Quisiera ser kapaxiano y viajar por el espacio
a otros lugares sin más equipaje que mi cuerpo hecho luz. Sin más propósito que
conocer algo nuevo o volver a sentir algo que me gustó.
Quisiera como Prot, tener esa sensibilidad tan
especial hacia la luz y no padecer la sordidez de un sol que aplasta los
matices e incinera la ilusión.
Quisiera estar loco y creer que puedo
convertirme en energía para viajar más allá donde los vulgares dioses ignoran.
No es malo soñar, no es delito ver una
maravillosa película y olvidar por unos segundos que soy la más pura esencia de
la vulgaridad.
No soy Prot, el kapaxiano, soy uno de esos pacientes
de ese psiquiátrico que detesta el olor, el aire y los sabores de un planeta
que es una cárcel, de una vida que no aporta nada a todos esos sueños que he
tenido. Soy uno de esos locos que dibuja y escribe deseos para poder ser luz e
irse con él a K-Pax.
Soy un loco sin daño cerebral, solo sufro
decepción aguda de una vida en la que no he podido ser luz, solo penumbra.
La muerte, tras el final de la película, se
hace aterradoramente hermosa, como una esperanza, la última, de convertirse en luz y viajar allá donde sé que todo es mejor. Tan lejos de la Tierra como sea
posible.
(Una reflexión sobre la película K-Pax, 2001,
de Iain Softley)
Iconoclasta