no merece ser curada.
Como jueces y magistrados masturbándose ante el testimonio de una violación.
El hombre está cansado, piensa que camina; pero ha apoyado la espalda en un árbol y percibe la orina de los perros por encima de los gases quemados del tráfico.
Alguien le pregunta si se encuentra bien.
Dice que sí, que salvo un asco infinito que le pudre la sangre que deja manar, todo está bien. Y salvo por el hecho de que perdió el trabajo y ya ha agotado la prestación de desempleo.
El dinero hace la felicidad, compra amor, compra vida, compra comida.
Sin dinero la vida es más anal que nunca y duele el pene que presiona en el intestino grueso.
Se arranca la cinta del brazo ante el murmullo de asco y asombro del grupo de gente que lo observa casi con miedo. Temen más a la insania que lo que la sangre pudiera llevar de enfermedades.
Su hijo le guarda el rencor de meses de malhumor, de meses sin dinero. No quiere a su hijo de la misma forma que él no lo quiere ahora.
La sangre que mana es espesa como un moco.
El dinero compra amor y compra cariños. Compra hijos.
Tal vez el que folla a su mujer también folle al hijo. La vida es anal y cuando el pequeño se dé cuenta de que caga sangre, será tarde.
Le dejará en herencia su cuchilla para que se corte la carne cuando sea necesario. Porque cuando su culo se dilate hasta lo máximo, necesitará drenar el exceso de vida.
El hombre-castigo jadea jalando de los últimos centimetros de cinta y la sangre brota con más alegría cuando se abre la herida para que entre la luz en su cuerpo. Es todo tan oscuro...
La horrible sonrisa se muestra obscena y dolorosa en el antebrazo y ahora parece una vagina tumefacta, ya infectada. Duele con solo mirar.
La policía se aproxima abriéndose paso entre la gente. El calor evapora la sangre y deja restos que huelen. El calor del planeta pudre la vida, textualmente.
Una mujer histérica se desmaya, aunque no es verdad, sólo miente para llamar la atención, alguien la sujeta para que no caiga al suelo y apenas la hacen caso, porque el hombre-castigo está levantando la camiseta para mostrar su estigma.
Donde hubo un pezón, se ha formado una costra de tela y carne. Y cuando la tela se despega, el ruido a tejido rasgado y arrancado parece subir por encima del bullicio ambiental y los vulgares que están en primera fila, se lleven las manos a los pechos como si fueran sus pezones los seccionados.
Y siguen mirando.
A través de su nebulosa visión puede ver un par de uniformes avanzando entre la chusma que lo observa. La mujer desmayada ya está en pie de nuevo porque nadie le hace puto caso.
El hombre-castigo avanza hacia ella y con parte de la cuchilla clavada en su dedos, le corta profundamente la mejilla, desde el ojo derecho hasta el maxilar inferior, hundiéndola con fuerza, sintiendo como el metal araña el hueso.
No se desmaya la mujer, solo grita como un animal. Y el resto de animales se separa de él, salen de su ensimismamiento para entrar de lleno en la dimensión del pánico. La mujer cae al suelo sujetando el tejido de su cara y derramando vida que huele a mierda. O eso es lo que el olfato del hombre le hace creer.
Se aleja con paso presuroso de los policías que ahora corren hacia él gritándole que se detenga. La chusma le ha abierto un pasadizo, temen a la casi imperciptible cuchilla que corta los dedos del loco y la carne que está próxima.
Nadie debería temer a una cuchilla tan pequeña, pero la cobardía abunda tanto como la estupidez y así, un pequeño trozo de metal inmoviliza a los idiotas como conejos frente a los focos de los coches.
Les grita a los policías que no tiene dinero para tabaco, que necesita fumar y corriendo se corta el pezón que queda. Ante ellos que le apuntan con las armas.
Y esos mastines del poder sudan ante el pecho que sangra y ante la insania, no disparan, no hay razón para matar. Desafortunadamente.
Tal vez sea porque con menos sangre se pesa menos y se gana por tanto en velocidad. El hombre-castigo consigue arrancar a sus piernas fuerza para correr, la suficiente para que pueda alejarse de los perros que lo intentan cazar. Aunque corriera a seis match, nunca se alejaría lo suficiente. Piensa que es una tontería, porque no tiene dinero ni para combustible.
Cruza la calle sin mirar y un coche lo golpea. Cae con un trallazo de dolor y el hombro dislocado es un suave dolor. Lo que duele infinito es jadear y que se muevan las heridas de su pecho. Pronto se romperá del todo y se habrá acabado la historia.
Los policías le siguen ordenando que se detenga. Han pedido por radio una ambulancia y otro par de coches patrulla se unen a la persecución e intentan mantenerse cerca del hombre-castigo.
Es una persecución imbécil y sin sentido, si los policías no fueran tan idiotas como sus amos, lo habrían apresado ya. Pero tienen miedo: sangra mucho, está demasiado alienado. Los idiotas temen que la locura se pueda contagiar. El resto de borregos observa a prudente distancia. Memorizan actos y detalles para luego contar como testigos de primera lo ocurrido en sus casas, a los amigos en el bar o en el trabajo.
Ahora corre por una calle cuesta abajo, ha perdido un zapato y ha pisado con un pie desnudo una mierda de perro, cosa que le da asco y lo enfurece. Al pasar casi rozando a un hombre que intenta dejarle vía libre corta su cuello con la cuchilla sin llegar a profundizar demasiado. Ni siquiera gravemente, es una cuchilla solamente.
Hay hombres que parecen muy fuertes, que tienen apariencia de curtidos y de ser valientes. Pero éste grita como una rata herida, está tan asustado que piensa que el corte es profundo. Debería asustarle la posibilidad de contagio de imbecilidad por una cuchilla que ha cortado demasiado en tan pocas horas.
La policía piensa que es suficiente, que es mejor disparar y matar, por otro lado están cansados de correr y trabajar.
Los primeros disparos llegan cuando atraviesa un desierto tramo de calle cerrada al público por obras. Las balas pasan muy lejos del hombre-castigo. Es difícil matar cuando no se está acostumbrado a ello.
Le gustaría comprar, antes de morir, un cajetilla de tabaco; siente curiosidad por saber si el humo del tabaco le saldría por las heridas del pecho. Y por otro lado, está un poco nervioso. Se podría sentar a fumar un par de cigarros en cualquier banco mientras los policías le disparan e intentan acertarle.
Ahora, a la par que los policías, corre personal sanitario. Le empieza a recordar las películas cómicas mudas.
Suena un alto por enésima vez y un estampido.
Ahora no pueden disparar, hay demasiada gente en la rambla.
No es que quiera hacer daño, pero hay tanta carne junta que la cuchilla entre sus dedos siempre encuentra algo que cortar.
Un ciudadano valiente lo empuja y lo hace caer al suelo, intenta mantenerlo ahí con los pies, como si fuera un animal hasta que lleguen los policías y le den una galleta como premio. El hombre-castigo consigue cortar los tendones de su empeine derecho y cae el colaboracionista muy cerca de él. Le corta un ojo por error al intentar cortar el cuello.
Se levanta de nuevo, no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. El hecho de elevarse lo hace jadear. Su brazo es una bomba de presión. Su pecho es un ardor que se extiende desde las heridas de los pezones hasta las mismísimas ingles.
Los cuerpos le protegen la vida, no pueden disparar muy a su pesar.
Se pregunta cuando oirá la gran explosión, cuanto tardará en llenarse de gas su apartamento, si será suficiente para que esa gran colmena donde vive, caiga al suelo con todos los idiotas dentro. Cuando el compresor de la nevera se conecte, se creará una pequeña chispa y entonces habrá dolor, y no precisamente anal.
Aunque dada la metáfora, tendrá que ser cuidadoso con la limpieza de su polla, porque será el suyo el pene lleno de mierda.
La vida es anal para unos y para otros es fálica.
La filosofía es una disciplina directamente relacionada con los genitales y el sistema excretor.
Le gustaría vivir para verlo, o al menos para sentir el estruendo. Morir sabiendo que se lleva a muchos con él es una ilusión como otra cualquiera.
La gente lo empuja, le entorpece la carrera y los policías están tan cerca que huele sus culos.
Cruza la calle y se salva de morir aplastado por un camión.
Por un momento se queda atónito cuando llega a la acera de enfrente, su ojo se ha cerrado, pero cuando se lleva la mano a la cara, no es cuestión de párpados. Es cuestión de que una bala que ha entrado por la parte posterior de su cráneo, ha salido llevándose el ojo y unos cuantos huesos.
Es increíble la de cosas que se pueden pensar en los escasos segundos que tarda uno en morir; él juraría que ha oído una tremenda explosión, que ha oído gritos y que hay cuerpos enterrados entre cascotes, cuerpos quemados.
Penes llenos de mierda limpios por el fuego purificador.
Pero sabe que su cerebro está hecho puré, que bien podría ser una alucinación.
Prefiere morir feliz.
Y no tiene tiempo a concluir si ha muerto feliz.
Ha muerto, que no es poco.
El policía ha gritado eufórico: “¡Le dí!”. Se acabó correr, se acabó el ejercicio.
Una gran explosión le borra la sonrisa de la cara.
El agente se pregunta con harta desgana que habrá ocurrido, rascándose distraídamente las nalgas.



