Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
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26 de marzo de 2017
La última hoja
Observo con los prismáticos las lejanas montañas nevadas, nubes y ríos entre el bosque. Observo las pequeñas cosas cercanas y pequeños cadáveres que no importan a nadie.
Observo las águilas, los cuervos y las lagartijas.
Observo con fascinación malsana la obscena y enfermiza textura de un liquen en el tronco de un árbol...
Pero observar todo eso es accidental.
Es un trámite obligatorio en tu búsqueda.
Quisiera estar enfermo y delirar creyendo que te he encontrado, localizado a pocos kilómetros y que con prisa y torpeza, guardo los prismáticos en la mochila y monto en la bicicleta sin pensar más que en besarte, en abrazarte toda.
Es triste sacar la vista de los prismáticos y observar a ojos húmedos la gran improbabilidad de encontrarte.
Enciendo el enésimo cigarro de la mañana; pero... Si no te busco ¿qué hago?
Buscarte me lleva a descubrir cosas nuevas, matices cromáticos que no sabía que existieran allá tan lejos. A veces el verde del bosque tiñe una porción de nube y pierdo un latido al descubrir el secreto.
Buscarte me obliga a ponerme en movimiento aunque duela, aunque me canse.
Evocándote lleno un cuaderno ya con pocas hojas.
Los cuadernos y yo nos aproximamos en perfecta sincronización a la última página que es posible escribir.
Y no me preocupa. Extinguirse no es bueno ni malo. Es algo que ocurre.
Lo triste es no atisbar en la distancia el reflejo de tus cabellos, tus manos de largos dedos finos, el movimiento de tus nalgas que se adivina en la oscilación erótica de tu vestido cuando caminas felina. Tu mirada intensa que hace arder algún órgano de mi cuerpo.
Lo triste es guardar los prismáticos con un: "¡Mierda! No está...".
Otra vez...
Lo triste es que la última hoja de mi cuaderno y mi vida, no dirá que te encontré.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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