Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
26 de enero de 2011
Alquimistas indecentes
Hemos lastrado el amor al cuerpo para que no vuele.
Hemos hecho del amor algo tangible y pesado. Algo palpable como el coño anegado de deseo, como el pene duro y palpitante.
El amor ya no es onda ni frecuencia. No es espiritualidad. El amor se destila por la piel y el sexo. Gotas blanquecinas que recojo con mi lengua entre sus muslos temblorosos.
Si el amor fuera plomo, ahora tendríamos oro en nuestras venas y labios.
Lo hemos transmutado, somos los indecentes alquimistas del amor. Platón lloraría ante la blasfemia que hemos cometido con su amor puro y místico.
Estamos cansados del espíritu. El espíritu es sólo el consuelo de los mediocres. No hay placer sin cuerpo, sin piel.
Lo sabemos por un constante sufrimiento a través de los tiempos que nos ha dejado casi agotados.
Ahora el amor gravita a veces indecente, a veces tierno en nuestra piel. Como una presión atmosférica. Unos dirán que es un tumor, yo digo que son idiotas, que son envidiosos. Que sus sexos están más secos que la mojama.
Ahora mensuramos el amor, lo agotamos, nos agotamos…
Somos nuestra propia piedra filosofal, la que todos aquellos alquimistas blasfemos que ardieron en hogueras no encontraron.
A veces perdemos una vida entera sin dar con la cábala precisa, con la fórmula transmutatoria. Y morimos con el espíritu vaporoso de amor y las pieles secas de necesidad.
Esta vez no. No en esta vida.
Su sabor en mi boca, mi sabor en la suya, son hechos irrefutables. La empírica gana a la teoría y a la maldita metafísica.
Hemos hecho de la eternidad algo efímero; el placer hace correr rápido el tiempo. Y ahora chapoteamos hacia la eternidad en una láctea alfombra de gemidos y tendones tensos de orgasmos que nos arrebatan la cordura.
Hemos desarrollado alergia al amor puro.
No somos puros, jamás lo hemos pretendido.
Alquimistas de cuerpos convulsos cansados de espiritualidad. Indecentes en la búsqueda de su piedra filosofal.
Cambiamos las letras por uñas y filos que rasgan tejidos y carnes.
Hay solo una cábala mística: Quiero estar siempre junto a ti. Con ella conjuramos los tiempos de lágrimas y hiel.
Es un magnético conjuro, un ritual diario que es suficiente para alimentar el espíritu. Nos amamos, el espíritu lo sabe, no necesita más. Llevamos demasiadas vidas con un misticismo insistente que no daba paso a los cuerpos.
Que se joda el espíritu.
Debo besar a mi bella alquimista, está a mi lado. Ya no hay magias ni coincidencias. Ahora solo queda la anhelada cotidianidad de un amor que se saborea, que nos unta la piel.
Se acabó al fin volarse las tapas de los sesos con cada despedida.
Despertamos juntos, tal y como hemos soñado a través de los periodos geológicos de este planeta infectado de amor puro.
Nos merecemos un premio Nobel de química.
Iconoclasta
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