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8 de enero de 2010

El hombre sin párpados



Tengo un miedo atroz a perderla otra vez.
Aunque no existe. Me doy cuenta al abrir los ojos.
No mola soñar, creérselo y despertar luego aquí.
Nadie me quiere, no quiero a nadie porque no atraigo a nadie.
No consigo dejar de soñar al cerrar los ojos.
El amor que inventa mi mente me hace cobarde y me destroza al despertar. Cree que haciéndome soñar, encontraré razones para vivir con cierta alegría y no con estas deprimentes legañas negras como las de un lobo solitario.
A veces sueño que la llevo de la mano y cuando intento besar sus dedos, ya no está y en mis manos sólo hay aire. Entonces escucho el sonido de una pequeña turbulencia en las ramas de los árboles cuando algo o alguien me la arrebata.
Alguien se ríe entrecortada y maliciosamente desde el interior del universo, se ríe de mí. De mis ilusiones vanas, infantiloides.
No existe, el amor es sólo un invento para seguir viviendo, es una proyección en el interior de mis párpados, una pantalla de cine donde asisto a la sesión continua de mis carencias.
Carencias es una forma amable de llamar al vacío que se apodera de mí y me hace ser récord Guinnes del hastío.
Ya no puedo cerrar los ojos sin engañarme. No puedo dejar de soñar. No hay descanso al bajar los párpados para relajar la mirada. Al abrirlos, todo es realidad, ergo fracaso. No quiero vivir de ilusiones, eso te destroza el alma, pudre el ánimo.
No necesito párpados. No los quiero.
No más ilusiones que al despertar, me hacen buscar un muro en el que apoyar las manos para no caer de rodillas ante la verdad. Ante lo tangible e insoslayable.
Un día me despertaré con los párpados secos como las tristes hojas de otoño, me los frotaré y caerán rotos al suelo, tal vez mi aliento los haga revolotear y una pestaña quede prendida de mi cara.
Tiraré los restos al cenicero y los quemaré con la brasa de un cigarro, tranquilamente, con desidia.
Miraré en el espejo esos ojos grotescos que parecen reventar sin los párpados que los contienen y veré la definitiva y total cara de la locura, sin engaños. Ya no habrá más frustraciones, no habrá sueños porque mi pensamiento estará inundado de la luz de la realidad. Soy un hombre, puedo soportar la realidad.
Me jodo; pero yo no vuelvo a soñar.
Y una mierda.
Pero tampoco ocurrirá, los párpados no se secan, como mucho, se irritan y provocan un lagrimeo, algo orgánico, simplemente funcional y carente de emoción.
No hay fantasía ni en mí, ni en el universo.
Así que hoy he comprado algo fuerte para pasar con dignidad la miseria de mi vida. Engulliré mi propia mierda con tragos largos y pastillas de colores.
Si no soy afortunado, seré excepcionalmente insano.
Si no puedo cerrar los ojos y dejar de soñar, que la luz me pudra. Hay que echarle un par.
La amputación es la más rápida de las soluciones para estos casos.
Podría pedir hora para una lobotomía; pero con la suerte que tengo y lo mala que es la sanidad pública, podría quedar en un estado de imbecilidad permanente y sonreír todo el día como Danny de Vito en Alguien voló sobre el nido del cuco.
La absenta es esmeralda líquida y las tijeras a través del cristal de la botella, aumentan su poder curativo y amputador.
Los entendidos, los bohemios, echaban agua fría y se transformaba en la lechosa louche (lo dice la etiqueta). Yo no la voy a adulterar.
Si trago mi vida de mierda día a día, bien puedo tragarme la hermosa absenta. Seré un fracasado; pero aún me queda osadía.
Si fuera un bohemio, escribiría con surrealismo mi pena, pagaría a una puta enferma para que me la chupara con su boca desdentada y escribiría en un cuaderno cuan magnífica es la boca podrida que me arranca el semen aunque me muera de asco. O algo parecido.
Yo sólo quiero una mano prendida de la mía. No soy tan complicado; por otro lado, tampoco podría serlo, no tengo una imaginación surrealista.
Para mí una mamada no me provoca más que placer. Y cuando me he corrido, sinceramente, no tengo deseo alguno de besarle la boca a la puta y dar gracias a la vida por la desdentada mamada de quince euros.
Ni quiero conservar la imagen de mi podredumbre como un monumento a la intensidad de la vida y convertirlo en una experiencia mística.
Mi vida es una mierda desde todas las perspectivas.
Al césar lo que es del césar. Y una puñalada si pudiera darle.
Me trago una de las tres pastillas de color azul que me han recomendado para potenciar el sabor de la absenta. Me ha prometido el gitano que o me da por reír como un subnormal o gritar como un jabalí; pero que llegaré a lo más profundo de mi bestialismo a una velocidad de vértigo.
Y sin cerrar los ojos, que es lo importante.
El filo cortante de las tijeras es ahora de un verde nacarado, una joya hipnótica que de tan hermosa, se me antoja indolora. Y una lágrima resbala por el espejo, justo encima de mi mejilla reflejada. No es una gota de agua condensando. Por lo visto, mi colocón va de llorona.
Tercer trago de absenta y escupo algo de sangre. He fumado mucho y tal vez la pastilla la han adulterado con algo de vidrio molido.
Y no es un sueño, porque no tengo cerrados los putos ojos.
Los tengo tan abiertos y estoy tan borracho, que no siento apenas molestias tirando fuerte de las pestañas para separar los párpados del ojo.
Hay que hacerlo para poder cortarlos sin dañar el globo.
Pero sé que ahora dolería el tijeretazo.
Necesito más absenta y otra pastilla también.
Ahora la cara que me mira desde el espejo, está completamente sonriente, he cortado un trocito de la parte superior de la oreja. Parezco un perro de pelea. No hay dignidad en la oreja cortada.
Recuerdo... He cortado para probar mi sensibilidad al dolor.
Recuerdo haber gritado y tengo los dientes manchados de sangre. Me parece que al gitano se la ha ido la mano con la proporción de vidrio molido.
Si no me muero de la infección, mañana le corto los párpados en vivo.
Ahora no hay una mano vacía que intento besar. Mi mano se aferra a una tijera fría de filo peligroso. Y en alguna parte de mi cerebro, una parte no ebria, se agita incómoda dando inútiles órdenes a la mano para que deje la tijera. Seguramente me faltan unos tragos y una pastilla más para ser jabalí.
Aún queda por aniquilar algún asomo de razón.
No puedo permitirme más sueños, lo sabes ¿verdad, cerebro podrido?
Ese maldito subconsciente que crea imágenes imposibles, me está amargando. No son ilusiones, son parábolas que tienen como fin destruir cualquier alegría por respirar el aire real. Deprimirme al mostrarme el mundo como debería ser y abrir los ojos en esto. Es una mierda ser tan imaginativo y tan sabio.
Por el espejo camina una araña brillante, sin un solo vello en su repugnante cuerpo. Deja tras de sí un rastro de huevos que son pequeñas cabezas de hermosas mujeres. Hay cabezas aún más pequeñas de hijos que jamás nacerán y algún huevo sale podrido. No me interesa saber que era, la verdad.
Se me escapa la risa, la idiota de la araña se cree que voy a picar, que voy a coger una hermosa cabecita y me voy enamorar de ella.
Y cuando la bese, ella me morderá y en lugar de convertirme en Spiderman, me convertirá en Mierdaman.
Como si lo viera.
Es maravilloso tener los ojos abiertos, es la primera vez que río con estas carcajadas. Es liberadora la miseria cuando la afrontas con valentía y sin adornos superfluos.
La absenta, el espejo y tal vez el dolor que no percibo de mi oreja cortada provoca una realidad mucho más interesante que la estúpida ilusión que se proyecta en mis párpados.
Estoy en el buen camino.
Es una sensación eufórica e hilaridiosa. ¿O es hilariante? ¿Hilarante, tal vez?
Zis-zas, zis-zas... Dice la tijera cortando una pestaña por acercarse demasiado.
Yo creo que con un trago más tendré bastante.
Me gusta el frío que transmite la porcelana del lavabo en mi pene recalentado. Es relajante... Casi vibrante.
Corto.
Cualquier cosa que cortas de tu cuerpo, cuando la observas entre los dedos, parece desmesuradamente grande. Jamás pensé que un párpado pudiera ser tan grande, me cubre la uña del dedo corazón, lo imaginaba mucho más pequeño. Es elástico.
Es curioso que duela el párpado por sí mismo, el corte no me duele, y la sangre que inunda ahora el ojo que parece saltar fuera de su órbita, da cierto consuelo con su humedad.
Es un ligero escozor; pero ese pellejo que es el párpado, parece retorcerse, las pestañas parecen moverse nerviosas como las patas de una araña que no ha muerto al ser aplastada.
¡Me cago en la puta....! Claro que duele.
Trago largo de absenta y cuarta pastilla.
Vomito sangre con un ataque de tos y no quiero morirme ahora que voy a disfrutar de mi realidad. No es justo.
Efectivamente, entre los dedos manchados de vómito sangriento, hay pequeños vidrios.
Bueno, ya los cagaré de alguna forma. ¿Se metaboliza el vidrio? Y si es así ¿por los riñones o el hígado?
¿Qué es metabolizar?
¿Qué es fracaso?
¿Se me caerán los ojos secos por no tener párpados que los hidraten?
¿Cuánto vale un kilo de naranjas?
Me pagan una mierda por muchas horas de trabajo.
Vaya, parece que mi borrachera es sesuda y filosófica.
Ahora sí que no duele.
El párpado del ojo izquierdo lo corto con más tranquilidad. La experiencia a veces ayuda.
Y la verdad, no es tan grande el pellejo. Y no me molesta la verdad.
Seguro que si alguien me cerrara los ojos, mi cerebro lerdo pensaría que esos trozos sanguinolentos de carne, en lugar de párpados, son telones de terciopelo negro del escenario de algún teatro señorial. Justo lo que no quiero, porque son mis párpados cortados, no soy un crío al que hay que engañar.
Lo que de verdad da repelús, es limpiarse los ojos de sangre. Es realmente desagradable rozar el virginal cristalino del ojo con la toalla. Es doloroso.
Da igual, más doloroso era despertar de mis ilusiones y encontrarme ante la realidad. Debería estar acostumbrado al dolor.
Hay tanta luz ahora y tan real, que me permito el lujo de coger uno de los huevos de la araña pegados al espejo y comérmelo. Una pequeña concesión voluntaria a la imaginación. Es algo que puedo controlar y cultiva el buen humor.
Tengo sueño y mañana hay que ir a trabajar.
Mañana limpiaré toda esta porquería.
Me voy a hacer muy popular con mi nuevo look.
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El hombre sin párpados recupera la conciencia, está tirado en el pasillo, no le ha dado tiempo de llegar a la cama antes de desmayarse por el shock. Shock etílico, narcótico, traumático, psíquico.
Padece todos los shocks que se puedan dar en un ser humano.
Su ano está sucio de sangre y heces.
En un acto automático se lleva las manos a los ojos para frotárselos y lanza un alarido de dolor.
Siente latir sus ojos con tal dolor, que apenas consigue encontrar equilibrio al ponerse en pie. Y si tuviera expresión, si tuviera párpados; sería la del pánico y el arrepentimiento.
El latido de sus heridas es infección pura y directa al cerebro.
Apenas puede ver más que bultos y luz, mucha luz cegadora a pesar de la penumbra que hay en el apartamento.
La pus de las heridas ha formado una costra amarilla allá donde habían párpados. Intenta cerrar los ojos; pero sólo consigue doblarse de dolor cuando los rastros de carne, como aletas rotas intentan moverse.
La cabeza duele por encima de todo y siente picor en la oreja, y recuerda el primer tijeretazo, el dolor apenas perceptible.
Y el sabor empalagoso de la absenta, que como un azúcar denso aún pegado en las carnes esponjosas de su boca evoca la locura vivida hace unas horas, y recuerda su suicida imagen reflejada en el espejo. La embriaguez se ha ido y ahora queda la realidad de un suicidio lento, de un dolor inenarrable.
Está tentado de pensar que era mejor soñar y defraudarse que sentir el dolor de lo real.
Vuelve al lavabo, donde apesta a sangre, licor y putrefacción. Atisba a ver entre el velo infecto de su visión la imagen de si mismo. La realidad ha superado lo onírico y sin ilusiones proyectadas en sus párpados, imagina la humillación de una cura en el hospital, del ingreso en un manicomio.
Sus ojos hinchados parecen salir de sus cuencas; con cada giro de cabeza, se mueven buscando la visión de si mismos, como si no creyeran que esa horripilancia sean ellos.
Como si arrastrara granos de arena en el sensible tejido ocular, así duele la realidad.
Vomita un magma sanguinolento, y unas lágrimas consiguen traspasar la costra infecciosa para humedecer los ojos y darle un segundo de alivio a costa de un intenso escozor.
Y ahora, toda la realidad se presenta ante él, objetiva y práctica. Terrenal y sin atisbo alguno de ilusiones.
Siente arenilla en la boca: restos de polvo de cristal.
Algo no funciona bien en sus intestinos porque duelen, y se alegra de que duelan porque así le distrae del dolor de su propia imagen.
Sería un buen momento para cerrar los ojos y dejar de ver. Ahora que no puede cerrar los ojos, le gustaría hacerlo. Maldita complejidad la de la psique.
Es una broma de mal gusto.
¿Es posible que haya donantes de párpados?
¿Y de cerebro?
Ahora que no tiene párpados, ahora que la vida podría ser menos frustrante, no puede morir de una infección.
No sería justo.
Consigue caminar casi equilibradamente hasta la habitación y vestirse.
Aún es de noche, y guarda la esperanza de llegar al hospital antes de sufrir más dolores y perder la razón.
Perderse en el mundo con todo ese dolor.
Y jamás ser encontrado.
No ocurrirá. Se le dobla el pie en el primer escalón y rueda escaleras abajo. El cuello se parte con un crujido seco y la muerte hace caer un velo sutil en sus ojos.
Tan abiertos y tan ciegos.
Tanta locura y ningún sueño.
Misericordia a los muertos.
Porque para algunos vivos no hay piedad.
Todo ese sufrimiento para nada.
¿Qué esperabais?
¿Una vida sin párpados? No jodáis.
Siempre llueve sobre mojado y todo puede empeorar (Salmo nº 13 de la experiencia).


