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25 de diciembre de 2016

Muerte pura


Los perros ladran excitados invisibles dentro de la montaña.
Un estampido se queda suspendido en el aire como el único sonido posible rebotando entre árboles, cosas, seres y nubes. Luego, un par de berridos que provocan un escalofrío y un asomo de pena.
El ruido de la muerte es inconfundible y común a todas las bestias de dos, cuatro o cien patas.
Carece de importancia la fecha, si es navidad o carnaval; o alguna celebración de independencias y libertades.
Cualquier día, cualquier instante es bueno para morir.
La muerte no es costumbrista ni tradicionalista.
Por eso se crearon celebraciones: para conjurar el miedo a la muerte. Para hacerse la vana ilusión de que en un día señalado no se puede, no se debe morir.
Afortunadamente se equivocan. La muerte tiene trabajo y cumple su cometido sin emotividad alguna.
Adoro su pureza.
El jabalí asiente, me da la razón segundos antes de que el cazador entierre la hoja del cuchillo en su cerviz y lo desconecte.
Un hombre pasea y me dice: que aire más puro, da gusto caminar por aquí. Le digo que sí; pero me callo decirle que lo único puro es la muerte.
Pienso en la pureza y en un himen que desgarré hace centurias.
Como si la sangre fuera el nexo común entre muerte y vida.
Pero la muerte es mucho más profunda, menos banal que una sangre desleída que mana del coño deseado y bautiza mi pene.
Dicen que feliz navidad.
Bueno... Al fin y al cabo, quien lo dice aún no ha muerto.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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