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6 de mayo de 2011

Amistad dum-dum



Se ha separado de su pareja y no soporta la idea de tener que volver a verla; ni por el bien de su hijo.
Por el bien de su hijo, no quiere ser un hipócrita. No quiere saber nada de ella, de la misma forma que ella no lo quiere de él.
No se divorciaron por un juego. Hubo dolor y tiempo de angustia. Discusiones eternas y dolorosas. Durante ese tiempo todos los buenos momentos se convirtieron en un error. Algo que incluso avergüenza esa etapa de la vida, como un fracaso constante en la respiración diaria.
No puede quedar amistad, ni siquiera una sonrisa ante la persona de la que te has separado. Es ilógico, es cobarde, es hipócrita.
Se pregunta cómo pueden existir parejas separadas que se hablen como si nada hubiera ocurrido. Separados que incluso se dan un beso casto al encontrarse, como un matrimonio falso y cobarde.
Ni en nombre del hijo ni del padre ni del espíritu santo. No es viable esa amistad.
Sólo cobardes y falsos pueden mantener esa relación.
Siente náuseas de saber que existen.
Piensa en seres tarados, pusilánimes hasta en la intimidad consigo mismos.
Siente repulsión al verla. Ella ni le mira a los ojos.
A su hijo le dice a menudo que su madre es una imbécil. Seguro que la madre dice lo mismo de él.
Es lo auténticamente bueno de romper una relación, ya no hay que mentir más, no es necesario la media mentira, las verdades encubiertas.
Ahora la puta verdad sale de sus bocas como balas dum-dum, destrozando el más mínimo recuerdo de lo que algún día pudo parecer amor.
Balas dum-dum, balas con un corte en forma de cruz en la punta que se expanden y deforman. El agujero de salida destroza y astilla todo lo que encuentra. Como el amor, entra fino como un estilete y sale arrancando trozos de corazón. En la convención de Ginebra se prohibió su uso por la brutalidad de las heridas. A él nadie le prohíbe nada.
Él ha hecho una cruz invertida en ellas. No es religioso, sólo quiere confundir.
Odia los matrimonios fracasados que son amigos. Odia a su compañero de trabajo y odia a la mujer que se folla.
No puede imaginarse siendo amigo de su ex-esposa de la misma forma que nadie puede adivinar cuánto cuerpo humano destrozará una bala dum-dum.
Las mismas que carga su rifle.
Se encuentra en el tejado de una caseta abandonada de jardinería, en un parque que es punto de encuentro para muchas parejas separadas que cambian su turno de estar con los hijos.
Los niños corren por el parque delante de un hombre o una mujer, por lo general, demasiado serios para disfrutar del paseo. Apenas se saludan los padres cuando se encuentran, apenas se acercan; son los niños los que caminan hacia ellos; como rehenes de intercambio.
Es fácil localizar a las parejas fracasadas. Es bueno que sea así, no es bueno que se saluden y que parezcan amigos.
Cuando su hijo era pequeño, en ese mismo parque lo recogía y lo devolvía a su madre. Sólo un saludo sin cortesía alguna en un susurro. No era incómodo, era sinceridad en estado puro.
El hijo no era excusa para un comportamiento hipócrita. Cobarde.
Las parejas taradas que mantienen una relación de amistad, brillan con luz propia. Se les puede ver paseando juntos, a una distancia prudencial. Con una sonrisa idiota en el rostro, orgullosos de su madurez y ejemplo de mierda y cobardía para su ridículos hijos que corretean a su alrededor.
De vez en cuando toman un café, e incluso se besan castamente cuando se encuentran.
Arcadio, se aparta de la mira teléscopica de su rifle y vomita.
Cuando te comportas con valor y sinceridad, cuando has llegado a ese punto de coherencia con quien un día conviviste es lógico sentir náuseas por esos “amigos” felices que comparten una amena charla. Toda su apestosa amistad es una ofensa. Un insulto a su inteligencia.
Los hay que no se fijan en esos detalles; pero Arcadio no puede sustraerse a ellos. Se siente infectado. Su repulsión es innata.
Su hijo ha crecido, ya no va a buscarlo al parque, no tiene que soportar a su ex. A la que tuvo que dar por el divorcio hasta la polla, como él dice a menudo.
