Powered By Blogger
Mostrando entradas con la etiqueta lascivia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta lascivia. Mostrar todas las entradas

19 de mayo de 2023

lp--Amor vudú--ic


Estar enamorado es tener algo clavado en el pensamiento y en el pecho.

En el culo, en todo el cuerpo…

Al menos en mi caso, y que benditos sean los que sienten esa mariconada de mariposas en el estómago.

Como no me queda otra, concluyo que es maravilloso sentirse tan lleno de astillas. De hecho soy el reflejo del muñeco vudú que mi amada no cesa de estrujar entre los dedos y clavar cosas cuando está excitada. Es tan carnal que siento en la piel su sensualidad como una ráfaga de aire ardiente del desierto cuando está en celo.

Y cuando habla del amor, cuando calla del amor, cuando se moja del amor.

Hasta hace unos pocos años, no creía posible que una diosa como ella se pudiera enamorar de mí. Una cosa es el vicio (que lo tiene también), la temporada de reproducción y los momentos de ovulación y todo eso. Pero… ¿Así, tan profundamente y tanto tiempo? Ni hablar.

No soy un tipo como para tirar cohetes multicolor con petardeo final en forma de palmera. No reniego, solo me exclamo de mi privilegio.

No creo en el vudú, en ninguna superstición; pero sí creo en la pasión de mi novia. 

De su colosal atractivo que tira de mi piel hasta doler.

Da igual que crea o no, cuando pincha el muñeco me cago en todo.

Sentí la triste certeza de que había perdido una parte muy importante de mi vida el día que la conocí.

Tanto tiempo sin ella ahora resulta inexplicable.

Cuando me folla me lo extrae todo, es una vampira incruenta. Bueno, incruenta del todo no. Porque una sesión de follaje con ella es acabar con dolor de huevos por aplastamiento, me cabalga como si estuviera montada en un potro salvaje. Y cuando se corre y me desmonta, puedo observar casi alarmado que me ha dejado la picha despellejada por el violento frotamiento de su coño voraz.

Al cabo de diez minutos de dale que te pego ya estoy gritando y llorando. Y se ríe…

Y a la sazón inmovilizado por sus muslos cuando se clava a mí, me aferro con hambre a sus tetas que no dejo de mamar con la obscena idea de que produzcan leche. Si a mí me martiriza los huevos y abrasa la polla, sus pezones parecen los de una mamá primeriza.

No es venganza ¿eh? Es amarla hasta devorarla.

Cuando tengo que mear, durante los dos días siguientes tras el cortejo sexual, dejo caer los pantalones y los calzoncillos y hago el elefante, es decir dejo que la polla cuelgue porque con mis varoniles y toscos dedos no me la puedo tocar por lo abrasada sin blasfemar.

Luego para sacudir las últimas gotas, también como elefante, agito la trompa de un lado a otro moviendo el culo y salpicándolo todo en cámara lenta y efecto difusor. Estéticamente, mi drama y trauma de amor y sexo, es de una belleza perturbadora en mis íntimos actos.

A veces, incluso escupo sangre porque me ha hecho una herida mordiéndome los labios al correrse.

Es tan feroz…

Me hace sentir un hombre-consolador.

Y eso engancha, soy perturbadamente adicto a mi diosa.

Algunos días me pide más sexo cuando aún no ha habido tiempo para sanar la piel de la polla; los huevos como son tontos se sanan en unos minutos.

Entonces le digo que me ha bajado la regla y cariñosa y comprensivamente me dice: “¡Marica!”. Sé que es duro, pero eso de la inclusión y corrección se lo pasa por el coño, como hace conmigo. No tiene corazón entre esas preciosas tetas de portentosos pezones.

Así que cuando siento un pinchazo en el pensamiento o cráneo, o bien en el pecho; es lógico que no piense en un aneurisma o ictus y crea que hambrienta de follar, está cosiendo a pinchazos el muñequito vudú cuyas tripas ha llenado con mi pelo. Cuando se corre, no es nada extraordinario que me coja los pelos y me agite la cabeza como si fuera un cacaolat.

Es una bruja preciosa, voraz. El ser divino más carnal del planeta.

Y sigo pensando que lo único inexplicable es que con lo buena que está y con todo lo que puede escoger, se haya enamorado de mí.

