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15 de enero de 2006

666: En un resturante parisino

Como un ser superior que soy, existen cosas que no me influyen o atañen. A veces, alguien o algo consigue que pierda el control por una futesa.
Las prohibiciones no se han creado para los dioses pero; el hecho de transgredirlas ante los primates o cualquier otro ser vivo da cierto romanticismo y motivación a mis actos.
Dijéramos que la ofensa de tratarme como a un igual me permite poner en marcha mi violencia, mi maldad.

Hace ya unos años, a los primates se les ha metido en sus patéticos cerebros el prohibir fumar en casi todos los recintos cerrados.
Pasan hambre, se matan. Sus hijos se chutan mierda en las venas, se mueren de cáncer, en automóvil y carecen de libertad alguna. Trabajan años y años y cuando llega el momento de jubilarse, se mueren en muy poco tiempo.
Son graciosos los primates.
No me canso nunca de violarlos, descuartizarlos… De matarlos.
El que un humano, un mono me diga lo que debo hacer, es algo que dispara lo más peligroso de mí.
Aunque si he de ser honesto, no necesito grandes motivos para destrozar vidas.
Unos especímenes al verme caminar por cualquier lugar del mundo, aunque sea de espaldas; intuyen que es mejor no rozarse conmigo.
Otros en cambio, son más valientes y a pesar de mi aura maligna, de peligro; creen que no se han de atemorizar por nadie y me molestan. Me aconsejan hacer esto o aquello, o me recuerdan alguna prohibición. Y estos valentosos nunca aprenderán porque los mato con la impunidad y la gracia que me otorga mi condición de ser superior.

En pleno centro de París, entré en uno de esos restaurantes de lujo. De esos que parecen casas de putas por lo recargado de su decoración. En realidad lo son, porque parece que por el precio, en vez de servirte unos entremeses, te van a hacer una felación dos ministras francesas.
No importa, chorreo dinero.
Elegí ese restaurante caro, selecto y feo porque por una buena propina al afeminado recepcionista, no le importa que me fume uno o diez de mis ostentosos habanos H. Hupman. Así que al entrar con el puro en la boca, le solté un billete de 50 €.
No prestó atención al cigarro y por un momento pensé que me la chuparía allí mismo.
El salón comedor aún no estaba lleno y me condujo hasta una mesa individual un tanto aislada del núcleo de mesas central. Discreta.
Un camarero me acomodó servilmente y estuve a punto de clavarle mi cuchillo en el corazón por servil; pero saqué un billete de 20 € que me quitó de los dedos.
Acto seguido le pedí entre volutas de humo, dos docenas de ostras, un par de latas de cocacola y unas patatas fritas. Me encanta ser vulgar en los más caros y selectos locales. Quien tiene dinero tiene clase, lo tiene todo; recordadlo.
Aún no me habían servido las ostras, cuando empezó a formarse cola en el mostrador de recepción; seguramente el relaciones públicas del restaurante salió a la calle para buscar clientela proclamando que habían niños y niñas pobres en el interior, y de los cuales se podía abusar sexualmente por el precio de un menú arregladito. Los condones corrían por cuenta de la casa.
Y así, sumido en mis profundas cavilaciones, el salón se comenzó a abarrotar de gente con dinero. Muy educados todos, claro…
Hasta sabían francés.
Soy un buenazo con demasiada paciencia en algunas ocasiones. Porque el hedor de los primates es repugnante.

Las ostras que me estaba comiendo con unas gotas de limón, aún se movían al bajar por mi gaznate.
Es hermoso comer seres vivos.
Me encontraba bien, feliz. Tranquilo.
Una pareja formada por una lujosa puta veinteañera y un viejo carcamal, tomó asiento unas mesas frente a la mía. Me comí a la puta con la mirada; el viejo exhibía una amplia sonrisa, saltaba a la vista que le había comido el rabo hace muy poco. Un pequeño cambio de tono en el maquillaje de la barbilla, delataba el reguero de semen por que se había escurrido de los labios de la puta.
Clavé con inmisericordia mi mente en la de ella, a través de sus ojos enormes de avellana, casi dorados.
Aspiré una gran bocanada del habano y exhibí mi lengua ancha y pesada.
El viejo leía la carta, mientras su guarra era catapultada al delirante deseo sexual de mi volición.
La primate me devolvió una mirada que poco a poco se fue cerrando con abandono y voluptuosidad. Humedeciéndose los labios.
Su mano bajó al paquete del viejo simio y bajo la mesa abrió la bragueta, oí el sonido suave, sacó su pene delgado que se puso tieso al instante.
El primate miraba hacia todas partes un tanto avergonzado mientras sus labios temblaban trémulos. En el movimiento del mantel se intuía el sube y baja de la mano de la guarra entre las viejas piernas.
Sorbí la carne de una ostra e imaginé lamer la vulva de la primate. Le envié la imagen de un limón goteando sobre los labios húmedos e hinchados de su coño blando y elástico. La obligué a que sintiera mi lengua presionando en su coño bajo la mesa. Y sintió realmente una especie de babosa deslizarse por sus labios mayores, profundizando, buscando ávido su clítoris.
Su vulva empapada era ahora un amasijo de placer.
Me froté los genitales con una obscena mueca dedicada exclusivamente a ella.
Soy generoso.

Y pensé en penetrarla con una navaja y cortar hacia el pubis hasta llegar al ombligo, más allá de su vientre simiesco.
En destriparla en medio de un gemido de placer, succionar sus intestinos y revolcarme carcajeándome entre esa serpentina sangrienta.
Me imaginé su horror entre el estremecimiento de un orgasmo apocalíptico.
Me dan asco los primates. Todos.

Ella deslizó la mano libre bajo la mesa y pude apreciar el gesto de meterla dentro de sus bragas; sus piernas se abrieron discretamente y dio comienzo a una caricia contenida.
Me saqué la polla y descapullé el glande con un tirón fuerte protegido de la mirada de todos por el mantel que colgaba de la mesa.
Cogí medio limón de la bandeja de las ostras y lo exprimí presionando con fuerza en el pijo. Refrescando el calor del miembro entumecido, el glande estaba ardiendo y lleno de baba lubricante.
Me correría en aquel limón y se lo daría a la primate para que se bebiera el semen…

Siempre hay alguien dispuesto a joder los mejores momentos de un ser superior.
Un trío de primates fue conducido por el servil recepcionista frente a mi mesa.
Justo en medio…
Era un matrimonio y su hija, la niña comenzaba a despuntar unas tetas que prometían ser enormes en poco tiempo. Se sintió avergonzada ante mi repaso. Vestía unos tejanos desgastados y una camiseta con la marca Gucci dibujada en pedrería rosa. Una chochada.
El padre, un cuarentón, vestía otro tejano pulcro y planchado, una camisa a cuadros y una americana azul marino holgada. La madre era una monada (valga la redundancia), lucía un vestido muy sencillo, vaporoso y fino. Hombros descubiertos y las rodillas al aire. Su piel artificiosamente bronceada se fundía con el sepia tostado de la tela.
Me la hubiera follado delante de su marido y su hija, allí mismo.
Era en definitiva, una de esas familias que sin ser millonarios viven con cierta holgura.
El macho tenía un porte adusto y grave. Antes de sentarse, se dio la vuelta y me miró brevemente a los ojos. Olfateó el aire y fijó su mirada en mi habano reprobadoramente. Con agresividad incluso.
O sea, con total elegancia y rotundidad marcó su territorio y demostró lo que pensaba de mí y mi puro.
Desde ese momento estaba muerto…
No le presté más atención y seguí exprimiendo el limón en mi capullo henchido de sangre pulsante; olía a sexo puro; esa mezcla de orín y sudor que hace salivar abundantemente a los primates.
Sentía bajar el zumo por mi bálano para llegar a los cojones y me temblaban los muslos de placer.
La puta seguía masturbándose con los ojos entornados y el viejo boqueaba con su rabo entre los dedos de la mona.
Aspiré otra bocanada y la expulsé con pereza, creando una densa nube de aromático humo.

La niña tosió…
El primate macho se levantó con rapidez y energía.

-Le ruego que apague el cigarro, mi hija es asmática.- exigió alzando la voz y provocando un súbito silencio en el salón.

La puta continuaba sobándose el coño, moviendo el rabo del anciano cadenciosamente.
El cabrón de Dios sabe muy bien cuando va a ocurrir algo malo. Dos enormes y pálidos arcángeles aparecieron tras las sillas de las mujeres de la familia modelo.
Sus hermosos cantos llenaron el local y los primates callaron en el acto sus murmullos, arrebatados por aquellas inhumanas voces.
Dios los envía a menudo cuando cree que puede hacerse cargo de algunas almas.
Como las de estas primates que se iban a desprender de sus cuerpos masacrados.
Los divinos seres se encontraban tristes y miraban lánguidamente sus pies emitiendo sus cantos de amor y perdón. Las plumas de sus gigantescas alas replegadas rozaban el suelo.