El calor y la humedad no mejoran su humor, la hiedra que cubre las paredes de la caseta y las ramas de un árbol que lo cubren a él y al techo, provocan un sudor que irrita los párpados.
Miguel aparece nítido en la mira telescópica, se ha situado al lado de una fuente donde los que corren y van en bicicleta se detienen para beber o mojarse la cabeza. Mira su reloj con aire relajado, una rutina semanal.
Arcadio rememora las largas y aburridas charlas en las que su compañero de oficina le explica lo feliz de su separación. La profunda amistad que había quedado entre él y su ex-mujer. Le detallaba cada lunes sus paseos por el parque y los más variados chismes que compartía con Vicky. Jamás decía “mi ex”, siempre se refería a su mujer por el nombre; como si fuera conocida de todo el mundo. Como si todos compartieran su amistad de mierda con ella.
Y sus perfectos hijos que quieren a su padre y madre por igual...
Posiblemente les dio de mamar con la polla por demostrar su infinito amor, pensaba Arcadio cuando Miguel le contaba cosas de infinita ternura, que a pesar de la separación eran unos padres ejemplares de mierda.
Eso no es armonía, es idiotez. Si se llevan tan bien, si todo es tan perfecto ¿por qué se separaron?
¿A quién quieren convencer estos idiotas?
El dedo índice acaricia el gatillo, se asegura de que el trípode del cañón siga firme. Se enciende un cigarro escondiéndose más entre las ramas y vomita. Es un problema el vómito, podría ser una prueba biológica. Si de una gota de sangre sacan tanta información, por un vómito podrían adivinar hasta su saldo bancario y los pelos que tiene en el culo.
Se ríe con la boca manchada de vómito y traga el humo con avidez, que sabe mucho mejor que los miasmas que aún se encuentran en su boca.
Quedan diez minutos para que se encuentre la “happy family”, son tan perfectos que sus horarios son invariables. Lleva más de dos meses controlándolos.
Su automóvil está a su espalda, en un garaje público de pago. Nadie lo ha visto salir ni dirigirse al parque, una de las ventanas de ventilación del garaje da directamente al muro del jardín del parque. No ha tenido que caminar entre viejos, niños, matrimonios fracasados y deportistas urbanos con su equipo de exterminación de parejas perfectas.
Un guardia municipal camina perezosamente por las sendas del parque, tal vez presta demasiada atención a la vegetación porque su trabajo es de tal monotonía, las caras son tan conocidas y el ambiente tan tranquilo, que su trabajo constituye un serio desafío a su desarrollo intelectual.
Nunca pasa nada, eso es bueno y también malo. Malo para la ilusión, lo plano siempre resulta un horizonte sin misterio ni aliciente.
Algún ratero con poca ambición roba de vez en cuando alguna bolsa demasiado lejos de su dueña (por lo general mujeres que llevan a sus hijos a la zona de juegos infantil) y algún anciano que se queda dormido y al que hay que despertar para que no se se seque más al sol.
Son las seis de la tarde, es otoño pero el calor sigue atormentando incluso en las sombras. Pasa frente a la caseta abandonada de los jardineros. Desde la gran crisis son empresas de servicios las que gestionan el mantenimiento del parque y la caseta era para trabajadores del ayuntamiento. Nadie quiere gastar dinero en esa especie de barraca. Las camionetas de los jardineros ya tienen todo lo necesario.
Un fuerte olor a vómito llama su atención, algo nuevo. Algo no usual, hace tiempo que no aparecen borrachos y drogadictos por el parque. La caseta está pegada al muro de dos metros que delimita el parque, tras ella hay un garaje público de pago. Si el vómito es reciente, posiblemente el borracho haya entrado en el parque cuando se encontraba haciendo la ronda por la zona oeste.
Se interna entre los setos para atisbar la parte trasera de la caseta. El olor a vómito es fuerte aunque no localiza de donde proviene. El suelo está limpio de restos de borrachera. Una gota con algún alimento sólido cae sobre su uniforme, en el brazo izquierdo. Cuando dirige la vista arriba, puede ver las punteras de unas botas militares asomando por el techado y una estalactita de vómito deprendiéndose para formar otra gota que caerá.
