Tengo un miedo atroz a perderla otra vez.
Aunque no existe. Me doy cuenta al abrir los ojos.
No mola soñar, creérselo y despertar luego aquí.
Nadie me quiere, no quiero a nadie porque no atraigo a nadie.
No consigo dejar de soñar al cerrar los ojos.
El amor que inventa mi mente me hace cobarde y me destroza al despertar. Cree que haciéndome soñar, encontraré razones para vivir con cierta alegría y no con estas deprimentes legañas negras como las de un lobo solitario.
A veces sueño que la llevo de la mano y cuando intento besar sus dedos, ya no está y en mis manos sólo hay aire. Entonces escucho el sonido de una pequeña turbulencia en las ramas de los árboles cuando algo o alguien me la arrebata.
Alguien se ríe entrecortada y maliciosamente desde el interior del universo, se ríe de mí. De mis ilusiones vanas, infantiloides.
No existe, el amor es sólo un invento para seguir viviendo, es una proyección en el interior de mis párpados, una pantalla de cine donde asisto a la sesión continua de mis carencias.
Carencias es una forma amable de llamar al vacío que se apodera de mí y me hace ser récord Guinnes del hastío.
Ya no puedo cerrar los ojos sin engañarme. No puedo dejar de soñar. No hay descanso al bajar los párpados para relajar la mirada. Al abrirlos, todo es realidad, ergo fracaso. No quiero vivir de ilusiones, eso te destroza el alma, pudre el ánimo.
No necesito párpados. No los quiero.
No más ilusiones que al despertar, me hacen buscar un muro en el que apoyar las manos para no caer de rodillas ante la verdad. Ante lo tangible e insoslayable.
Un día me despertaré con los párpados secos como las tristes hojas de otoño, me los frotaré y caerán rotos al suelo, tal vez mi aliento los haga revolotear y una pestaña quede prendida de mi cara.
Tiraré los restos al cenicero y los quemaré con la brasa de un cigarro, tranquilamente, con desidia.
Miraré en el espejo esos ojos grotescos que parecen reventar sin los párpados que los contienen y veré la definitiva y total cara de la locura, sin engaños. Ya no habrá más frustraciones, no habrá sueños porque mi pensamiento estará inundado de la luz de la realidad. Soy un hombre, puedo soportar la realidad.
Me jodo; pero yo no vuelvo a soñar.
Y una mierda.
Pero tampoco ocurrirá, los párpados no se secan, como mucho, se irritan y provocan un lagrimeo, algo orgánico, simplemente funcional y carente de emoción.
No hay fantasía ni en mí, ni en el universo.
Así que hoy he comprado algo fuerte para pasar con dignidad la miseria de mi vida. Engulliré mi propia mierda con tragos largos y pastillas de colores.
Si no soy afortunado, seré excepcionalmente insano.
Si no puedo cerrar los ojos y dejar de soñar, que la luz me pudra. Hay que echarle un par.
La amputación es la más rápida de las soluciones para estos casos.
Podría pedir hora para una lobotomía; pero con la suerte que tengo y lo mala que es la sanidad pública, podría quedar en un estado de imbecilidad permanente y sonreír todo el día como Danny de Vito en Alguien voló sobre el nido del cuco.
La absenta es esmeralda líquida y las tijeras a través del cristal de la botella, aumentan su poder curativo y amputador.
Los entendidos, los bohemios, echaban agua fría y se transformaba en la lechosa louche (lo dice la etiqueta). Yo no la voy a adulterar.
Si trago mi vida de mierda día a día, bien puedo tragarme la hermosa absenta. Seré un fracasado; pero aún me queda osadía.
Si fuera un bohemio, escribiría con surrealismo mi pena, pagaría a una puta enferma para que me la chupara con su boca desdentada y escribiría en un cuaderno cuan magnífica es la boca podrida que me arranca el semen aunque me muera de asco. O algo parecido.
Yo sólo quiero una mano prendida de la mía. No soy tan complicado; por otro lado, tampoco podría serlo, no tengo una imaginación surrealista.
Para mí una mamada no me provoca más que placer. Y cuando me he corrido, sinceramente, no tengo deseo alguno de besarle la boca a la puta y dar gracias a la vida por la desdentada mamada de quince euros.
Ni quiero conservar la imagen de mi podredumbre como un monumento a la intensidad de la vida y convertirlo en una experiencia mística.
Mi vida es una mierda desde todas las perspectivas.
Al césar lo que es del césar. Y una puñalada si pudiera darle.
Me trago una de las tres pastillas de color azul que me han recomendado para potenciar el sabor de la absenta. Me ha prometido el gitano que o me da por reír como un subnormal o gritar como un jabalí; pero que llegaré a lo más profundo de mi bestialismo a una velocidad de vértigo.
Y sin cerrar los ojos, que es lo importante.