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15 de marzo de 2011

Lágrimas blancas




Lágrimas blancas en la sonrisa vertical,
resultado de la fatiga deseada en los impulsos de un cuerpo que hierve
poros abiertos y pupilas dilatadas…inmensidades en sus músculos tensos.
Un miembro enrojecido, líquido, cansado se recarga en mí.
Su desmayo rinde un gesto desdoblándose entre los labios de la sonrisa.
Lo tengo en mí.
Pulsa en convulsiones terminales que endurecen un clítoris que reina impune.
La saliva se salpica en medio de las palabras condensadas,
el vapor de los sudores desciende los párpados dejando mitades de miradas.
Derrama más lágrimas blancas que limpien las realidades,
baña mis suciedades con tu agua seminal,
lava mis dedos con la presión de tus explosiones,
dame de beber con el tibio brebaje de varón erguido.
Aragggón
120320111359

4 de marzo de 2011

Tinta roja



Me gusta la tinta roja porque nadie escribe con ella.
De pequeño me decían aquellos profesores de cerebro podrido, que era para corregir y para subrayar algunas cosas.
Y una mierda. Escribo con tinta roja los nombres de los muertos y de los coños que amo. Escribo de todo lo que conozco, desconozco, amo y odio.
¿De verdad no puedo escribir con tinta roja, profesores y educados ciudadanos integrados?
Hay que ser mucho más convincente y pagarme muy bien si queréis que os haga creer que aprendí algo de toda vuestra inmundicia cultural, de toda esa doctrina de moral y costumbres con la que intentasteis educarme.
La follo por el culo tan profundamente, que siento sus excrementos en la punta de mi pene.
Es como escribir en tinta roja, no es aconsejable joder así. No os gusta.
¿No lo debería haber escrito en rojo? ¿Es eso?

