Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
23 de junio de 2010
La realidad rota
El espacio que han cerrado en si mismos, la unión de los cuerpos al encontrarse ha deformado la realidad. Ella llora en su pecho la eternidad sin él.
Busca fundirse en él. Éste la abraza e intenta retener las lágrimas. Ensaya la sonrisa que ella necesita, se muerde los labios y la aprieta más contra si. Sin atreverse a mirarla a los ojos, aún no. Cuando la mire tendrá que ser con una sonrisa, es fuerte, se lo ha jurado mil veces.
Y ahora se arrepiente de esa fortaleza, ahora iría bien dejar correr las lágrimas y liberar rápidamente melancolías y desoladas eras interminables sin ella. Cierra sus ojos grises pálidos y sus brazos delgados desarrollan gruesas venas donde antes no había.
El mundo ha cambiado repentinamente. Miles de años de búsquedas, de calor malsano y de un amor que los ha destruido en mil vidas, han creado algo extraño. Está enredado, íntimamente imbricado en sus redes neuronales, en el sistema límbico. Una fuerza más allá de lo imaginable.
A su alrededor, todo se detiene. Aunque no lo ven, o no le prestan atención. Sólo se aman y han olvidado el planeta, tal vez ni respiren. Sólo así se puede entender esta hecatombe.
Cuando las ilusiones vencen a la realidad, ésta se derrumba, se desintegra y detiene el movimiento de todos los seres. De todas las cosas.
Se ha fracturado la realidad.
En la gran ciudad se ha detenido el movimiento, el silencio es opresivo. Hay seres intentando llorar su pánico y no pueden.
Las manos del hombre se adentran entre la ropa de la mujer de ojos azules como los mares del sur.
Busca su boca y la suave piel de su torso. Y encuentra entre sus labios un mechón de suave cabello negro.
El mundo se está deteniendo, un espejo de un escaparate se raja, parte el reflejo de los amantes y crea un caleidoscopio inmóvil de brillos quietos e incoherentes reflejos de miedo y quietud.
Las ilusiones liberadas por los amantes desintegran las dimensiones y crean otras nuevas. El silencio se hace mensurable, se pesa, se toca y grita. Si ello es posible en el silencio.
Dos ritmos cardíacos dan vida a la megápolis. El humo de los coches permanece inmóvil como bocadillos de una viñeta, sin letras, sin diálogos. Un cómic que cuenta una historia de amor desde el principio de los tiempos. Mudas viñetas que no pueden describir todo ese poder desatado que colapsa vida y movimiento.
El sol tiembla intentando seguir con su avance natural. No puede.
Los labios se encuentran, él ha cogido su mentón, no puede retrasar más el beso. No debe. Es su misión primera, le juró mil veces que le comería los labios. La humedad crea hilos de saliva en las bocas de los amantes, suturas que ahora se rompen al abrirse los labios para abarcarse cuanto puedan, silenciosamente, como se rompen las cuerdas de las guitarras en el espacio infinito y helado.
En el vacío de la soledad.
La tierra quiere girar, necesita seguir con su movimiento de rotación, el dador de vida. El motor de todo se ha detenido. Se queja con chasquidos tectónicos y de una fachada colonial se desprenden cortinas volátiles de fino polvo de cemento.
La luz porta partículas de polvo que la hacen amarilla y tiñe la faz de las cosas y las personas de miedo y asombro.
Las estructuras lloran libremente lo que los ojos de los humanos ahora no pueden.
La realidad se agrieta y se derrumba y la campana de ilusiones que protege a los amantes, es una bola de cristal en manos de algún dios con sonrisa afable. De un dios justo.
Si ello pudiera ser.
Si alguna vez existió dios, jamás pudo provocar algo parecido. Porque hasta las piedras gimen asombradas.
Los ojos abiertos de los inmóviles reflejan un pánico ancestral, es por lo único que no se pueden confundir con esculturas de carne.
Sólo una ciudad tan enorme podía soportar esa aberración dimensional que han provocado los corazones en comunión.