Arcadio ha escuchado un ruido de pisadas cerca y ha visto al guardia acercarse a la caseta. Aún tiene el instinto entrenado. Tres años en los servicios especiales del ejército dejan huella. Legionario paracaidista y luego COE (Cuerpo de Operaciones Especiales). Le gustan las armas, le hubiera gustado entrar en guerra; pero todo se limitó a indefensos entrenamientos.
A pesar de la limitación de venta de armas, hizo muchas amistades durante su periodo militar voluntario y ha tenido siempre acceso a armas y entrenamiento en galerías de tiro de los cuerpos de seguridad o en campos de tiro particulares.
En su cintura lleva una navaja multiusos de acampada, abre la hoja de corte y recoge los pies para arrodillarse en posición de ataque.
El guardia ha escuchado movimiento en el techo y los pies han desaparecido. Va a tener que hacer bajar a un borracho de ahí arriba. Se arrepiente de haber despreciado la tranquilidad y la monotonía.
Eleva un pie para afianzarse en el ficus y poder ver quien está ahí arriba.
Cuando se eleva por encima de las ramas, a unos centímetros de la caseta, apenas puede vislumbrar una figura de un hombre con chandal negro, y un rifle enorme en cuyo cañón hay un trípode. No puede preguntarle que está haciendo ahí arriba, porque una navaja se ha clavado en su cuello, gusto en la glotis. Ha sido como recibir un puñetazo y morirse asfixiado sin poder pedir ayuda. Cuando intenta pronuciar algo, de su boca solo sale sangre.
Arcadio lo agarra fuertemente por la nuca para poder hacer más grande el corte, el hombre apenas hace un solo gesto de defensa. Ha sido demasiado rápido, sorpresivo.
Durante su entrenamiento de supervivencia, usó esta técnica para cazar conejos y pájaros para alimentarse durante aquella larga semana en la sierra. La inmovilidad y la repentina acción siempre dan como resultado una muerte instantánea.
La cosa se ha complicado, porque quedan tres o cuatro minutos para que Miguel se encuentre con Vicky, su ex-mujer, y le entregue los niños para el fin de semana.
Observa la senda del parque y al no ver a nadie paseando cerca deja que el cuerpo del guardia caiga.
Queda enredado entre las ramas cabeza abajo, con pequeñas convulsiones de agonía. Desde el camino, nadie podrá ver el cuerpo. Se vuelve a tender de nuevo en el techo y lleva un ojo a la mira telescópica. Miguel mira hacia su derecha con una sonrisa, ha visto a su ex y sus dos hijos. El pequeño tiene cuatro años, el mayor trece.
El guardia lanza sus últimos estertores y muere agitando las ramas del ficus, como un viento de muerte que provoca el susurro que llama a muertos en las hojas.
Vicky aparece en su campo de visión. Los niños tras abrazar a su padre, corren de un lado a otro y molestan a los padres que hablan seguramente, de esa amistad tan bonita que hará crecer a sus hijos sanos y emocionalmente equilibrados.
El walkie-talkie del guardia emite un ruido de acoplamiento.
-Agente Fernández, acuda al extremo este del parque, una mujer de unos setenta años ha caído y necesita ayuda, se encuentra frente a la entrada de la avenida Unión. Hay personas atendiéndola. La ambulancia ha sido avisada. Comience a hacer el atestado.
Arcadio blasfema, salta del tejado para coger la radio del guardia.
-Recibido, voy para allá.
-Informe del estado de la mujer y notifique sus datos, por favor.
-Así, lo haré. Corto.
Arcadio apaga la radio y vuelve a tomar su posición en el tejado de la caseta.
Aún siguen cerca de la fuente.
Se concentra, ralentiza su respiración y tensa el primer tiempo del gatillo. El idiota de Miguel le ha contado mil veces como se llama el niño mayor y el pequeño, no se acuerda. No tiene interés en ello.
Como cuando cazaba conejos, espera que asome una pequeña cabeza. Apenas aparece un cuerpo de niño que tira de los pantalones de Miguel, Arcadio dispara y si el guardia estuviera vivo, hubiera escuchado algo parecido a un esputo. El silenciador es práctico para disparar en los parques.