El filo cortante de las tijeras es ahora de un verde nacarado, una joya hipnótica que de tan hermosa, se me antoja indolora. Y una lágrima resbala por el espejo, justo encima de mi mejilla reflejada. No es una gota de agua condensando. Por lo visto, mi colocón va de llorona.
Tercer trago de absenta y escupo algo de sangre. He fumado mucho y tal vez la pastilla la han adulterado con algo de vidrio molido.
Y no es un sueño, porque no tengo cerrados los putos ojos.
Los tengo tan abiertos y estoy tan borracho, que no siento apenas molestias tirando fuerte de las pestañas para separar los párpados del ojo.
Hay que hacerlo para poder cortarlos sin dañar el globo.
Pero sé que ahora dolería el tijeretazo.
Necesito más absenta y otra pastilla también.
Ahora la cara que me mira desde el espejo, está completamente sonriente, he cortado un trocito de la parte superior de la oreja. Parezco un perro de pelea. No hay dignidad en la oreja cortada.
Recuerdo... He cortado para probar mi sensibilidad al dolor.
Recuerdo haber gritado y tengo los dientes manchados de sangre. Me parece que al gitano se la ha ido la mano con la proporción de vidrio molido.
Si no me muero de la infección, mañana le corto los párpados en vivo.
Ahora no hay una mano vacía que intento besar. Mi mano se aferra a una tijera fría de filo peligroso. Y en alguna parte de mi cerebro, una parte no ebria, se agita incómoda dando inútiles órdenes a la mano para que deje la tijera. Seguramente me faltan unos tragos y una pastilla más para ser jabalí.
Aún queda por aniquilar algún asomo de razón.
No puedo permitirme más sueños, lo sabes ¿verdad, cerebro podrido?
Ese maldito subconsciente que crea imágenes imposibles, me está amargando. No son ilusiones, son parábolas que tienen como fin destruir cualquier alegría por respirar el aire real. Deprimirme al mostrarme el mundo como debería ser y abrir los ojos en esto. Es una mierda ser tan imaginativo y tan sabio.
Por el espejo camina una araña brillante, sin un solo vello en su repugnante cuerpo. Deja tras de sí un rastro de huevos que son pequeñas cabezas de hermosas mujeres. Hay cabezas aún más pequeñas de hijos que jamás nacerán y algún huevo sale podrido. No me interesa saber que era, la verdad.
Se me escapa la risa, la idiota de la araña se cree que voy a picar, que voy a coger una hermosa cabecita y me voy enamorar de ella.
Y cuando la bese, ella me morderá y en lugar de convertirme en Spiderman, me convertirá en Mierdaman.
Como si lo viera.
Es maravilloso tener los ojos abiertos, es la primera vez que río con estas carcajadas. Es liberadora la miseria cuando la afrontas con valentía y sin adornos superfluos.
La absenta, el espejo y tal vez el dolor que no percibo de mi oreja cortada provoca una realidad mucho más interesante que la estúpida ilusión que se proyecta en mis párpados.
Estoy en el buen camino.
Es una sensación eufórica e hilaridiosa. ¿O es hilariante? ¿Hilarante, tal vez?
Zis-zas, zis-zas... Dice la tijera cortando una pestaña por acercarse demasiado.
Yo creo que con un trago más tendré bastante.
Me gusta el frío que transmite la porcelana del lavabo en mi pene recalentado. Es relajante... Casi vibrante.
Corto.
Cualquier cosa que cortas de tu cuerpo, cuando la observas entre los dedos, parece desmesuradamente grande. Jamás pensé que un párpado pudiera ser tan grande, me cubre la uña del dedo corazón, lo imaginaba mucho más pequeño. Es elástico.
Es curioso que duela el párpado por sí mismo, el corte no me duele, y la sangre que inunda ahora el ojo que parece saltar fuera de su órbita, da cierto consuelo con su humedad.
Es un ligero escozor; pero ese pellejo que es el párpado, parece retorcerse, las pestañas parecen moverse nerviosas como las patas de una araña que no ha muerto al ser aplastada.
¡Me cago en la puta....! Claro que duele.
Trago largo de absenta y cuarta pastilla.
Vomito sangre con un ataque de tos y no quiero morirme ahora que voy a disfrutar de mi realidad. No es justo.
Efectivamente, entre los dedos manchados de vómito sangriento, hay pequeños vidrios.
Bueno, ya los cagaré de alguna forma. ¿Se metaboliza el vidrio? Y si es así ¿por los riñones o el hígado?
¿Qué es metabolizar?
¿Qué es fracaso?
¿Se me caerán los ojos secos por no tener párpados que los hidraten?
¿Cuánto vale un kilo de naranjas?
Me pagan una mierda por muchas horas de trabajo.
Vaya, parece que mi borrachera es sesuda y filosófica.
Ahora sí que no duele.
El párpado del ojo izquierdo lo corto con más tranquilidad. La experiencia a veces ayuda.
