Mientras temes niegas las pequeñas ternuras que suceden.
Con el miedo desvaneces las ilusiones.
Y el miedo te roba la fuerza.
El miedo da oídos a charlatanes y mientras mueres, te pudren con promesas y mentiras la vida que te queda.
Por miedo rezas cuando nunca lo haces, el miedo te hace hipócrita.
Y te hace idiota, porque si lo pretendes encuentras mil razones al día para sufrir por miedo.
Si por miedo no vives, no respiras, cavas tu tumba con más rapidez que el sepulturero.
Si no sabes vivir, la muerte la llevas montada en los hombros; morir está a un paso.
Si te apartas por miedo, te apalean por gusto. Porque el miedo te hace mezquino y despreciable a otros ojos.
Si naciste cobarde, cobarde morirás. Simplemente, alguien tenía que decirte las consecuencias de lo que eres, no por aconsejar, solo por meter un dedo en tu llaga y ver como te mortifica.
No puedes morir, no puedes irte sin ser plenamente consciente de tu indignidad.
No es por ti que escribo esto; es por mí, que despreciándote, siento que hago algo de justicia en este error de mundo en el que me escupieron.
Una cosa más, cabestro; si caminas en naturaleza con el bozal en el hocico, ten la decencia y dignidad de suicidarte, o morir lo más pronto posible. Y mientras alguna de esas dos cosas ocurre, no te reproduzcas, no dejes que tu genética y su cobardía trascienda más allá de ti; no más de lo que lo hayas hecho hasta ahora ensuciando generaciones.
Y ahora sigue, ve y teme.
Y muere pronto.
Iconoclasta
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