Y de sus labios se extiende, viajando por tierra y aire, una invisible onda de choque; el mercado central de abastos cruje en mil lamentos, y en lágrimas de vidrio que llora sin cesar se convierten las claraboyas. Un carro despide como metralla sus lunas de cristal contra los amantes que se funden sin herirlos.
Un avión vibra ansioso por librarse de una mano invisible que lo detiene desde la cola. Sus reactores son dos bombas que amenazan con no caer, con no servir para nada. Amenazan la cordura y las leyes de la física que una vez fueron constantes y universales.
Y ellos se besan y se besan y se aman y se aman. Se beben toda la espera acumulada en un beso inmisericorde con el planeta.
Tragan el deseo que les ha pesado como mercurio. Tragan sin respirar. Llenándose los pulmones de si mismos.
Y la manos de él se siguen acariciando con hambre la suave y cálida piel de la bella que relaja las piernas para que él la salve de caer, de volar, no pueden separarse, no puede haber espacio entre ellos. “Cógela en brazos, que sienta que nunca estaremos separados, ni un solo día más”. Y la coge, y ella se abraza a su cuello, y oculta su boca allí, en el hueco entre el cuello y la clavícula creando un lago de lágrimas de amor.
Y sonríe, porque él lo hace al mirar sus ojos de mar.
“Eres aire, mi amor, no pesas, no te llevo. Te respiro”.
Todas las palabras de amor, todas las sonrisas y todas las lágrimas han formado un invisible torrente voltaico de pasión. Un escudo de energía que los envuelve y se alimenta arrebatándole la fuerza al planeta.
Es un blindaje de amor eterno.
Es una némesis que estaba escrita desde tiempos inmemoriales.
Alguna vez tenía que pasar, Nostradamus nunca imaginó el fin del mundo así.
Nostradamus era un fraude.
El asfalto se abre y eleva la parte trasera de un taxi, que acaba enterrando el capó en la fractura sin hacer ruido.
Hay una silenciosa muerte universal, porque la ausencia de movimiento es Eterna Quietud. Como muertos se han sentido los amantes durante tanto tiempo de espera.
Ahora cobran su justa venganza sin saberlo, sin entender. No prestan atención a lo que ocurre a pesar de que millones de pensamientos les piden piedad. Que liberen el mundo. Quieren seguir existiendo.
Ya ha aprendido su lección el destino; se rasga con un grito mudo y es presa de una decepción: no era tan poderoso.
Un edificio de acero y cristal se pliega sobre sí mismo, y las gentes caen al vacío como estatuas inmóviles, sus ojos parecen llorar sangre por la presión del miedo y de la muerte inevitable.
El hombre tiene todos sus sentidos colapsados de ella. Y ella siente que se ha fundido en él.
El beso continúa, y bajo sus pies se abre la tierra. El infierno de lava exige su tributo.
Y ellos levitan sobre la agonía del todopoderoso infierno.
La tierra se cierra con un bramido mudo y encolerizada, se traga seres y carros con un silencio que asusta al mismísimo creador.
En otra falla, en el gran parque central explota un géiser de sangre y miembros humanos que la tierra regurgita como un alimento ominoso...
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Ha despertado y se niega a abrir los ojos, aún siente el calor de su piel, sus senos en su pecho. Las caricias de su negro cabello en el rostro. Aún se ve reflejado en sus ojos azules, intensos...
Se siente levitar sobre el colchón a pesar de estar empapado en sudor.
Rastros latentes de amor y dicha. No siente la muerte del mundo.
Cree que si fuera real, no sentiría ningún miedo, no entendería la catástrofe como algo horrible. Sólo sentiría la necesidad perentoria de ella.
¬—No por favor, que sea cierto...
Una lágrima de frustración se le escapa de sus ojos aún cerrados. Se escurre salada ahora por sus labios. Los separa para beberla, como si fuera un rastro de ella.
