Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
31 de agosto de 2011
Semen Cristus (14)
Cuando David despertó en el establo, sintió náuseas por la insoportable peste y se sacudió el pelo para sacarse los insectos que tenía enredados. Miró la cruz y sintió vergüenza. Y una fuerte excitación. La heroína aún fluía por sus venas dulcificándolo todo. Jamás se había metido mierda como aquella en la sangre.
Cuando entró en la casa, se encontró a María planchando sábanas y túnicas.
—Es para ti. Tienes que parecer Leo, que nadie sepa que me ha abandonado. Les diremos que es tu penitencia cubrirte el rostro —dijo entregándole el pasamontañas.
—¡Joder! Voy a parecer Rey Misterio, pero con la polla en un tubo.
María soltó una carcajada y sus enormes y fofas tetas temblaron como gelatina.
—Ya verás como te gustará. Además, ¿dónde te iban a pagar por hacerte unas pajas?
—Voy a ducharme, ese establo está hecho una mierda.
—Mañana, cuando acabes las misas, lo limpiarás y tal vez matemos al cerdo.
¬—Lo que usted diga, jefa —contestó desapareciendo tras la puerta del lavabo.
Durante el resto del día, David estuvo ensayando las frases que usaba Semen Cristus en sus misas. María, lo miraba muy fijamente con las piernas separadas y sin bragas bajo la bata. Cosa que provocaba cierto desagrado al chico, puesto que olía a orina y mierda.
Al anochecer, María se dio por satisfecha con lo aprendido por David.
Ninguna de esas zorras rurales, podría sospechar que David no era más que un yonqui. Un completo desconocido.
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Eran las ocho de la mañana cuando Carlos vio a su hijo caminando por el campo, condujo el tractor a su encuentro. Se preguntó extrañado qué debía ocurrir para que se presentara en el campo tan temprano y sin haberse curado de la gripe; imaginó muchas cosas y todas malas. Aceleró con impaciencia.
Fernando llevaba guantes y un grueso anorak de plumón; las mañanas ya eran muy frías. Su semblante como siempre, estaba serio y no dejaba transmitir más emoción que cierta agresividad adolescente.
Detuvo el tractor a unos metros de Fernando, que esperó quieto a que su padre llegara hasta él. Abrió la puerta para que su hijo subiera a la cabina para evitar hablar con aquel frío en el campo.
—¿Qué ocurre Fernando?
—Mamá me ha dicho que te traiga este bocadillo. Se va a casa de la María y no tendrá tiempo de preparar la comida hoy —dijo echando una última nube de vapor.
—¡Pero bueno! ¿Qué coño le pasa a esta mujer? Ya estoy cansado de esta historia de la bruja y sus remedios de mierda. Y encima te envía a ti. ¿Te ha dicho por qué va pasar tanto tiempo con María la loca?
—No. Sólo la he oído hablar por teléfono con Lía y la Eugenia, por lo visto se van a reunir unas cuantas.
—¿Me dejas conducir el tractor hasta los chopos?
Carlos sonrió, a Fernando le encantaba conducir el tractor. Y ya no tenía que variar el ajuste del asiento, era tan alto como él.
Carlos bajó del vehículo para que Fernando ocupara su asiento y volvió a subir por el otro lado.
Sin mediar palabra, Fernando pisó el embrague, introdujo la primera velocidad y condujo lentamente hacia los chopos.
—¿Y tú cómo te encuentras? ¿Vas a ir a clase?
—No, ya llego tarde y estoy cansado. Y además, hoy hay clase de educación física; cuando llegue a casa me meteré en la cama.
Carlos puso la palma de la mano en la frente de su hijo y éste hizo un mohín de disgusto.
—No parece que tengas fiebre.
—¿Crees que de verdad María puede curar con sus hierbas y unas cuantas oraciones?
—Lo que creo es que tu madre y sus amigas están muy aburridas.
