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18 de noviembre de 2015

Ojo por ojo



En momentos como éste, cuando la cuestión del terrorismo islámico está en su punto álgido, es cuando más me acuerdo de los  israelíes y la simpatía que siempre he profesado por ellos, a pesar de que socialmente es incorrecto según las más elementales normas de progresistas y filántropos. Lo humanitario es llamarlos asesinos y represores.
Claro, que la cosa cambia cuando es a los occidentales a quienes les ponen unas bombas en el culo.
Mi simpatía a los israelíes, porque están rodeados de gente que les odia, están rodeados de envidia. Y viven y los matan y responden. 
Y responden antes si pueden.
Los admiro porque la venganza es la madre de la justicia. Rápida, expedita. Un tributo a los familiares de los muertos actuales. No han de esperar tres o cuatro generaciones para recibir justicia.
Mi simpatía a los israelíes porque hicieron de un desierto lo que no  hicieron los pastores de cabras palestinos: un lugar del que comer  y del que beber.
Matan niños y personas indefensas dicen los amarillistas y los envidiosos.
Y una mierda... Matan niños todos los ejércitos  de todos los países y todos los tiempos. Y violan mujeres sean del bando que sean. No se puede ser tan frívolo e ignorante alegando recursos piadosos infantiles.
Y los somalís y mozambiqueños matan a sus propios paisanos para robarles alimento y vendérselo a precio de órganos transplantables.
¿Ahora en los bombardeos al estado islámico van a dar unas horas de tiempo para que los civiles puedan ponerse a salvo? No jodas...
La humanidad necesita las guerras y el odio para no agotar el planeta, es un tácito acuerdo entre gobiernos desde hace muchos siglos en los que se instauró ese pacto social por el que a un vividor se le otorgaba el derecho a mandar sobre otros.
Simpatizo con los israelíes porque los masacraron como a ningún pueblo han asesinado con tanta rapidez y en tanto número.
Y los muertos no hablan, pero sí. Y les dijeron que no se dejen matar como hace unos pocos años atrás los aniquilaron.
Son envidiados porque tradicional y prácticamente, tienen una pasmosa facilidad para acaparar dinero.
Es una cuestión de disciplina que viene de sus ritos, no hace falta buscar genéticas ni orígenes étnicos en los judíos. Es solo una cuestión de disciplina impuesta por su propia religión.
Una de las pocas razones que pueden parecer históricas en las falaces páginas de la biblia y su antiguo testamento, es que siempre fueron esclavos.
Bien por ellos, por su capacidad de adaptación.
Por lo demás, sería bueno que los gobiernos aprendieran de los israelíes para tratar el tema radical musulmán.
Las muertes es lo que se busca, es el objetivo, que nadie se engañe. La aniquilación.
Y no hay otra salida que responder o someterse para luego ser asesinado de cualquier forma.
Las piedras de hoy, serán las bombas llenas de clavos de mañana.
Que aprendan de los judíos israelíes de una vez y se dejen de esas lacrimógenas falacias que tan de moda están sobre los abusos de un pueblo sobre otro.
Me jode la hipocresía del fascismo igual que  la que nace de la cobardía de los bien alimentados y los no amenazados.
No hay nada perfecto, vaya puta mierda.
En todas partes hay buenos y malos judíos, buenos y malos católicos, buenos y malos musulmanes, etc, etc y bla, bla, bla....; pero el ser humano es imbécil y no hay otra forma de resolver las cuestiones de envidia que matando.
Es la historia quien lo dice.