Posiblemente, tras impactar en la espalda ¿del hijo menor? La bala hiere levemente al padre en una pierna. Pierde mucha fuerza la bala cuando se ha deformado y arrastrado tanto hueso y tejido.
Una gran mancha que ocupa parte de los testículos aparece en los pantalones claros de Miguel.
Ha ocurrido tan rápido que su cara expresa sorpresa. Es ese instante en el que el cerebro no puede entender nada y sólo queda observar alrededor para entender que algo ha ocurrido.
Desde esos cuatrocientos metros los gritos de angustia y dolor de padres y gente que está cercana, llegan como un rumor.
El niño, el menor yace en el suelo boca arriba con el pecho deformado y de un cráter enorme sale una gran cantidad de sangre. Sus pies tiemblan y la madre se agacha para cogerlo en brazos.
Miguel hace lo mismo y entre los dos elevan el cuerpo del pequeño.
El hermano mayor está junto a su madre, con la cara compungida de miedo se aferra a su falda.
Arcadio conoce bien esos muslos. Los ha lamido hasta llegar al coño que esconden, los ha pellizcado mientras el gran ejemplo de madre comprensiva y tolerante le gritaba que le metiera la lengua en su puto coño. Miguel nunca sabrá que se ha follado a su ex, incluso antes de que se divorciara de ella, desde hace poco más de cuatro años concretamente.
Tampoco sabrá que la boca que ahora le besa amistosamente la mejilla, apesta a su semen. Esa misma mañana le ha hecho su última mamada sin saberlo.
Si Miguel sobreviviera y se enterara de que se ha follado a su mujer durante más de cuatro años ¿sería comprensivo? ¿Seguirían tomando el mal café de máquina a la hora del desayuno en la oficina?
Tampoco sabrá que el pequeño de los hijos, no es suyo. El de cuatro años es su propio hijo. Como dice Arcadio es un hijo accidental, no tendrían que haberlo tenido, pero un fallo lo tiene cualquiera. Y como hijo meramente funcional que es, no le importa demasiado. Le importa el dolor que por medio de su muerte inflije a esos idiotas tan comprensivos y armoniosos.
Le sigue sin importar un bledo como se llama.
Elije cuidadosamente el blanco y suena otro escupitajo. La bala entra por el omoplato del hermano mayor y sale arrancando el corazón. Esto ocurre con demasiada rapidez, no puede apreciarse. Son cosas que sabe porque ha visto cientos de horas de filmaciones para estudiantes de medicina forense. Muchas pruebas de balística se realizan discretamente sobre cadáveres humanos y cerdos. Él prefiere las filmaciones con cuerpos humanos. Los cerdos no tienen ninguna gracia ni aportan conocimiento alguno.
El niño tardará en morir lo que tarde en secarse su cerebro de sangre y ante un impacto de bala como ese, ocurrirá en cuestión de segundos. Es demasiado pequeño para tener conciencia de que muere.
Cuando cae el hermano mayor, los gritos se elevan de potencia ahora la gente corre en desbandada buscando las salidas del parque. El felizmente matrimonio separado, no sabe como tratar la muerte brutal de sus hijos y ahora Miguel, tiene el inerte cuerpo del mayor abrazado a su pecho y lo mece con las piernas colgando abrazado a su pecho.
Vicky ha dejado al menor en el suelo y le practica una inútil respiración artificial. Los labios ensangrentados de Vicky están preciosos y Arcadio acaricia por encima del pantalón la molesta erección que le provoca. Además, ha podido ver el tanga blanco translúcido que tanto le gusta. Le gusta esa mancha oscura que se forma en el triángulo cuando ella tiene ganas de ser follada.
La cabeza está bien, será impactante.
Espera el momento oportuno. Su amante está metiendo aire en la ensangrentada boca de su hijo y en ese momento apunta a la sien.
El retroceso del arma le hace sentir bien y le dice adiós a la bala que el mismo marcó con una cruz profunda en la punta.
Apenas distingue lo que ocurre, desde que ha apretado el gatillo; la cabeza ha desaparecido.