Iconoclasta

4 de enero de 2010

El abrazo, el encuentro

Es una historia con origen; pero no interesa el inicio. Ya ha habido bastante sufrimiento. El inicio se entiende y extiende como un pergamino ajado de borrones de lágrimas y escupidas risas ante el encuentro de los amantes.
Ante el desesperado e inconsolable abrazo.
Joder... Duele mirar. Hijos de puta valientes y osados.
Arrojados amantes.
Respiraría mejor ante la obscenidad de sus sexos unidos que ante la fatiga del abrazo extenuado.
Mirarlos es ver la historia triste que infecta de melancolía mi ánimo.
Se abrazan cansados, desfallecidos.
Debería correrse un velo, ocultar los amantes cansados a la vista del mundo. Necesitan su momento para lavar el agotamiento, los dolores. Nadie debería ver lágrimas en sus rostros. Nadie tiene derecho a concluir que su amor es doloroso.
Lo han cuidado tanto. Lo han hecho crecer como un árbol de sarmentosas raíces clavadas en sus corazones, con un viento que mueve el tronco y les arranca lamentos.
Ya han sufrido bastante, no necesitan que nadie enfatice su dolor.
Ojalá no los viera llorar la desesperación acumulada. Duele imaginar.
Duele sentir.
El encuentro es hermoso; pero así, con esas lágrimas, con toda esa vida de ansias y esperanzas casi inverosímiles; resulta penoso.
Se nota la fatiga en su interminable abrazo, en sus entrecortados llantos silenciosos. En sus ojos cerrados con mucha fuerza.
Tiemblan sus cuerpos; no hay derecho. Deberían reír.
Joder, es que... No quiero, no puedo arrancar la mirada de los cansados amantes.
Pobres amantes...
Que alguien cubra con una tela de gasa negra su amor cansado, casi derrotado.
Necesitan un respiro, por el amor de dios.
¿No se podría disipar el mundo a su alrededor para que puedan beberse sus lágrimas en lo íntimo de su dolor?
En la bahía de la desolación han gritado mil veces sus nombres; se han buscado a tientas en la niebla. Forzando sonrisas y ánimos hasta casi romper las mentes.
Han retornado a la infancia humillando a la experiencia para arrancarse sonrisas como tablas de salvación.
Que alguien los cubra y los seque.
Que calle el mundo; que nadie diga en voz alta que están reventados de puro cansancio.
Necesitan ánimo ¿Es que nadie lo ve?
Miremos a otro lado; que lloren su amor, su acumulado cansancio en soledad.
Es tan difícil evadirse del amor extremo. Es tan raro.
Estoy tan necesitado...
Ojalá tuviera el valor de arrancarme los ojos para no sentir el dolor y la pena acumuladas que resbalan por sus pieles y deja un charco en sus pies.
La vergüenza de mi vida vacía.
Ella, hermosa hasta la desesperación, es la creadora de risas y esperanzas; comía el amargo dolor nuestro de cada día con una sonrisa traviesa en la mirada. Indefensa y bella en la oscuridad de la distancia.
Él, recio como estatua de bronce, avivaba un amor hiriente; ignorando con alevosía que no era bronce por dentro. Una ilusión sangrienta.
En el mar de la desesperación chapoteaban amor con promesas de salvavidas esperanzas y escribían un guión de la película de su tragedia.
Guionistas cansados, casi derrotados. Apenas la vela iluminaba el papel donde garabateaban ilusiones y elucubraban el sabor de la piel mutua.
Que nadie les vea llorar; porque creían ser fuertes. Ya saben lo que son, que no sepan que nosotros lo sabemos. Tienen derecho a sentirse dignos, a pensar que han ganado la batalla y que todo el dolor y la angustia pasados, han valido la pena.
Tienen derecho a ignorar nuestra envidia, nuestro ponzoñoso deseo de hacer el mundo como nosotros lo malvivimos declarando que su dolor es demasiado para tan corta que es la vida.
No están locos. Tienen derecho a ser tratados como valientes. Son héroes.
Que nadie se equivoque.
No necesitan que nadie dé fe de que el amor que explotó un día entre sus manos, les hirió con una metralla indolora y desgarradora. Sin darse cuenta se retorcían en las noches, en la soledad apenas consolada de si mismos.
Se creían tan fuertes...
Que alguien los cubra; porque no quiero llorar.
¡Cómo duele el liberador abrazo que jamás sentiré!
El amor les ha cobrado un precio abusivo. Me consuelo ante mi mediocridad.
Es tan bello...
Pagaría intereses de usura por sentir el amor que sudan sus pieles.
Miradlos, se han mordido las bocas y lloran la desesperanza acumulada, las promesas ya cumplidas que se deshacen como hielo al sol. Histeria sangrienta de un amor que ha costado millones de palabras y besos escritos. De palabras susurradas a un micro, de pensamientos entrelazados en el día a día, del limbo del amor remoto y lejano.
Ahora ríen a carcajadas, con un agotamiento sangriento en sus labios.
Que alguien los cubra, que alguien los proteja, porque ya no abunda ese amor loco, irracional. Inversamente proporcional a la cordura, a lo que la vida aconseja.
Porque ellos son la prueba viva de que aún queda esperanza.
Por favor, cubridlos y cuidadlos.
Protegedlos.
No son tan fuertes como creían y sus besos desfallecidos duelen en nosotros como una blasfemia a la razón. A la razón de lo vulgar, de lo banal.
No hay nadie en este mundo tan valiente como los cansados amantes.
Que el mundo les de paz. La han ganado a pulso.

