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Algo no era normal
en el pene y los testículos, no parecían ser un todo en su cuerpo.
Las sensaciones que percibía en la piel de los
genitales no eran directas, parecían retardadas, lejanas; la impresión de
entumecimiento cuando una mano se duerme por una prolongada inactividad.
Eran las seis de la mañana cuando orinaba tras
despertar para empezar una jornada laboral. Dejó caer en el inodoro unas gotas
de sangre, cosa que le preocupó; pero la jornada laboral lo mantuvo distraído
de ese temor y a lo largo del día no hubo más sangre.
Fausto y Pilar estaban cenando en el comedor,
en el televisor emitían las mismas aburridas noticias de cada día.
—Es extraño. Esta mañana he orinado unas gotas
de sangre y no he sentido ninguna molestia.
Su mujer tragó la porción de ensalada que
estaba comiendo.
—Sí que es raro, deberías ir al médico y
comentarlo.
—Si vuelvo a mear sangre, iré.
—No te costaría ir mañana cuando salgas de la
fábrica.
—Ya veremos. Si tengo ganas…
—No irás —respondió Pilar desviando la mirada
al televisor para acabar la conversación.
Se le cayó la aceituna del tenedor, rodó por
el escote y se detuvo entre los pechos.
—Eso te pasa por tener esas tetas tan grandes
—bromeó Fausto tomando la aceituna y llevándosela a la boca antes de que Pilar
se limpiara.
La mujer se sintió halagada y le besó los
labios.
Fausto tuvo una sorprendente erección, fue tan
rápida que no se dio cuenta del proceso, no fue consciente de su excitación hasta
que sintió la tensión en el pantalón del pijama que vestía.
Y volvió con más fuerza la sensación de que
sus genitales estaban “despegados” de su cuerpo y las señales sensoriales llegaran
retardadas, diluidas. Pensó que no llegaba bien la sangre a esa zona de su
cuerpo, de ahí ese adormecimiento. Sin embargo su pene, cabeceaba excitado,
henchido de sangre, sin duda alguna.
— ¡Fausto! ¿Te dijo Mari a qué hora llegaría?
Son casi las diez.
Su mujer lo miraba furiosa, era la segunda vez
que le preguntaba lo mismo durante el tiempo que Fausto pensaba en sus
genitales.
—No, no me dijo nada —respondió sorprendido.
Pilar cambió de canal para ver un programa de
entrevistas a famosos.
Su marido se estaba tocando el pene
discretamente bajo la mesa. En efecto, tenía menos sensibilidad. Pensó en la
próstata, tenía cuarenta y ocho años.
Eran las diez de la noche cuando recogieron
los restos de la cena y se sentaron en los sillones de la sala para ver la tele
cuando escucharon el ascensor llegar a su planta. En unos segundos la puerta de
casa se abrió.
— ¡Buenas noches! —saludó Maricel al entrar en
el comedor.
Se acercó a su padre y a su madre para
saludarlos con un beso.
— ¿Cómo te ha ido en el gimnasio? —preguntó su
padre.
—Como siempre: lo más duro la bici, lo más
delicioso la piscina.
—Sírvete pan con tomate y tortilla, la he
dejado en la encimera tapada.
—Ya he cenado, mamá. Me comido una ensalada
con Mario al salir del gimnasio.
Fausto sufrió una repentina punzada de dolor
en el interior del pubis y su pene se endureció aún más, hasta el dolor.
Se dio cuenta que estaba observando fijamente
el inicio de los desarrollados pechos de su hija. La blonda de su sujetador
color crema asomaba entre el cuello de pico de la camiseta que vestía.
— ¿Dónde está el pijama blanco? —le preguntaba
a su madre al tiempo que se sacaba la camiseta camino a su cuarto.
Fausto tomó el control de su voluntad, dejó de
mirar a su hija y cruzó las piernas para ocultar la erección.
El dolor había disminuido, pero sudaba
abundantemente.
Cuando escuchó que Maricel cerraba la puerta
de su habitación al final del pasillo, se levantó para ir al lavabo. Se desnudó
de cintura para abajo, orinó y dejó caer un par de gotas de sangre de nuevo.
Entre sus dedos sentía extraña la carne del pene.
Un súbito movimiento en lo profundo del pubis
lo alarmó. Sentía que algo se conectaba y desconectaba allá dentro, en su carne,
en sus cojones. Pensaba concretamente que se le iba a “caer la polla al suelo”.
Se sentó en la tapa del inodoro y encendió un
cigarrillo que sacó del cajón bajo el lavabo.
Pensaba en infecciones y en cáncer, en
operaciones y muerte.
Se obligó a serenarse y observó como el pene
se relajaba y encogía recuperando su tono de piel normal. Porque hacía unos
segundos, se encontraba amoratado, casi negro. Como si un torniquete en sus
tripas le hubiera cortado el flujo
sanguíneo.
El movimiento en el pubis cesó y el miedo se
diluyó; el miedo venía de la posibilidad de que el pene se le desprendiera del
cuerpo. Así de brutal, así de imposible.
Las molestias ya habían cesado por completo
cuando casi había consumido el cigarrillo. Tomó el pene con la mano y lo agitó
para convencerse de que estaba sólidamente pegado a él. Tiró del prepucio para
descubrir y el glande: se encontraba rosado, con buen color y una capa
brillante y resbaladiza de fluido lubricante como era habitual por una
erección.
Respiró aliviado, se subió los pantalones y
abrió la puerta del lavabo topándose
súbitamente con su hija que iba a entrar en ese mismo instante.
— ¡Papá, no fumes en el lavabo! Huele fatal.
— ¡Déjalo, Mari! ¡Se lo he dicho cientos de
veces pero ni caso! ¡Fausto, tira ambientador al menos! —gritó Pilar desde el
salón.
Maricel vestía un tanga amarillo y un
sujetador de algodón sin costuras, los pezones de diecinueve años ponían a
prueba la integridad de la tela. Entró en el lavabo y cerró la puerta.
Con una nueva punzada de dolor, visualizó en
su mente el pene alojado entre sus pechos. La imaginó gritando aterrorizada con
la vagina a punto de reventar llena de su pene, como un dildo de carne y sangre
removiéndose en su coño, inquieto, sin pausa. La imaginó cambiando su miedo por
placer a medida que el pene tomaba un ritmo más intenso y violento, entrando y
saliendo de su sexo como una monstruosa oruga empapada en la mezcla de sangre y
fluido que manaba de la vagina desgarrada.
Se apoyó en la puerta del lavabo agarrándose
los genitales e intentando borrar aquellas imágenes de su cabeza. Cuando el
pene quedó fláccido, se dirigió al salón.
—Me voy a meter ya en la cama, Pilar.
—Yo me quedo a acabar de ver el programa —dijo
levantándose de la butaca para darle un beso —. Descansa.
—Buenas noches, cariño.
Se metió en la cama
pensando que pasaría la noche en vela preocupado por lo que le estaba
ocurriendo; pero apenas se estiró en la cama, sus ojos se cerraron y su
respiración se hizo lenta y profunda.Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
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