Con la mira busca el lugar donde yace ahora su ex-amante y feliz divorciada. En la sien aparece un pequeño agujero, pero su pelo se eleva de forma extraña en el otro hemisferio de la cabeza. Un trozo de cráneo ha quedado levantado y la masa gris ensucia el suelo a unos centímetros de ella. No respira en absoluto. Ni siquiera hay movimiento reflejo en ninguna de sus extremidades. Su falda ha quedado levantada impúdicamente mostrando su sexo otrora hambriento y húmedo.
Miguel grita como un poseso, se ha arrodillado en el suelo y camina de rodillas de un cuerpo a otro. Nadie aparece, es más, los últimos rezagados están saliendo por las puertas del parque.
Está solo, completamente solo. Solo con su amiga muerta y con sus amados hijos convertidos en hamburguesa.
Durante unos segundos, Arcadio se pregunta si era necesario ese castigo, tal vez ha sido excesivo. Y vuelve a evocar los putos monólogos de Miguel, sus continuas alabanzas a sus hijos. Rememora la ilusión del idiota al anunciar a toda la oficina, que era viernes y tenía que recoger a sus hijos. Como si a alguien le importara.
Apunta directamente al esternón y se acabó al instante el llanto y el lamento. Ni para morir ha cambiado su cara de imbécil, sigue siendo el mismo subnormal de mirada idiota. Los hay que no consiguen acopiar dignidad ni para morir.
Cae de cara al suelo y por entre su traje de fino tejido de primavera, asoma un trozo de columna vertebral.
Sus hombros se agitan en un vano intento por levantar la cara de la tierra, pero dura muy poco.
Arcadio se ha concentrado tanto, que no ha visto los coches de policía y cuerpos especiales que entraban por el parque.Tal vez hayan visto su último disparo.
Seguramente lo han localizado, aunque no hay que ser muy listo para reconocer la posición de un francotirador dada la posición y agrupamiento de los cuerpos.
Enciende la radio del guardia.
-Estamos a doscientos metros de la caseta de jardineros, podemos apreciar movimiento en el tejado, pero las ramas de un árbol lo cubren, no hay blanco seguro.
Se gira a la izquierda y puede ver a través de la mira a un par de policías con casco y gafas, son GEOS que se acercan agazapados entre la vegetación del jardín.
Apunta a uno de los cascos y dispara.
-Han herido a Jaime -dice la voz angustiada del compañero-. Dispara con silenciador.
En ese mismo instante se corta la comunicación, el segundo policía está ahora oculto en algún lugar, seguramente en posición. No han tardado en comprender que son espiados por radio.
Arcadio salta de la caseta, y se estira en el suelo, muy cerca de los setos que dan al camino, dejando un escaso ángulo de visión.
Apenas se siente animado de correr y escapar. Se arrastra hasta alejarse una decena de metros de la caseta, pronto llegarán desde el muro para poder abatirlo desde una posición segura.
Todo se ha acabado, ha sido como follar, después de largo tiempo de esperar el gran momento, se siente ahíto, satisfecho de todo punto.
Piensa que morir ahora es digno, que morir ahora e irse sin que nadie pueda castigarle y reprocharle lo que ha hecho sería otra estocada a toda esa felicidad que reina entre los idiotas.
Que sepan que no hay castigo ni penas contra el crimen. Que un día ellos morirán rodeados de su felicidad y nadie los vengará, ni habrá justicia.
Que sepan que hay miles de proyectiles calibre Amistad dum-dum para equilibrar tanta mediocridad.
De una sobaquera oculta bajo la sudadera negra saca un pequeño revólver del calibre 22, una pequeña bala que no provoca más daños que los necesarios y que no le desfiguraría la cara ni ninguna otra parte del cuerpo.
Apoya el cañón encima del corazón y dispara.
Su muerte es casi dulce, la bala no sale, la bala se aloja en el corazón y lo detiene. Sin apenas sangre.
Y su último pensamiento son los cuerpos muertos, los litros de sangre derramada y la sonrisa satisfecha de que han dejado de existir.
Un último pensamiento: el calibre 22 suele utilizarse para matar a las reses en los mataderos. Bueno, nadie es perfecto.
Ya no habrán más lunes ni conversaciones idiotas sobre la necesidad de fomentar la amistad entre una pareja separada.
Los muertos no se saludan ni se dan besos de mierda si se han divorciado.




Iconoclasta

El montaje de la imagen y el diseño es autoría de Aragggón.


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