Es fascinante asistir en vivo al espectáculo de la motivación y preparación para una guerra.
Cómo los medios de comunicación de uno y otro bando mienten y fabrican historias oportunas.
Observar a los políticos convencer a los humanos borregos de que son esclavos o delincuentes, según el bando que hable.
Es fascinante ver como crea fanáticos cada partido rival, idiotas que lo creen todo de sus políticas bocas mentirosas, llenas de ambición y mierda.
"Quiero un nuevo país en el que haya justicia, igualdad de sexos, paz, trabajo y bienestar", dice por la tele una ¡universitaria!, como lo diría un niño de seis años. Con toda esa ingenuidad.
Pero la ingenuidad en un adulto es puta ignorancia. ¿Cómo puede creer alguien semejante mierda de Disneylandia?
Es horrible escuchar a los monos.
La universitaria no sabe, que seguirá mamando una polla cada día. De otro color o tamaño; pero básicamente seguirá limpiándose inconscientemente un semen espeso de los labios. Cada día, para siempre.
Es la esencia de la política: te la hacen tragar.
Es el sistema, no hay otro.
Países... Los himnos y las banderas me ulceran la piel, me provocan náuseas. Me evocan todos el Tercer Reich y la dictadura de Franco y los putos avemarías al entrar en el colegio de maestros severos, incultos y colaboracionistas.
Millones de ignorantes con la mano en el pecho o en alto, con los rostros serios y conmovidos.
Qué mierda, joder.
Lo más degradante que he vivido, aparte de la vida laboral, es el paso de aduanas. El control en los aeropuertos, donde un asqueroso funcionario de mierda me controla y registra mis cosas. El cabrón me tiene por un asesino.
Idiotas de mierda.
Me joden la libertad y el humor con las cosas que a los monos les parece naturales.
No consigo integrarme. Y sinceramente, me esfuerzo en ello, en alejarme cada vez más de la mediocridad cotidiana.
Los vulgares monos, los ciudadanos, tragan con todo. Como si de repente no conocieran su país e historia. Creen de verdad ser esclavos o víctimas de un día para otro. Como magia que los ilumina de golpe.
Tan imbéciles para no ver la ambición, la podredumbre y la mentira de los que gobiernan y quieren hacerlo con más poder.
Miles de seres que forman una chusma jugando con flores y canciones estúpidas, sin la memoria o el intelecto necesario para ser dignos; para saber que en poco tiempo, jugarán con balas y sangre.
Mentiras y promesas... Da igual que sea un sacerdote o un político de mierda.
Si se habla ante los monos, los monos aplauden, comen bananas con la piel y se rascan el culo ante el que habla frente a un micrófono.
Y descubren de repente cosas que no eran y delitos que no existían.
La fe de los idiotas, de los fanáticos, me escuece en los testículos como una pomada corrupta.
Los monos y su fe en los oradores...
No hay cambios en el planeta, la humanidad está estancada en la imbecilidad.
Un político es un mono con una absoluta y desmesurada ambición. Por definición son timadores y parásitos.
Quieren ser reyes y jefes de estado para estar por encima de todos; con toda probabilidad, de pequeños se dejaban pegar en el colegio por una cobardía patológica.
Es fascinante observar lo previsible que son los ambiciosos y la chusma que los apoya.
Es como una lección de niño de jardín de infancia: cada maniobra, cada mentira es tan básica, tan lógica que me maravillo de que entre tantos cientos de miles, no haya nadie con suficiente cerebro para darse cuenta.
Dormir demasiado seca los sesos.
Algo así debe ocurrir con los monos.
Más me fascina mi poderoso conocimiento de la especie humana, mi cerebro quirúrgico y preciso. Soy un dios de incógnito entre una manada de idiotas.
Me fascino a mí mismo con mi frío y desangelado deseo de que haya violencia de una vez por todas. Que mueran los que deben, que mueran niños que son la excusa para hacer un mundo mejor jodiendo el presente.
Y que los niños mueran solos lejos de sus padres, los de ambos bandos.
Porque la muerte de un hijo duele un millón.
Me parece bien.
Deseo mucho dolor.
No me importa el bando que pueda ganar, mi vida y mi pensamiento no la rige ningún mierda y respeto las leyes que me convienen, e ignoro las que no.
Quiero y me gusta imaginar a esos borregos boquiabiertos frente a iluminados ambiciosos, sufrir dolor, hambre, muerte y miedo.
Es un placer que me hace estremecer con una sonrisa.
No se manifiestan o luchan por la libertad y la justicia; luchan ciegos y lerdos con la polla de un ambicioso grandilocuente en la boca.
Se merecen todo el mal posible, los dos bandos. Que en realidad, es solo uno: la misma mierda en el otro lado de la calle.
Se merecen todo el mal posible.
Y yo, como premio a mi divinidad, merezco verlo.
Precioso...
Iconoclasta