Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
12 de mayo de 2011
Vena silencio
El mutismo crea penumbra en la habitación. La oscuridad silba y los muebles parecen fatigosos. Mi silla se agita incómoda, tampoco puede respirar.
El silencio es una vena gruesa que nace en su lengua y ata mi garganta. De vez en vez cierra su dentadura y crea una várice que cierra mi tráquea. Me falta el aire y una convulsión hace doler mis pulmones que quieren salir por las costillas rasgando el pecho.
Un bostezo de su aburrimiento da alivio por pocos segundos. Ha aflojado la presión. Lo hace con tortuosa intención y yo lo noto.
Ojalá mis manos tuvieran vida para rasgar la vena que acarrea ponzoña y que ahoga y me alimenta de muerte. Un goteo de hiel continuo entra por el torrente desde la yugular al corazón.
“A veces es mejor guardar silencio” dice.
¡No!
Guardarlo para mí es encerrar asfixia en la carne, intoxicándola con dosis de amargura volviéndola gangrena de matices verdosos.
Si él guarda silencio lo almacena en mí que soy su cofre de desperdicios, el anaquel desordenado de desechos tóxicos que sostiene el pomo de resanador gesticular.
Al menos significo comodidad para su angustia, tregua para la furia.
Hay una hemorragia palpitante a punto de teñir el piso, es una presión gasificada que busca la válvula de escape y producir el jaspeado que dará un suspiro relajante.
Metros de una vena que se enreda entre mis piernas y tira de mi cuando los gestos de él dan giros abruptos de tormentosa indiferencia.
Los perros no quieren a su amo cuando salen a pasear con la correa. Están ansiosos de sentir la libertad sin ataduras y caminar rápido sin los jalones asfixiantes que inmovilizan sus pasos.
Yo no deseo dar pasos de libertades coartadas. Ni siquiera tengo deseos de olfatear la brisa fresca fuera de este cuarto. Sin embargo se alucina un beso calmante del abandono.
Tengo la lengua reseca y acartonada y no serviría de nada lamer sus pies pidiendo pausa.
La correa soledad que ciñe el cuello me hace dar tragos de sabor férreo. Indicios de la sangre que ha mojado los pulmones. Las ganas de morir se tiñen de esperanza mientras la mirada se nubla y los borbotones que sostienen mis tragos bañan por cántaros al corazón que se equivoca a cada momento más.
Un miedo fractura las quijadas y bailan la sinfonía enmudecida con cualquier movimiento mostrando el desequilibrio que me invade al ser una marioneta que pende de la vena silencio.
El cordón umbilical otorga vida. Estoy en el lado opuesto. Me alimento de muerte y el tránsito de esperanza es nulo en este conducto. Al menos un poco de vacío sería relajante para causar algún paro cardíaco. Pero yo soy el vacío nutriéndose de savia mortuoria.
Tendría que acelerar este proceso. Un poco de dignidad para este cuerpo que se diseca retorciéndose sin elegancia alguna.
Una señal gutural se vislumbra entre sus labios. Los que agonizamos vemos luces en los labios como muestras de compasión. Nos hace parecer que un ligero relajante, como el opio, da consuelo a los dolores. Tal vez sea el final de la resignación.
La silla ha dejado de moverse, pero no ha regresado la luz a la habitación sin acústica. Los ecos caen muertos en pedazos como hojuelas a un suelo bañado de letras enrojecidas. Ha cerrado su mordida al fin, sus labios se movieron sin piedad dibujando en humo la palabra adiós.
Corrección de estilo por Iconoclasta
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