Me gusta, disfruto enormemente de esta capacidad que tengo para entristecer a las bestias celestiales.
El poder de hacer zozobrar la paz espiritual.
A veces haría fotos y todo.

Aquella interrupción, aquella orden del repugnante primate me llevó a una ira incontenible, descontrolada. Mis ojos se inyectaron en sangre, mis manos se tornaron huesudas, milenarias… Tendones y venas parecían rasgar la piel que los recubría. Las uñas crecieron rotas y negras. Afiladas.
Los caninos asomaron goteando sangre, deslizándose por encima del labio inferior.
Me puse en pie con la polla tiesa fuera del pantalón.
Los arcángeles de repente, atiplaron la voz y subieron dos octavas su canto, creando así un triste y suspendido lamento.
Lancé los dedos índice y corazón contra los ojos del mono macho, le reventé los globos y doblé los dedos para asirlo por dentro y por encima del arco superciliar.
Los arcángeles abrazaron a las hembras tras las sillas, intentando apaciguar sus almas sobresaltadas.
Arrastré el cuerpo del agonizante primate bien sujeto por mis dedos clavados en las cuencas de los ojos. Coloqué su torso encima de la mesa y al lado de la tía buena. Cogí el tenedor de la carne y empecé a clavarlo repetidamente en su nuca. No paré hasta dejar al descubierto la blanca médula entre medio de toda esa carne picada.
Mi polla gorda y dura goteaba fluido.
La cría boqueaba por aspirar aire en plena crisis asmática y la madre gritaba como una cerda.
Dejé caer el cuerpo del amado padre y marido, le abrí la boca en el suelo y acerqué la mía a la suya. Aspiré su alma gritona y asustada.
Ese cabrón era mío, los afeminados querubines se podían quedar con las hembras cuando acabara con ellas.
Me coloqué entre madre e hija, los arcángeles me suplicaron su perdón susurrándome al oído.

Así con fuerza el cabello de la madre, estrellé con fuerza innecesaria su cara contra la mesa y la mantuve así.
Con la otra mano tiré del cabello de la pequeña para echarle atrás la cabeza y le hice el boca a boca.
Le arranqué los labios de un mordisco y los mastiqué.
Levanté la cara de su madre y se los escupí.
Mi furia, mi ira los mataría a todos.
Y todos parecían esforzarse por no respirar. Por parecer muertos a mis ojos.
Empuñé el cuchillo del pescado y se lo clavé en la papada a la primate madre, algo que la hiciera callar de una puta y divina vez. Lo empujé tanto que le atravesé el paladar.
Manteniendo el cuello tenso de la niña, le golpeé con el canto de la mano en la glotis. Le aplasté su joven cuello y esos agónicos espasmos de su pecho, cesaron de repente al cabo de unos breves segundos.

Yo jadeaba furioso, buscaba a mi siguiente presa entre la manada de cobardes monos.
Estaba completamente desbocado.
Me fijé en la joven puta que seguía masturbándose y mi irá se aplacó, recuperé la compostura. Me acaricié el pijo ya más calmado. Mi respiración se pausó.
Por el rabillo del ojo, pude ver que el recepcionista estaba manejando el teléfono móvil.
Con una amplia sonrisa y tras haber recuperado mi cigarro abandonado en la mesa, me dirigí a él, sacando mi Glock de 9 mm. de la funda trasera del pantalón. Al idiota francés se le resbaló el teléfono de las manos. Encañoné su nariz por una fosa nasal y disparé sin más pérdida de tiempo.
El casquete craneal saltó en dos trozos y parte del cerebro nos salpicaron a mí y otros primates cercanos. Hubo algún grito de sorpresa por el estampido.
Los arcángeles callaron y cobijaban las almas temblorosas de las monas bajo sus alas.
Me encaminé hacia la puta, con la ropa húmeda de sangre y restos de carne y huesos pegados por la camisa y el pantalón. Mi polla asomaba gallarda y enhiesta.
Nadie me miraba a la cara, les parecía más apetecible a todos mi polla tersa y brillante.
Los primates son unos pervertidos, y cuanto más dinero tienen, peor aún.
Cuanto más me aproximaba a la puta, más fluido maloliente se descolgaba perezoso de mi pene.
Me lo cogí con el puño y se lo ofrecí a los querubines para que me lo chuparan.
Giraron la cara los muy desagradecidos.
Yo reí orgulloso de mi ingenio.
La puta se masturbaba ahora a dos manos, gemía escandalosamente y el viejo se había separado de ella asustado.
Usé la voz grave y relajante del melífluo Dios mientras cogía la cabeza de la zorra con mis manos y conducía su boca a mi pene.

-Bebe porque esta es la leche de Cristo.- y solté una carcajada feliz.

Los ángeles volvieron a la carga ante la blasfemia entonando una letanía de loor a Dios, tan antigua como ellos mismos.

La puta apenas podía respirar por que le obturé la garganta al hundir mi bálano en lo más profundo de su boca.
El viejo intentó separarla de mí y le clavé un cuchillo en el oído derecho. Elegí el de postre y se lo hundí hasta el mango.
Sus espasmos y rechinar de dientes me excitaban. La próxima vez que os hagan una mamada, procurad tener a alguien agonizando muy cerca. Es impresionante por decir poco, por decir lo mínimo.
Cuando comencé a sentir el orgasmo, la puta metió sus dedos por la bragueta y comenzó masajearme los cojones.
Me corrí con un gruñido feroz en medio de los gorjeos de ella por evitar ahogarse.
El semen le salía por la nariz.
Cuando le quité la polla de la boca, escupió gruesos cuajos de leche blanca y densa.

-Dale un poco al viejo, tiene sed.- le siseé malvado yo. Sarcástico.

Y se acercó al viejo primate, utilizó el cuchillo como asa para girarle la cara y con la otra mano presionó en su mentón para abrirle la boca. Ella abrió la suya casi en contacto con la de él y dejó resbalar el blanco semen que el viejo se empeñaba en escupir cuando la sentía en la garganta.
Yo me emocioné ante aquella tierna escena y unas lágrimas corrieron por mis mejillas sonrosadas.
Me metí la polla en el pantalón y liberé la mente de la puta.
En ese mismo instante, le sobrevinieron unas fuertes arcadas (como si fuera la primera vez que se tragaba la leche) y comenzó a chillar tan histéricamente, que tuve que pegarle un tiro en la boca para que se callara.
Salí a la calle con la ropa manchada de sangre y carne. Pero nadie me prestaba atención.
Los primates a veces son astutos.

La próxima vez que quiera fumar en un lugar público tendré que ir a un burdel de lujo. Pero en esos sitios la comida no es deliciosa.
Ni entran asmáticas.

Ya sé que es reprobable mi actitud, un dios no debería perder los nervios; se ha de mantener frío ante los primates.
El humor es importante.

Creedme, el idiota ese del padre de la asmática me cortó el rollo de la peor forma posible. Sólo Cristo y algún primate más han conseguido que pierda así la compostura.
Aunque desahogarse de vez en cuando nunca viene mal.

Durante estos acontecimientos, mi Dama Oscura se encontraba de compras por las joyerías y tiendas de moda, le encanta hacer ostentación de dinero.
Cuando en la suite del hotel le narraba lo ocurrido en el restaurante, se abrió de piernas excitada y se dejó lamer el coño por un pequeño yorkshire que había comprado para entrar en las tiendas en las que estaba prohibida la entrada de animales. Ella es como yo de compleja.
¡Aaaaaaaaaah, el romántico París!

Recordad: si queréis imitarme, controlad la ira. Paciencia y control con los idiotas.
Siempre sangriento: 666


Iconoclasta

5 de enero de 2006

Monumento

Crearé un monumento, un monumento a mí mismo.
Un monumento vertical y afilado; vertiginoso. Quiero que al ser observado, admirado; todos sientan el vértigo de una obra monstruosa.
Piedra tallada con poderosos golpes de rabia, de un desasosiego abismal.
De un amor loco que se me desliza por los dedos como una serpiente en el barro.
Se escapa, siempre se escapa lo bello.
Y la rabia y el odio y el asco llenan el hueco que queda.

Monumento a un deseo atroz y venenoso de hendir mis manos en un vientre culpable y tirar de sus entrañas.
Del grito paranoide, no casual. Algo ensayado a lo largo de décadas de frustración.
Justicia… Salvaje justicia.