¿Cómo llamaríais al niño de seis años que mira excitado las mujeres desnudas de una baraja de cartas? Porque los niños se excitan, yo me excitaba…
¡Qué gusto tan misterioso en aquella pequeña polla que creció y se hizo un Jesucristo que ahora me redime con cada lechada que lanzo a presión!
Y ahora me diréis como si fuera verdad, que nunca os hicisteis una paja recordando la mata de pelo que a vuestra madre se le escapaba de las bragas cuando se abría de piernas sentada frente a vosotros para ayudaros a comer.
¿No os la pelabais? Por eso no usáis tinta roja. Prohibido decir secretos.
Me daban asco los muslos rozados y ennegrecidos de mi abuela.
¿No es correcto escribir con tinta roja?
No jodáis.
¿De verdad os gustaban esos muslos? ¡Qué asco!
¿Es mejor que me justifique diciendo que escribo en rojo porque corrijo tareas escolares?
Me masturbé desde el mismo momento que me llamó la atención la poderosa raja de mi madre cuando un día la vi meterse en la bañera.
¿Puede ser pedófilo un niño consigo mismo? Me tocaba impunemente.
¿Es mejor escribir con tinta roja o tocarse de niño?
No me excitó ver el culo de mi padre subiendo y bajando entre las piernas de mi madre.
A los padres les gusta follar; aunque luego, los muy hijoputas nos digan que eso no se hace y a sus hijas las protegen en nombre del puto dios de la decencia. Los padres no son tan especiales. Son campo abonado para la vulgaridad.
Mejor sigo cagando con la tinta roja.
A mí también me gusta follar, sólo que yo, además escribo con este color porque me sale de los huevos.
Porque en algún lugar, algún imbécil me reprendió por usar esa tinta cuando era pequeño.
Si yo hubiera sido mi padre, antes que metérsela a mi madre le hubiera mamado el coño, luego se la meto y me corro en su vientre.
Hay hijos que saben más que sus padres: YO.
En la primera comunión me dijeron que la hostia se debía dejar deshacer en la boca.
Yo mordí el estúpido, insulso y reseco cuerpo de Cristo con desdén. Aquella hostia sólo era una oblea con el mismo sabor insípido que los alimentos dietéticos con los que se atiborran las gordas y gordos.
Tengo mi propio misal escrito en rojo con palabras que hieren y desangran todas esas ideas podridas que me quisieron enseñar.
El coño de mi hermana era pequeño, el de mi madre enorme y de vulva abierta (posiblemente un exceso de hijos). Es mi lección de Barrio Sésamo: coño grande, coño pequeño.
Con las pollas pasa igual, la mía creció y ahora mi padre se avergonzaría de su tamaño mirando con tristeza la suya.
Tal vez no sea muy agradable leer esto, tal vez sea por culpa de que escribo en color rojo. El color rojo no os gusta salvo en los coches deportivos.
Los coches deportivos no tienen pollas grandes ni pequeñas, ni rajas de coño cerradas y abiertas.
El color de estas letras jode a muchos lo sé. Es el color de las correcciones, no debería escribirse con él.
¿No es hermosa la palabra “correcciones”, que en este contexto indica revisión y moralidades? Me paso las correcciones por los muslos repugnantes de mi abuela.
Soy inteligente y sexualmente rojo.
Escribo en rojo.
Soy la aguja que se clava en el iris.
Y tengo una erección.
Y el sabor levemente salado con restos de orina y viscoso fluido de su coño en mi boca.
El coño que amo es más grande que el coño de mi madre. Barrio Sésamo hoy escribe en rojo su guión.
Si os molesta, podéis “twitearme” el nabo. Con corrección, por supuesto.
¿Era grande el coño de vuestra madre? Cuando era pequeño aún no había cámaras digitales. Lástima… Me hubiera gustado subir su foto al “twiter” para que la votarais.
Escribo en rojo y no respeto nada. Tampoco hago daño, desgraciadamente.
La tinta roja no hace daño, descerebrados.
Lo que duele es mi bálano profundamente clavado en su ano. Y aún así gime la muy perversa pidiendo más.
Se os escapan los detalles importantes por culpa de vuestra aversión a la tinta roja.
Porque nadie debiera escribir con tinta roja.
No vosotros.
De hecho sólo se usa la tinta imbécil.


Iconoclasta
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3 de marzo de 2011

Ofrenda



Llevaba días sin beber agua, sin acercar siquiera una miga de pan a la boca. En su cerebro retumbaban como martillos en el acero los segundos del pequeño reloj de su delgada muñeca. La transparencia del lago colgado en el muro roto de su habitación le turbaba la mirada. Demonios nauseabundos le tomaban de mentón y la acercaban a la luna para ver su desnudez.
Dos pellejos colgaban arrugados y fláccidos de su pubis escamado. Las volutas de sus senos eran ya escurridos óleos desgastados, temblorosos sin resistencia a la gravedad. Sus pezones reposaban muertos en un gesto triste como su boca.
Los labios acartonados se han pegado a los dientes. El par de pómulos han atravesado la piel y resaltan en un gesto mortuorio.
No tiene deseo. Pero sus dedos de hueso insisten en reanimar un clítoris que muere en la sequedad de pubis desértico y lampiño. Tal vez tenga suerte de revivir un orgasmo. Sería perfecto morir con el último esfuerzo de su vagina varicosa.
Sus dedos se hunden en el orificio sin agua. No hay fluido que los haga resbalar. Sus uñas rasgan las pieles que un día fueron delicadas. Hoy son tristes paredes de papel que se inundan con sangre. Ojalá que el dolor no llegue a durar tanto que sea el último sentimiento antes de partir.
No hay muslos fuertes que la sostengan, son un par de ramas torcidas a punto de quebrarse y tiemblan para abrirse. Acerca con lentitud su mirada al lugar donde un día él bebió por borbotones, donde ella elevaba con fuerza su pubis mientras sostenía la cabeza de él obligándolo a que la llevara al extremo placer.
No puede llorar. No tiene lágrimas que hagan mover sus ojos sin ardor. Y la saliva se ha ido de su boca dejando la lengua como una piedra, nada que ver con la serpiente que reptaba rodeando el erecto falo de su amado, lo escupía y bebía…
El mundo de agua se ha ido. Su cuerpo es más árido que el Atacama por el que rondan insectos que avisan la muerte. Las moscas son el preludio.
La sangre espesa transita lenta y su clítoris no se endurece. Convulsiona con un orgasmo imaginado, recordado.
Un cúmulo de huesos en medio del sillón se está haciendo polvo. Un índice en la mordida y una mano cansada en un pubis abierto de cadera dislocada.
Extraña ofrenda al placer perdido…
Aragggón
030320110939

