Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
1 de noviembre de 2015
Ofrendados
Fumo al son de la música recostado en el sillón y observo a papá acercándose translúcido a la ofrenda.
- ¡Has venido, papá! Creí que no...
Papá se gira hacia a mí sonriendo con tristeza.
- No, Pablo. Has llegado tú.
Justo al lado del retrato de papá, hay uno mío también.
- Feliz día de muertos, hijo.
Y me abraza.
Y yo lo aprieto fuerte contra mí, huele como lo recordaba cuando hace mil años era niño.
La ofrenda se hace un planeta, una llanura enorme. Caminamos entre calaveritas de azúcar, pan de muerto, botellitas de rompope, flores y la niebla que forma el copal al arder.
Mi padre coge el paquete de cigarrillos que alguien que nos amaba, nos ofrendó. Y usamos el copal para encender un par. Charlando translúcidos, atravesamos una hoja de papel picado.
Me alegro que sea tan bonito y no como yo temía.
Nos convertimos en todo y en nada contándonos cómo fue la vida, si valió la pena.
Sonrío porque ya está, ya pasó todo, me lo dice papá fumando mientras la trompeta de El silencio suena cada vez más lejana desde los altavoces.
Feliz día, padre.
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