Será una afilada aguja, tan tosca y torcida que el mundo entero temerá mirarla, temerá que caiga.
Será piedra rugosa, cortante.
Se clavará en el cielo y las gotas que caerán desde el afilado pináculo no serán condensación.
Será cualquier cosa menos atmósfera. Porque la atmósfera no llora rojos ni amarillos.
Sangre y bilis…
Un arrecife en el aire…

Los pájaros e insectos no se posarán en ella sin que serias heridas se abran en sus patas.
En las manos y pies de los más valientes.
Quiero que nadie se sienta a salvo y sin embargo, no puedan apartar la mirada.
Por eso golpeo y pego.
Hay uniones blancas de calcio óseo. Argamasa fraguada en plasmática serosidad.
Uñas que se han destrozado por no querer caer de esa improbable altura. Que intentaron subir para retar sus miedos.
Y la materia hiere y duele. Y un metro de subida, es un rastro de sangre.
Tiene un enlucido que aún conserva su vello original. Sus estrías y sus cicatrices. Restos de vida, testimonios de fracasos. Bubones de una peste letal.
Dolor e impotencia.

Quiero crear pesadillas, quiero crear escalofríos que recorran miles de espinazos ante la magnitud de ese monumento. Que teman conocer a su autor.
Y que no puedan apartar su vista de él.
Que sientan el peso del megalítico monumento aplastando la tierra.
Que se sientan orugas a su sombra.

Quiero que al ver toda esa imperfección sepan de mi tortura, de mi disgusto de vivir entre ellos.
Quiero ser irracional. Injusto.
Admirarán la insania, y no se sentirán confortados.
No habrá fotografías.

Esbozarán una sonrisa al verlo, una sonrisa que ocultará la certeza de que se eleva sobre los muertos, de que los cimientos son un monumento a la horizontalidad de la muerte. La muerte se extiende plana porque plano y grávido queda el cadáver sobre el suelo.

Una base plana y llana, que se fundirá con el horizonte.
Gigantesca y pavorosa.
Una llanura negra, árida y sin relieve alguno. Sólo un viento que aúlla y roba la razón. Un escalón negro que se extienda como una mancha obscena; cáncer sobre terciopelo ocre.
Busqué la tierra más seca y muerta del planeta.

Porque lo he clavado en las entrañas de la tierra. Atravesando tumbas y necrociudades ocultas por capas geológicas.
He pretendido herir la tierra con él.
Le he hecho daño.
Y nadie pasará sus manos para sentir el tacto de arena, hueso y piel. Del granito que ha conseguido hacer sangrar mis dedos.
Que supure la tierra, que el cielo se ofenda.

Que millones de ojos reflejen la plomada torcida de un cúmulo de errores.
De un ciego rencor injustificado. Que sepan que si el monumento se derrumba, no podrán escapar. Que es tarde hasta para el pensamiento.

Provocará el silencio, un pensamiento mudo. Que ni un solo sonido perturbe la gravedad y el deterioro, la congoja que crea ese monumento; el monolito de la humana miseria.

Un monumento que no se pueda disimular con una estúpida sonrisa de vana simpatía y comprensión.
Algo hiriente para el bienestar de los fariseos.
Algo horripilante como la vida que me han obligado a soportar.

Mi monumento, mi insulto al mundo entero…
El alarde de mis miserias, las de ellos.


Iconoclasta

31 de diciembre de 2005

Ley anti-tabaco

Estoy hasta la polla (y nunca mejor dicho) de esa estupidez de ley contra el tabaco. Entendedme, yo no voy a dejar de fumar nunca. Me gusta fumar.

Y es que se están poniendo muy pesados con su mierda de salud.

No soy un esclavo y no voy a postrarme ante los pies de un "massa" y comerle el rabo para que me deje fumar un cigarro, dijéramos que soy un poco rebelde cuando me tocan las pelotas y suelo reaccionar de modo contrario.

Por culpa de esta mierda de ley se montó el gran escándalo en la fábrica de condones.

Soy el que prueba los condones en la fábrica, el control de calidad.

Me la estaba pelando con un condón de color rojo con cascabeles en la base; un lote tradicional que sólo se fabrica para la nochevieja.

La verdad es que me desconcentraba un poco el ruido del cascabel y me estaba malhumorando. Pero bueno, me corrí en tres condones elegidos de lotes distintos y todos estaban en buenas condiciones. Hasta aquí más o menos bien.

Era muy difícil meter el condón de nuevo en su envoltorio sin llenar de semen los cascabeles y me estaba poniendo muy nervioso. Estaba siendo un día difícil.

Para mayor inri, un grupo de colegiales, estaba de visita en la fábrica (El Sagrado Corazón del Cristo Colgado de las Pelotas, creo que se llamaba el colegio) y el guía hizo un alto frente a mi departarmento. Hizo subir la persiana exterior para que vieran los niños, maestros y maestras cómo realizaba mi importante trabajo.

Así que me acaricié el pene hasta que se puso duro (incluso le vaporicé un poco de aceite para darle más brillo). Los visitantes se pegaban al vidrio como moscas y reían y aplaudían, sobre todo cuando vieron la elegancia con la que vestí mi polla con aquel condón de rojo pasión y cascabeles.

No soy vergonzoso, pero llevaba ya casi 45 minutos sin fumar y estaba muy estresado con ese modelo de condón tan difícil de probar.

Así que empecé a darle al puño ante las sonrisas felices de niños y niñas, de maestros y maestras.

Los golpecitos que daban contra el vidrio consiguieron distraerme y perdí la concentración.

Entonces les hablé a través del intercomunicador:

- A ver, niñas. ¿Alguna me quiere ayudar? - paso de que un macho por pequeño que sea me ayude en estas cosas.

Y una simpática niña bajita comenzó a saltar agitando sus muy pequeñas tetas. Estaba muy nerviosa.

- ¡Yo, yo, yo! ¿Me deja entrar Srta. Alba? Por favor....- le preguntó ilusionada a su profesora.

La profesora asintió comprensivamente y me sonrió cándida.

Accioné la cerradura eléctrica de la puerta y la niña se metió en el departamento a velocidad supersónica rompiendo así la barrera del sonido.

Le di dos besos en la mejilla.

-¿Cómo te llamas?

- María del Mar.

- ¿Y cuántos años tienes?

- 12

- Mira, me rodeas así la punta del pene y subes y bajas la mano, que yo te aviso cuando salga la leche. Y ponte así para que tus compañeros puedan ver como se hace.

Y la niña comenzó a subir y bajar la mano velozmente. El tintineo era impresionante y mis cojones se comenzaron a contraer de gusto.

El guía de la fábrica entró para hacer unas fotos mientras me la pelaba la niña feliz.

Pasaron dos minutos y yo no me corría, estaba nervioso.

- Tú no pares.- le dije a la pequeña María del Mar.

Saqué la cajetilla de tabaco, me encendí un cigarro y me senté frente a las visitas con las piernas abiertas mientras me relajaba y la niña por fin conseguía que mis primeras convulsiones de placer aparecieran en mi vientre.

Entonces los profesores empezaron a picar en el vidrio, estaban histéricos; querían que apagara el cigarro. Estaba prohibido fumar.

Yo no les hacía ni puto caso y continué fumando y echando el humo contra la cara de la revoltosa y encantadora María del Mar.

Uno de los profesores exigió que le abriera la puerta. Apreté el pulsador y entró como una exhalación.

- No puede fumar y menos con una niña en el mismo local. Es un crimen. La ley es muy clara.

- Pues yo tengo ganas de fumar, y fumo cuando me da la gana. Estoy sometido a mucho estrés y me paso casi diez horas aquí metido; así que no me toques los huevos y sal fuera para ver como me corro y se hincha el condón.

María le daba a mi rabo con locura y mis ojos bizqueaban.

El profesor se puso frente a mí para hablar muy claro y cerca de mi rostro.

- Si no apaga ese cigarrillo ahora mismo, le denuncio.

Y en ese momento me sobrevino un orgasmo sísmico.

Mi cara mutó y se convirtió en una máscara de lujuria, mi lengua salió de los labios relamiéndolos y mis piernas comenzaron a temblar.

Un tremendo chorro de semen se estampó contra la corbata y los labios del barbudo profesor.

-Joder, ha salido uno malo. -me exclamé.

María se estaba limpiando la mano en el vestido y yo me quité el condón para examinarlo.

Pues no era defectuoso, resulta que había frotado con tanta fuerza que se rasgó y dejó descubierto el glande.

La niña saltaba feliz haciendo sonar los cascabeles del condón roto que le di de recuerdo. Lo agitaba frente a sus compañeros alardeando de su trofeo.

Habían niños que me pedían más.

Le di la última calada al cigarro; el profesor ya se había ido hacia la pica para lavarse la cara. Estaba blanco y se había quitado la corbata de la que colgaba un espeso moco blanco.

- Voy a hablar con sus superiores ahora mismo, y me van a pagar una corbata nueva. Es usted un delincuente. Casi nos enferma con el cigarrillo.

- A mí me suda la polla, ves a hablar con quien te dé la gana, idiota.

Y el profesor salió de allí pegando un portazo.