1 de marzo de 2011

Padre muerto, hijo no nato



Padre muerto, hijo que no existes:
El mundo es estático, no varía. Es plano como el electroencefalograma de un subnormal. Como el de una persona en coma.
Posiblemente como el mío.
Todos sufren, todos se cansan, ríen, lloran y descansan.
Yo no lo siento, todo resbala en mí. Soy impermeable a mierda y alegría.
Padre muerto, hijo no nato: el mundo es una película que he visto demasiadas veces. No hay sorpresas.
Lo poco que observo ya a través de mis ojos idiotas es un decorado que mi escasa imaginación puede crear con mucho esfuerzo. Un filtro que apenas me da ya consuelo. Es la única forma de sobrevivir.
Con mis últimas reservas de imaginación he podido durar un poco más.
Hijo: si hubieras nacido, si estuvieras te necesitaría. Necesitaría salir a pasear contigo, fumar acompañado aunque digan que es malo. Sólo una vez. Nadie salvo yo, sufre cáncer por fumar un cigarro.
Padre: quisiera ser pequeño y que no estuvieras muerto y que me dijeras que hay cosas nuevas por descubrir.
Construyo castillitos en el aire que se desmoronan con un soplido. Y cuando se tambalean pongo las manos. No tengo suficientes manos para sujetar las almenas y caen rompiéndose con un gemido que me duele aquí, muy adentro; en un punto de mi viejo cuerpo que no puedo definir, que no puedo identificar.
Caen con un ruido sordo, porque sordo me estoy quedando.
Ojalá no oyera nada, ni siquiera mis gemidos.
Hijo que no naciste: papá es viejo, ojalá estuvieras aquí para cuidarlo. No quiero cuidados. Me conformo con un poco de compañía mientras lo que queda de vida duele.
Padre: voy contigo, espérame. No me dejes solo cuando llegue. Soy tímido.
Entre las ruinas de mis castillos en el aire asoman pies de soldaditos muertos. No soy cruel con mi imaginación, pero a veces ocurren cosas.
Y es lo hermoso de imaginar, que ocurren…
Sorpresas de soldaditos muertos que no imaginé y ahí están.
Padre: no me acuerdo de tu cara. Tengo miedo.
Hijo: es tarde ya, me arrepiento de que no nacieras.
Mi imaginación está en crisis, se ha agotado. Es el fin, el Segador está cerca y mi yugular se defiende endureciéndose ante la proximidad del acero frío. Sólo es un acto reflejo, no me defenderé, estoy cansado.
Si mi padre no estuviera muerto me acercaría a él sin vergüenza para que supiera de mi tristeza. Sé que él no preguntaría y me posaría la mano en la espalda. Que callaría a mi lado y yo me confortaría viéndolo fumar.
Hijo: a veces sueño con abrazarte y engañarte, decirte que lo hago porque te quiero. Pero en realidad, sólo lo haría por un poco de calor, sería egoísta. Aún sin nacer, te quiero tanto que deseo tu calor. Sé que no es bueno que un padre llore en el hombro de un hijo. No es natural.
No consigo imaginar calidez, mi imaginación ya es fría como el cadáver del que hubiera podido ser tu abuelo.
¿Hubieras venido conmigo a pasear?
A veces sueño con muertos y con los que no existen. Y la soledad es devastadora y me siento héroe luchando contra la inexistencia. Hasta de la tristeza más absoluta arranco algo de sueños imposibles.
Estoy abandonado, hijo que no existes. No tengo ni alma, padre muerto.
No soy nada, ni el producto de mi imaginación.
Mi melancolía es potente, es pura e inmaculada como la virgen misma.
Suena música hermosa por la radio. Sería un buen momento para no estar sin vosotros, sería un buen momento para llorar disimuladamente en vuestra compañía. Padre, hijo, nieto… Deberíais existir.
Si me quedara suficiente imaginación…
Estoy vacío.
Algo hice mal, muy mal.
Y ya no tiene arreglo.
Mi imaginación está muerta como papá. No hay ni cadáver de ella. Como no lo hay del hijo que nunca nació.
No es bueno vivir así, no vale la pena.
Padre: no hay remedio, no pasa nada, estás muerto. Has salido bien parado en mi castillito en el aire.
Hijo: perdona que hayas muerto sin haber nacido si quiera. Te he matado sin ser necesario.
No me perdones, no sería justo para ti, mi pequeño…
Vuestros pies asoman entre las ruinas de un castillo roto.
Estáis tan muertos… Y yo también, es mi última imaginación.
Mis castillos en el aire son pura degeneración, mato lo que no nació y lo que está muerto.
¿Alguien da más? Posiblemente esta sea mi única sonrisa en lo que queda de sueños.
Es tarde, vamos a dormir.
Que el Segador nos encuentre dormidos aunque no existamos.
Os echo de menos padre e hijo muertos.


Iconoclasta
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Mi sexo liberado.