Iconoclasta

1 de enero de 2010

Sin piedras



No hay piedras en las calles.
No existe la posibilidad de dar una patada furiosa a una piedra en los momentos de hastío, de ira. De intensa frustración.
Y son tantos esos momentos...
Hacen falta piedras en las calles. Alguien debería hacer algo porque sin ellas, se puede montar un follón de cojones.
Parecerá una tontería; pero las piedras son la última forma de contacto con la naturaleza.
No hay más que gente; no se tropieza con piedras, se tropieza con cuerpos. Y me siento infectado. Si tuviera una piedra en las manos, les arrancaría las piezas dentales con el mismo aburrimiento con el que la lanzaría a una charca.
Bueno, estaría bien infectarse si los cuerpos fueran de mujeres deseables, follables; pero no es así, me roza la vulgaridad y la fealdad. Se me pone dura en los momentos más insospechados, en los más metafísicos.
Una aberración como otra cualquiera.
Es una cuestión de frustración, algo insano.
Se puede estar asqueado; pero las ganas de follar siguen intactas. Y no es instinto, no me interesa la reproducción, sólo quiero ser obsceno. Es vuestro vicio también, no os penséis que sois unos santos, os conozco hasta el asco.
Está bien así, en mi pequeño mundo sin piedras tengo derecho a tener un cerebro podrido.
No tengo culpa alguna de nacer hombre, me escupieron en este lugar con todas mis necesidades. No soy culpable ni responsable de la escasez de piedras.
Y es un instinto natural darle una patada a una piedra, lanzarla o matar al que mea en mi territorio. Blasfemar contra lo que no existe también está bien, es una forma de ofender a la especie humana. Si me han quitado las piedras, tengo que hacer algo para liberar toda esta ponzoña resultado de una vida repleta de tranquilas y casi satisfactorias experiencias aburridas. Experiencias que no aportan beneficio alguno y sólo sirven para humillar la memoria.
Tiraría una piedra a las luces de navidad que iluminan los rostros hipócritas del ganado humano. De los ojillos felices, de las manos que piden, de las almas que se acuerdan de los hambrientos.
Me da por culo estar sin piedras. Es muy jodido.
Son unos hijoputas, nos las han quitado en una descarada ostentación de poder. Son malos, son más malos que yo.
Mearía una piedra mordiéndome la lengua cuando se me desgarre el meato, con tal de dejar una en la calle, en el asfalto.
Una piedra salida de mi polla sería un buen acto de creación. Tengo arranques divinos.
No estoy de buen humor, eso es obvio. Tampoco tengo un cálculo en el riñón, no tengo esperanza alguna de expulsar una piedra por el pijo.
La vida siempre me ha tratado mal, siempre me ha apartado de mi medio, de lo que mi sangre y mi instinto necesitan.
Incluso a la que amo, a la que siempre he amado, la han alejado de mí de la forma más dolorosa; pero soy tan tenaz como primitivo.
Prefiero piedras a lo que tengo.
No hay nada en el planeta que evite que lance la piedra. Que llegue a ella.
Hoy doy una patada aburrido a una lata de cerveza que apesta.
Pero no es lo mismo, es un ruido pobre, ligero, no haría daño a nadie. Sólo huele a rancio y a orines de perro.
A otra cosa no puede oler la ciudad.
No hay piedras, y doy una patada a mi vida, haciendo rodar años y años de monotonía, acabando con lo poco bueno y lo malo.
Si hubieran piedras no hubiera echado a rodar mi vida; tal vez me hubiera distraído de tanta mierda.
Pero hay que dar la patada a lo que tienes delante, a lo más cercano. Si llegara a dar una patada a mi propia cabeza...
Bien podría ser una piedra mi cabeza, a veces me siento duro como una roca. No es posible vivir entre tantos cuerpos durante tantos años y no desarrollar algo de buena empatía por el entorno.
Apenas te das cuenta y una patada hace rodar unos recuerdos, y entre los recuerdos va una angustia, un engaño, un dolor. Un no volver.
No volver está bien, es mejor no repetir, es mejor no tropezar otra vez con la misma piedra si la hubiera. Ya que ha rodado, que se aleje. El mal ya está hecho.
Pero no es una piedra, es la puta vida.
Una piedra deja un vacío que no se llena, al que no va otra piedra. Un vacío como el que se apodera de mí, se llena con lo que hay. Con lo que no quiero. Angustiosamente.
Y mientras se llena el vacío, se necesitan piedras con las que distraerse. Distraer la ira que produce la mierda que llena.
Es un círculo vicioso.
Como mis ganas de follar.
Como mis ganas de ser hiriente.
Quiero mis putas piedras.
Puede que las use para cascar mi cráneo, un aliviadero de la presión de un amor potente como mi pene duro y pletórico de sangre.
Por mi pasión de despreciar todo aquello que es ancestral y divino, innombrable y temido.
Quiero mis putas piedras. Si me obligan a buscarlas, será peor, porque extenderé alas membranosas, seré el horror que late oculto como un corazón negro en la desesperación y la frustración.
Se acaba la calma y los cuerpos repetidos y amorfos se tornan líticas esculturas a las que lanzar patadas.
Puede que no sea locura, que sea mi voluntad, mi firme resolución. Mi pensamiento es pétreo.
A veces me toco obsceno, y si tuviera una piedra, la apretaría hasta exprimirla en lugar de estrangular mi pornógrafo e insultante miembro.

Con una piedra en la mano sería menos peligroso y me podría reflejar más digno en el mate tono de vuestros ojos.
No puede haber final feliz sin piedras.
Soy piedra y afilo un cuchillo en mis venas.
Tal vez, en las vuestras también.
Que nadie se fie.
Estoy libre de pecado y a Jesucristo le hubiera dado una pedrada furioso. Que se joda como yo.



Iconoclasta

23 de diciembre de 2009

Amantes secos

Se le ha caído una lágrima al suelo.

— ¡Mecachis!

Con la punta de un cortaplumas intenta recoger la gota y verterla en un pequeño frasco.
Sus escleróticas están enrojecidas por una tupida telaraña de venitas.
La tierra se ha bebido la gota y al hombre de los ojos secos se le escapa un gemido casi infantil.
Tiene que aprovechar el frío para conseguir lágrimas; hay días que consigue hasta diez gotas de emociones destiladas.
Parece un hombre fiero con su mirada basilisca; pero si se presta atención a sus movimientos suaves y casi tímidos, parece un buen tipo.
Sólo hay que observar sus manos relajadas que al caminar parecen acariciar el aire.
Además ¿no lo acabamos de ver intentando recoger una lágrima del suelo?
Eso requiere mucha sensibilidad.
¿Acaso un hombre malo intentaría recoger una lágrima?
El no es como nosotros.
Ahora camina sin prisa, con la cabeza gacha.
Le da vergüenza que le miren los resecos ojos. No son feos del todo; son pequeños y muy intensos, tienen un color miel que en medio de ese enrojecimiento, le otorga una mirada tremendamente profunda; pero ese blanco ensangrentado provoca desconfianza.
Es fácil pensar que ha esnifado cocaína, o que le ha dado demasiado al hachís.
Eso son conjeturas de los vulgares, de los que no conocen más allá de lo que ellos han vivido.
No es por una extraña perversión o adicción al dolor por el que el de los ojos secos, roza con la punta de una aguja los lacrimales. A veces se hiere la esclerótica.
Necesita hacerlo, porque hubo un día en el que se acabaron las lágrimas.
Se secó.
A veces no basta con llorar por dentro, la piel de la cara necesita cuidados, necesita sentirse acariciada por las líquidas emociones destiladas por los ojos.
La tristeza esconde la belleza húmeda de los deseos abortados y de los tiempos estériles. La piel necesita consuelo.
La piel curtida necesita los mimos de una tristeza serena.
Yo a veces lloro en su rostro, y él me acaricia el cabello y siento su llanto seco en mi pecho.
Lloro por él, porque amar lleva implícita las lágrimas. Unas son de felicidad y otras por el que tiempo que han vivido los amantes sin encontrarse.
No somos felices, nos amamos intensamente en un mundo que no está preparado para acogernos. La espiritualidad, la pasión casi irracional no está bien vista cuando los que aún poseen todas sus lágrimas intactas nos miran a través de sus correctos e hidratados ojos y en lugar de lágrimas de amor o tristeza, sueltan alguna lágrima ponzoñosa de envidia.
Mi amante de ojos secos dice que soy la cosa más bonita del mundo, yo le creo. Cuando me reflejo en sus ojos lo sé.
Y lo afirma con tal rotundidad, que siento el vértigo de ser más que una mujer.
Yo también he llorado, y sé que mis lágrimas se acabarán como se han agotado las de mi amor.
Lo sigo porque a veces desespera, se sienta en un banco en cualquier plaza desierta y esconde el rostro entre sus manos e intenta llorar. Y llorar secamente duele, es como el vómito con el estómago vacío. Parece partirte.
Quiere conseguir todas las lágrimas posibles para cuando mis ojos se sequen y así poder cuidármelos. Hay un congelador en casa que contiene cientos y cientos de viales llenos de lágrimas.
Colirios de locura de amor, los llamamos.
Un día nos reconocimos, hace eones de ello, al menos así de veloz nos pasa el tiempo. Tal vez sea una subjetiva percepción, pero los dos percepcionamos lo mismo.
Mi hombre y yo jugamos a veces con el vocabulario como cuando éramos niños. Niños que no se conocieron hasta muchos años después de haber nacido.
Hay un tiempo entre nosotros que es una cicatriz dolorosa de tocar. Como si hubiéramos perdido vida. El encuentro ha tardado mucho en ocurrir. Hay demasiado tiempo y poca vida.
Y la vida debería ser más justa, más amable al menos.
No puede hacer daño un poco de equilibrio entre espera y encuentro.
El tiempo es un hierro al rojo que cauteriza la carne y seca los ojos.
Evapora las lágrimas y las emociones.

— ¡Vamos mi amor! Aún me quedan lágrimas, no te preocupes. ¿Tú has visto que secos están hoy tus ojos? No quiero que salgas solo a la calle. ¿Ya no me quieres?

— Es imposible no quererte, mi bella. Hoy no tenía un buen día, no quería entristecerte con mi sequedad.

Me desarma, cuando ríe me lleva al fin del mundo entre sus brazos; pero cuando está triste, abre con cuidado la puerta de casa y sale a la calle en silencio para intentar llorar alguna lágrima. Y eso me rompe el corazón. Me desangra por dentro.
Querer a alguien y saber de su tormento es lo peor que pueda ocurrir. Porque a quien amas le darías tu propio corazón si fuera necesario.

—La primera lágrima y se la ha bebido la tierra. Es una mierda, mi bella.

