He admirado una garza blanca y deslumbrante avanzar silenciosa y coqueta por el lecho del río. Y su cuello oscilar adelante y atrás al son de una inaudible melodía.
A un pequeño corzo saltar ante mí la alambrada del campo sin rozarla. Así de fácil...
Un lagarto verde como una joya, presuroso hacía crujir las hojas secas de la vera del camino huyendo de mi sombra.
Y un águila vuela con una serpiente agitándose entre sus garras.
El gato hace crujir un ratón entre sus fauces…
Hubo un tiempo de sorpresa.
Ya no.
Ahora admiro serenamente lo libre y salvaje. Sin sonrisas, grave como una infección por gusanos en el corazón.
No importa el frío o si el sol aplasta la tierra y arrasa mi piel en sus horas de mayor verticalidad; yo también me dejo ver. Soy un animal más.
Porque las horas del sol vertical, son las que más soledad e intimidad ofrecen; cuando todos los esclavos temen obedientes a los amos de la plantación.
Soy tenaz por mucho que duela todo.
Y el miedo me lo paso por el culo, junto con los consejos pueriles.
No sé si algo me cazará, pero como al resto de animales, no me preocupa.
Lamento no ser salvaje y útil como las bestias; pero no tengo la culpa; nací en cautividad, fui un esclavo más de la plantación citadina.
Así que amar es lo único libre y salvaje que ejecuto.
Con posesión atenazar su coño y ordenarle: ¡Méate en mi puta mano!
Sentir el calor real y tangible de su amor que oprimirá mi rabo henchido de sangre en lo profundo de su impúdico coño.
Y si no obedece enzarzarnos en una lucha de pieles sudadas y gemidos reproductores.
Amar salvaje, carente de toda educación, de premisas.
Amar sucio y brutal.
Con todas las palabras, con todos los fluidos.
Amar hasta herir…
Hasta avergonzar a las divinidades que el Estado creó.
No es un amor apto para la moralidad y legalidad vigentes en la plantación de esclavos en este momento y lugar aberrantes.
Es libre y salvaje, la voluntad del deseo limpio de toda hipocresía y enseñanza.
Algunos creen que es imposible amar así; bueno, como siempre se equivocan los ignorantes.
Porque la mayor parte de los esclavos perdió la gracia humana de la libertad y su imaginación feroz.
Tampoco parecía posible que al haber nacido en cautividad, mi pensamiento fuera tan ajeno a la civilización, tan impermeable a las sagradas enseñanzas del Estado y sus sacerdotes.
Tan alejado de madre y padre silenciosa y sigilosamente…
Era consciente de mi delito de ateísmo al Estado y sus santos.
Soy viejo y afirmo que los viejos viven demasiado por cobardes artificios, y eso los hace mezquinos, llorones inútiles, una carga egoísta y parasitaria para los que les rodean, que callan hipócrita más que piadosamente el estorbo.
Demasiados años regalados los convierte, también, en viejas gallinas en continua lucha ruin, porque son los médicos de la plantación los que luchan por ellos manteniéndolos con vida un día más con la supersticiosa aleatoriedad de la química. Aunque sea metiéndoles un palo en el culo para que puedan sentarse en la mesa sin meter la frente en el comedero.
Los viejos deben morir cuando el cuerpo así lo pide. Deben dejar un recuerdo elegante y digno, no esa mezquindad llorona y cobarde de una vida longevamente cobarde.
Porque la edad debería hacerte valiente y sabio; pero los nacidos en cautividad muchos de ellos, son viejas tortugas que comen lechuga podrida mirando a ninguna parte después de llegar del médico por enésima vez a la semana. Y les asusta lo que a una gallina no le importa.
La sabiduría no la han conocido en su vida tramposamente longeva; sólo los palos del amo y su obediencia de culo apretado por miedo a lo que les pudieran meter.
Moriré libre y salvaje, con el amor intacto como ahora, sucio y feroz.
Sin mezquinos retrasos, sin indignidades que dejen de mí un asqueroso recuerdo.
Y procuraré morir bajo el sol o la lluvia, no con una sonda en la polla.
El amor debe ser libre y salvaje hasta mi muerte.
Con salvaje amor cómplice… “Quítate las bragas, levanta el vestido y hazme una paja ahora que muero”. Si no estuviera tan lejos de todo al morir…
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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