666 Trabajando en Israel.
Esta luz de la tierra santa... Esta luz amarillenta que da color a resecos olivos centenarios y un toque fantasmal a las ciudades que se divisan a lo lejos, como espejismos áureos; luz que da calidez a las pieles de estos primates. 
Israel, Palestina... 
Esta luz es producto de la mierda de polvo árido y estéril que viene del desierto. No es una luz cálida, os he engañado; es una luz sucia y llena de mierda. El tono cálido es por culpa del asqueroso polvo en suspensión que los vuelve a todos gilipollas, como si aspiraran continuamente rayas de una dorada cocaína. No os creáis que en vuestro mundo todo es tan bello. Tenéis verdaderas mierdas también.
Aquí fue donde le clavé más profundamente a Cristo las espinas de su corona en su santa frente, atravesando con el esfuerzo mis manos. Me subí a la cruz y le dije mirando sus ojos verdes y llenos de sangre reseca: —¿Me quieres a mí también, falso ídolo de enfermos y locos?
Le lamí la sangre que goteaba de su nariz mientras la crucifixión lo asfixiaba lentamente y se morían con él sus falsas esperanzas para un mundo de mierda mejor, donde los hombres se sacrificarían y sacrificarían a sus hijos por obedecer a un dios idiota y egoísta. Y el acre sabor de su sangre bajaba desde mi lengua bífida a mi garganta sabiendo que con cada gota me llevaba parte de su vida. La del santo hijo que abusó de locos y enfermos para ser más que nadie.
¡Qué ironía! El lugar donde murió el santo y casto varón resulta que es ahora el núcleo de la guerra de todas las guerras, la cuna de la muerte y el terror.
Se me ha puesto dura... la polla.
Y yo, asesino de asesinos, estoy aquí recordando la muerte del nazareno hace apenas unas semanas atrás...
Camino con el uniforme de soldado israelí porque soy un chulo, el chaleco antibalas de ligero kevlar me hace sudar y mis brazos fuertes y gordos como un muslo de hermosa mujer llaman poderosamente la atención. Mis gafas ocultan mis ojos ávidos de emociones y muerte; el casco me hace sentir un poco más sobrenatural, con más carisma. Reconozco que hay algo de fetichismo en ello; disfruté con aquella judía, la mujer de un almacenista de la construcción que no me dejó sacarme ni el chaleco ni las gafas de sol mientras la penetraba una y otra y otra y otra vez... Y sus piernas me apresaban el culo para que me metiera más adentro de ella.
El subfusil es ligero, he descargado tres cargadores en pocos segundos contra un viejo perro que estaba al sol y lo he convertido en una hamburguesa sangrienta. El nueve milímetros es el calibre perfecto para estas armas rápidas y de corta distancia. Podría matar en tres segundos a cuatro primates sin ningún problema.
Ningún soldado judío tiene suficientes cojones para caminar por esta zona palestina alejada del núcleo urbano. Podría ir descalzo pero estas botas molan mazo.
Hace apenas unos minutos he oído una explosión y estoy buscando la causa. Unos pequeños jirones de humo salen de detrás de una antigua y gastada loma salpicada de resecos arbustos. Cuando llego a la cima, en la pendiente contraria puedo ver como un tronco de primate ensangrentado mueve la cabeza de un lado a otro en estado de shock.
Es un barbudo palestino, uno de esos que se ponen explosivos por su cuerpo (demasiado moreno para mi gusto) para luego explotar e ir a un cielo donde unas supuestas putas le estarán chupando la polla durante toda la eternidad. Error.
Seguramente este imbécil ha hecho algo mal y ha reventado él solo aquí.
Me acerco y me río en su cara, feliz y sinceramente. Consigo captar su atención a pesar del shock cuando me quito las gafas y miro directamente a su cerebro. Llora sangre porque un ojo ha reventado. Un par de perros famélicos lamen la sangre y el hueso de los muñones que han quedado a la altura del hombro derecho y la pelvis, donde debería estar enganchada su pierna. Otros perros se pelean por una sucia alpargata que tiene aún algo de carne dentro. Con los incisivos delanteros un pequeño perro blanco pega tirones de un nervio negro y gordo, que retorcido que sale del muñón del hombro.
Necesito estar solo con este imbécil.
Les hablo a los perros para que se vayan de aquí o los mato. Se acercan hasta mí con sus hocicos ensangrentados y me lamen las manos, los más altos apoyan sus patas en mis pectorales y lamen mi cara con cariño. En mis labios han quedado restos de sangre de los lametones y me los limpio con la lengua. No soy un tío delicado y siempre me ha gustado que los seres inferiores me muestren temor y respeto.