A veces su ternura compromete mi ánimo.
Es tan difícil no pensar en él a todas horas...
Me acerco a sus labios y lo beso con un pequeño roce.
Sabe a tan poco...
Un beso más lento y profundo y él invade mi boca con su lengua impulsiva, agresiva en su pasión. Y sin pretenderlo, dejo de respirar. Cuando se besan los amantes, cambian de cuerpo, se desliza el pensamiento al cerebro amado y las funciones vitales parecen suspenderse.
Parece de ciencia-ficción; pero esta película está basada en hechos reales.
A mí no me cuesta nada llorar, sólo tengo que recordar alguna de sus tristezas para que mis ojos se inunden de lágrimas. O una alegría, cuando nos besamos la primera vez, supe que nos conocíamos de otros tiempos. Su boca, sus brazos, sus manos, hasta su calor, todo aquello era cómodo, fue lo esperado durante tantos años.
Y cuando las lágrimas bajan por nuestros rostros unidos en un beso o en un abrazo, siento la húmeda felicidad en su piel y dice que está dos veces bien. Es verdad, porque su tez responde tornándose suave y cálida. Incluso las escleróticas recuperan su blanco.
Y hay quien nos mira y ve a una pareja rara, posiblemente alcohólicos en un abrazo ebrio. Porque los amantes no deberían llorar. En este tiempo y lugar, los amantes follan y ven la tele, se casan en selectas y recónditas ermitas y celebran grandes banquetes en un oropel de mal gusto.
No se sientan en un banco de piedra a besarse, eso sólo lo hacen los adolescentes. Y ese que nos mira, cree que no está bien que nos besemos con tanta fuerza en un lugar en el podrían haber niños jugando.
Dejo que mi amado separe su rostro de mí y dirija su mirada a los ojos de ese envidioso. Me encanta cuando mi hombre provoca zozobra en los vulgares. Me siento orgullosa de él, de su fuerza.
Por eso lo sigo cuando camina en busca de lágrimas, me gusta cuando es peligroso.
Pero es un alquimista desesperado por hacer oro de un trozo de plomo.
No ha sido fácil la vida y ambos hemos llorado mucho; pero mi amado nació antes, y en su hermosa locura, dice haber fallado. Que se ha equivocado tantas veces en la vida, que por su culpa hemos perdido años de amor, de estar juntos.
Le acaricio la espalda y le digo que no es así, que todo está bien. Que nos amamos con tanta intensidad que incluso hemos retrocedido en el tiempo. Y lloro en sus hombros sin que me vea. Para que no recuerde lo seco de sus ojos viendo las maravillosas emociones líquidas que derramo y se filtran rodando por las comisuras de mis labios.
Yo no sé si tendré su fuerza cuando me quede sin lágrimas, sólo sé que sin él no puedo vivir. Que el sacrificio de sus lágrimas, es lo más hermoso que nadie pudiera soñar.
No quiero que nadie diga que es un tarado de mirada narcotizada. No se lo merece.


—Mira, mi bella —dice señalando con el dedo su ojo —Una lágrima para ti.

Y una pequeña bolita brillante está prendida del párpado inferior, casi en equilibrio. Es muy pequeña.
Saca el frasco de lágrimas del bolsillo y lo abre cuidando de no mover demasiado la cabeza ni pestañear.
Con mucho cuidado, se lleva la hoja del cortaplumas al ojo y con mal contenido nerviosismo, recoge la lágrima dejando luego que caiga en el pequeño frasco. Es sólo una pequeña estela de gotitas en la pared del frasco.
Todo el amor, en sólo esa minúscula gota. Existe en ella todo el amor y todas las penas de una vida. Un chip líquido testimonio de vida.
Y siento una pena infinita por mi hombre sin lágrimas.
Tengo miedo de que un día me seque también, porque no podré llorar en su rostro.
Secos amantes...
Tengo frío.


— ¿Vamos a casa, llorón?

—Vamos, llorona.

Me ha colocado su cazadora en mis hombros.
En casa reiremos. Cuando estamos solos reímos más que lloramos. Este mundo prefiere las lágrimas, lo sabemos. Por eso lloramos en la calle, para que todos estén tranquilos. Para que el mundo se sienta satisfecho.
El mundo es envidioso y puede soportar las lágrimas; pero la risa de los amantes, es algo que le irrita, y nos escondemos para que no nos destruya.
Cuando entramos en casa, un delicioso calor nos invade, y mi hombre lleva la lágrima al congelador.

—Otra lágrima para mi bella ornitorrinca.

Los ornitorrincos son tan raros como nosotros y reímos como ellos. A lo mejor no ríen los ornitorrincos; pero es divertido imaginarlo.

—Es hora de una sonrisa, mi ornitorrinco.

Y reímos, besándonos, viendo películas, recordando el reciente pasado, cuando nos encontramos en este mundo fiero y malo; él con sus ojos secos y yo destilando para él mi amor, como él destiló hasta su última gota por mí.
Hasta que me seque.