- ¿Te lo has pasado bien María del Mar?

- Si, mucho.

Le di un beso en la mejilla y le deseé que pasara unas felices fiestas.

Y por fín me dejaron solo. Y pude volver a fumar otro cigarro más tranquilo.

Al final de la jornada entró el jefe de planta, yo estaba fumando.

- ¿Te ha dado mucho la vara el idiota del profesor?

- Estaba rebotadísimo. - dijo encendiendo un cigarro- Hasta que no le hemos regalado el bolígrafo-polla vibrador no ha dejado de gritar.

- Con el buen rollo que había cuando los subnormales del gobierno no se inventaron esa ley ¿eh?

- Es que sólo consiguen estropearlo todo- me respondió el jefe.

- Bueno, pues yo me voy a casa. Oye, me llevo un par de cajas de estos condones para Iconoclastito ¿eh?

- Vale, no te preocupes. Y felices fiestas, Iconoclasta.

- Felices fiestas, Pedro.

Y una vez en el coche y de camino a casa, me encendí un cigarro que no me apetecía en absoluto pero sólo por tocar los huevos y tirar por la ventanilla la colilla, valía la pena fumarlo.

La ley anti-tabaco me la pela.

A cascarla.

Buen sexo.

Iconoclasta

29 de diciembre de 2005

Oscuro

Oscuro...
Quisiera que el sol no saliera. Que las nubes taparan las cimas de los edificios más altos.
Negras nubes de una tormenta sobrenatural.
Opacas nubes que a nadie gustan, que presagian tristeza y fatalidad.
Que tienen el poder de frenar los lejanos rayos de un sol furioso que disfraza de luz el llanto y el sufrimiento.
Colores hipócritas pintados por un dios asesino.
Del sol mentiroso cuyos cancerígenos y rabiosos rayos se han erigido en falsa esperanza.
Como los falsos dioses creados.

El sol que estalla allá lejano y furioso.
Letal...

Un ser eternamente furioso que intenta por todos medios calcinarnos. El sol es una mala cosa; el sol crea colores que distraen de la muerte. Evapora las lágrimas como la muerte evapora el fluido de los cuerpos.
Y en las playas los cuerpos se broncean de mentira y rabia, de un calor que abotarga el cerebro. El sol se ceba en sus pieles, inmisericorde. Los hombres no son plantas, no tienen función fotosintética y sus pieles se resecan. Los humanos no florecen.

Hace décadas, en el colegio nos explicaban sobre los beneficios del sol.
Y yo miraba el sol reverenciándolo como un dios, creyendo que sus rayos me harían más fuerte, más inteligente. Que mi piel almacenaría suficiente luz para refulgir en la oscuridad.
Cada día intentaba mirar directamente al sol, hasta que me saltaban las lágrimas; quería acaparar luz, cerrar los ojos y rasgar la oscuridad de cada noche.
La oscuridad era lo contrario de la vida, la muerte.
Era demasiado pequeño para entender.

El sol dio vida a la tierra.
Mi sol salvador.

Sentía que cada día podía aguantar más tiempo su visión. Y llegó un momento en el que, aunque todo era muy oscuro a mi alrededor conseguía mantener mi mirada fija en él.
Y cogí una lupa y miré el sol a través de ella.
Un calor divino calentó mis iris y pupilas a medida que todo se oscurecía.
En ese momento vi el sol sonreír malvado, un enorme ojo se abrió feroz y escupió sus rayos que entraron a través de la lente y sentí como si los ojos se me frieran.
Y todo fue oscuridad, todo se tornó negro. Mi ultima visión fue ese guiño sádico del sol.
Vagué por las calles tropezando con la cartera en la espalda hasta que alguien me cogió de la mano y me llevó a un hospital.

El sol no quiere que nadie le mire.
Se cree un dios y es un monstruo.

Desde entonces huyo del sol, intento desenmascarar su verdadera maldad, decirle a todo el que conozco que es un ser malvado. Que duele mirar y que él nos bombardea. Nos envejece, nos consume, nos seca. Nos hacemos viejos por él.
Lo entendí con aquel calcinador rayo que abrasó mis retinas.

Que las nubes sean eternas, que ni un solo rayo atraviese la atmósfera.
No creáis en los científicos, ellos son sus servidores.

Cuando siento que el sol calienta mi piel, me escondo en las sombras. Cuando siento el calor del suelo atravesar mi calzado, grito y aúllo.
Yo ya no tengo escape, mis ojos por siempre ciegos, ya no pueden evitar ese punto luminoso y cegador, siempre está aquí dentro.
No puedo cerrar los ojos más de lo que lo están.

En mi cabeza...
He golpeado tan fuerte mi cabeza para sacar la luz de ahí dentro...
Y sólo sale sangre, y dolor. Y desesperación.

Es una claridad cegadora con la que duermo, es la última visión del sol que ha quedado grabada en mi cerebro. Su sonrisa malvada y vengadora.

Oscuro... Quiero ser sombra, quiero ser negro y fundirme con las sombras, quiero morir. Quiero que suelten mis manos atadas a la cama. Que alguien abra mi cráneo y tape mi cerebro con la mano; que me oscurezca.

Una nube, sólo una nube oscura; una nube portadora de muerte, de liberación.
Quiero ser oscuro.

Iconoclasta

17 de diciembre de 2005

Paraíso

No es fiebre, no sudo; no tengo frío.
Ojalá no sea una pesadilla, que sea real.
Da igual, no importa lo que es; estoy viviendo el momento y no soy capaz de despertar porque pienso que es imposible recuperar la conciencia en la vigilia.
No hay asomo alguno de coherencia en mis paraísos de la angustia y la desazón.
Es mejor así, porque en el otro mundo, el vulgar; no hay nada que me emocione.
En aquel mundo multicolor y ruidoso todo es previsible. Ocurren cosas frívolas y la gente muere con absoluta normalidad.
Soy sabio.

Es este mundo repugnante, retorcido y violento el que me hace sentir vivo. Importante.
No puede hacer daño ser alguien.

La rodilla no se acopla, hay demasiada distancia entre las dos partes y cuando pongo el pie en el suelo, parece de goma la articulación, no soy capaz de plantar el pie firme y un cosquilleo me hace sonreír.
Pero es un llanto, es lo bueno de mi paraíso, todo se oculta tras máscaras indescifrables.
¿Es real? ¿Y este dolor infame que parece desintegrar el hueso en fina arena?

A pesar de que siento los ojos irritados por el chute de Euforimol en los lacrimales (se necesitan nervios de acero y un pulso de cirujano para poder clavar la aguja en la glándula lacrimal sin perforarse el globo ocular); puedo ya sentir que olvido que existe el mundo frívolo, e ingreso con plena conciencia en mi tormento.
Mi cuerpo responde jovial, la rótula se une y avanzo con normalidad por una calle extraña que no me interesa ni llama mi atención.

Es extraño y tenebroso. Las cosas bellas mutan en horripilancias sin previo aviso y con una escalofriante imprevisibilidad.
Ello me obliga a admirar la belleza con precaución.
A veces un niño se transforma en una rata nerviosa que mordisquea con avidez un trozo de excremento entre sus patas delanteras.
Cosas que dan asco y de las que me es imposible apartar la mirada.
Es fascinante el horror, la angustia, el asco.
Y yo piso su cabeza aunque intento no hacerlo, el sonido de la cabeza de la rata al ser aplastada por mi bota parece rasgar el universo entero. Parece que sangran las nubes.
Nubes pesadas, siniestras, mis nubes preciosas cargadas de ácidos vapores. De acre sangre.

Sigo caminando tras el repugnante acto de matar a la rata (¿al niño?) y me doy cuenta de que voy descalzo. Los huesecillos del cráneo se han clavado en la planta de mi pie. Podría hacer claqué con un sonido espectacular.
Aunque duela me joderé y bailaré con los huesos clavados…
Sacarse los huesos no duele, es una sensación de alivio, quisiera tener más huesos clavados para poder seguir sintiendo el alivio de extraerlos entre la sangre espesa y sucia.

Estoy sentado en un césped que huele a orines.
Doy vueltas a los huesecillos entre los dedos, hasta que me sobreviene una arcada y no vomito nada. Sólo bilis.
Una bilis que me quema la garganta.
Y el cigarro encendido entre los dedos conforta mi espíritu. El filtro es amargo como la hiel, pero el humo cauteriza mi subrealismo.
El meñique del pie izquierdo se ha transformado en un gigantesco dedo de rata, y se mueve nervioso.
Hundo el pie en el sucio césped sin prestar demasiada atención.
Y me relajo.

Ella me conoce, pero no sé quien es. Ni tengo necesidad de saberlo. Bajo su falda no hay bragas.

-Estás mal y estás bueno.- me dice con las piernas abiertas, sintiendo mi mirada clavada en su coño.

