Bajo la lluvia de hojas que la brisa arranca de los árboles, no puedo dejar de pensar que me llueves a pedazos.
Pedazos de amor que caen sobre mí como caricias cálidas y serenas, que crepitan como gotas de agua seca en mi sombrero, pedazos de ti que dan el sonido de tu voz a mi caminar.
Pedazos de amor untados en dulce mermelada de melancolía...
Y quisiera tener ese don de despedazarme y lloverte fundiéndome contigo. Que el viento nos arrastre juntos y tus cabellos sean una vela henchida sin más rumbo que nosotros mismos.
Quiero ser contigo un collage de hojas pequeñitas y revoltosas que tracen nuestros propios senderos de delicados chasquidos.
Pedazos de nosotros...
En algún momento me abandoné a amarte sin medida y se revelaron todos los pedazos de ti ante mis ojos, en todos los lugares. Pedazos de tu cabello, de tus ojos, de tu voz, de tus gemidos, de tu piel toda y de tus cuatro labios que hacen del amor y el deseo, arrebatos de voracidad carnal.
Pedazos de tus pechos oscilando sobre mi boca cuando te clavas a mí.
Pedazos de tu rostro aún somnoliento al despertar.
Pedazos de volutas de humo cambiantes que exhalo fascinado frente a ti con el primer café del primer día contigo.
Despertar contigo es nacer de nuevo, cada amanecer es el primero y es rotunda tu existencia en mis pulmones.
Cada día llueves sobre mí, y te haces eterna como el planeta, sus mares, montañas y cielos.
Miro arriba, al cielo de ramas sobre mi cabeza, e intento hacer pedazos de los besos tiernos que se forman con añoranza en mis labios, cuando arrecias tus hojas de amor sobre mí y mi soledad.
Pero mis pedazos no tienen la musicalidad y la sedosidad de los tuyos. Y suspiro, no por cansancio, sino por mi incapacidad de llover bellamente sobre ti.
No tengo tu poder, cielo.
Misericordia...
Sólo tengo tus pedazos; la certeza de tu existencia y tus palabras grabadas a fuego bajo mi piel, profundamente.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.