Iconoclasta

19 de diciembre de 2009

666 y los verdes


Primates idiotas...
Ya no obtengo ningún placer especial masacrándoos.
Antes, en el principio de la creación, disfrutaba exterminándoos de la misma forma gozosa y festiva con la que los estadounidenses mataron a los nipones en Hiroshima con su bomba atómica. Con el mismo placer rajaba las carnes de los monos, que el que sentía Hitler ante los esqueléticos judíos que se deshacían en enormes fosas con cal viva o sodomizando a niños rubios, arios...
Aún disfruto yo así; pero en contadas ocasiones.
Es trivial mataros en la inmensa mayoría de los casos, sólo aporta una momentánea distracción. No requiere ningún esfuerzo, no hay reto, no hay placer. En muchas ocasiones es asepsia pura.
Os mato por hacer algo, me aburro.
Sin embargo, hay momentos impagables en los que disfruto más que Dios, el melifluo y perverso que gusta ver como alguna santa se corta las tetas para él. Ese sí que disfruta día a día. Cuando pudre a alguien con cáncer y muere tras consumirse lentamente, su pene divino está erecto y toca la campanilla para que entre un angelito, un querubín de nalgas perfectas que se siente en sus rodillas.
Hay muertes con las que disfruto como el más idiota y psicótico de los primates.
En todas las eras de vuestra historia idiota y previsible han existido iluminados a los que trocear y desollar. Y son mis preferidos esos monos especialmente carismáticos que representan la esperanza o la guía de otros muchos primates de segunda categoría.
Y ahora que los líderes ecologistas y climatólogos son los nuevos mesías, los predicadores de esta nueva era que atrapan a la chusma inculta, conformista y voluble con mensajes de apocalipsis climático, he decidido coger uno de ellos de entre los cientos que hay sedientos de protagonismo y poder (como los brujos de las antiguas culturas) para disfrutar esos momentos en los que la tortura y el ensañamiento se convierten en una auténtica obra de arte en la cual me aíslo como un genio creador. Absorto a todo y prestando especial atención en convertir una agonía dolorosa en una vida eterna.
Voy a convertir a uno de esos climatólogos en un verdadero mártir. Alguien a quien nunca olvidarán sus fanáticos adeptos, casi sectarios, de esa organización pseudo-científica, que no es ni más ni menos que otro Cristo metiendo miedo en el cuerpo a los incultos.
Ellos juran que dentro de cien años el calentamiento del planeta se habrá detenido gracias a sus políticas y proyectos, y el humilde obrero, ilusionado por salvar unos pingüinos, les da una parte de su salario; amén de pasar un buen rato de sus vidas escogiendo mierda y basura para separar y reciclar demostrando así además, obediencia absoluta hacia sus amos.
Fijaos primates, que todas, absolutamente todas las promesas de mejora, se cumplirán como mínimo a ochenta años vista. Cuando estéis muertos.
Como si vuestra vida no valiera lo suficiente para arreglar las cosas ahora.
Sois tontos del culo.
Y eso es cierto: vuestra vida no vale un carajo.
Cristo, rey de tontos y enfermos, aún iba más lejos y les prometía a sus monos que hasta que no murieran, no serían felices. Que no había nada bueno para ellos en ese terrenal mundo. Había que morir siendo pobre y comiendo mierda.
El amor hacia el prójimo, y más concretamente hacia él mismo, llenaría sus barrigas y con eso basta para una mierda de mono. Estoy de acuerdo.
En definitiva, busco que los más carismáticos líderes mueran entre lágrimas y lamentos, que me pidan por el amor de dios que no les mate. Que luego deseen morir cuando pise sus intestinos aún estando vivos. Que mi cuchillo no pinche sus globos oculares. Y no ver a sus hijos con los pulmones colgando de los labios.
Creo que me voy a quedar con ese inglés especialmente chillón que tanta gente mira absorta durante su discurso frente a un palacio de congresos en un país nórdico. Un congreso para buscar soluciones que frenen el calentamiento global.
Tan listos y tan inocentes... Si supiera lo que le espera al pelirrojo y barbudo ecologista, desearía ser un humilde obrero ignorante.
Me aburre inmensamente la televisión...
— ¡Mi Dama Oscura, ven! Siéntate, clávate a mí.
Es un hecho: se me pone dura pensando en estas cosas. Y mi Dama Oscura me observa acariciándose su rasurado y pálido pubis, llevando los dedos muy cerca de su bendita raja. Tan cerca que la he visto cerrar los ojos cuando ha rozado su clítoris casi a flor de labios, le palpita duro entre los pliegues del coño. Lo huelo, huelo el fuerte aroma de su coño.
Antes de dejar que se penetre con mi polla, atenazo con fuerza su vulva, exprimiéndola, mojándome la mano con su abundante fluido.
¡Qué zorra es! Tiene clase hasta cuando es puta. Ha separado las piernas y en perfecto equilibrio sobre los pies, apoya todo su peso en mi mano. Siento mis dedos besados y lamidos por los labios de su coño.
— ¡Arráncamelo, mi 666! Arráncame este fuego de furcia que me quema hasta la matriz que da vida.
La adoro. Su obscenidad consigue que mi eficaz glande se cubra de una espesa capa de fluido, tan denso como la jalea. Mis testículos se han endurecido como cuero.
Se da la vuelta para clavarse a mí y separa las nalgas con sus dedos de largas uñas mal pintadas, desgastadas de tanto fluido y semen. Apenas siento más que el calor de su sexo hirviendo; no hay roce, estamos tan lubricados que más que penetrar nos hundimos el uno en el otro. Me encanta especialmente el momento en el que mi pijo empuja sus dilatados labios mayores hacia adentro y ella estira la espalda y el cuello como si tuviera que hacer espacio para que se acomode mi pene ahíto de sangre.
Ahora sus labios se han acomodado y besan las venas que irrigan mi bálano, como una deliciosa carne cruda sube y baja dándome un placer que me lleva directamente a la brutalidad misma.
Se la metería tan adentro que creería que le saldría por la boca.
Mientras clavo un dedo en su ombligo, con la otra mano pellizco sin cuidado su pezón izquierdo. Y ya no sé si gime de dolor o porque siente que mi polla va reventarla de placer.
Su piel está húmeda de mador, como si las babas del sexo salieran por los poros de su piel tostada.
La única antorcha de la cueva ilumina el coito dejando nuestros rostros en la penumbra. Los jadeos parecen salir de las oscuras entrañas de la cueva. De mi reino.
Siento como la vagina de mi Dama Oscura trabaja perfecta y se cierra y abre en mi polla; yo intento reventarla empujando con golpes secos y bruscos de cintura. Sus pechos se agitan furiosamente con las embestidas y cuando el semen mana entre nuestros sexos, lanzamos un rugido al unísono y los crueles gritan, y gritan los condenados y gritan los ángeles en el cielo ante la horrenda obscenidad de unos fluidos que riegan directamente las cabezas de los condenados en las profundidades de mi reino.
Los crueles se masturban gruñendo en infectos lugares plagados de venenosos insectos.
No hay nada como un buen clavo para sentirse optimista e inspirado. El Aston Martin espera a la salida de la cueva, Mis crueles lo vigilan, a veces Dios envía a sus ángeles para que se caguen en él como sucias palomas.
Conducimos hasta Holanda y allí decidimos pasar una jornada en barco. En Amsterdam embarcamos con el Aston Martin en un transbordador y pasamos el viaje en un camarote sin ser necesario. Mi Dama Oscura escribe cosas en un diario que no debo leer porque no debo amarla. Sólo follarla.
Ella me ama y yo la trato como a una ramera. En el infierno no hay más que adorar a uno: a Mí. Y yo mato o no, según me apetezca.
Cuando escribe, sé si plasma tristeza, alegría o ira. Sus ojos brillan intensamente con cada emoción. Conozco cada uno de los matices de sus increíbles ojos negros.
La pluma estilográfica hace un ruido encantador en el papel, superando el del mar. Cualquier cosa que salga de mi Dama Oscura es siempre mejor que lo que hay alrededor.
Durante el corto viaje fumo un gran habano tumbado en la litera y ella de vez en cuando, como una gata en celo, frota sus pechos contra mi torso para comerme la boca.
Hemos llegado a Copenhague, una ciudad fría y deprimente cuya única alegría es ahora la gran fiesta del clima. Es extraño ver razas negras y exóticas deambular por las frías y limpias calles.
Nuestro vehículo rompe con elegancia la monotonía de tanta bicicleta y aplasta nieve en la calzada con su innecesarios trescientos caballos.
Algún ecologista nos mira desde el interior de su vestimenta de cosmonauta, (hay una ola de frío polar) con cierto desagrado. Odio diría yo.
Acerco el coche al bordillo de la acera para hablar con el primate, ocupando uno de los miles de carriles para bicicletas que hay en la ciudad.
— ¿Me podrías indicar dónde se encuentra el hotel Copenhaguen Admiral?
Mira el Aston Martin detenidamente, nos mira con cierto desprecio, calcula algo y por fin habla.
—Esta misma calle os llevará a una plaza, Está ahí mis...
Yo ya sé donde está el puto hotel; pero no soporto que ningún ser inferior me mire así. Un rápido movimiento y le hago un profundo corte con mi cuchillo en la garganta que le impide hablar. Dobla el cuerpo sobre el estómago y parece un borracho vomitando sangre en la calle.
—Nunca deberías haberme mirado con desagrado, me encanta que me teman y adoren, idiota. Y desángrate de una puta vez que quiero tu alma —sujeto su pecho agarrando su abrigo para evitar que caiga al suelo aún.
Cualquiera diría que estamos hablando.
Mientras muere, mi Dama Oscura se enciende un cigarrillo del que me invita a dar una calada. Meto la mano entre sus muslos. Su coño me conforta en los momentos de aburrimiento. Y está caliente. Sus muslos apenas cubiertos por la falda, quedan manchados de sangre. Y la sangre me sube a la cabeza y desata la furia de mi pene de una forma instintiva y salvaje.
Ella sonríe al ver mi paquete palpitar.
Antes de que el primate pierda la fuerza de sus piernas, acerco su cabeza a la ventanilla del coche, muerdo sus labios y aspiro su alma con los últimos latidos de su vacío corazón.
Conduzco lentamente hacia Kongens Nytorv, la famosa plaza del centro de la ciudad donde se encuentran los hoteles más fastuosos y los primates más degenerados. Porque cuanto más rico es un primate, más perverso. Esto es una constante universal. Las cosas caen, el agua se congela y los que tienen pasta y poder, tienen una mente sucia y realmente repugnante.
Tienen tiempo, no trabajan; la misma decadencia de la clásica Roma parece viajar a través del tiempo y la distancia e infectar a los monos más genéticamente predispuestos.
Sólo cambia la arquitectura.
Estoy cansado de oír timbres de bicicletas. Puede que antes de irme, les vuele la cabeza a unos cuantos sanotes daneses que disfrutan haciendo ese ridículo e irritante ruido cada vez que les sale de sus encogidos genitales.
Los tienen que tener encogidos, hace mucho frío.
A las tres de la tarde comienza a oscurecer y las calles adquieren un tono de color y luz que durante el día es casi imposible imaginar. Sólo lo artificioso puede dar belleza a lo artificial, como si se tratara de una proporción áurea.
Y hay que reconocer que el resultado es sorprendente.
El Christiansbort, el parlamento danés, cierra sus puertas para que los políticos verdes o no, se dirijan a sus lujosos hoteles para seguir hablando de todo, menos del cambio climático.
Es hora de la coca y las putas de lujo.
Mientras miro por la ventana de nuestra fastuosa suite, mi Dama Oscura se refleja en el cristal masturbándose impúdica. Gime perceptiblemente y me laten las sienes.
Siempre hace estas cosas para sacar mi brutalidad en todo su esplendor. Soy como una bestia salvaje que en celo no conoce piedad ni paz.
Siempre estoy caliente y en celo.
El pelirrojo, por supuesto, se hospeda en este hotel, que por el precio, debería llevar incluida la puta en cada habitación. De hecho, hay dos ministras en esta misma planta, cosa que me hace sonreír. Sólo que en vez de cobrar, son tan estúpidas que pagan. El verde Hightower, se hospeda en la habitación contigua a la nuestra. No es una casualidad, me ha costado una pasta.
A las nueve de la noche entra en su habitación, en Copenhague ya es una hora muy avanzada y el frío no propicia la vida en la urbe. No hay nada que ver.
Las calles iluminadas y a la vez desiertas, parecen morirse de aburrimiento porque nadie las pisa.
La Dama Oscura observa con aburrimiento una revista encima de la cama y apenas presta atención cuando salgo de la habitación.
Llamo a la puerta de Hightower y éste abre directamente deshaciendo el nudo de la corbata.
Un puñetazo en la mandíbula y una patada en el estómago le lleva directamente al borde de la cama. Saco el cuchillo de entre los omoplatos y le hago un profundo corte en el dorso de la mano derecha. Los tendones se han cortado y retraído, los dedos han quedado crispados como si cogieran una piedra ardiendo y sin que pueda llegar a gritar por el dolor, le hundo en la boca el enorme consolador de la Dama Oscura que me había guardado en la cintura del pantalón y no he limpiado.
Le doy la vuelta en el suelo y apoyando la rodilla en su espalda con todo mi peso, lo inmovilizo y corto los plantares delgados, en la articulación de las rodillas para evitar que pueda moverse.
No es perfecto, porque mana mucha sangre; pero la Dama Oscura ya ha entrado en la habitación con su vestido de látex de enfermera puta. Adoro su humor.
Con profesional rapidez y habilidad, rodea sus rodillas por encima de los cortes con dos gomas de contención venosa para cerrar la salida de sangre y hace otro tanto con la mano derecha. La sangre ahora mana lentamente y en pocos minutos se espesa en los cortes para coagularse.
Si Hightower no tuviera la boca llena de polla de látex, estaría gritando como un gorrino. Os lo aseguro.
Un tendón cortado es una de las cosas más dolorosas que hay.
Vosotros no lo intentéis con vuestro marido o esposa, ni con vuestros hijos. Estas técnicas para cortar tendones y músculos con tanta precisión requieren muchos siglos de entrenamiento y eso es algo que no podéis ni soñar. Tal como está el planeta de caliente y jodido, no creo que ningún primate consiga vivir más de cincuenta años a partir de esta cumbre danesa.
A menos que paguéis una pasta gansa para que vuestros tataranietos puedan disfrutar de un planeta más fresquito dentro de cien años, gracias al bueno de Hightower y dos mil más como él.
— ¿No es cierto, Hightower? —le pregunto cogiendo su rizado y pelirrojo cabello con el puño.
Me mira con los ojos desmesuradamente abiertos, está llorando. Y no sabe lo que le pregunto; pero afirma con la cabeza.
La Dama Oscura lo está desnudando de cintura para abajo, es básico sobre todo en un líder de cualquier bando, desnudarlo y dejar al aire sus genitales para que se de cuenta de que no es mucho más que un animal cazado. Es una humillación añadida y que emite unas ondas cerebrales de sumo temor que alimentan mi ego. Soy de lo más empático con los primates.
Su ordenador portátil está abierto y encendido. Una campanita melodiosa de aviso de correo electrónico da un absurdo toque de normalidad a la escena.
Abro el mensaje.
Asunto: Previsión del incremento de temperaturas en los polos y el ecuador.
Hola Edward.
¿Te parece bien el incremento que hemos aplicado? Los valores reales están en negrita, los que hemos incrementado para tu presentación mañana, están en rojo. Dime si te parece bien, creo que si exageramos más las temperaturas, no será creíble. Estaré esperando tu respuesta.
Saludos.
R. Platt.
PS: recuerda que la Oil Limited, nos prometió financiar una expedición oceánica para principios del año que viene. Su lobby en Copenhague es Dietrich Malleryen y tiene un cheque para nosotros. Lo encontrarás en la cafetería del Crhistiansborg a las once de la mañana. Adjunto su foto
”.
De las temperaturas reales a las amañadas hay más de medio grado de aumento, es la previsión recreada con un gráfico para los primeros tres meses del año.
La psicosis ya está instalada en los primates más sugestionables y todo puede ser. Sobre todo si lo así lo dice un experto en la materia como nuestro buen Hightower. Las grandes multinacionales financian sus viajes e investigaciones como la mejor forma de publicidad y lavado de conciencia frente a los ciudadanos preocupados generosamente por el futuro del planeta mientras besan el culo de su amo.
La Dama Oscura se ha sentado frente a él, no lleva bragas y su sexo se muestra abierto y húmedo. El pelirrojo no se la mira.
Los dolorosos tajos no acompañan a la libido.