No le hago puto caso.
Se hace más agresivo el olor a meados, y su coño huele mal. Mi cabeza reposa encima de las manos en el césped.
El glande de mi pene duro asoma por encima de mi abdomen. Brilla excitado.
Y mi mano se mete en su vagina, provoco que se derrame de flujo, y ella se retuerce. Hay tanta gente…
Lo hago más espectacular y alzo su falda para que vean como mis dedos se han metido en su coño. Nadie mira.
Su coño es el centro del universo.
Me lo comería entero.

Ella va abriendo sus piernas y flexionando las rodillas, mi mano entrando en su coño profundamente.
Una puta contorsionista…
Y mi mano se contrae y dilata en su vagina. Ella gime, gime mucho.
A veces parece un profundo llanto y me excita más.
Agarra mi muñeca con fuerza para metérsela más adentro. Y yo siento como el glande se expande y necesita ser tocado, acariciado.
Ordeñado hasta morderme los labios de puro placer.
Extrae mi mano de su coño, empapada en gelatina.
Y se come mi polla, se agacha hasta rozarme con los pezones las piernas y traga mi pene.
Y yo embisto su boca desesperado, me aferro a su cabeza jalando de su cabello y siento todos esos gusanos viscosos entre su pelo.
Siento como se arrastran por mis antebrazos.
Aplasto sus gusanos entre mi orgasmo, eyaculando en su boca.
Se ríe como una rata.
Se limpia el semen con las patas delanteras, nerviosa.

Mi pene sangra. Y yo me retuerzo con una frenética carcajada.
Me asombra este mundo, el semen ya está frío y los gusanos campan por mi pubis.
Y todo es sorprendente, inquietante.
Escalofriante.

Me levanto sucio, soy meados y semen. Soy mierda pura.
La cojo por el rabo evitando que me muerda.
Los pezones los tiene aún duros cuando volteándola, estrello su cabeza contra el suelo. El chillido de dolor dobla el cielo, lo refracta y la gente se detiene, observa la rata entre mis manos.
De mi pene aún penden mocos blancos. Y me torno feroz ante ellos; mi hocico se acentúa: se prolonga y agudiza y mis patas delanteras les amenazan. Mi rabo rosado se mueve inquieto.

Es todo tan extraño, tan mágico…
No quisiera volver al otro mundo. Me agujerearía los ojos por vivir en este paraíso eternamente.

Tal vez otro chute de Euforimol en el ojo me dará la eternidad en el paraíso que ningún puto dios ha creado aún.
Es mío, mi paraíso.


Iconoclasta

10 de diciembre de 2005

¡Hola pequeña idea!


¡Hola pequeña idea! ¿Se puede saber qué coño haces chocando entre mis neuronas? ¿No ves acaso, que estoy descansando de cosas como tú?
No te quiero, eres egoísta como todas.
Te engordarás, te harás enorme.
Aplastarás otras ideas más tranquilas que están ahí, pasando el tiempo distraídas, cada una en su neurona, en su propia célula. Discretas.
Moléculas de imaginación…


Y llegas tú como un cáncer, expandiéndote. Como un virus invasor que se hace omnipresente.
Y me obligas a dejarlo todo de lado para hacerte sólida, entendible.
No tienes corazón maldita idea egoísta.
Hagamos un trato: yo te doy forma ahora mismo, te doy cuerpo con palabras, te leo a través del papel y cuando ya se libere con ello espacio en mi cerebro, te conservo para siempre en mi libreta; como mi creación que eres.
Así que no te resistas y cuando seas letras y tinta, deja de oprimir, de ocupar espacio.


Serás así más eterna (es que en cualquier momento moriré, no soy una guarida segura) que mi pensamiento, que mi cerebro.
Porque a veces temo no ser capaz de escribir toda esta fuerza que siento. Temo ser devorado por cosas como tú.
O por un tiempo seco y árido…
Por este mundo real.
Sin ideas.


Ahora son propuestas, los malditos seres que en forma son parecidos a mí, sólo crean propuestas; propuestas colectivas para que nadie pueda atribuirse un error. Nada individual. Es la miseria, la mierda de muchos cerebros estúpidos.


Una idea individual, arrolladora y que desprecia todo lo demás es algo anómalo.
Incluso penado por la ley. Moriría por ti.
Las propuestas son una intención, un proyecto de idea que apenas presiona en las mentes de millones de idiotas. Y son tan sólo eso, conatos de actos.


Por eso, idea mía, no pulses más en mi cabeza; dame tiempo a plasmarte en el papel y hacerte casi eterna y tangible.
Algo raro, algo espectacular en estos tiempos.
Quiero ser un puto dios en estos tiempos de fariseos.



Iconoclasta


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3 de diciembre de 2005

Desbocado

Soy lascivo, no me queda apenas amor. Soy pura maldad sexual, soy una bestia babosa que te mira desde un oscuro rincón.
Mis ojos brillan, no lloran, están húmedos como mi polla.
Te miran mis ojos (no soy yo, ahora) con el pene en la mano, goteando... Sudando humores por ti.
Te deseo tanto que he destrozado cualquier asomo de ternura. De amor.
Follarte, joderte, penetrarte.
Metértela hasta que tus uñas se hundan en mi carne.
Te deseo voraz, deseo enterrar mi carne dura en la tuya blanda. Huyendo de tu mirada cálida que enternece y pulveriza mi lascivia, mi deseo de follarte.
De joderte.
Mira mi pijo reventando de sangre, late por ti. Late cuando tu ropa interior se insinúa y asoma al exterior. Cuando te agachas.
Mi pene parece un ariete incontrolable.
Violarte haciendo salir de lo más profundo de tu coño mil gemidos. De sentir tus dientes destrozando mi carne con cada embestida.
Abrazarte y empaparte con mi sudor.
Morderte el vientre, el coño...
Tu coño abierto y empapado...
Desbocado...
Agarrar tu cabello con fuerza y obligarte a mirar al techo cuando muerdo tus pezones duros.
Deseados.
Te follaré desbocado, penetraré hasta en tu mente para que te sientas poseída por mi maldad sexual. Por mi total ausencia de amor.
El amor en la espera se rompe, se deshace.
Se pervierte, se cuaja cuando la carne recibe la sangre excitada.
Cuando el glande se ensancha entre el puño crispado, goteando; como el animal sediento se deshace en saliva.
Así me tienes allá, lejos.
Desbocado...
Un día saldré de la oscuridad y mis ojos miraran los tuyos sin amor, sólo con un voluptuoso deseo. Mis dedos dejarán huellas en tu carne mientras te sobo, te abro.
Te la meto.
Te beso y te muerdo.
Así estoy: Desbocado.
Una bestia en un oscuro rincón.


Iconoclasta

26 de noviembre de 2005

Acuarela



Soy un retrato en acuarela, poca cosa. Algo tirado en un bosque, entre la suciedad de un vertedero.
Abandonado a la lluvia y a la humedad de la noche. A un rocío frío que me hiela; no sé el nombre de mi creador, pero me diluyo.
Mis colores fueron vivos en el momento de la creación, eran unos hermosos colores sólidos como la sangre de los dedos del pintor.
Del creador.
Del psicópata maldito que me malparió.

Mi cabello era tupido, de un marrón como las cortezas de estos árboles que ignoran mi agonía. Mi sonrisa era sincera.
Y llueve y me aguo, desaparezco lentamente.
Lentamente porque el dolor es eterno, la tristeza de apagarse es un lamento continuo. Es una pena que no puedo gritar, no me queda apenas boca. No me queda apenas nada.
A veces, una gota que se arrastra parece dibujar una cicatriz que cruza mi rostro apenas coloreado.
Maldito creador, me diste vida por mero capricho, y nada te agradezco.
Te odio como nadie podría odiar, con la enajenación de mi dolor.
Del miedo de estar solo, pudriéndome entre vegetación y mierda.
Si al menos fuera una marioneta soñaría con que me dieras vida.
Como en aquel cuento...
Y te decapitaría, haría rodar tu cabeza con una espada, cortaría tus dedos sucios de colores impuros, mezclados por tu caprichoso proceder.
Tengo tanta fuerza para sentir asco hacia ti…
Te escupiría a los ojos; te pintaría los globos oculares con vinagre y lejía.
Y nunca podré hacerlo, es frustrante. No te debo ni el agradecimiento de un segundo de vida.
Lo único que me acompaña es la amargura del dolor.
Me aguo llorándome a mí mismo, en silencio; con mil sonidos hostiles a mí alrededor.
Es un llanto caníbal; me devoro.
Me autodestruyo como un secreto guardado por un romántico espía.
Soy un pobre pigmento sobre papel.
Un pobre y efímero bastidor para una vaporosa vida.
Débil, desprotegido.
Y en cambio tú, pintor, eres un dios desgraciado, aciago. Fuerte y cruel.
Y me lloro en chorretones desde mis ojos emborronados.
Lágrimas que ni siquiera son mías, que son vertidas por el mundo encima de mí.
¡Qué desproporción, un planeta y un dios contra un papel!
Como si fuera un enemigo peligroso al que abatir.
Pintor, creador:
No es agradable la gota que cala en el papel; poderosa.
Es terrorífica la lluvia cuando su único fin es deshacerme.
La orina del animal que me arde en la piel que en un día tuvo color…
Ya no queda apenas nada de mí, creador.
Ríe feliz porque tu ponzoñosa maldad, no ha creado una bella acuarela.
Creaste un dolor, un terror.
Un borrón.
Una maldita acuarela apenas ya reconocible.
Ojalá no fuera biodegradable y mis restos contaminaran por años la tierra.



