No quiero ver la lluvia tras la ventana, soy parte del paisaje.
Un accidente más.
Mejor fuera que dentro.
(No aplicable a su coño)
Fuera también puedo alardear de melancolía observando a las nubes devorar las lejanas cimas. Y cuando el cielo se despeje ¿seguirán allí? Temo con cierta tristeza pueril.
El toro se ha acercado a la alambrada y muge: quiere estar tras la ventana.
Lo entiendo, el agua me corre por la espalda.
No todas las bestias compartimos los mismos gustos.
Me da paz que no estemos condenadas a tener un único y mierdoso pensamiento global.
Ha descendido asaz la temperatura, me emociona sosegadamente, sin dramas. Es un saludo lejano del otoño, somos viejos conocidos y me pregunta con guasa:
– ¿Estarás por aquí dentro de un mes?
–No seas astuto –le respondo–. Morir no es banal, solo habitual.
Escucho el rumor de un trueno lejano, no me ha oído.
Observo las gotas bombardear los charcos y pienso en las bombas e Hiroshima.
Una idea no del todo incruenta.
Supongo que el temporal crea interferencias y no puedo imaginar qué hace ella en este instante.
Más que solo, estoy aislado.
Otra vez…
Bueno, soy un elefante viejo en el oficio que con la trompa se tapa el orificio.
Es lo único que puedo hacer, errar con una serena desesperanza.
Así que aprovechando que tengo los pies mojados y el alma gélida, me detengo en un charco a fumar. No me puedo mojar más, no son necesarios los remilgos.
Soy un paisaje desde lejos, desde el interior de las ventanas. Un tronco melancólico de ramas quedas.
La melancolía que otros miran tras el vidrio perlado de gotas.
Es una cuestión de elección.
La libertad tiene estas cosas.
El ala del sombrero gotea, observo con innecesaria y pedante poética; reflexionando en lo rápido que se consume el cigarrillo a pesar del agua.
¿Por qué insiste la chusma en que deje de fumar? A mí me importa una mierda si viven o mueren.
La banalidad es también una compañera guasona con sus sorprendentes sinsentidos.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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