Bueno, la belleza no está reñida con el mal gusto.

Y a mí no me disgusta. Que se jodan los guapos. Que en estos tiempos es más fácil dar con una tortillera que con un bocadillo de jamón york de cerdo de verdad (como odio el aséptico y reseco fiambre de pavo) con queso, aunque sea con tres o cuatro días de “maduración”.

Y ahora me voy al consultorio de Ama Calaverum, una bruja que se anuncia en feisbuc y dicen los comentarios de la chusma que es buenísima combatiendo hechizos. Tengo la esperanza de que neutralice el muñequito vudú con el que juguetea mi diosa y nos cose a los dos a pinchazos.

Se lo cambiaré por un vibrador de tres mil vatios.

Necesito un poco de reposo. Que me crezca el pellejo de la polla.

¡Uy, qué pinchazo en el culo! Ya está caliente mi santa otra vez.

Está bien, otro más y mañana voy al consultorio de la Calaverum.

Nunca me habían exprimido tan profundamente y sacado lo mejor de mí a tanta presión.

A solas, incluso lloro emocionado al evocar esos momentos en los que descargo mi semen caliente y que se le derrama del coño a los abductores de esos muslos preciosos con los que apresa mi cadera.

Coño, me voy pitando o me correré sin tocarme, y entonces la follada sí que va a ser larga. No quiero que me ingresen, me daría vergüenza.



Iconoclasta

2 de febrero de 2023

lp--El terror superficial--ic


Viendo una película de terror recapacito sobre las cosas horrorosas de verdad.

Y llego a la conclusión de que por muy terrorífica que quiera ser una película, no puede ser peor que te taladren una uña sin cariño alguno o anestesia para drenar la sangre acumulada por un golpe o que la reparación de una persiana tarde ocho meses en realizarse.

Eso sí que es desgarrador.

En fin, lo que me encanta de las películas de terror superficial, son las protagonistas. Siempre son tetonas que al respirar agitadamente, sus tetas suben y bajan con hipnótica lascivia.

Pretenden darles un aspecto juvenil de apenas dieciocho años; y al ser tan voluptuosas y carnales, parecen auténticas macizas treintonas (mature en idioma porno) y claro, dejan a sus compañeros machos de reparto como niños con pañal.

Es pura masturbación desencadenada para los que inician la dramática y estúpida metamorfosis hacia la adolescencia.

(YO, como soy viejo, necesito ver el pezón para cascármela)

También es habitual que entre las pandillas de machos jóvenes en estas películas, haya uno tan feo y contrahecho que en lugar de aparentar diecisiete años o dieciocho, aparenta sesenta.

Suele ser de los primeros en morir. Un castigo bíblico a su fealdad, y un recurso cinematográfico para no prolongar más tiempo del necesario su aparición ya que me deprime al público en caso de que le hiciera caso a la película y no anduviera haciéndose porros de maría.

Este feo, además, es el que te lleva a esperar con impaciencia otra escena con la tetona corriendo aterrorizada con una camiseta de tirantes, o bien directamente con un sujetador que parece pegado con superglú a las tetas, porque por mucho que corra, salte o respire agitadamente, no asoma ni un trozo de la areola del pezón.

Otra cosa a destacar es la situación idiota que muchos guiones proponen: intentar matar a un ser sobrenatural, semitransparente e inmortal con balas.

Como si las balas USA fueran agua bendita que a chorros queman a los diablos vaporosos.

Es en realidad, un mensaje subliminal de la Asociación del Rifle.

Así que esto funciona inevitablemente, siempre así: un macho joven (el promedio de edad de los personajes en las películas de terror superficial) americano observa aproximarse a un espíritu maligno vaporoso (la tetona respira a su lado subiendo y bajando hipnóticamente sus lascivas tetas). Y de repente, el muchacho echa a correr al recordar aquel rifle que se le cayó en la poza séptica que usan en la casa de campo como retrete. Pretende asar a tiros a la maligna nube de gas o diablo cambiante.

Muere el muchacho; pero con heroicidad.

Y las tetas de la prota, suben y bajan, suben y bajan, suben y bajan, suben y bajan…

No sé lo que pasa al final, tengo trabajo.



Iconoclasta