¿Te puedes creer, pequeño Iconoclasta ahora
muerto, que siento ganas de llorar cuando las viejas canciones que escucho me
devuelven a una edad de una ternura e inocencia ya desconocidas para mí? Cuando
era tú…
Yo no me reconozco como aquel niño que llevó
un come-discos de bandolera, pantalones cortos y el pelo peinado con raya. Que
tenía miedo de los deberes que aún le quedaban por terminar algunos domingos a
la tarde. Y al día siguiente ya no se acordaba.
Ahora el miedo dura días. La angustia es más
profunda y no hay lágrimas que llorar. Ya no hay padres que te ayudan, te hacen
reír o te dejan ver la tele aunque sea un poco tarde.
Da vértigo y pena haber perdido aquello por el
camino. Porque lo que fue muriendo con el paso de los años, fue la fantasía,
los sueños pueriles en los que imaginaba ser algo importante.
Metal Guru suena y estremece lo más hondo de
mis recuerdos; cuando mi hermano y yo, subíamos el volumen hasta hacerlo
atronador, lo repetíamos y lo repetíamos viendo girar el disco en el plato. Me
acuerdo de aquellas portadas en los singles con el “Nº 1 en USA” o “Nº 1 en
Inglaterra”. Peper Box sonaba en los autos de choque con Palomitas de maíz y un
amigo sentado con chulería en el borde de la protección del coche cayó en la pista cuando lo embestí.
Las risas…
Las risas tan sencillas, tan frecuentes.
Deliciosamente banales.
Los miedos eran divertidos.
Es terrorífico reconocer mi ignorancia en
aquella infancia mía. La falta de recursos intelectuales para poder vislumbrar
siquiera, una fracción infinitesimal de lo que iba a ser y sentir de adulto. Y
me alegro de ello, no necesitaba saber lo que ocurriría, porque nada hubiera
cambiado; excepto la infancia: no hubiera sido tan feliz.
No quiero reconocer que cuando aquellas
canciones se empezaron a olvidar, hay tanta muerte, que hubo tantos pesares.
Porque los primeros dolores son los que más se
recuerdan, los más intensos. Los primeros desengaños y la pesada losa de la
vergüenza de haber creído demasiado en lo bueno.
Dime pequeño Iconoclasta ya muerto, que entre
las canciones de Mungo Jerry y Suzi Quatro no hay tantos hermosos momentos que
no volverán. Dime que habrán otros, tan hermosos como aquellos. Dime que cuando
pasen los años y mi cerebro se haga blando, lloraré por el presente, como lloro
ahora por la infancia perdida.
Dime que siempre hay momentos felices, en
cualquier edad. Que esta melancolía es solo un fallo químico y momentáneo en mi
cerebro.
Engáñame, pequeño Iconoclasta ya muerto. Dime que
padre vive, que la abuela aún duerme en la habitación pequeña, casi con un ojo
abierto, que madre no está enloqueciendo y muriendo a cada instante llevada por
la insania de un cerebro que se ahoga en sangre. Dime que aún mi hermana se enfada
cuando le decimos con burla y voz repelente: “Tejanos John”.
Dime, tú que sabes de esas cosas, pequeño
Iconoclasta muerto; que mi hijo me ama, que no se olvida de mí como yo no
olvido a mi padre.
Dime todo eso mundo de mierda, dame algún
motivo para estar seguro de que hacerse mayor es un triunfo en la vida.
Fórmula V suena barriendo el hoy para
devolverme a un ayer en el que no exigíamos saber nada, solo vivir al momento;
como si la muerte no fuera con nosotros a pesar de haber dormido en nuestra
casa. Que la adolescencia nos hacia vigorosamente insensibles al desaliento.
No necesito retroceder al pasado, es volver a
morir como niño. Es saber que jamás se repetirá toda aquella despreocupada
vida. Aquella forma de sentir miedo por las pequeñas cosas. Y vuelvo allá
aunque duela, me puedo permitir ese lujo, porque la infancia me hizo fuerte.
La vida me curtió con malos y buenos momentos,
no puede hacer daño saber que una vez fui inocente y no sabía nada. Es hermoso…
No me da vergüenza llorar un rato.
“Et j’ai crié…”, grité tanto a nuestro padre
muerto en los momentos felices como en las desgracias…
Soy padre y he recorrido mucha vida, más de la
que me queda y a veces pienso como un niño, es extraño. Porque nada en mi
cuerpo ni en mi mente me hace suponer que un día fui un chaval. Fue un sueño…
Dime, pequeño Iconoclasta ahora muerto, que
volveremos a fumar a escondidas, que descubriremos secretos, y palabras que
están vedadas. Que disfrutaremos de fiesta en el colegio por la muerte de un
dictador.
Todo aquello pasó y las preocupaciones hoy día
son espantosamente aburridas, conservar un trabajo, vivir prisionero de una
verdad que ha ido empeorándolo todo con los años: no soy nada, no trascenderá
nada de mí.
Un tiempo, quiero pasar un tiempo oyendo
canciones de una infancia ya fantasmagórica y no pensar. Dejar que las lágrimas
se desborden por dentro de mi cuerpo por una nostalgia que me roba la
respiración ante los recuerdos aún tan vívidos.
No quiero que todo hubiera ido mejor, estuvo
bien así, estoy bien así; pero es inevitable rendir unas lágrimas a todo
aquello.
Nos lo merecimos, nos lo merecemos.
Un beso, pequeño Iconoclasta ahora muerto.
(A mi hermano Paco, que evocando
canciones me ha transportado repentinamente a una infancia que fue mía y
nuestra, que no volverá; pero recordamos con una ternura infinita a lomos de
viejas canciones).
Iconoclasta
Ilustrado por Aragggón
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