—Vas a ser el primer mártir de la Iglesia del Calentamiento Global, Edward. No existen mesías sin tormento a la vez que no existen creyentes sin sacrificio. De morir no te libras, no guardes esperanzas de ningún tipo. De la misma forma que prometes un mundo mejor para dentro de ochenta o cien años, cuando todos tus seguidores idiotas ya estarán muertos; yo te aseguro que cuando mueras serás famoso. Y eso ocurrirá dentro de unas horas; pero no lo verás. No lo verías aunque fuera dentro de unos segundos. Tu fama será la muerte misma. Te adorarán durante unos días.
Es necesario que al primate no le quepa ninguna duda de que ha de morir. El terror de los monos ante la desesperación es una droga deliciosa.
La Dama Oscura está ojeando los documentos del ordenador portátil
—Mi 666, mira esto te va a encantar. Quieren ser tan crueles como tú. Deberíamos perdonarle la vida y hacer de Edward uno de nuestros crueles.
El video muestra una extensa llanura de hielo, gira la cámara y enfoca el mar, el hielo de la orilla está lleno de focas.
Un hombre con un bate de béisbol de madera y otro con un rifle se dirigen hacia la manada, ambos llevan anoraks de Leathers North, una importante empresa peletera irlandesa. La cámara da un giro rápido y enfoca a Hightower.
—Quiero que seáis especialmente salvajes. Cuando vean esta película las empresas peleteras van a pagar oro en lingotes para que no se divulgue en los medios de comunicación.
—No me filmes, idiota, ahora tendré que editar la película personalmente.
La cámara enfoca a los dos hombres. El del rifle apunta a una foca que resguarda entre sus aletas a su cría, blanca como el propio hielo. Sólo sus negros ojos y la nariz ayudan a distinguirla.
— ¿Preparado para la toma? —grita el hombre del rifle para hacerse oír por encima de los ladridos y aullidos de los animales.
—Preparado —dice el cámara haciendo zoom sobre madre y cría.
Se escucha un estampido y al mismo tiempo, medio hocico de la foca madre desaparece entre una nube roja. Pasan un par de segundos y otro tiro más destroza su cráneo un poco por encima de los ojos.
A mí los primates me la pelan; pero tal vez sea porque yo tengo más de animal que de ser humano por lo que este tipo de dolor me irrita profundamente.
Le arranco el consolador de la boca a Edward, le meto el cuchillo en el carrillo derecho y corto hacia afuera. Alcanza a gritar y mearse al mismo tiempo antes de que le pueda meter en la boca el consolador de nuevo. La mejilla le cuelga de la mandíbula inferior como un bistec y se le pueden ver premolares y molares entre la abundante sangre.
La Dama Oscura está seria, no quiere mirarme a la cara, no despega la vista de la pantalla del ordenador.
Los cazadores han matado a tiros a otra foca que se les acercaba para defender su territorio. La cría hocica en el vientre de su madre instándola a que se ponga en pie.
Cuando el hombre del bate se acerca, la pequeña foca emprende torpemente la huida. El cazador la golpea en las aletas, en la espina dorsal y en los costados, en cualquier lugar que evite una hemorragia masiva de sangre que manche la piel interna, la base del pelo. El resto de la manada aúlla y ladra, se han concentrado en un numeroso y compacto grupo con las crías en el interior.
Ser cruel consiste en dar golpes no muy fuertes, que aplasten músculos y huesos que no se encuentren en una zona vital. O sea, aplicar dolor puro de tal forma que la víctima no muera demasiado pronto. Y de esto entiendo más que nadie.
La Dama Oscura ha cogido un pisapapeles de bronce de la mesa, es una antigua escafandra de buzo. Se dirige a Edward con el rímel corrido. Es humana al fin y al cabo.
Y está hermosa con esa tragedia pintada en los ojos.
Se arrodilla frente al hombre separándole sus ahora inútiles piernas y lleva los brazos por encima de su cabeza para bajarlos y golpear con fuerza la rótula izquierda del líder ecologista. El crujir de los huesos de primate es una delicatesen excepcional; en ningún otro animal suena mejor. Además, los primates os quejáis de forma ostentosa y cobarde y eso pone mi pene erecto y duro como ninguna otra cosa.
Os follaría los huesos para eternizar vuestro dolor; pero siento cierto asco por vuestra carne. Dios no es perfecto y sus criaturas tampoco.
A Edward se le han abierto desmesuradamente las aletas de la nariz y golpea la cabeza contra la pared donde se apoya. Los mocos están mezclados con la sangre que inunda la boca por la mejilla desgarrada. Es todo tan sucio y tan brutal...
A veces se me escapa una lágrima traidora llevado por la belleza extasiante del momento.
La Dama Oscura golpea la otra rodilla y rasgando la piel aflora el hueso blanquecino de la articulación. Aprieto el culo con aprensión llevado por la solidaridad del dolor. A veces tengo detalles de empatía.
El pelirrojo ha piafado sobre sus propias nalgas y el olor a orina, mierda y sangre hace de la lujosa habitación lo más parecido a mi infierno.
Si tuviera al tarado de Hitler aquí le haría comerse la mierda, cosa que haría sin que se lo pidiera.
En el monitor sigue la escena y durante tres largos minutos aburridísimos la pequeña cría queda inmóvil con sus enormes ojos negros mirando al mar al que pretendía llegar.
Cuando el cazador mete la punta del cuchillo en su vientre, el bebé foca da un pequeño ladrido y levanta la cabeza durante unos segundos. Sus tripas caen en el hielo formando una nube de vapor.
¿Queréis saber exactamente lo que pensaba la foca? Porque yo lo sé, porque si tengo algo que odiar en mi vida, es esta puta virtud de leer el pensamiento de los que están muriendo, de los que sufren y tienen miedo. Aunque no quiera.
Los agonizantes deberían de callar de una puta vez, coño.
La traducción perfecta es: “¿Por qué me matan, mamá? Duele mucho, mamá. Ayúdame. ¡Mamá, pupa! ¿Dónde estás mamá? Yo quería ser mayor como tú”.
No quedará del pelirrojo más que una carcasa vacía de vísceras.
A mí no me impresiona demasiado; pero es inevitable que el sufrimiento de un animal que carece de instinto predador -en los animales no humanos se desarrolla como un aprendizaje para que los pequeños no se maten entre sí como hacen las crías de primate- consiga hacer que cierre el puño con fuerza.
—Vamos a sacarlo al fresco, mi Dama.
Con el edredón de la cama envolvemos al pelirrojo, y con una funda de almohada improvisamos una bufanda para que no se le congelen los pulmones por accidente. Lo sacamos al balconcito de la habitación, un termómetro luminoso de la plaza indica diez grados bajo cero. Son las diez de la noche y puede que baje unos siete grados más la temperatura. Es suficiente.
—No te muevas, o te cascaré la columna vertebral con el pisapapeles y no morirás. Ahórrate un dolor, hazme caso, mono.
Edward suplica perdón con lágrimas en los ojos. Por mí como si se la pica un pollo.
Parece talmente una momia envuelto y a salvo del frío con el edredón y la bufanda, mi dama practica un preciso corte en la ropa a la altura de sus genitales y extrae el pene. Con cuidado apelmaza la ropa alrededor del miembro para que no se congele nada más.
Y para mejorar y acelerar el proceso, vertemos un vaso de agua en el miembro.
Y así con su penecito al fresco, cerramos el balconcito.
Nos sentamos en la cama a mirar la televisión, están emitiendo Muerte entre las flores y el marica está llorando en el bosque por evitar que le descerrajen el tiro de gracia. Esa escena siempre me ha parecido deprimente, yo le hubiera cortado las orejas y luego le hubiera metido la hoja de mi puñal en el ano y lo hubiera removido hasta su último suspiro.
Mi Dama Oscura apoya su cabeza en mi poderoso pecho y yo acaricio su suave pubis distraídamente.
Han pasado algo más de tres horas cuando llaman a la puerta.
— ¿Edward? Soy Ernest. André me envía por el video de la caza de focas. ¡Abre!
La Dama Oscura se viste con el disfraz de enfermera, está tan manchado de sangre que mi pene se encabrita. Abre la puerta.
— ¡La hostia puta, Edward! Menuda guarra te has buscado, cabrón. Y yo matando focas en el hielo. Dios debería repartir mejor los placeres, amigo mío.
La Dama Oscura le invita a pasar posando la mano en su paquete. Ernest es todo un ejemplo de rubio escandinavo, de tez pálida y una melena rubia que roza sus hombros, sus rasgos son agradables, a excepción de unos ojos inquietos y pequeños de color beige que bizquean un poco.
Cuando se da cuenta que no soy Edward abre la boca para exclamar algo, momento en el que le lanzo el pisapapeles a la boca.
Este pisapapeles está siendo realmente útil, me lo voy a llevar a mi oscura y húmeda cueva. Como un efectivo recuerdo. Soy un sentimental y me gusta coleccionar cosas de mis viajes.
El rubio cae al suelo de rodillas con los dientes rotos asomando por entre los labios hechos pulpa. Se apoya sobre una mano, como un toro herido vomitando sangre en la moqueta. La Dama Oscura se sitúa frente a él en cuclillas. Le encanta que le miren el coño y coge sus dos muñecas y le obliga a plantar las manos en el suelo. Así a cuatro patas está perfecto.
No me molesto en quitarle la ropa, ya caerá.
Clavo el cuchillo en el ano a través del pantalón y le permitimos lanzar un grito atroz. Como la cría de foca gritaba. Ahora subo el cuchillo por entre las nalgas cortando sólo la epidermis dirección a la rabadilla. Sin dejar de cortar, llego a la columna vertebral y acabo el impresionante corte en la nuca.
¿Veis? Ya os lo dije, no era necesario sacar la ropa, ha caído a los lados con una simetría perfecta.
Me meto el cuchillo entre los omoplatos y hundo los dedos en la herida, a la altura de los lumbares. Pego un fuerte tirón con ambas manos y levanto un buen trozo de piel a ambos lados de la espina dorsal. Despellejar así siempre me ha gustado, es fácil como rasgar una sábana de algodón.
La Dama Oscura le ha tenido que tapar la boca. A pesar de encontrarse en estado de shock, el cerebro del primate ha encontrado algún nervio útil al que enviarle la información de dolor para que la laringe se ponga a trabajar en el lamento.
Con una patada en las costillas, lo tumbo de costado en el suelo. Y mi Dama Oscura lo inmoviliza subiéndose en su costado a horcajadas, apoyando su coño en el bíceps derecho.
El nórdico cazador intenta protegerse con las rodillas el pecho y adopta una posición fetal. A mí me da igual, lo voy a destripar igualmente.
Clavo el cuchillo en su mal escondido pubis después de retirar las molestas rodillas y subo cortando hasta el ombligo. El corte es bastante más profundo que el de la espalda, aquí se trata de seccionar casi todo el grosor de los poderosos músculos abdominales.
Y luego la gracia: le doy una fuerte patada en la barriga y el corte se abre en todo su esplendor dejando resbalar las gordas y largas morcillas que son el paquete intestinal, él mismo las intenta retener cerca de sí, pero son resbaladizas y se le escapan de las manos.
Lo dejamos ahí desangrándose, y el consolador vuelve a tener utilidad de nuevo en la boca destrozada del cazador.
Ha sido un extra muy agradable este rato pasado con el rubio, me vuelvo a sentar en la cama encendiendo un enorme habano Partagás cuyo humo dispara la luz de alarma del detector de incendios.
— ¿Señor Treseises? Soy Henzel de recepción. Tienen algún problema en la habitación, hay aviso de humo.
—No, mi mujer se ha dejado la puerta del baño abierta y ha salido el vapor de la ducha. Le prometo que no me estoy fumando un enorme puro y que mañana no le daré una indecente propina.
Al hombre se le escapa una sonora sonrisa y un carraspeo cómplice.
—No se preocupe, puede fumar cuanto quiera. Nuestro hotel dispone además de una inmejorable cava de habanos. Si el señor lo desea, puede bajar al semisótano a elegir uno de nuestros cigarros como cortesía del hotel.
—Muchas gracias, Henzel, posiblemente acepte su regalo dentro de unas horas. Buenas noches.
—Buenas noches, Sr. Treseises.
Me encanta que me hagan la pelota.
Las convulsiones del cazador de focas se van haciendo cada vez más débiles y los intestinos han pasado a tener un color ceniciento a causa de la luz y el aire. Hasta la luz que Dios creó afea las vísceras.
La Dama Oscura mete la mano entre las asaduras y levanta un puñado de larga salchicha, los ojos de Ernest miran a algún punto del techo. Las tripas resbalan de entre los largos dedos de mi Dama como angulas muertas.
Posiblemente Ernest está captando la imagen de Jaziel, el arcángel que está de guardia hoy para intentar dar consuelo a los moribundos y de paso llevarse su alma al cielo aprovechando algún despiste mío. Son como buitres. Incapaces de hacer el trabajo sucio; pero se alimentan de suciedad.
Admirando al agonizante, mi Dama recuesta su cabeza en mis piernas y cuando se acaba el cigarrillo, su boca busca algo más que chupar y mi pene de repente se encuentra cubierto por una boca húmeda y caliente. Sus largos dedos acarician con suavidad mis cojones y a mí se me cierran los ojos de placer.
Cuando mi semen inunda su boca, ella me lo devuelve al pubis y lo frota hasta pringarme el vientre con ese blanco y cálido bálsamo.
No puedo más, le doy la última calada al puro, obligo a la Dama a que se tumbe de espaldas en la cama y separando con brusquedad sus piernas aferrando los tobillos, lanzo mi lengua gorda y pesada en su llaga divina. Le golpeo con fuerza el clítoris con la lengua y sin dejar de lamer su delicioso coño, le hundo en la vagina dos dedos y otros dos en el ano.
Se me corre en la boca con brusquedad, me llama hijo de puta y me pregunta entre jadeos casi epilépticos, qué le estoy haciendo ahí abajo.
Sus pezones están duros hasta el dolor y las venas de su cuello laten deseables con los ecos de sus últimos orgasmos.
—Deberíamos acabar el trabajo y volver a nuestra habitación, huele mucho a mierda —dice con la voz aún afectada por los orgasmos. De su vulva gotea un espeso fluido que me hace la boca agua.
Tiene razón.
Rápidamente meto a Edward en la habitación. Está inconsciente y su pene completamente helado y rígido.
La Dama Oscura lo mantiene derecho contra las cortinas y desenvuelve el edredón que protege su cuerpo. Está razonablemente caliente y lo único ennegrecido por la congelación es su polla. Con un rápido golpe de puñal, corto el pene, que más que cortado, se rompe y cae con un sonido sordo en la moqueta. Apenas se ha enterado de lo que le ha ocurrido. Descuelgo el espejo del lavabo mientras la Oscura le abofetea el rostro para que despierte.
Le cuesta enfocar lo que el espejo que he puesto frente a él refleja. Hasta que le dejo en su cálida mano su propio pene.
Es chocante, no hay sangre y sólo queda un pequeño tronco que sobresale del pubis donde antes había un pene mediocre pero útil.
Cuando la Dama deja de presionar su pecho se pliega en el suelo como un acordeón, las rodillas rotas y los palmares cortados no favorecen para nada el bipedismo.
Estoy pensando en cortarle la cabeza, o simplemente pegarle un tiro.
Creo que lo mejor es cascarle el cráneo con mi nuevo y precioso pisapapeles.
Mi Dama Oscura se limpia en la ducha de sangre y babas y en el bidé está más tiempo del necesario lavándose el coño.
No le golpeo con fuerza, son golpes suaves que hacen crujir el hueso sin llegar a aplastar el cerebro. Al quinto golpe la cabeza parece gelatina y ya no es hombre, es sólo carne respirando.
Le rebano el pescuezo con cuidado de no ensuciarme y le meto el pene en la boca como guinda final.
Pues a mí me gusta el olor de la habitación.
Mujeres...
Mi Dama Oscura me espera ya en la puerta de la habitación.
Antes de cerrar la puerta de la habitación tras de mí, Jaziel se aparece con sus enormes alas extendidas y su mirada melancólica y lánguida.
Con un balsámico canturreo lleno de compasión reza por ellos, los santigua y los unge con su aceite. Sus almas se separan de los descuartizados cuerpos y me miran con horror, con un grito mudo. El ángel los cobija bajo sus alas. Me paso el dedo por el cuello imitando la degollación y cierro la puerta de una puta vez.
Con la mamada de mi Dama Oscura me había olvidado de llevarme las almas.
Da igual, aún quedáis muchos primates.
Decidimos a comer algo en el bar-restaurante abierto durante toda la noche y fumarme el puro que Henzel el recepcionista me ha ofrecido.
Devoramos sin cuidado unas cuantas tostadas con salmón ahumado y mantequilla. Mis dedos huelen a sangre rancia. Y el camarero que nos ha aconsejado ir al salón de fumadores yace con los ojos acuchillados tras la barra.
Mi Dama recostada en mi hombro, acaricia mi pecho completamente relajada en el selecto salón. Estamos solos, no hay voces de primates molestando.
Todo está bien, los muertos no hablan, los ángeles hacen su trabajo y el infierno nos sigue. No hay focas llorando su miedo a su madre.
Nos vemos.
Para desgracia vuestra.
Siempre sangriento: 666