Iconoclasta

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11 de noviembre de 2005

Cosas por hacer cuando aún queda vida

Silbo feliz paseando por la calle, son las 10:30 de la mañana y todo fluye; sólo pienso en mi propia felicidad, en que tengo algunas cosas por hacer, o tal vez ninguna.
Ya irán surgiendo, me gustan las sorpresas.
Como la que me ha dado el médico hace apenas 15 minutos.

-Tiene un tumor cerebral, Pablo y ya ha afectado una parte muy importante de la masa cerebral, no se puede operar.

-¿Y por qué siento este dolor tan leve y no uno tan fuerte como los de antes?

-Porque se ha destruido tanta masa cerebral, que ya no puede apenas transmitir dolor.

-¿Y cuánto puedo durar?

-Una semana con mucha suerte; aunque en cualquier momento puede llegar una muerte súbita. Es importante ahora relajarse, descansar mucho para no acelerar el proceso.

-Gracias doctor.

Y el bueno del doctor me miraba para evaluar mi respuesta, estaba preparado para una crisis nerviosa. Le ofrecí la mano para distender el ambiente opresivo de esa violenta situación.
Había tristeza en sus ojos.

Estoy seguro de que mi felicidad se debe al mal estado de mi cerebro, pero está bien así; no me gustaría morirme llorando y sufriendo.
Y me decían que el dolor de cabeza era cosa de nervios... Y venga tomar aspirinas y vomitar de puro dolor.
No quería ir al médico precisamente por esto, porque seguro que me iban a encontrar algo malo.
Evito pensar en mi esposa y en mi hijo, su pena y dolor sería más potente que el miedo y dolor que yo pudiera sentir.
A mí no me parece que me quede una semana de vida como máximo; creo que soy eterno.
No me duele nada, soy feliz. No estoy deprimido, la prueba es mi sonrisa amplia.
He decidido vivir una vida plena y despreocupada. Los condenados a muerte tenemos ciertos deseos por cumplir. Como todo el mundo, sólo que a los que nos morimos deprisa, se nos antojan más urgentes
Así que no pienso en nada. Sólo paseo por la ancha avenida disfrutando de los escaparates. Me he comprado una pluma preciosa.

Son las 10:45 y un viejo "amigo" apoya su anciano cuerpo en un bastón, cojeando lentamente y respirando fuerte; deja un olor a sudor rancio que ofende el olfato. Como muchos de los viejos que he tenido que soportar en los transportes públicos. Seguro que todos no son así de cerdos pero; a mí me llaman la atención los hediondos.

Yo tenía doce años y en la puerta del colegio estaba insultando a mi hermana, una pelea de críos. La llamé "cerda" y una mano áspera, desconocida y sorpresiva me abofeteó la cara. Me ardió la mejilla durante días; la vergüenza y la rabia anidaron en mi mente deseando matarlo, destruirlo, joderlo a patadas en la cara. A palos.

- A ver si así aprendes más educación, mocoso.- me dijo un adulto con recia voz mientras yo lloraba de rabia.

Como crío que era, en pocos días el odio dio paso a un velado rencor, después se convirtió en mera antipatía. De tarde en tarde me cruzaba con él, sin que me mirase a la cara. Con el tiempo comprendí que era un borracho de mierda, o eso imaginaba. Me abrió los ojos a lo que era el odio, en aquel instante en el que me abofeteó, supe que podría matar a alguien en un ataque de ira. Era cuestión de crecer para ser poderoso.
Y hasta la fecha, las pocas veces que lo he recordado, ha sido una simple evocación anecdótica que ni siquiera me ha entretenido.

Pero resulta que me voy a morir y el muy cabrón va seguir vivo. Y eso no me gusta.
Avanzo rápido, y le quito el bastón de la mano.
La avenida está flanqueada de bancos de piedra y árboles, hace calor y los viejos a esta hora se encuentran absorbiendo el sol a través de sus pieles cuarteadas; como lagartijas. Reptiles.
Los hay a patadas en ambos lados del paseo ocupando casi todos los asientos.
Me llama cabrón con aquella recia voz con la que me enseñó educación, al arrebatárselo de un tirón.
Y levanto el bastón por encima de mi cabeza, con la empuñadura metálica en lo alto, pesada y agradable. Da confianza.
Con una gran velocidad lo estrello contra su mejilla izquierda y su cabeza apenas se mueve, pero hasta los lagartos que están sentados en los bancos han oído crujir su dentadura postiza que escupe a trozos entre la sangre que mana de su boca.
Cuando alzo el bastón de nuevo, comienza a caminar lentamente de espaldas para evitar el próximo golpe, así que le impacto entre los ojos, trastabillea y cae al suelo, descamisado y enseñando el elástico de unos sucios calzoncillos.
Y le golpeo en las sienes con fuerza, como un aizkolari partiendo un tronco; una vieja se aproxima para mediar y le doy una patada en el bajo vientre que la hace caer redonda al suelo gritando como una marrana con ambas manos sujetando su vieja barriga.
Unos cuantos viejos se han puesto en pie y ni siquiera se atreven a acercarse para ayudar a la vieja que no cesa de decir "ay, dios mío, ay dios mío, ay dios mío..." Estoy a punto de darle una patada en la cabeza de lo nervioso que me pone. Así es como este viejo me enseñó a ser bueno, con un buen golpe.
Sólo que yo era un crío.
Sigo con el viejo educador que tiene los dedos rotos, porque ha intentado proteger la cabeza con las manos y no ha servido más que para que sufra más. Sus viejos y baratos pantalones de tergal se han mojado de sus propios orines y su panza blanca asoma por encima del cinturón.

- A ver si tienes cojones ahora para pegarme una bofetada, idiota.

Y me agacho muy cerca de él para que me abofetee como cuando era un crío.

La lengua asoma amoratada por entre su boca rota, y sigo golpeando sus sienes, con gracia, con plena dedicación. Le digo que tiene la suerte de conocer a un inmortal. Que no se queje tanto, cuando muera sonreirá a su puto dios si existe.

- Aunque creo que te pudrirás en un infierno, idiota.- le digo con toda seguridad.

Hay tanta sangre en el suelo y está tan quieto, que me doy cuenta de que está muriendo, su lengua ha virado al azul y en un último golpe de ira le meto el puño metálico en la boca rompiendo las encías e incrustándolo en el paladar.

Cruzo rápido el paseo central de la avenida esquivando coches detenidos, jaleado por los gritos de todos esos reptiles. Me sumerjo en las calles secundarias que tanto conozco, justo en el momento en el que el ruido de una sirena se aproxima desde lejos.
Un corrillo de viejos oculta el cuerpo ensangrentado con curiosidad morbosa. La vieja de la patada está en el suelo lamentándose aún y enseñando sus bragas grandes y horrendas. Sus muslos gordos y viejos. No es erótico.

Los hay que me miran extrañados cuando me cruzo con ellos por las estrechas aceras al verme silbar, al ver que doy pequeños saltitos de alegría.
Sonrío mucho y sólo ahora soy consciente de que me estoy muriendo.
Me siento bien, siento que todos los asuntos se están cerrando, que no quedará ninguna cosa pendiente y que se acordarán de mí durante años. La sombra de la muerte se aleja, sólo ha sido un mal momento.
Soy eterno e inmortal.

A pesar de que ya estoy alejado de la avenida al menos siete calles abajo, me llegan los ecos de las sirenas. A escasos metros frente a mí, un coche de policía ha cruzado veloz la travesía con su sirena ululando a toda hostia.

Al pasar frente a la tienda de juguetes, compro un juego para la cónsola de mi hijo, uno que quería comprarse con lo ahorrado de la paga de sus abuelos. La dependienta lo guarda bajo el mostrador con su nombre. Lo guardará todo el tiempo que haga falta hasta que Jordi lo recoja.

