No estoy de acuerdo con el tan explotado beso
de amor.
Ni siquiera con el amor.
El beso es solo una muestra de libido con la
que se busca algo de trascendencia a todo ese apareamiento con un romanticismo
de novelucha de quiosco.
Yo solo sé, que si hubiera amor, residiría en
su sexo. Por ello lo busco y me trago su coño entero.
No entiendo el amor si no es a través de su
vulva elástica, viscosa y hambrienta.
Succiono su clítoris hasta que la presión de
mis labios lo hace enorme, hasta que sus labios íntimos se abren tímidamente
como alas de mariposa recién salida de la crisálida, así de húmedas... Y puedo
aferrar con los dientes esas alas sintiendo la cabeza de la mariposa presionar
contra mis incisivos. Su clítoris es una pura muestra de deseo, sin estupideces
de amor.
Si tuviera alma o amor, no residiría en su
corazón, está en su coño. Lo sé porque ese espíritu de amor se derrama en una
viscosidad que crispa las venas de mi pene y suaviza mis cuerdas vocales cuando
mi lengua la desliza por la garganta.
Su coño es la esencia de la vida. De la suya.
A veces de la mía; aunque no importa cuantas
veces lo haya sido, no importa siquiera si nunca lo ha sido.
Devorando su coño, estas cosas no se plantean.
No en el corazón, no en su privilegiado
cerebro. No se aloja ahí la esencia de lo que busco.
No me preocupa que me ame, ni me preocupa
amarla. Solo investigo y busco.
Soy curioso, soy espeleólogo.
Todo son mentiras de literatura barata para
disfrazar el deseo sexual y hacernos importante, inteligentes, psíquicos...
Soy científico desbaratando mitos y falsos
delirios de amor ultrahumano.
Por ello también hundo mi dedo en su coño para
dilatarlo. Y luego meto otro, y otro…
Hasta que le quepa el puño entero lubricado por su deseo y pueda dar así, con
la existencia del amor.
Y tal vez tomar una muestra para analizarla en
algún erotomicroscopio.
Sin embargo, me entretengo en lamer mis dedos
untados de su esencia viscosa y lechosa
como el león limpia sus garras después de abrir a su presa: sabe a mujer
y su coño es lo que es, no hay nada más que un deseo desmedido. Una vagina
hambrienta, tanto como mi pene balanceándose frente a lo que desea invadir.
Eso no es amor. Tal vez el amor solo pueda
identificarlo el enamorado… Tal vez no me corresponde descubrirlo.
Sigo buscando dentro de ella, aunque a veces
solo siento placer y eso entorpece y hace lenta mi búsqueda. Metérsela es como
resbalar por un vertiginoso tobogán no encuentro dirección ni sentido, se me
pierde la horizontalidad y la verticalidad de la vida dentro de su coño.
Puedo sentir en mi glande henchido de sangre
su placer, su tremendo éxtasis. No importa en quien piense, la jodo y ya está.
Es el único hecho tangible.
Ella con su coño lleno y yo con mi pene
arropado, nos alejamos de la cordura por el camino del placer, cada uno con su
locura. Cosa que no importa, el placer no es bueno discutirlo, es un regalo de
Dios. Y Dios ahora mismo está en mi glande y en su clítoris.
Preciosa la comunión de la carne…
Vuelvo a su coño porque me enloquece lo que
pudiera esconder y lo que se le escapa y derrama. Aspiro, lamo y bebo. No
importa por quien sea toda esa parafernalia de placer, sabe bien.
Su pelvis presiona contra mi boca, se mueve salvaje
buscando el roce brutal; aún a costa de mi respiración. Tal vez sea eso el
amor, esa fuerza intensa, ese buscar por todos los medios el placer; cuando se
agita hasta para dañarse contra mis dientes.
No me ama, a pesar de que su coño está lleno
de amor.
Está bien, es bueno. Es importante no hacerse
ilusiones pueriles.
No es por mí toda ese deseo que nace de lo
profundo. Soy un medio de desahogo. Solo soy una boca y una polla. Cosa que no
importa, soy un buen científico, soy un espeleólogo.
Y mientras explota el placer nos hacemos
animales, nos olvidamos de respirar para gemir roncos.
Follar es más intenso que morir e igual de
sencillo.
No… Los besos son una pobre muestra de amor.
Ni siquiera se le debería llamar amor. Una buena mamada llega mucho más
profunda y es sincera y es real y es una pelvis enloquecida…
Los besos solo son el pago a cuenta de dos
seres ambiciosos de devorarse y penetrarse, cosa de adolescentes a los que aún
no se les ha desarrollado todo el vello.
Enciendo el cigarro. Me doy cuenta de que no
he encontrado el tan buscado amor. Pienso que debe estar más profundo y que me
falta longitud de pene para llegar allí.
O simplemente no sea yo el que pueda encontrarlo,
tal vez el coño sabe a quién ama y qué le entrega.
Me conformo con lo que me toca, ya habrá
tiempo después para perder la curiosidad.
No está tan mal investigar, la ciencia me pone
cachondo.
Hay búsquedas y estudios que proporcionan un
placer no solo intelectual o el tan mitificado reto a la inteligencia. No todo
va a ser angustia, para variar.
“Un regalo de Dios…” No jodas… Menuda
estupidez.
Qué chocho…
Iconoclasta
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