Iconoclasta

15 de diciembre de 2009

Hasta luego mi amor


Perdona que te deje sola un tiempo.
Tengo que morir.
Todo ha salido mal.
No te preocupes, cielo; me mato y enseguida vuelvo.
No estoy bien, cielo.
Ha sido mucho tiempo. Pesan todo esos años sin ti.
He oído que podría reencarnarme. O sea: me enchufo veinte minutos a la toma del gas y ya soy libre.
Y ahora que te tengo grabada en mi pensamiento, ahora que sé quien eres y lo que me haces sentir; buscaré un cuerpo cercano a ti.
He leído que estas cosas pasan. Y es la única forma posible de estar más tiempo contigo. De recuperar lo no vivido a tu lado.
Y tú estate quieta ahí, no te muevas hasta que te bese. A ver si vamos a estar dando vueltas sin encontrarnos otra vez.
Ni se te ocurra moverte.
No me llores, sonríe mi reina. Dentro de un rato estaré contigo.
Tardaré a lo sumo, cinco o seis tic-tacs en estar contigo.
Y me los comeré de tus labios.
No hagas caso del mensajero que cantará mi muerte.
No llores, no abofetees al mensajero, él no sabe que voy a ti.
A veces hay que romper para enmendar lo erróneo.
Sonríe, mi amor. Y cuando te comuniquen mi muerte guarda el secreto para que nadie pueda hacernos lo mismo que en esta vida. Si escucharas el sonido del gas sabrías que es el zumbido que provoca mi alma viajando veloz a ti.
¡Shhhhh!
Un chistar pidiendo silencio.
Hasta luego mi amor.
Chao.

Iconoclasta

11 de diciembre de 2009

Bolas de navidad

Los ritos son buenos, una disciplina que mantiene ocupada la mente. El simple hecho de adornar el árbol de navidad es una terapia contra la soledad. A veces es incluso necesaria aunque no sea navidad.

Porque mirar el mundo en la superficie de las bolas de colores y purpurina del árbol, lo torna maravillosamente irreal y diferente. Y cabe todo mejor, se puede observar más en conjunto; claro que es una mera aberración óptica; pero ¿cómo llamar aberración a ese efecto si uno se siente tan bien?

La bella aberración de la ternura...

Es un reflejo divertido, interesante, hermoso.

Del todo divertido no. Salta a la vista que no hay nadie a su alrededor. No se mueve nadie más en el reflejo de la tersa superficie de la bola de Navidad. Está solo.

En navidad es mejor decir "solito". La ternura siempre palía el amargo trago de la realidad que las bolas reflejan. La soledad no siempre es tan buena compañera.

Hubo un tiempo, en el que se veía reflejado en las brillantes bolas que colgaba su padre. Y todo el mundo, todas las cosas en toda su enormidad, cabían en ellas. Se reflejaban allí, como si un pez los estuviera observando.

Era inmensamente feliz.

Aún así, es mejor tener recuerdos que llaman a la melancolía, que no tener ninguno. Aunque te doblen el estómago y sientas un deseo reventador de llorar.

Los villancicos que suenan en el reproductor arrastran consigo una cadena de emociones de las que es casi imposible evadirse. Y así, bola a bola, la añoranza que se arrastra por las ramas del arbolito, se apodera de su ánimo.

No puede colgar la bola que tiene en la mano preparada, y la deja en la caja con el resto, como si pesara mucho. La música ha cesado y la bola se rompe con un clic de delicado cristal con apenas rozarse con las otras, dejando ver sus entrañas pintadas de plata.

Siente su corazón roto.

Se ha de sentar en el sillón y encender un cigarrillo para evitar que la emoción se convierta en llanto. Da gracias por estar solo, porque es un poco vergonzoso llorar.

Pero es malo estar solo. Es malísimo. Preferiría llorar mil veces con ella, a la que ama, que no llorar dignamente en soledad. No es un hombre digno.

Un reno vestido con un traje de Santa Claus, canta Jingle Bells con la voz de Sinatra, moviendo la boca, subiendo y bajando la cabeza con una eterna sonrisa.

