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4 de enero de 2011

Breve historia de un alma



Es que soy lo que rima con joya de gracioso que soy.
Una vez y mil he dicho que el alma no existe, que el ser humano es un conjunto de células y cada una hace lo que debe hacer. Y cuando llega el Segador, ni alma, ni pensamiento, ni nada de nada. Todo desaparece.
Una vez me preguntaron: ¿Entonces de dónde nace el amor? De los testículos, respondí yo muy cínico.
Y me cuidé mucho de no torcer mi sonrisa en una mueca amarga para que nadie dudara de que me creía mi simplificada filosofía de la vida.
Ya que no soy inteligente, prefiero asumir el papel de vanidoso ególatra (o ególatra al cuadrado) y así provocar antipatía antes que pena.
Todo iba bien, porque sentía esa intensa punzada que da en el pecho la soledad; pero nadie se percataba de ello. Soy bueno ocultando mis miserias.
Bueno, a la edad que tengo, todos somos hábiles haciéndolo.
Hay días en los que es mejor meter la mano en el triturador de basura y silbar mientras las células afectadas gritan de dolor.
Son días en los que descubres con un sutil tintineo que algo huele a podrido en Dinamarca y que toda esa habilidad para alardear de frialdad y sapiencia, se va por el desagüe junto con los restos de comida tras el cepillado de dientes.
Ella me miraba sorbiendo el café de la máquina del comedor de la empresa.
Yo pensaba en el cansancio, en el hartazgo de los días iguales, en el amor que soñaba secretamente y no encontraba.
No reconocía amor en los seres que me rodeaban.
Me sentía triste y debí perder el control, algún gesto me traicionó.
Estoy seguro de que tragué saliva con esa tristeza existencial que a veces me ataca.
Y ella se acercó, echó unas monedas en la máquina de bebidas y posó su mano en mi hombro derecho, suave y brevemente la retiró deslizándola como una caricia.
Me dio el vaso con el café humeante con una complicidad que me dobló buscando aire.
Os juro que la oí, supe que era ella, mi alma. Fue el ruidito casi imperceptible de una campanilla de cristal, o como cuando se hace una brecha en un vidrio con un suave clic que nos suele provocar un escalofrío.
Ese fue el ruido de mi alma, se me rompió un trocito con aquel gesto y cayó al suelo con un alegre tintineo.
Supe que era mi alma, porque también mi cuerpo pareció quebrarse.
Yo me reí y ella también.
La conocía de los diecisiete años que llevábamos en la empresa; pero salvo los saludos corteses, no tuvimos nunca una conversación y mucho menos un roce.
–¡Qué día más asqueroso para hacer fiesta! Menos mal que aún nos quedan sólo cinco horas más de trabajo –dije nervioso, intentando ser ingenioso.
Ella se rió a gusto. Quedó seria de repente y volvió a posar la mano en mi hombro.
–Cielo, te he visto, te he reconocido. Nadie traga la amargura como tú.
Aparte de que aún resonaba en mis oídos el ruidito de mi alma rota, se me escapó el café de entre los labios como si fuera un perfecto imbécil.
Ella no sonrió, acarició mi mejilla.
–Dime que me reconoces cielo, por favor. Por favor...
No la reconocí, pero sentí un ruido ensordecedor a cristales rotos. Cubrí su mano con la mía, aún en mi mejilla.
–No sé si te reconozco; pero te siento, mi vida.
Ella giró un poco el cuello echando la cabeza atrás y posó su mano en él. El índice largo y delgado señalaba esa tersa piel. Sus ojos negros brillaban y daban luz a mi alma hecha añicos.
Y besé su cuello, y lloré lágrimas más antiguas que el fuego.
Todo mi ser tintineaba como vidrios cayendo durante aquel beso.
–Estoy muy cansado, mi amor –le dije.
–Vamos, cielo –me dijo antes de posar un beso en mi mejilla–Vámonos de aquí.
Y quise pedirle que me ayudara a recoger los trozos de mi alma rota.
Y salí con ella de la mano a un mundo nuevo que no reconocía.
Fue tan breve y fulminante...
Tengo miedo de que fuera un sueño. Me muero de miedo.
Uno no sabe bien como actuar ante este miedo, no cuando sabes que tienes alma y que duele.
Cuando te das cuenta de que tienes alma y que se puede romper, es que el amor ha irrumpido sin cuidado.
¿Por qué tiene que ser todo tan brusco? No hay término medio, no hay sutilidad. Amar requiere una buena forma física.
Y descubrí el amor y el alma entre tintineos, y un café.
Ahora la beso tan profundamente, que es imposible que sea sueño; y lamento los siglos vividos sin ella.
Y esta es la breve historia de mi alma.
Toda una vida con ella y la conocí en un instante.


Iconoclasta
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2 comentarios:

Lynette dijo...

Es hermoso, ojalá creyera en cuentitos para dormir, este sería mi favorito en noches solitarias, siempre me haces divagar.
Beso bermejo

Iconoclasta dijo...

Divagas divinamente, Lynette.
Gracias por ello.
Beso bermejo.