Una nota que me acompaña desde que nací.
Porque nací en el mismo instante que supe de tu existencia.
Cuando ya había consumido demasiada vida.
La escribiste rápida con una sonrisa pícara en la cama y la pegaste en una página en blanco de mi cuaderno. Estabas desnuda y al reír tus pechos oscilaban hipnóticamente como el mar respira sus olas. Y te besé hasta el orgasmo.
Asistí al primer amanecer de mi vida a tu lado.
Aquella nota nunca se separó de mi cuaderno.
Y así, cuando soñando me alejo del mundo.
Cuando blasfemo por el mal lugar y tiempo en los que nací.
Cuando miro absorto la vida no humana del bosque.
Cuando duele algo en lo profundo de un hueso o bajo la negra piel sin sangre parece que corren hormigas.
Cuando cierro los ojos al placer e intimidad del silencio humano en mi elaborada soledad; abro el cuaderno y leo tu nota con tristeza porque no son tus labios acercándose sensuales a mi oído, los que susurran lo innecesario.
Estás en todas partes y en todas las edades del universo.
No es una nota, es un papel impregnado de la esencia de tu alma. Acaricio el relieve de tus palabras y siento que es tu piel cálida y vibrante, de una vida contagiosa.
Conservo como salvavidas tu breve y tierno pensamiento, grabado como hacían antiguos escolares, rasgando y arrancando cuidadosa y silenciosamente la esquina de una hoja de la libreta, para escribir una hermosa ingenuidad. Y entregarla con la mano rápida y secretamente en clase de historia.
Como renacuajos traficantes de amor.
Este posit es lo único palpable de ti, me ancla a la tierra donde tú estás. Un breve pensamiento como una sonrisa traviesa eternizada en mi cuaderno de locuras.
Podrías haber escrito “te odio” y seguiría sintiendo la suave y húmeda tristeza de no ser tu voz la que susurrara la confidencia.
Toda palabra que escribes está impregnada de ti como polvo de hada.
No podría olvidar amarte, cielo.
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El hombre, inclinándose más hacia la rodilla donde apoyaba el cuaderno, repasó las letras del posit con el bolígrafo. Y cuando cerró la desgastada tapa de la enésima bitácora de la soledad, la guardó en la mochila como si fuera algo importante. Se levantó con cierta dificultad de la roca donde se había sentado muy cerca del río.
Y no había ilusión o emoción alguna en su mirada, nadie excepto él había escrito aquella vieja nota.
Salió al camino con el fracaso colgando de un hombro otra vez.
Con su solitaria mentira y el eterno fraude de sí mismo.
Tal vez, cuando encontraran su cadáver y alguien leyera esas dos palabras de la nota en su cuaderno, nadie pensaría que su vida había sido tan árida como él se sintió siempre de seco y vacío.
Iconoclasta
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