No soy un ángel. Fui creada humanamente. Ni siquiera soy un invento del hombre, como lo es el tiempo. Soy la contracción doliente de una hembra, el semen vertido de un macho sobre un útero que lo esperaba o tal vez no. Derramé las sangres en el momento del alumbramiento desgarrando la vagina de la mujer que después llamé madre. No hay duda de la especie a la que pertenezco, mi físico lo comprueba aunque existan momentos que me comporte de manera bestial.
Descubrí las primeras palpitaciones vaginales a muy corta edad, mientras las pinturas románticas al óleo me mostraban los pezones desnudos de las musas.
Tengo un clítoris que creció conmigo y fui consciente siempre de él. Probé mis fluidos sin miedo, descubrí el olor de mi sexo en los cambios hormonales, manché mis manos de sangre en mi primera menstruación, reconocí el placer de hundir mis dedos en la primera masturbación.
¿Y dices que me calle?
¿Me prohíbes enunciar mi cuerpo?
¿Cómo calmarás mi respiración involuntaria y agitada?
¿Cómo lograrás detener mis derrames?
Ya han inventado cinturones de castidad, pero no guantes que castren las letras, ni cascos que eviten los pensamientos, no hasta ahora. Los intentos han costado sangre, pero no han ganado del todo.
Soy la imagen que perturba la mirada, que la vuelve borrosa y lacera los lacrimales, la aguja en la córnea de los asexuados, la astilla en las uñas de los castrados que arrugan sus puños rabiosos de mi satisfecha condición.
Quitaré las pinzas que pellizcan mi sexo y pretenden callarlo, llevaré las marcas de sus intentos fallidos, continuaré abriendo con mis dedos la vulva que se derrama imparable mientras agito inquieta el botón de gracia que hace llagas sus rincones olvidados, donde alguna vez dejaron morir sus sexos.
Aragggón
010320111102

27 de febrero de 2011

En literatura no hay crímenes



En la literatura no hay límites.
No existe la pornografía, no existe la pederastia o pedofilia, no existe el crimen.
Los autores de thrillers de terror no son asesinos como no es un pederasta Vladimir Nabokov (autor de Lolita, una novela sobre un escritor que mantiene relaciones sexuales con una adolescente menor de edad).
Incultos míos: el hombre invisible no existe, ni existe 666. Creo violaciones de grandes y niños, descuartizamientos de humanos y perros.
Pero todo es M-E-N-T-I-R-A, como la novela de Nabokov o como la seria de Hannibal Lecter.
Yo creo un personaje y hago lo que me da la gana con él.
No existe pederastia ni asesinato en literatura. No hay nada más que personas que no están rabiatadas a leer, que por primera vez en su vida han escrito dos palabras seguidas aprovechando el tirón de internet y se creen académicos de la lengua y filólogos.
Yo puedo hacer lo que quiera con un niño que he imaginado, si queréis, os lo puedo servir cortado a cuartos y horneado con virutas de chocolate amargo.
Tal y como existe la ciencia ficción. Así es escribir y leer e imaginar.
Lo malo es cuando hay fotos de niños chupando pollas o coños, eso sí que es malo. Es malo cuando los niños mueren de hambre, es malo cuando los niños chinos se destrozan la espalda haciendo números de contorsionismo.
Es malo cuando (y esto es verdad) un jeque árabe llega con su harén de cien mujeres a una importante capital europea y se le hacen reverencias a pesar de que en su harén hay tal vez, más de seis o siete niñas a las que usa y que son sus esposas. Se las folla.
Esto sí que es real.
Así que primero, y antes de llevarse los dedos a la hipócrita vista ante un relato, pensad bien en el puto mundo en el que vivís.
Y pensad en esos jubilados reales que hacen viajes a Cuba y Tailandia para follar, algo que sabe hasta mi perro.
Vamos, fariseos hipócritas, no existe ningún delito en la literatura, porque simplemente, es todo imaginación. Deberíais aprender esto antes de leer y escribir.
También hay niños trabajando como esclavos, pero parece ser que escribir de ello, para vuestras estrechas mentes podría ser ofensivo.
Creo que mejor no salgáis del mundo de Walt Disney, hay cosas que no tienen remedio y los cerebros enclaustrados y sin humor e imaginación son el resultado del gran trabajo realizado por la Santa Inquisición (que existió e hizo más daño que el Follador Invisible o 666).
No jodáis, no tengo ganas de hablar de lo que es obvio.
Follar es sano y no es necesariamente para la reproducción, a menos que seáis vacas o cualquier otro animal.
Y si algo no os gusta como no me gusta a mí el mundo, no lo confundáis ni busquéis cosas raras ni os convirtáis en arcángeles de una puta decencia que es pura indecencia.
Cuando algo no me gusta procuro no leer, procuro no mirar. Y si puedo, insulto, porque yo no me callo ni necesito razones de orden moral para justificar ni criticar nada.
Simplemente tengo mis ideas muy alejadas de esta sociedad amoral, asesina e hipócrita.
Buen sexo para algunos.