Ese juguete es tan viejo como su soledad y tiene miedo que en un momento de debilidad, lo coja entre sus manos como ahora, y en lugar de accionar el pulsador para hacer sonar la canción, lo abrace y se lo lleve a un hombro buscando un abrazo.

Una lágrima ha quedado prendida de un asta de plástico del reno, reflejando un pequeño mundo de soledad. Es una bola cristalina que no adorna, pero duele mil.

Mil lo que sea, no conoce la unidad de tristeza.

Mira su teléfono con la esperanza de que ella pueda llegar a él, de que estas navidades no tenga que enviar mil mensajes y mil besos que no consigue hacer realidad.

No hay mensaje en la pantalla, está mudo. Y una bola roja refleja a un hombre con un muñeco entre las piernas, con un cigarro entre los dedos, unas lágrimas... Un lugar que por su colorido debería estar lleno de música y sonrisas. De dos amantes abrazándose.

Nunca ha creído en fiestas religiosas ni paganas, nunca se ha sentido atraído por nada de aquello que todos comparten con alegría.

Sin embargo, el auto-engaño de la navidad, distraía su soledad con cierta eficacia, la vestía de banalidad; aunque fuera por todos aquellos recuerdos que evoca. Tiempos en los que aún no sabía, no conocía y esperaba una magia que no existe.

No hay finales felices, y si los hay, tardan tanto en llegar...

Sueña que ella llama a la puerta, que con un abrazo le dice en el oído: "He llegado, mi vida".

Esta era la navidad señalada para el encuentro, la única oportunidad de esos tres años de besos escritos. De ansiosas y atropelladas palabras de amor al teléfono.

Debería saber que siempre hay algo que sale mal, que sus bolas de navidad no son amigas de reflejar felicidad.

Debería comprar bolas específicas, con perennes reflejos de ella.

-¡Jingle Bells! ¡Jingle Bells! ¡Jingle Bells Rock! -canta su amigo autómata el reno, con una potente y profunda voz.

Es el único feliz en esta casa.

Besa sus manos de plástico y le pide que si existe Santa Claus, que la traiga, que es su última esperanza de creer en la magia.

No puede hacer daño creer. No cuando la necesita desesperadamente.

Sus hermanos, su madre y otros amigos, aparecen ahora en la bola amarilla, se diría que hasta el sonido y las risas reflejan.

Su madre está montando un nacimiento en la consola del recibidor.

Y él no sentía esta demoledora tristeza.

Y se le escapa un gemido sin querer.

No imaginaba aún que pudiera haber tanta pena en una bola de navidad. Era muy pequeño aún para saber.

Se lo dijo en broma: "Si no vienes, me corto las venas, que las tengo demasiado largas y las arrastro por el suelo". Como un fantasma las cadenas que rechinan tristes y lóbregas por el suelo de un castillo en ruinas.

"Te amo, loco", le contestó ella con risas.

Él también pensó que era una broma.

El árbol y todas las bolas colgadas, observan al hombre coger un fragmento de la bola rota de la caja y arremangarse la manga del jersey.

El reno está silencioso, su cuello ha quedado enterrado entre los hombros, se diría que quiere esconderse de una tragedia anunciada.

Ella está nerviosa, impaciente. No hay cobertura en el móvil y la nevada ha cortado varias líneas telefónicas aislando comunicaciones en el aeropuerto. Las máquinas quitanieves aún no han despejado la carretera. Son ya cuatro largas horas en el aeropuerto.

Desea tanto estar con él, que siente que va a llorar de desesperación.

Todo su ser le dice que algo no va bien. Siente una presión en la boca del estómago que afecta al corazón con descargas de adrenalina.

Una mirada al móvil: no hay cobertura. Los teléfonos del aeropuerto están mudos.

"Por favor, mi vida, espérame, ya estoy aquí cielo", piensa con fuerza, con una fuerza dolorosa.

El mundo parece el enemigo de los amantes, y los zarandea, los castiga, los mortifica; sin que sirva de nada demostrar que el amor que se profesan es a prueba de tiempo y distancia. Que se aferran a la palabra como a una grieta en un desfiladero.

¿Por qué? ¿Tanto daño han hecho que se merecen un dolor eterno?

El hombre presiona el fragmento afilado y puntiagudo de bola en el pliegue del codo, una punta que al hundirse cortará la vena, y luego hará lo mismo con el otro brazo. Será lento; no tiene prisa y mientras tanto puede fumar.

El árbol tiembla, las bolas chocan entre sí con un campanilleo tierno.

Tal vez alguien pueda achacar a esta vibración que el circuito eléctrico reciba una extraña señal y el reno comience a cantar su vieja e incombustible canción.

Porque magia no hay ¿verdad?

El hombre se sobresalta y deja de presionar la vena. Un escalofrío recorre su piel.

El reno sube y baja la cabeza al ritmo de la canción. Y sin que haga viento en la casa, las ramas del árbol se agitan.

En el aeropuerto, el encargado de mantenimiento, no puede evitar sentir cierta simpatía por la mujer que está a punto de llorar con el teléfono en la mano. Sus ojos están brillantes de lágrimas a punto de desbordarse.

Se acerca a ella.

-Señorita, me dirijo a la ciudad y la veo tan apurada... Tengo un vehículo oruga, es incómodo y frío; pero seguro. En cuarenta minutos estaremos allí.

-Gracias... -dice la mujer liberando las lágrimas, cogiendo las manos del hombre vestido de gris y azul. Es un hombre maduro, ronda los sesenta; pero sus manos son fuertes. Son nobles.

El hombre coge la maleta de la mujer.

-Sígame, saldremos por las puertas de servicio, seremos discretos, o tendremos un motín aquí con toda esta gente desesperada.

-Muchas gracias, no sabe cómo se lo agradezco.

-Me llamo Oliver. No se preocupe, la he visto tan apurada que era imposible no intentar ayudarla -se presentó estrechándole la mano.

-Soy María y José me espera desde hace mucho.

Y ambos se ríen camino del vehículo.

Una perla de sangre ha quedado en la piel donde presionó José para cortar la vena. O se está volviendo loco, o las ramas del árbol parecen seguir el ritmo de Jingle Bells.

En ese momento la nostalgia golpea con fuerza su alma y se clava de rodillas en el parqué, cansado, nervioso, frustrado.

Piensa en lo mala que es la vida. Basta que te quieras morir, para que te regale una ternura, un poco de magia.

Pudiera ser que ya no era posible sacar más pena y angustia, que lo único que quedaba por exprimir de su pensamiento fuera una magia casi infantil.

Pudiera ser que...

El teléfono emite el sonido de alarma de mensaje.

Se pone en pie precipitadamente y coge el teléfono de la mesita frente al sillón.

"María llega, no desesperes". Qué extraño mensaje.

El reno ahora canta con más potencia, los adornos de navidad no se agitan por un viento invisible, simplemente oscilan a un ritmo cadencioso, consciente y controladamente.

María sigue sin cobertura.

-No se preocupe, mujer. Estaremos en la ciudad en quince minutos.

El vibrador del teléfono zumba en su mano y un clic de aviso enciende la pantalla.

"José te espera, no sufras, sabe que llegas".

María se queda atónita. Oliver mira de reojo la pantalla con una sonrisa.

María, aún leyendo por tercera vez el extraño mensaje, no se da cuenta de que un poste telefónico está suspendido en el margen de la carretera, algo invisible lo mantiene en el aire en lugar de caer y aplastar el vehículo.

José se siente exultante, ríe feliz y siente en su corazón la proximidad de María. Tiene la absoluta certeza de que ella está cerca, muy cerca.

Y con nervios y prisas consigue acabar de adornar el arbolito con las bolas y los pequeños paquetes de regalos; a pesar de que no se están quietas las ramas y tiene que ser cuidadoso para no herirse los ojos.

El reno parece haberse estropeado, porque no cesa de cantar y los brazos parecen incluso dar palmas.

Está bien, es una maravillosa avería.

-No dejes de cantar, amigo mío -se permite decirle al juguete.

Apenas ha colgado la última bola, suena el timbre de la puerta.

Corre apresuradamente en un repentino silencio. El reno ha dejado de cantar y el árbol de tintinear.

-Mi vida...

Oliver conduce calle arriba, mirando por el retrovisor a la pareja que se abraza en la entrada de la casa y como sus hombros se agitan en un llanto emocionado.

Un pequeño teléfono en miniatura suena en su bolsillo, pequeño como un juguete, como una cajita de cerillas.

-Oli, soy Reno. Se nos va a caer el pelo, ya lo sabes ¿No?

-Tranquilo, Reno, tú canta que yo me encargo del Supremo.

-Bueno, tú mismo, tú mandas; pero el Supremo tenía preparado un buen drama para estas fechas, ya sabes lo que le gusta emocionar provocando dolor en las fechas señaladas de los humanos. El viejo cabronazo está peor cada año.

-No te preocupes, tengo en mente sabotear el avión que llevará de vuelta a María a su casa. El Supremo tendrá su gran drama, aunque sea un poco más tarde. María morirá, José se suicidará y tendrá además un extra de doscientas treinta y seis almas pidiéndole entrar en el maldito cielo. Y todos contentos.

-Oli, una cosa más...

-Dime.

-Me dice Árbol que si ha de seguir reflejando con tanta intensidad a esta pareja. Que luego, cuando venga lo malo va a dejar mucha huella y se sentirá deprimido durante una semana.

-Ni hablar. Si quiere cobrar la prima, que refleje toda la magia y el amor que pueda. Al fin y al cabo no han hecho nada malo. Si los humanos aguantan, nosotros también. Canta amigo, cántales mientras puedan ser felices.

-¡Jingle Bells, Jingle Bells, Jingle Bells Rock...! -escucha cantar a Reno antes de que este corte la comunicación.

Oliver maniobra doscientos metros más allá de la casa de José y María para dar media vuelta. Vuelve al aeropuerto para dejar preparada la avería del sistema de presurización que dentro de tres días, hará que el avión caiga desde una altitud que incluso al Supremo le pondrá los pelos de punta. Y el Supremo es calvo.

Conduce canturreando la canción del reno y sin ser consciente aprieta con fuerza los puños en el volante, los nudillos están blancos por la presión. En sus muñecas lucen viejas cicatrices de los cortes de una bola rota de un árbol de navidad triste. Y en su mente, antiguos recuerdos de una soledad letal, de cartas de amor de papel y tinta que el tiempo no ha quemado en su memoria. El Supremo no olvida, ni deja olvidar.

-Feliz Navidad, cabronazo -dice mirando al cielo por el parabrisas del vehículo.





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