Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
4 de julio de 2011
Espejismos de amor
El fabricante de espejismos de amor se encuentra situado en una esquina de una calle desértica, el único lugar donde hay compradores. Donde deambulan hombres y mujeres abandonados que buscan desesperadamente algo, aunque sea la ilusión de un espejismo de amor o ternura.
Es un buen negocio y el espejismólogo, tiene un amplio surtido de pompas de jabón con todo lujo de detalles.
En la confluencia de cuatro edificios en ruinas, los espejismos ordenados encima de un pequeño carrito con dos ruedas forman una galaxia hermosa y multicolor en ese deprimente páramo.
Hay figuras vaporosas que se besan, abrazan o van de la mano, sin rasgos concretos en el interior de los espejismos. Y cuando el comprador se acerca, observa su rostro y su cuerpo junto al de su amada.
Los espejismos son personalizables y se adaptan a todo tipo de recuerdos, de esperanzas y fracasos. Son caros, pero más cara es la vida.
En un hombre acabado, el espejismo es la única opción para encontrar la razón de seguir viviendo. En un hombre sin futuro, sin esperanza; el engaño de una fantasía le puede dar dos horas más de vida.
A lo largo de la calle hay hombres y mujeres muertos, todos boca abajo, como si hubieran muerto escarbando, buscando meterse en la tierra para aliviar su pena.
Los abandonados, los sedientos de amor llegan al puesto ambulante con los ojos secos, algunos llorosos de un amor que les ha estallado recientemente entre las manos y parece que intentan recoger cenizas de amor. Son locos manoteando.
Sus labios tiemblan por un beso reciente que jamás se repetirá. O el hombre que se acerca ya ebrio de una aterradora soledad: sus labios sangran resecos.
Los labios ya no guardan memoria ni humedad de los besos que una vez existieron.
Le duele el corazón y por ello lleva la mano dentro de la chaqueta.
—Deme un espejismo, por favor.
—¿Lo quiere reforzado?
—¿Qué diferencia hay con el normal? —pregunta el hombre de labios sangrantes.
—El reforzado dura tres veces más. Lo cual puede ser muy poco tiempo. Si tiene una ansiedad muy grande, le recomiendo el reforzado. Los espejismos en general son delicados y cuando se abrazan con mucha intensidad, se pueden romper en minutos —el espejismólogo alza en cada mano un espejismo de cada tipo para que pueda comparar el cliente.
El hombre suspira y saca el billetero que llevaba pegado al corazón doliente. Le tiembla la mano al pensar que tal vez no tenga suficiente dinero.
—¿Cuánto cuesta el reforzado?
—Ochocientos euros
—¿Y el normal?
—Cuatrocientos.
—No tengo suficiente para el reforzado.
—Pues tendrá que llevarse el normal, lo siento hombre triste.
—¿Cuánto tiempo de fantasía de amor me garantiza?
—Lo siento, jefe, no se garantiza ninguno. Y a usted menos aún, está demasiado solo, lo abrazará con mucha fuerza. No tiene un gran futuro. Debería haber comprado uno antes, cuando el dolor era más soportable y no esperar al último momento.
El hombre gime de pena y dolor entregándole cuatro billetes al vendedor.
El espejismólogo le entrega su espejismo dentro de la caja protegida con poliuretano expandido. Encima de la caja, hay un objeto pesado envuelto en una bolsa de papel manila.
—Extráigalo con cuidado, y procure mirarlo mucho tiempo antes de abrazarlo. Le dará más tiempo de disfrute.
Con las mangas de la chaqueta el hombre solo se limpia la sangre seca de los labios partidos y sigue calle adelante con la mirada fija en la pompa de jabón. Está ahí dentro, con ella. Son jóvenes y aún se aman. Aún sienten el amor abrasar sus labios y una gota de saliva da consuelo a los suyos, a los reales. Los que sangran.
Llora con cada palabra que los reflejos de amor se dedican ajenos a él. O tal vez dentro de él. O él dentro de ellos.
Es un espejismo tan difícil y tan simple…
Ha pasado tres minutos caminando con el espejismo protegido en su caja a la altura de sus ojos.
Y le duele el corazón de ansia.
Con mucho celo, extrae la pompa de jabón y por un momento se le escapa de las manos. El bolsillo de la chaqueta cuelga por el peso de lo que hay en la bolsa de papel.
Coge la enorme pompa con las manos, con sumo cuidado. Y siente la piel de la que ama.
Han pasado cuatro minutos y abraza con fuerza el espejismo estallándole en el rostro. El jabón escuece los ojos y los labios secos.
Lanza un llanto prolongado sacando de la chaqueta la bolsa de papel. Extrae el revólver y dirige el cañón a la sien. Dispara.
Cuando cae al suelo, aún le queda cerebro para poder ver los restos del espejismo en el polvo seco, sus manos mueren intentando empaparse de esa tierra ligeramente mojada.
Más allá del puesto ambulante de espejismos, bajo los cuerpos de hombres y mujeres abandonados de amor y cariño, se confunde la sangre con agua y jabón.
El espejismólogo, mira con indiferencia los muertos a lo largo de la calle.
Ya ha vendido su primer espejismo del día, quedan muchas horas por delante, todo el día. Todos los días.
No puede hacer daño morir con una ilusión en la mente. No más que estar solo como un perro.
Es un buen negocio en un mundo de fracaso y dolor.
Iconoclasta
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