El tronco humano se revuelve en esta sucia tierra y sus muñones se rebozan en un fino polvo; me señala con el dedo hacia el este, donde se aprecia una casa de ladrillo desnudo, de esas de los pobres. Se escuchan voces de niños y alguna mujer. Cojo el tronco del primate con una facilidad espantosa y miro en derredor para localizar a algún turista de esos horteras con cámara digital para que me haga una foto con el primate ensangrentado al hombro.
Pero no hay nadie, estoy solo con este idiota.
Me señala su casa, me señala a su familia; pretende que lo lleve ante ellos antes de morir, este subnormal no sabe lo que es el paraíso que le tengo reservado.
Cuando llegamos a unos cien metros de su mierda de hogar, lo tiro al suelo sin ningún tipo de cuidado; apenas gime, no tiene fuerza. Le doy unas bofetadas en la cara con cuidado de no partirle su moreno y sucio cuello para que espabile.
Esto que voy a hacer, no lo intentéis hacer vosotros, el subfusil es un arma para corta distancia, sólo los seres superiores podemos disparar y ser certeros a esta distancia con estas armas.
Le obligo a mirar hacia su casa y le sujeto la mano que le queda atravesándola y clavándola al sucio suelo de esta santa tierra con mi Herbert de doble filo y acanaladura. No grita demasiado y su mano apenas se ha crispado.
Ahora, antes de morir, observará el paraíso que le espera durante toda la eternidad.
Hay tres niños correteando frente a la casa que está llena de desperdicios y trozos de uralita cortantes y peligrosos que el guarro este recogió para seguramente arreglar el techo de su choza. ¿Es que no sabe que eso es un peligro para los niños? Me tumbo en el suelo en posición de combate... De caza. Mi arma apunta hacia uno de los pequeños bultos que está sentado en el suelo haciendo dibujos con un palito, disparo y casi al instante cae hacia adelante, el pequeño cuerpo inerte se ha doblado besando el suelo entre sus piernas abiertas, con sus dibujitos aún por acabar...
Hay algo de dramatismo en la mirada de este palestino moribundo y parece que no acaba de creer que acabo de reventarle la médula a su hijo más pequeño.
Los otros niños, apenas han podido reaccionar y corren hacia su hermano gritando. Apunto a la niña y de su pecho una rosa roja se abre mientras cae al suelo, el padre saca fuerzas de no sé dónde y emite un profundo grito. Es igual no me impresiona. Otro disparo más y la cabeza del niño mayor se convierte en una sandía reventada y el contraluz crea un aura roja con la sangre pulverizada en el aire. Unas lágrimas de emoción se desbordan por mis ojos ultravioletas.
Aún me quedan muchas balas...
Una mujer grita, con su gorda barriga, apenas puede correr hacia sus hijos muertos. Calculo que debe estar preñada de unos siete u ocho meses. Estos primates se reproducen como las ratas.
Le digo al palestino que tiene una buena polla y que me siento orgulloso de la cantidad de veces que ha sido capaz de joder a su mujer, y de lo muy hombre que es a pesar de ser un paria de mierda incapaz de alimentar debidamente a su familia. Le pellizco el muñón del hombro cariñosamente, de Dios a mono.
Espero a que la mujer ofrezca un perfil y... Disparo. La bala atraviesa su barriga, entra limpiamente y por el extremo opuesto se abre un agujero irregular, se sujeta la barriga lanzando un grito al aire. 
Al girar por el primer impacto se pueden apreciar pequeños huesecillos asomando entre el masivo agujero de salida de la bala; el palestino se desgarra la mano al desclavársela del suelo y querer alcanzar a su lejana mujer. En ese mismo momento, el pecho izquierdo y pleno de leche estalla con otra bala.
Y ahora el silencio, el silencio de la muerte. Mi gran momento.
Cojo el tronco y lo llevo hasta su familia muerta y dejo que muera allí; no me ha dado tiempo de quedarme con las almas de su familia así que espero su muerte. Llamo a mis crueles para que se hagan cargo de su alma y en el momento que el sucio y ensangrentado barbudo abandona su cuerpo mis cerdos, mis queridos cerdos de la profundidad lo apresan.
Estará durante toda la eternidad viendo la muerte de toda su familia. JAMÁS ACCEDERÁ A PARAISO ALGUNO Y SU AGONIA NO TENDRÁ FIN.
Me desnudo y dejo toda la ropa y las armas en este sucio rincón del mundo; más que nada para desestabilizar más esta tierra santa de ese dios maricón, para que haya más odio, más rencor y más muertes.
Más barbudos muertos.
Volveré a mi cueva oscura y fresca, maloliente. Y además, tengo unas ganas locas de follar, un buen trabajo me pone.
Esperaré impaciente como los palestinos revientan otro mercado lleno de judíos. Y así hasta que todos mueran y sus almas sufran en mi infierno, en el sótano de mi cueva.
Ya os contaré más aventuras de estas que tanto os gustan.
Siempre sangriento: 666



Iconoclasta

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