Tengo hambre y entro en un bar de estética rústica donde pido un bocadillo de tortilla de patatas y cebolla, con el pan untado con tomate y aceite, una cocacola grande y unas croquetas artesanas de jamón de bellota.
Sólo un par de mujeres ocupan una de las muchas mesas.
A mi hijo le encanta almorzar conmigo los sábados, le gusta sentarse conmigo en el bar y hablar y hablar de sus cosas, de los juguetes que le gustan, de sus amigos. Me pregunta cosas de los demás, el porque de todo.
Le gustan tanto los bocadillos de tortilla...
Me hace sentir triste.
Y se me escapa una lágrima traidora, así que comienzo a pensar en la buena paliza que le he dado al viejo cabrón y aunque mis ojos lloren, mi alma ríe feliz.
Abro la agenda de bolsillo y con la nueva pluma escribo:

Mi amado Jordi:
Ahora estoy tomando un bocadillo de tortilla de patatas y me acuerdo mucho de ti. Cuando leas esto, seguramente estaré muerto. No te preocupes, pequeño. No habré sufrido nada y me voy queriéndote como nadie imagina. Resulta que tenía un tumor en la cabeza, un bulto que se come el cerebro. Eso sólo nos pasa a pocos, no te preocupes.
Estudia mucho, pero no creas lo que te cuenten de mí. Si he matado a alguien, es porque se lo merecía. Nunca había hecho daño a nadie, siempre he soportado las malas jugadas con paciencia, esperando que un día pudiera sentirme bien de no haber perdido los nervios.
Y la vida muchas veces es mala, y ha querido que me muera pronto, sin apenas disfrutar de ti.
No existe la justicia, y siempre he tenido miedo de morir sin poder devolver al menos en una parte el daño o las ofensas que me han ido haciendo otros a través de los años.
Y por eso he matado a ese viejo, porque cuando tenía tu edad me abofeteó, me hizo sentir pequeño e insignificante.
Me pegó sin ninguna razón, sólo por placer.
Lo he pensado en muchas ocasiones y yo nunca hubiera pegado a un niño. Ni a ti, mi pequeño.
En la tienda de juguetes que te gusta, has de recoger un paquete que he dejado a tu nombre, ya está pagado, en el departamento de la agenda encontrarás el recibo y el resguardo para retirarlo.
Te quiero mucho, si me cuesta morir es por ti.
No contestes mal a la mama, cuídala porque se va a encontrar tan triste como tú. Abrázala y déjate abrazar y besar. Déjate querer y admirar y sigue mirándola como nos miras a los dos, con ese cariño hacia nosotros que se te escapa por tus ojos brillantes.
Llorad mucho y pronto, os sentiréis mejor y pronto pasará lo malo.
Y cuando pienses en mí, que sea con una sonrisa. Incluso cuando me enfadado porque no entendías los deberes; ya comprenderás que a veces los padres hacemos cosas que no deseamos y que cuando las hemos hecho, nos arrepentimos.
Un beso y un abrazo y una pena por dejarte.

Y así escribiendo, acabo de almorzar. Me enciendo un cigarro mientras tomo el café. Una de las mujeres me sonríe, supongo que un hombre con los ojos llorosos ofrece cierta simpatía.
Cuando salgo de nuevo a la calle todo parece menos ruidoso.

En una joyería compro unos pendientes de coral y oro para Sonia, mi esposa. Si en un par de semanas no ha pasado a recogerlos, la llamarán a su móvil.

Me siento en un banco, son las 12 del mediodía. Abro la agenda y le escribo a Sonia una carta de despedida.

Hola Princesa:

Seguramente cuando leas esto ya lo sabrás todo pero; quiero ser yo el que explique. Aquellos dolores de cabeza se debían a un tumor que ya se encuentra muy avanzado. El médico dice que apenas siento dolor porque ya tengo el cerebro casi podrido.
Te he comprado un regalo, necesitaba hacerlo. Te debía lo mucho que me has cuidado, lo mucho que me has querido. Lo mucho que has tenido que soportar de mis arrebatos de mal genio y rebeldía. Deberás perdonar que me haya amargado más de una vez por no poder hacer algo más diferente a lo que hace el resto de la gente.
¿Te acuerdas que siempre bromeaba sobre lo que haría si me dijeran que me quedaban unas horas de vida? Pues supongo que no era broma, las cosas se han devenido así.
Se me ha cruzado por delante aquel tío que me pegó de pequeño y me ha dado mucho coraje saber que me sobreviviría. No he podido evitarlo, pudiera ser que sea un acto de locura por mi sesos hechos papilla; pero me siento muy bien, mi vida.
Lo he matado a golpes y me siento feliz. Si ahora me muriera, mi cadáver mostraría una sonrisa.
Siento mucho que te quedes sola al frente de los gastos, siento mucho no poder hacerme viejo entre vosotros, si pienso demasiado en ello, se me escapan las lágrimas y como estoy en la calle me deben tomar por un yonqui o algo así.
Consuélate pensando que no has tenido que cuidar de un vegetal, de alguien que poco a poco se va hundiendo en la idiocia para morir al cabo de años de lucha.
Eres muy joven, sé que encontrarás un buen compañero, alguien que te ayude a cuidar y educar a Jordi.
Dile que le quiero tanto como a ti. Que insisto, lo peor de morirse es no veros más.
La lotería nunca nos ha tocado, en cambio somos afortunados para las desgracias.
Que asco de vida ¿verdad?
Aunque tampoco hemos padecido demasiados infortunios, al menos desde que me casé contigo.
Todo fue mejor cuando me uní a ti, mi vida.
Princesa, no siento dolor alguno, te lo juro, no me encuentro mareado y me acuerdo de todo. Es más, incluso me siento mejor que nunca.
No pienses en mí más que para lo bueno, nada de recuerdos tristes; cuando pienses en mí, ríe.
Reíd cuando miréis el álbum de fotos. Reíd mucho pensando en que ha sido una etapa bonita de la vida y que yo la he disfrutado. Que no haya dudas.
Princesa, voy a seguir mi camino, sólo paseo ahora. El médico me ha dicho que con reposo puedo vivir más. No quiero reposar, quiero acabar cuanto antes.
No sé que más encontraré o que ocurrirá en las horas que me quedan de vida, pero no dejaré cosas por hacer. Cosas que me apetezcan.
No quiero morirme en una cama sometido al efecto de los sedantes, esperando con resignación el momento en que el cerebro sea incapaz de hacer funcionar el corazón o los pulmones.
No quiero verte sufrir ni que Jordi no deje de preguntar lo que me pasa y cuándo volveré a casa.
Debes entenderlo.
Te quiero, te querré siempre. Te querré hasta en el momento en que las luces se apaguen.
Estos son los títulos de crédito de la película.
Besos.

Me siento triste cerrando la agenda, me da la impresión de que he dejado de hablar con ellos. Doy vueltas a la pluma entre los dedos hasta que noto el calor del sol en la cabeza y unas gotas de sudor se deslizan de mi frente.
Me levanto para seguir paseando, para no esperar a nada, sino ir yo al encuentro.
Me siento épico, estoy en mi derecho.

Sé que no es justo gastar tanto dinero, pero un día es un día. La daga con la calavera llama poderosamente mi atención, en su hoja de doble filo lleva gravado: Infortunium.
Me gustan los escaparates abigarrados que tienen mil objetos por descubrir. Es un arma barata, de adorno; de esas que Jordi y yo tantas veces hemos querido comprar para que adorne su habitación, Jordi es muy responsable, no me da miedo que en su cuarto coleccione espadas y cuchillos de fantasía.
Entro en la tienda de caza y pesca y la compro, ya en la calle la desenvuelvo, tiro la caja y la oculto bajo mi camisa, en el pantalón.

No quiero despedirme de nadie, sólo conseguiría que sintieran pena de mí, y eso es humillante. No soy penoso, soy valeroso.
Intento serlo.
¿Cuánto tiempo me dijo el médico que me queda? Sí, un par de semanas, creo.
No importa demasiado, la verdad es que no tengo cosas por hacer en mente.
Si pienso demasiado en esto, siento deseos de tener la esperanza de que el diagnóstico sea erróneo. No sé, no quiero pensar, es necesario pasear, vagar...

Casi sin pensar, tan sólo sintetizando el aire y algún cigarro, he desembocado en una gran calle saliendo de una fea calleja; la cara limpia y mentirosa de las grandes ciudades.
El rugido del tráfico me aturde. Coches que aceleran, frenan bruscamente, que se amontonan unos tras otros y aceleran impacientes. La gente esperando a que los autos se detengan para cruzar en hordas la acera.
Y el chico limpia-lunas...
Aprovechando el cambio a rojo del semáforo se lanza con la bayeta goteando en una mano y la goma limpiadora en la cintura del pantalón, contra el capó del primer coche detenido y enjabona el parabrisas a pesar de que la mujer le dice que no lo haga. Como siempre, él ignora cualquier protesta.

- Cada mañana lo mismo... No te voy a dar ni un céntimo. - le grita desde la ventanilla la conductora.

