Que el amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones, es algo que YO, el gran pornógrafo de la humanidad, ha clamado al tiempo y al espacio desde que tenía uso de razón.
Soy el Pornógrafo Errante, una amoralidad que respira. Y sólo tengo corazón para alimentar mi miembro. Soy lo que nadie debería ser, pero que todos envidian en la oscuridad de sus miserias. Aferrados a si mismos, rechinando los dientes entre orgasmos enfermizos. Soy un Cristo que os redimirá con el miembro erecto.
Yo no retengo lágrimas de angustia y soledad, yo no me retuerzo en la penumbra de la soledad enfocado por la luz de su amor.
Yo sólo eyaculo.
Mi pene es el pilar sobre el cual se asienta el universo. Soy el agujero negro que los coños atrae, que los llena, que los dilata con lengua y dedos.
Que parte en dos a la mujer que no amo.
Porque yo no amo, yo jodo.
Follo.
No quiero a nadie, sólo taladro.
No deseo nada, sólo invado.
Entrar, penetrar, calar, meter, clavar.
Rasgar.
Inundar.
Meo en los árboles de puntillas para marcar mi territorio más alto que nadie.
Y dejo clavada una navaja de filo embotado de sangre seca por si el hombre ha olvidado que es bestia; para quede claro como la sangre en las blancas bragas de la virgen que ahora gime clavada a mí.
No me preocupa que nadie vea cómo se desprende el semen residual de mi pene empapado de su coño. Me corro con un gruñido y saco mi bálano aún escupiendo ante ella para que ore a su dios.
No soy un hombre romántico.
No la quiero, maldita sea.
No tengo corazón.
Ni siquiera soy hombre.
Soy sólo polla. Quiero golpear por dentro, llegar al útero sin piedad, llenarte tanto que sientas la necesidad de aferrarte a tu vientre para retener-sosegar el placer que te enloquece y sentir mis embates furiosos.
Sin amor, coño.
No amo.
Yo no me doblo, no siento la náusea del vértigo del amor. No pienso en ella sin poder respirar. No pierdo mi preciso ritmo cardíaco ante sus palabras de amor, que no caen pesadas sobre mi espalda y sentir así que soporto el peso de todo el cochino planeta.
Soy un músculo cavernoso, soy sólo la pobre conciencia de un pene impío que se deshace en lácteas hemorragias.
Soy un perro que hunde la nariz entre sus piernas y lame sediento con el glande a punto de estallar.
Soy la maldita amoralidad que provoca las más obscenas masturbaciones de las mujeres en sus deseos, en su imaginación, en sus soledades. Soy la carne que desean meter en su boca y cobijar entre sus pechos con sus dedos obscenos acariciando las venas que pulsan para alimentar la dureza del universo.
Soy la pornografía de la vida, carezco de pensamiento racional.
No soy reproductor, sólo existo para el placer.
Soy una lágrima de leche.
Convierto el amor en semen en mis testículos pesados, me gusta que me los acaricien cuando mi vientre se tensa, mis piernas se estiran y lanzo mi pubis al cielo para que estalle en un caliente géiser de leche que salpique a dioses y cerdos.
Quiero manchar de semen la faz de las divinidades.
No respeto ni a Dios.
No amo, no beso, no soporto a mi lado a la mujer cuando me he vaciado y jadeo como un toro cansado con el semen enfriándose en mi vientre y en mi pubis. Entre los palpitantes muslos de la mujer que no amo.
Soy amoral, no puedo amar, no quiero amar. Soy el semen que se enfría entre sus dilatados labios, que cubre su perla de placer como una viscosa marea.
Es imposible que pueda amar, dicen que tengo una parte del cerebro muerto. Algo de nacimiento.
Yo digo que mi cerebro está concebido para mi naturaleza y que no le falta nada.
Soy la quijada en el puño de Caín, soy el cráneo roto de Abel. Soy castigo y reacción. Un instrumento que sólo es útil.
No pienso, no juzgo. Simplemente hago.
Y mi puño es voluntad, mi pene quijada.
Y como la quijada, golpeo. No hay sangre, sólo leche en mis dedos.
He confesado, ahora todos saben qué soy, ahora sabes que quiero sólo tu coño y tus pechos, quiero tus labios derramando obscenidades ante mi penetración brutal.
Ahora sabes que soy un cerdo.
Dime que te doy asco, libérame de ti. Porque no es vivir ahogarse cuando no estás para darme oxígeno.
No se puede respirar sin ti. ¿Es que no lo entiendes?
Huelo tu coño en el aire, no hay amor alguno.
Lo juro.
Te odio.
Llámame hijoputa y abofetéame.
No siempre podré vencer la necesidad de ti con la fuerza para ofenderte. Temo rendirme a tu sexo.
Reconoce que te doy asco, que mi semen descolgándose en mis dedos es repugnante. Que no puedes querer a la quijada que se manchó de sangre con la bondad que no ha existido jamás.
Soy puro pecado original lamiendo tu piel.
Soy la brutalidad babeante, el Dios penetrante.
Amarte es un dolor que enloquece, es un orgasmo que funde el corazón, que mina la libertad de mi pensamiento y lo ocupas todo tú.
Todo yo cuelgo de ti.
Ódiame y libérame de ti. Ya no puedo más.
¿No ves como me denigro? No soy nada ya sin ti.
Cuando me siento solo, cuando no estás, no soy.
Cuando no te encuentro, sufro como un animal roto. Como una serpiente con el espinazo roto.
Soy un pornógrafo que no te ama.
Ódiame, antes que te pida que me abraces, que no me dejes nunca.
Antes que mi semen se derrame en tus manos y no tenga valor para pedirte que me liberes.
Nunca te he querido, el pacto de amor eterno era sólo el medio de entrar en ti tan profundamente que me convertiría en tu creador.
Pero no pensé que pudiera ser al contrario.
Mírame con asco, me masturbo ante el sol, sudando. Mis manos están bronceadas, mi pene pálido. Mi glande amoratado de la sangre que intenta mezclarse con la tuya.
Ahora que me duelen hasta las pestañas, de amarte.
Sólo un mensaje ha de llegar claro: no te amo.
Soy entropía seminal.
Por favor...
Dilo, dilo. Dime que soy un cerdo, reconoce lo que soy y déjame respirar libre ya.
Porque las mentiras se me acaban, porque el amor no cesa y no puedo más, no quiero pedirte de nuevo aire, necesito respirar yo solo.
Sentirme completo.
Soy la polla que no cesa.
Un monumento a la amoralidad.
Un muñeco en tus manos.
Y el amor vuelve loco.
(Incoherencias de amor, acto un millón)
Iconoclasta
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