Iconoclasta
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24 de febrero de 2011

Lo que debe hacerse



Yo no quiero morir; pero hay cosas que deben hacerse.
Porque morir no ocurre, morir es algo que hacemos.
No me da miedo, no tengo miedo al dolor; pero ¿sabes? No quiero volver a sentir que no estás. Quisiera morir y que el espíritu se pudra con el cuerpo. Tengo miedo de que el pensamiento sea otra cosa, otro ente. Y que sobreviva al cuerpo estropeado.
No quiero ir solo a cruzar el Aqueronte. No sin ti.
Tengo miedo; si la vida sin ti ha sido insufrible, la eternidad me matará día a día.
Muerte sobre muerte… Da miedo, da terror.
Pudrirse no importa, lo que importa y hace mucho daño es no tenerte a las mañanas, que anochezca sin ti.
Tengo un miedo que me muero.
Mi vida, destruye mi alma cuando haga lo que debo hacer. No quiero un óbolo en mis párpados. No quiero que Caronte me guíe por el Hades. No quiero que haya ojos que cubrir ni espíritu que guiar.
No quiero paraíso ni infierno.
No quiero estar solo, no quiero saber que sufres.
Tengo que morir, es mi deber, no hay problema con ello.
Soy valiente.
Pero asegúrate que muera completamente, dame el tiro preciso en la nuca para que ni una sola idea pueda sobrevivir a mi cuerpo.
Asegúrate, mi amor, que cuando me entierren mi alma no pueda salir, que no haya resquicios por donde evaporarse. O mejor que me incineren hasta la emoción más pequeña.
Y perdona que me vaya antes que tú; pero no puede ser de otra forma. Ni soportaría que fuera de otra forma. Los que nacemos antes nos vamos antes; es estúpido afirmar lo obvio; pero amarte confunde y me he de repetir lo más básico. Soy un deficiente mental cantando repetidamente en voz alta que ha de comprar una barra de pan.
Morir es algo que tenemos que hacer, no podemos dejar que ocurra. Tenemos que vivir intensamente con ímpetu. Y al final marchamos solos.
No quiero, otra vez solo no; por favor.
No sé si nos encontraremos; pero no quiero que duela el alma, tengo bastante con el dolor del cuerpo.
No quiero sobrevivirte, ni tampoco quiero sentir el horror del tiempo sin ti.
Tiene que existir el tiro justo y cabal que acabe con mi pensamiento cuando mi puto cuerpo deje de funcionar.
No dejes que vague solo sin ti.
No quiero otra eternidad esperándote, ya soy demasiado viejo, mi amor.
Y si algún dios, por alguna razón estúpida, existiera; blasfema en mi nombre, cágate en él y que mate lo que queda de mí.
Haré lo que debo hacer sin miedo al corazón reventado, a los pulmones sin aire.
Pero tú, mi amor, haz lo que sea por no dejar que mi alma sufra otra vez.
Hasta nunca, mi vida.


Iconoclasta
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21 de febrero de 2011