Lucha por conservar su aroma, se esfuerza por retener en sus brazos la intensa temperatura de la piel que ama, mientras la realidad, inexorable, ocupa sus sentidos barriendo el sueño sin piedad.
— Te amo —susurra tapándose el rostro con las manos.
El sueño se repite cada semana, a veces hasta cuatro veces.
Se deja llevar por él, es consciente de que sueña y ha aprendido a identificar cada momento, a perfeccionar sus sentidos para al despertar, retenerla por más tiempo.
Pero el choque con la realidad invariable es brutal.
Queda una esperanza: que el sueño sea la realidad y lo real pesadilla.
Tal vez está confuso. Y está soñando que se encuentra en otro planeta, a eones de ella. Sueña que se ha despertado en una mañana de ruidos habituales, de olores tóxicos para la libertad, de luz sucia y maloliente. La luz también huele.
La realidad empeora por momentos. Es hostil para sus ilusiones y esperanzas. La realidad mata el amor, lo tritura y lo convierte en polvo entre sus dedos.
El cigarrillo le hace toser y unas gotas de café caen en su pecho. El gris de sus ojos es tan opaco que nadie diría que pueden absorber luz.
Aún así, a pesar de su disgusto, corre las cortinas y la dolorosa luz hiere hasta sus sentimientos y borra la última imagen latente de su amor sonriendo en sus brazos.
El miserable sol ha borrado con sadismo la sonrisa de su amada.
Ha mutado esperanza en tristeza.
Cuando se ha vestido y sale de la casa para dirigirse a la oficina, lo hace sin ningún tipo de alegría.
Otra noche, otra mañana, el mismo sueño: cuando la tierra abre sus fauces y traga seres y cosas; despierta.
Y cada día es más angustioso.
Y la realidad es insostenible. Vive una pesadilla, sueña vida pura, emociones chutadas directamente en la vena, en el iris de sus ojos de gato triste.
A veces se araña el rostro intentando cubrirse con fuerza, de la infección de la consciencia: la pesadilla.
Aprieta fuerte las manos para que no se escape su calor ni su tacto.
Y como humo se va entre sus dedos crispados dejándolo solo y fracasado.
Deja las lágrimas que inunden sus labios como si fuera ella la que los humedece con los suyos.
De nuevo el ritual: corre las cortinas de la realidad sabiendo que será arrasado por la misma luz. Sus recuerdos, todo lo vivido durante la noche, toda la realidad, lo que debería ser, será barrido por la pesadilla.
Un cigarro mojado de lágrimas crepita con una bocanada profunda.
Todo un tiene un límite, y hasta el cerebro se siente infectado de la pesadilla.
Actúa de la única forma posible, porque no se puede escapar. Nadie puede hacerlo. No hay precedentes, su banco de datos ancestral se lo asegura.
La colilla llega al suelo antes que él.
La tierra no se abre para tragarlo, ni un blindaje de amor lo frena cuando se estrella contra el pavimento y su cerebro se aplasta lejos de su cráneo.
No ha habido magia en su muerte, ni fantasía. Sólo un foco de luz de un turbio sol matutino, que arranca reflejos metálicos de la sangre que se espesa y coagula al derramarse de su cuerpo roto.
Roto como la realidad que soñó. Roto como su cuerpo en esta pesadilla.
Alguien se preguntará porque sus puños estaban tan fuertemente cerrados, porque hay piel de su propio rostro entre las uñas. Los suicidas se hacen el daño justo, no se torturan antes de morir.
Tal vez nadie se lo pregunte.
Tal vez, la propia realidad no soporte revivir la pesadilla de su destrucción una y otra vez, y destruye las pruebas de su miedo: el ser que le da muerte.
Nadie puede romper la realidad y vivir para contarlo.
Sentaría un mal precedente.
El cerebro se marchita bajo el sol por el peso de la realidad victoriosa.
Algún dios sonríe cínico ante una victoria demasiado fácil.
Injusta.
Vergonzosa.
Iconoclasta
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