—¿Crees en Jesucristo, en Dios?
Carlos miró a su hijo asombrado.
—Sí, supongo que sí.
—María dice que su hijo es Jesucristo encarnado, el nuevo mesías.
—Ni se te ocurra hacer caso de lo que dice esa loca. Tu madre va a tener que dejar de ir a su casa.
—Yo creo que dice la verdad, papá.
Carlos miró a los ojos de su hijo, tenían un brillo especial, algo parecido a la locura que crea realidades de la fantasía. ¿Y si en el colegio tomaba algún tipo de droga?
—Te voy a llevar a casa, esta noche hablaremos de este asunto.
—Papá, soy Jesucristo, soy su hermano: Semen Cristus.
El asombro de Carlos se convirtió en su último pensamiento. Fernando le clavó el cuchillo que había sacado de dentro de la manga del anorak. El acero partió en dos el corazón y Carlos aunque abrió la boca, no fue capaz de articular sonido.
Cuando le arrancó el cuchillo del pecho, el cuerpo se estremeció ligeramente.
Condujo el tractor al interior de la chopera, hasta que debido a la cantidad de troncos, el campo no se podía ver y por lo tanto, el tractor tampoco se vería desde el camino de acceso a la finca.
Dejó el motor en marcha, limpió con cuidado el volante y el interior de la cabina. Sacó la vieja cartera del bolsillo de la camisa de su padre y se la guardó en el bolsillo del anorak.
Cuando bajó del tractor, limpió la maneta de la puerta por la que había subido y corriendo campo a través, se dirigió a casa de la María la loca.
A trescientos metros de distancia pudo ver la figura esbelta de su madre entrar por el camino de la casa de aquella santera.
Aceleró el ritmo y cuando su madre presionaba el timbre de la puerta, se tiró en el suelo para no ser visto.
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—Pasa, Candela, vamos a tomar un café.
Candela no abrió la boca, se sentó frente a María en la mesa de la cocina y negó un cigarrillo que le ofrecía.
—Ya está todo preparado, Semen Cristus espera en la cruz y tú serás la primera feligresa de su nueva etapa de reinado.
—¿Quién es, María?
—No importa la carne, es Semen Cristus, el cuerpo es sólo una caja. El Mesías del Placer está allí, gobernando su cuerpo y su mente.
Candela se sintió excitada a pesar de que sabía que no era así. El verdadero Semen Cristus se había reencarnado en su hijo. Aún sentía en la boca el calor del semen con la que había comulgado aquella mañana. Lo que fue su hijo la había bendecido con su leche divina.
Tal vez, la locura de María era contagiosa y aquella secta de dieciséis mujeres que aportaban su dinero semanalmente para sostener la Nueva Iglesia del Placer, no eran más que cerebros lavados por los desvaríos de aquella loca y su hijo también esquizofrénico.
—Estoy impaciente, María, necesito a Semen Cristus, lo necesito para ser mujer de verdad.
María sonrió satisfecha, sabía que todos aquellos meses de placer no podrían borrarse de las mentes de aquellas mujeres. Bien al contrario, aquellos casi cuatro días sin ritos, había creado en ellas una profunda ansiedad y voracidad. Sus sexos palpitaban, sudaban deseando comulgar con la leche de Semen Cristus salpicando sus pieles frías.
-Vamos al establo. Santíguate ante él cuando llegues y no esperes respuesta. El espíritu aún no gobierna bien el cuerpo. Dale tiempo; pero ofrécele tus oraciones en voz alta. Que se sienta confortado por las feligresas que lo han hecho divino en la tierra.
La santera se puso en pie, Candela la siguió. La santera caminaba firme y rápidamente hacia el establo. Candela dirigía la mirada al campo buscando a su hijo, el mesías, el nuevo Semen Cristus. Caminaba presurosamente intentando no quedar atrás.
Iconoclasta
Las imágenes son de la autoría de Aragggón
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