El Follador Invisible en el circo


El pequeño se mueve con rapidez, con demasiada rapidez. Parece un juguete biomecánico; ha repetido tantas veces esa contorsión que no hay voluntad en su actuación. Es un mero acto reflejo.
Sus pies están cada uno, pegado a cada uno de sus oídos; parece un balancín.
Sobre su pecho y abdomen combados se balancea; las piernas forman un óvalo casi perfecto con su espalda y ni siquiera sonríe porque sus articulaciones están en crisis.
Apenas mide un metro, tal vez tenga seis años y tal vez las manos que mantienen los pies pegados a las orejas no están demasiado castigadas por horas de arrastrarse y sostener largo tiempo su liviano cuerpo sobre ellas.
Dos hemisferios del suelo del escenario se abren dejando al pequeño acróbata manteniendo el equilibrio sobre una pasarela de apenas 15 cm. de ancho. Todo el teatro se ha oscurecido. Bajo el artista hay una profundidad oscura e insondable.
Un redoble de tambor y la estrecha pasarela lanza al pequeño al aire, a unos pocos centímetros de la pasarela. Sin mover una sola de sus extremidades el crío cae balanceándose con dificultad, intentando mantener el equilibrio con su abdomen.
Llora visiblemente.
El público adulto sonríe. Un rey de incógnito se acaricia la entrepierna y una famosa cantante de rock se quita las gafas de sol para apreciar con más intensidad el miedo en el artista.
Cuando el pequeño se ha estabilizado, la pasarela vuelve a sacudirse y esta vez lo hace con más fuerza.
El artista lanza un gemido en el aire sin variar la posición inicial y aterriza con un gesto de dolor. Se ha cruzado en la estrechísima pasarela y las dos mitades de su cuerpo se balancean sobre lo oscuro y profundo.
Le lleva más tiempo y dificultad estabilizarse y ahora sus movimientos no son mecánicos. Lucha por su vida. Cuando suelta con cuidado uno de sus pies para agarrarse con seguridad a la precaria pasarela, una voz oriental grita hostil desde las bambalinas, es una orden firme, tajante e implacable.
El niño se asusta, le teme a la voz y vuelve a adoptar la postura de contorsión moviendo con mucho cuidado los pies y las manos. En su rostro infantil hay un sufrimiento casi anciano.
Apenas ha conseguido formar la figura de balancín la pasarela se sacude de nuevo. Esta vez lo lanza más de medio metro arriba. El presidente norteamericano se levanta de su butaca con los dedos en la boca para lanzar un fuerte silbido. El magnate de la informática también se levanta para aplaudir con entusiasmo.
Demasiado alto, demasiado cansancio, demasiado entumecimiento. Demasiado miedo. Y la crueldad que viene de allá, de aquellos miles de ojos que lo observan con inmunda ansia, también es demasiada.
Es demasiado de todo para un niño tan pequeño.
Apenas puede rozar la pasarela cuando la sobrepasa cayendo en lo oscuro, la caída se hace larga, lo desconocido y la agonía dilatan el tiempo. Cree estar suspendido mientras su espalda se dirige a un lugar desconocido. Mira con los ojos tristes la pasarela que lo mantenía lejos de lo insondable.
Cayendo grita todo lo fuerte que sus pulmones le permiten.
Se apaga el abrasador foco que alumbraba el escenario y se crea una completa oscuridad. El público exhala un suspiro colectivo y el niño se siente oscuridad. Ni siquiera sabe donde están sus manos.
Un chapoteo de agua, los llantos de un niño que ha tragado agua.
El selecto público contiene la respiración.
La parte baja del escenario se ilumina de un intenso color azul que deslumbra al público y deslumbra al niño que ahora cree flotar en luz pura ante la dolorosa ceguera que le provoca esa repentina luz.
Está en un acuario y tiembla de frío y miedo.
Se puede observar con total nitidez el cuerpo infantil luchando por mantenerse a flote. Tan nítido como los dos tiburones que suben hacia él hambrientos. Dos tiburones tan grandes que el público cercano al escenario se levanta ante la proximidad de esas dos bestias que parecen poder reventar las paredes de vidrio.
El niño ni siquiera los ve cuando lo parten en tres trozos: el brazo izquierdo se lo lleva el tiburón de la aleta de punta rota. La cabeza y los hombros se los lleva de un solo bocado el tiburón de la cicatriz en el vientre.
El resto del cuerpo se hunde perezosamente hasta perderse en la profundidad.
Y el agua se tiñe de rojo.
El público se levanta de sus butacas para dar una fuerte ovación. Hay silbidos y “bravos” en todos los idiomas.
Los hemisferios del escenario se cierran y la luz del acuario se apaga.
El maestro de ceremonias aparece en el escenario, un foco lo resalta.
-Damas y caballeros, acaban de ver la actuación y muerte del pequeño She Tukei Simo. De Tianjin, China. Cinco años. Su coste: ochocientos cincuenta euros. Sus padres ya esperan otro bebé que nos venderán cuando haya pasado el periodo de lactancia. Recuerden su nombre: Liu Tukei Simo. Estamos seguros de que será tan buen acróbata como su hermano.
El público aplaude.
-Y durante el tiempo que dura la preparación del próximo número, les ofreceremos nuestro habitual refrigerio.
De las puertas laterales de la platea, salen mujeres desnudas con bandejas que se sujetan con una cinta al cuello, en ellas llevan un amplio surtido de drogas, habanos y cigarros. Luego aparecen hombres desnudos con bandejas llenas de licores y canapés variados.
El presidente italiano mete los dedos en el ano de la camarera cuando esta se agacha hacia él para inyectarle una dosis de heroína en el cuello. El premio nobel de economía de hace dos años, aspira una raya de coca con su pene erecto fuera del pantalón.
Un obispo acaricia el pene del hombre que le sirve un vaso de Cardhu con hielo de un iceberg austral.
-Por lo que pagamos por la entrada de la actuación, deberíamos cenar caviar de beluga –comenta el banquero suizo a su colega ruso.
Y mientras la princesa de ese pequeño principado europeo abre sus piernas ante la boca del macho que le ha servido su Bloody Mary, yo me encuentro observando a toda esta caterva de millonarios y poderosos disfrutando de su exclusivo circo. Aquí, en un escondido teatro-búnker tallado lujosamente en las rocas al pie de los Alpes suizos.
Sé que cambiarían sus fortunas, todas sus posesiones y su poder por ser como yo: invisible.
No siento nada de admiración por ellos, no siento envidia, no siento el más mínimo respeto. Ni siquiera me dan asco. Sólo son inferiores. Sólo son juguetes que romper.
Hay un pequeño departamento adyacente a este, donde los hijos de estos magnates pueden disfrutar de un espectáculo más suave. Disponen sala de juegos de realidad virtual y todas las putas golosinas del mundo. Están tan bien cuidados, que odian ver aparecer a sus padres.
Y a sus padres les importa una mierda que sus hijos los quieran o no.
He violado a la hija de catorce años de un fabricante de armas italiano en la sala oscura del juego de realidad virtual los Sims. Su ano ha quedado tan destrozado que cuando intenten operarlo, no sabrán distinguirlo del intestino grueso.
Ha llorado infinito y su boca ya conoce el sabor de un pene sucio. No la he matado porque posiblemente la usaré en otras ocasiones.
Sus braguitas de algodón estampadas con Hello Kitty, están colgando del pomo de la puerta. Una de las cuidadoras, al ver la prenda y entrar en la sala, grita algo en alemán con un cerrado acento austríaco. Parece la mismísima puta Eva Braun hablando.