Y la verdad, no es tan grande el pellejo. Y no me molesta la verdad.
Seguro que si alguien me cerrara los ojos, mi cerebro lerdo pensaría que esos trozos sanguinolentos de carne, en lugar de párpados, son telones de terciopelo negro del escenario de algún teatro señorial. Justo lo que no quiero, porque son mis párpados cortados, no soy un crío al que hay que engañar.
Lo que de verdad da repelús, es limpiarse los ojos de sangre. Es realmente desagradable rozar el virginal cristalino del ojo con la toalla. Es doloroso.
Da igual, más doloroso era despertar de mis ilusiones y encontrarme ante la realidad. Debería estar acostumbrado al dolor.
Hay tanta luz ahora y tan real, que me permito el lujo de coger uno de los huevos de la araña pegados al espejo y comérmelo. Una pequeña concesión voluntaria a la imaginación. Es algo que puedo controlar y cultiva el buen humor.
Tengo sueño y mañana hay que ir a trabajar.
Mañana limpiaré toda esta porquería.
Me voy a hacer muy popular con mi nuevo look.
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El hombre sin párpados recupera la conciencia, está tirado en el pasillo, no le ha dado tiempo de llegar a la cama antes de desmayarse por el shock. Shock etílico, narcótico, traumático, psíquico.
Padece todos los shocks que se puedan dar en un ser humano.
Su ano está sucio de sangre y heces.
En un acto automático se lleva las manos a los ojos para frotárselos y lanza un alarido de dolor.
Siente latir sus ojos con tal dolor, que apenas consigue encontrar equilibrio al ponerse en pie. Y si tuviera expresión, si tuviera párpados; sería la del pánico y el arrepentimiento.
El latido de sus heridas es infección pura y directa al cerebro.
Apenas puede ver más que bultos y luz, mucha luz cegadora a pesar de la penumbra que hay en el apartamento.
La pus de las heridas ha formado una costra amarilla allá donde habían párpados. Intenta cerrar los ojos; pero sólo consigue doblarse de dolor cuando los rastros de carne, como aletas rotas intentan moverse.
La cabeza duele por encima de todo y siente picor en la oreja, y recuerda el primer tijeretazo, el dolor apenas perceptible.
Y el sabor empalagoso de la absenta, que como un azúcar denso aún pegado en las carnes esponjosas de su boca evoca la locura vivida hace unas horas, y recuerda su suicida imagen reflejada en el espejo. La embriaguez se ha ido y ahora queda la realidad de un suicidio lento, de un dolor inenarrable.
Está tentado de pensar que era mejor soñar y defraudarse que sentir el dolor de lo real.
Vuelve al lavabo, donde apesta a sangre, licor y putrefacción. Atisba a ver entre el velo infecto de su visión la imagen de si mismo. La realidad ha superado lo onírico y sin ilusiones proyectadas en sus párpados, imagina la humillación de una cura en el hospital, del ingreso en un manicomio.
Sus ojos hinchados parecen salir de sus cuencas; con cada giro de cabeza, se mueven buscando la visión de si mismos, como si no creyeran que esa horripilancia sean ellos.
Como si arrastrara granos de arena en el sensible tejido ocular, así duele la realidad.
Vomita un magma sanguinolento, y unas lágrimas consiguen traspasar la costra infecciosa para humedecer los ojos y darle un segundo de alivio a costa de un intenso escozor.
Y ahora, toda la realidad se presenta ante él, objetiva y práctica. Terrenal y sin atisbo alguno de ilusiones.
Siente arenilla en la boca: restos de polvo de cristal.
Algo no funciona bien en sus intestinos porque duelen, y se alegra de que duelan porque así le distrae del dolor de su propia imagen.
Sería un buen momento para cerrar los ojos y dejar de ver. Ahora que no puede cerrar los ojos, le gustaría hacerlo. Maldita complejidad la de la psique.
Es una broma de mal gusto.
¿Es posible que haya donantes de párpados?
¿Y de cerebro?
Ahora que no tiene párpados, ahora que la vida podría ser menos frustrante, no puede morir de una infección.
No sería justo.
Consigue caminar casi equilibradamente hasta la habitación y vestirse.
Aún es de noche, y guarda la esperanza de llegar al hospital antes de sufrir más dolores y perder la razón.
Perderse en el mundo con todo ese dolor.
Y jamás ser encontrado.
No ocurrirá. Se le dobla el pie en el primer escalón y rueda escaleras abajo. El cuello se parte con un crujido seco y la muerte hace caer un velo sutil en sus ojos.
Tan abiertos y tan ciegos.
Tanta locura y ningún sueño.
Misericordia a los muertos.
Porque para algunos vivos no hay piedad.
Todo ese sufrimiento para nada.
¿Qué esperabais?
¿Una vida sin párpados? No jodáis.
Siempre llueve sobre mojado y todo puede empeorar (Salmo nº 13 de la experiencia).