Cuando el chico se acerca recoger su propina, ella sube la ventanilla y le niega con la cabeza. Escupe contra el vidrio en la cara de la mujer, le abolla la puerta de una patada furiosa y le arranca una escobilla del parabrisas.
Algunos peatones miran con curiosidad y otros ríen. La mujer arranca el coche chirriando ruedas, evidentemente nerviosa, cuando aún no ha cambiado a verde el semáforo.

Hace un par de semanas este cabrón escupió en la luna de nuestro coche porque no le dejé limpiarlo. Mi mujer me rogó que no bajara del coche, yo le quería pegar una paliza.
Y es que hoy todo sale bien, parece que si yo tengo un mal día, los hay que también. Hay equilibrio en lo que me queda de vida.
Semáforo rojo, el chico de melena sucia y negra, con el torso sucio y bronceado se lanza a otro coche.
Saco la daga de debajo de la camisa y la desenvaino, la funda metálica roza en la hoja y hace ese ruido que tanto me gusta en las películas.
Se encuentra muy estirado, casi apoyado en el capó porque está limpiando la zona del copiloto, se notan sus costillas. Y entre ellas clavo la daga sin titubear; noto perfectamente como la daga se arrastra contra una de las costillas; consigo meterla hasta el puño.
Alguna curiosa lanza un alarido.
El morenazo se arrastra por el capó como un animal herido hasta caer al suelo, con la boca muy abierta. Sale sangre burbujeante de la pequeña incisión y se arrastra lentamente por el asfalto. El conductor está haciendo sonar el claxon con insistencia pero no tiene valor para bajar.
Y clavo la daga de nuevo en la flaca espalda cuando reptando aún, no ha sobrepasado el parachoques delantero del auto pero; no la clavo profundamente porque tropiezo con la columna vertebral, lo intento de nuevo con una nueva estocada pero; el chico se arrastra por el suelo y sólo consigo pinchar el omoplato. Alza la cabeza para mirarme y por entre sus dientes apretados por el dolor y el miedo se escapan unas palabras en un idioma que desconozco. Otro pinchazo más en la zona lumbar y ahora grita.
Infortunium se tiñe de sangre y la espalda sucia y huesuda se inunda en sangre.
Consigo penetrar de nuevo entre un par de costillas y he sentido como la punta de la hoja tocaba el asfalto.
Antes de envainar la daga uso la mugrienta bayeta para limpiarla de sangre.
Y con ella en la mano y casi rodeado por la gente, me abro paso a empujones y gritos para salir corriendo de allí. Un valiente intenta frenarme cogiéndome por la manga de la camisa y me la rasga; le doy con el asta del arma en la cabeza y me suelta cuando se da cuenta de que la sangre mana hasta sus ojos. Vuelvo a meterme de nuevo en las tristes y feas calles de las que he salido hace apenas unos minutos.
Algunos me han seguido y gritan:

- ¡Al asesino, al asesino!

Me cruzo con varias personas de frente y me dejan pasar con toda tranquilidad. Es la suerte de vivir en una gran ciudad.
Aún siento sus músculos defenderse del metal, la presión que ejercía para evitar que penetrara más adentro el metal.
Asqueroso.

He girado un par de calles en direcciones alternativas hasta alejarme escalonadamente por la que me han seguido. Hay calma ahora.
Son las 13:45.

Un hombre marcha tranquilamente delante de mí, a unos pocos metros.
Una chica con unos libros en la mano llama al interfono de un edificio. Viste pantalón corto y zapatos de plataforma, sus piernas son largas y delgadas. Los muslos musculosos, sus pechos a través de la camiseta de tirantes de las Supernenas parecen enormes, firmes.

- ¡Soy yo, abre...! -pronuncia en alto pegando la boca a la rejilla del micrófono.

El hombre que va delante de mí, la mira con atención mientras ella espera que se abra la puerta.
Se escucha el zumbido metálico y la chica empuja la puerta. Antes de que se cierre, el hombre entra tras ella. Los sigo con curiosidad y sin dejar que se cierre la puerta, por el resquicio puedo ver como el hombre la alcanza a mitad de la escalera, la eleva en el aire abrazándola por la espalda y tapando su boca con la mano izquierda.
La chica, pataleando deja caer los libros y él la arrastra hacia la oscuridad del hueco que hay bajo la escalera, en un pequeño espacio que queda entre la zona más baja y la caseta de contadores eléctricos.
Me llevo la mano a la cintura, pero no tengo la daga, la he perdido.
Me arrastro en la penumbra por el suelo para observar lo que ocurre. El hombre ha roto su camiseta y le está chupando los pechos, mordiéndolos. Ella solloza ahogadamente con la mano del violador en la boca.

- Me cago en Dios...- dice el hombre, le ha mordido la mano.

Y en el vientre desnudo, por encima de la cintura del pantalón, clava mi daga.
A mí se me escapa un sonido de sorpresa ante la brutal estocada y el hombre me mira por unos segundos, fíjamente.

- Lo siento, no sé que me ocurre...

Deja caer la daga y la vaina, y salta por encima de mí huyendo.
La niña sale del hueco, encorvada y sujetando su vientre herido con una mano, con la otra me demanda ayuda. Pero no le hago caso, estoy asustado y me incorporo para escapar de allí.
Aún no se ha cerrado la puerta cuando desde la calle puedo oír el grito de la cría amplificado por el hueco de la escalera.
El asta de la daga está empapada en sangre.
La vuelvo a guardar bajo mi camisa.
No hay rastro del violador.

Son las 14:55, he andado tanto alejándome de las sirenas, que no sé donde me encuentro. Es una placeta pequeña, un par de bancos y unos balancines; dos árboles jóvenes no consiguen dar suficiente sombra para aliviarse del calor.
Me siento tan cansado de caminar y correr, que hasta los mocos me gotean.
No son mocos, es sangre, tengo una hemorragia nasal que mancha mi camisa. Seguro que es cosa del tumor. No creía que fuera tan escandaloso.
No importa ya, nada importa salvo vivir lo que queda.
Evitar dolor y pena.
Saco la pluma y la agenda del bolsillo trasero del pantalón. Voy a escribir alguna cosa más a Sonia, que sepa lo que he vivido hasta ahora.
Una madre y su hijo pasan a unos metros de mí, la mujer me mira con desconfianza y acelera el paso. El niño con su enorme mochila bamboleante, intenta seguir el paso prendido de su mano.
Sonia debe estar haciendo lo mismo con Jordi. Yo a veces lo hacía cuando tenía alguna fiesta.
¡Qué miedo tengo de perderlos! Jordi no cesa de contar cosas cuando vamos hacia el colegio, me gusta su sonido.
No me acuerdo de lo último que me contó, pero el sonido de su voz es mágico y me calma.

¡Dios! Qué dolor de cabeza...

Mi camisa está sucia de sangre y siento la nariz encostrada. Me arranco los pegotes con la uña y siento alivio.
Un cigarro se está quemando entre la piel de mis dedos, no duele a pesar de la piel carbonizada. De las feas llagas. ¿Qué ocurre? ¿Qué hago en este parque?
Son las 17:07, debería estar trabajando y no sentado en un parque.
¿Qué es lo no debería?
Morir...
¿Por qué pienso en morir?
No puedo ponerme en pie, las piernas no obedecen a mi voluntad. De hecho, no parecen muertas. A veces tiemblan solas.
Pequeños espasmos. Parecen morir.
Tengo miedo.
Alguien me espera y todo está mal. Lo presiento.
Me miran con cierta extrañeza e intento preguntarles si tengo monos en la cara.
Los monos se matan, como nosotros nos matamos. Lo vi en... ¿Dónde lo vi? No sé si lo vi. Sólo se que es algo que sé. Tengo la certeza de que es así.
Hay una daga en mi cintura, y recuerdo un niño y a su madre apuñalados, los pechos de una niña y el sabor de su miedo, sirenas... Un limpiaparabrisas sucio.
Un hombre abofetea a un crío.
Entre las hojas de la agenda hay una pluma y con una letra que debe ser mía dice:

No quería apuñalar a la madre y al pequeño, pero ha sido imposible evitarlo. Es como si el destino me mostrara lo más precioso que puedo perder: vosotros.
Y yo no me acobardo ante el destino, y le he demostrado lo muy poco que me asusta. Apenas nada. Los he apuñalado en la misma entrada del colegio, a los ojos de Dios. Casi me atrapan...

Estoy muy cansado, me sangra la nariz y lo veo todo oscuro...

Más sirenas, a lo lejos.
O cerca, ya no sé si los sonidos son lejanos o cercanos.
Hubo un día en el que me sentí bien.
La sangre se derrama incontenible por mi nariz, por mis ojos; es una cortina, una alfombra. Son mis párpados pesados.
Muertos.
Un dolor... Un nada.


Iconoclasta