Las quince cuidadoras están muy jodidas, porque no hay forma humana de que en este antro de seguridad absoluta e inviolable, pueda ocurrir algo así a menos que lo hayan hecho ellas.
Las otras catorce la matan allí mismo, destrozándole la cabeza con botellas de vidrio de agua mineral. Si hay una culpable y ha sido castigada, no habrá más investigaciones.
La sangre se extiende por el suelo alfombrado con pura lana virgen. El cerebro blanco y ensangrentado, ha salido del cráneo y parte de él se encuentra bajo la cara de la muerta.
Los hijos de los millonarios y poderosos no pueden sufrir este tipo de abusos.
Antes de salir he pasado por la nursería y he metido a un pequeño bebé que dormía en la cunita bajo el grifo del agua fría aprovechando la confusión. Su piel se ha tornado azul rápidamente. Su pulsera indica que es hijo de un matrimonio de actores famosos en Hollywood.
A mí me importa una mierda el séptimo arte. Yo soy el único arte.
Y aquí, paseando entre todos estos idiotas, me siento bien.
Me siento a gusto, porque es como conseguir un sueño. Medirse con lo más rico, con lo más importante del planeta y salir victorioso. Ser admirado por los más admirados y temidos. Definitivamente, si no soy dios, debería serlo.
Llegué aquí primero con el avión privado de un narcotraficante español, gallego para ser más concreto. No sabía adonde iba, sólo vi en el aeropuerto a ese tipo de avanzada edad que llevaba del brazo a una mujer demasiado joven y bella como para ser su mujer. Su coño olía a puta en dos kilómetros a la redonda. Y el capo gallego olía a cerdo inculto desde más lejos aún.
Es fácil para un hombre invisible meterse en cualquier lado. Lo difícil es contenerse y no dejarse descubrir antes de tiempo.
Así que en aquel avión particular, me senté en los asientos de la cola, que estaban libres y viajé cómodamente con el hermoso aliciente de la sorpresa, ya que en sus conversaciones no había conseguido captar hacia donde se dirigían.
Llegamos al aeropuerto de Suiza tras dos horas de vuelo; un helicóptero nos llevó hasta los pies de los Alpes. Un coche oruga nos recogió en el helipuerto para llevarnos directamente a las entrañas de ese selecto club horadado en las rocas.
Tras media hora de excesos, los degenerados poderosos atienden al escenario. Las camareras y camareros desaparecen por las disimuladas puertas laterales por donde salieron.
El maestro de ceremonias aparece en escena.
Yo estoy a su lado con toda mi invisibilidad hostil.
Tras el telón dos niñas van a bailar una complicada danza de espadas y se prevé que la niña ucraniana, corte la garganta de la gitana.
Si estoy aquí es para que algunas cosas no ocurran y otras sí. O sea, que se haga mi voluntad. Me gusta someter a los hombres y mujeres; si son poderosos, mejor aún.
Estos piojosos me la traen floja.
A una niña le falta la espada y está un poco preocupada. He visto como castigan a los pequeños cuando cometen errores.
Su espada parece flotar por encima de la cabeza del maestro de ceremonias porque la sostengo en mi mano. El público ríe y el idiota no acaba de entender por qué.
Ni siquiera, cuando lo decapito, consigue entender que está muerto.
El público aplaude enloquecido hasta que lanzo la cabeza a las primeras filas de butacas, la sangre que ensucia la ropa no gusta y menos aún si salpica la cara.
Ahora, mientras avanzo haciendo flotar la espada en el aire como una especie de número de parapsicología, los imbéciles mantienen un silencio sepulcral.
Con un rápido movimiento cerceno uno de los pezones de la yerna de la reina de Inglaterra. Ahora no solo no ríen, se sienten incómodos si a así se le puede llamar al miedo. No es algo a lo que estén habituados.
El impúdico escote se tiñe de rojo y nadie interrumpe los gritos de la aristocrática zorra. Los cerdos ya no esperan a que la espada elija otra víctima. Como una manada de torpes deficientes mentales se pisan los unos a los otros por llegar a las puertas de salida.
Tengo tiempo para clavar la espada en los pulmones de un octogenario de pelo blanco acompañado de una puta de dieciséis años que ya está saliendo del teatro.
El amor no es tan incondicional como dicen.
Cuando retiro la espada, salen burbujitas y espuma roja a través de la ropa que abriga la herida del viejo. Los pulmones siempre son un punto de dolor y ver a alguien morir ahogado en su sangre es un placer largo y satisfactorio. Lo recomiendo.
Y así es como las más influyentes mujeres y hombres del planeta, corren como ovejas asustadas hacia la salida sin acabar de avanzar con suficiente rapidez.
La anciana que sangra por los ojos porque ha sido pisoteada, tiene la dentadura torcida en su boca y se siente muy extraña cuando le meto profundamente mi pene y la ahogo con él. Eyacular en la boca de alguien que muere y que con su afán de respirar consigue masajear con gracia el glande, es otro placer que recomiendo encarecidamente.
Hay ricos con miembros rotos en los pasillos entre butacas. El personal de seguridad y sanitario los atiende. Otros reciben masajes cardíacos.
Me aburro…
Cuando salgo al vestíbulo hay gritos y se preguntan qué coño ha podido pasar para que haya ocurrido todo esto; el presidente de Venezuela cuenta cosas de espadas que vuelan y los encargados de seguridad lo escuchan con una sonrisa sarcástica.
Al abrir la puerta de vidrio, unas gotas de sangre en mis manos, en mi cara y en el pecho es lo único que se refleja de mí. Es muy extraño ver flotar sangre.
Es una noche oscura y fría, el cielo está encapotado y no se ven las estrellas. Por una discreta salida lateral del teatro los pequeños niños artistas son conducidos a un microbús blanco que dice ser El Circo Mágico de los Alpes. Un niño indio llora en su asiento, y la gitana y la ucraniana esperan su turno para subir cogidas de la mano.
No hay finales felices. Hay demasiados poderosos para que los finales felices existan. Al menos vivirán unas semanas más.
Un emir árabe se acerca al microbús, una hombrera de su costosa chaqueta está desgarrada. Se dirige al sujeto que tiene la lista en las manos y habla a su oído.
El encargado de los artistas asiente y abultado fajo de euros.
El emir coge de la mano a la gitana y ésta se resiste a ir con él. El emir la arrastra y la ucraniana la ve marchar con su mano extendida, enfriándose rápidamente sin la mano amiga.
Tomo un pie de metal de las cintas de seguridad que forman el pasillo del teatro al vehículo y cuando la extraña pareja entra de nuevo por la puerta lateral del teatro, lo clavo con fuerza en el ano del emir. No penetra, no ha tenido esa suerte; pero ha caído al suelo. La gitana no comprende nada, la niña observa hipnotizada como le pulverizo la cabeza hasta que sus jodidos sesos asoman como una sucia esponja por entre el cráneo roto. La gitana corre de nuevo hacia el microbús en busca de su amiga.
No hay finales felices, sólo pequeños momentos de justicia.
Y ahora voy a meterle mi invisible polla a la madura Madona, que la he visto cojear con los ojos sucios de rimel y la blusa rota hacia el lavabo.
Es igual que sean ricos o no, que sean poderosos o esclavos. La idiotez no sabe de clases sociales.
Yo sí que tengo finales felices.



Iconoclasta
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