Los niños malos no van al cielo, ni los que no se integran, o los que leen solos, o los que ven en las letras más turbias lo que les gustaría sentir.
Esos niños tampoco van al infierno.
Ni siquiera hay un purgatorio habilitado para ellos.
Están condenados a mirar dentro, en su alma. Y ver lo que son, posiblemente lo que serán y lo peor: lo que no serán.
No serán de aquí, de este tiempo o este lugar y se clavarán un plumín en la piel para escribir de mundos mejores o peores, pero de una vívida intensidad.
Anotamos fracasos, frustraciones, errores nuestros y ajenos que nos joden también. El balance del inventario es de puta pena; pero si lo escribimos en un orden adecuado y crispando los dedos por dolores pasados y los que han de llegar, alardeando de las más altas cimas de la frustración, es fácil convertir la vida en el infierno que no tenemos.
Porque el cielo, no es algo sugerente cuando te das cuenta de que allí no hay nadie que amaste y murió. Ni los amores muertos, porque los amores muertos se deberían transformar, es lo que ocurre con la energía.
Deben estar todos en el infierno, un enorme crematorio que hace arder la sangre en las sienes.
Hacer la vida interesante... De los intereses se encargan los bancos, mejor que sea dolorosa y el morir se convierta en descanso.
Dejamos de ser niños entre muertes dolorosas y muertes indiferentes.
Y la indiferencia se convierte en angustia de palabras que no se mencionan porque deprimen y dan miedo; a ellos, los otros.
Lo niños buenos sonríen y esperan follar ebrios con la más guapas niñas de la clase.
Asistimos a muertes siendo jóvenes, pero no fue suficiente expiación. Tenemos que seguir soportando la mediocridad y violar lo legal y lo sagrado. Y desgarrar y pervertir cuantas inocencias podamos.
Los condenados solo piensan que esto es una mierda, que los idiotas están bendecidos por otro idiota sagrado, más alto, más grande. No sé...
Hemos crecido picoteando carroña, verdades sangrantes que palpitan con las vísceras desparramadas en cunetas de carreteras tan transitadas, que confunden a la muerte y se lleva a quien no debe.
Así que clavo el plumín en las pocas venas sanas que me quedan, he querido conservar el pene íntegro, pero no va a ser posible.
Ninguna puta se lo querrá llevar a la boca, yo no lo haría... No hay romanticismo, ni siquiera en el dinero que siempre lo tuvo para los buenos, para ellos, los otros.
Cuando llegas al límite de la insania la prostitución reniega de ti.
Tal vez el día que podamos compartir y sentir la alegría de otros seres, seamos integrados.
Bajo el pantalón, como quien se va a inyectar insulina, tiro del elástico del calzón para liberar el pene y clavo el plumín en la vena más gruesa, la que da impulso a una pervertida erección.
Y la tinta es negra.
No me extraña, pero es sorprendente...
Prefiero la condena, no me apetece ser perdonado, no quiero vulgaridades.
Sangre roja y sonrisas de esperanza.... No jodas...
Ya es tarde, siempre lo fue.
Me quedo con la negra sangre de mi polla, con las palabras que hacen girar el rostro a ellos, los otros.
Iconoclasta
2 comentarios:
Hay un dulce romanticismo en esa insania escritural del desadaptado por elección, en ese sentimiento de "spleen" o "enniu" del que lee solo en un rinconcito del cuarto o oye una canción en solitario, qué niños, qué adolescentes más interesantes, esos que llaman malos, qué corra sin medida la negra tinta.
Sexo perverso y muy negro, Pablo
Es la forma, de apartarse de todo, escribir lo más negro y lo más solitario.
Porque de pequeños, se encargaron de joder todos los sueños y justicias.
Solo quedan nuestras jusiticias y sueños. Y tienen que estar a salvo.
Sexo perverso, rayano en el dolor, un celo animal contigo.
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