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7 de octubre de 2009

Yo idiota



Joder, qué nervios...
Esto de amar está bien, mola mazo.
Bueno, no puedo negar que tiene su punto emotivo e incontrolable.
Es un coñazo.
No, es maravilloso.
Está bien, no me andaré con eufemismos ni circunloquios: amar me hace idiota.
O eres fuerte, pero que muy fuerte, o te olvidas de que un día estabas tan solo entre la humanidad, que el sabor a vómito se quedaba impregnado en el filtro del cigarrillo y te fumabas sin remedio toda esa soledad como si se tratara de una hachís pútrido.
Creía amar. Cándido desgraciado...
El amor, además de emotividad (por decir algo, por decir lo mínimo) es lujuria. No puedes amar solo una mente, es imposible, en cuanto amas la mente el cuerpo es un objetivo follable, penetrable, lamible, bebible, tocable... Arañable.
Soma y psique están intrínsecamente ligados, hasta tal punto que no existe lo uno sin lo otro y no como afirman grandes filósofos, que el alma es un ente diferenciado. Si el cuerpo muere, no hay alma.
No tiene sentido acariciar el aire. Está la piel... Su piel.
No tiene sentido acariciar su fotografía y su voz, y obviar el cuerpo.
Soy un hombre, coño, no soy un alma en pena.
Pues lo parezco.
Yo soy demasiado simple y creo que su alma está en su cabeza y en su coño. Su deseado coño en el cual hundiría mis dedos para que sus labios se abrieran en un placer obsceno y salvaje.
No sé que ocurre, porque ya he dicho que el amor me hace idiota y de la misma forma, sufro esporádicos ataques narcolépticos, en los que me despierto gruñendo con el rabo entre las manos, con semen en el puño, en el vientre, en el pubis, entre los muslos.
Sólo sé que a veces el pene me duele de tan duro.
Soy idiota.
Ya sé que la imagen no es sugerente, dijéramos que no es del agrado de todos (yo lo disfruto como un cochino). Hasta ahí el amor, bien. Cumple su función y me deja disfrutar de ella viviendo un placer intenso. Siendo ella todo lo que veo, toco y respiro. Y siendo yo algo que pende de ella. No es exagerar, es un hecho demostrado y bla, bla, bla...
De verdad, agradecería a los dioses de mierda si existieran, esos orgasmos con los que me bendicen.
Me siento feliz, en serio. Cuando eyaculo el semen brota con una fuerza casi destructora (esto no es un vano alarde de potencia, podríais observarlo tomando las debidas precauciones: gafas, impermeable, gorro y botas), contrayéndome el vientre y lanzando un bronco suspiro; es entonces cuando soy uno con el universo. Soy uno con ella.
Poéticamente: tengo un tótem entre las piernas que lleva el nombre de mi diosa y es ella la que decide cuando brota y me regala un placer.
No sé... No quiero ser desagradecido.
Ella me llena, es todo.
Me siento feliz amándola, de puta madre. Dos veces bien.
Pero se me escapa una lágrima traidora en esos momentos... A veces no quisiera estar tan solo cuando el semen brota. Hay algo inevitablemente trágico en escupir el deseo en soledad.
No soy una nenaza, yo soy un tío curtido.
Pero se enfría tan pronto cuando no está ella. Es aterrador sentirlo frío y muerto en mi piel. Con ella no pasa, nos abrazamos y las pieles confortan e incuban los fluidos.
Y cuando al ponerme en pie una gota se desprende de mi bálano aún latente y cae al suelo, siento el vértigo de su lejanía. La gota se estrella con una inmensa tristeza y parece gritar, como yo.
Con el semen enfriándose en mi piel sola, siento una pena y una profunda melancolía. Como si me arrastraran hacia abajo, a un pozo inundado de añoranzas que se me pegan a la piel y me entran por la nariz y la boca y no me dejan respirar. Arrastro las manos por mi cuerpo intentando quitarme esas telarañas tejidas en deseos y esperanzas desesperantes.
Y es entonces cuando miro mis manos y tengo que tragar saliva para contener un profundo gemido que se me escapa como un llanto, una especie de “ay” gutural de hombre curtido y enamorado. Del hombre tan curtido que cuando huele flores se pregunta donde está el muerto. De esos que ya no creen en el amor y se conforman con pasar por la vida con las manos en los bolsillos, el cigarrillo en los labios y la cabeza agachada para evitar ver más de lo mismo. Misma porquería, mismo día, mismas horas.
Y me tapo los ojos para que la nada no me vea llorar.
Con ella, la miseria que me rodea deja de importarme, ella decora el mundo, lo dibuja con trazos de misterio e ilusiones.
¿Veis lo que os quiero decir? Es una putada, te deja débil el amor.
No es justo.
Yo idiota, hombre que mata ratas a bocados, se fuma la vida, y escupe trozos de pulmones sin temor a morir; a veces mi espalda se agita inevitablemente en un llanto lacónico.
Y aún puedo dar gracias de que no he hecho más el ridículo. Ella lanza su amor y no hay duda alguna. No he tenido que pasar por ese proceso estúpido de deshojar la margarita arrancando un pétalo con un sí y otro con un no. Todos los pétalos gritan que me quiere. Seguramente, casi tanto como yo la amo a ella.
Ella es rotunda, salvaje y felina.
Aunque a veces la miro sin que se de cuenta y la encuentro indefensa, y mi pecho se inflama; quiero abrazarla; que apoye su cabeza en mí y decirle que todo está bien.
Han sido tantos años de andar buscándola, y cuando ya estás convencido de que es sólo literatura barata; aparece una sonrisa y unas palabras profundas como un desfiladero que se te clavan en el cuerpo, metralla de pétalos aterciopelados de la que no me quiero esconder. Dice que me ha querido siempre y yo me tengo que doblar sujetando el vientre ante el vértigo del tiempo perdido, de los segundos que veloces corren cuando su voz usurpa el ruido del planeta.
Hay momentos en los que se echa de menos acariciarla, yo la huelo; pero creo que me faltan muchos matices. Es un problema en el que estoy trabajando.
Tampoco pido una barbaridad, no he sido especialmente malo, tengo derecho a tenerla. Vale, he sido un poco cabrón y no he amado al prójimo. Mea culpa.
Aunque sólo sea un rato. Dos dedos por su sonrisa y el corazón por besar sus labios y suspirarle mi amor en el oído, acariciando su hombro.
Maldito romanticismo...
Cierro el puño y exprimo sangre que cae al suelo.
Es menos triste la sangre que el blanco bálsamo del deseo.
Se enfría como el semen.
Todo es frío con ella allí.
Tiene la culpa de todo, me hace hombre, me ve ángel, me quiere bestia.
El amor aparte de hacerme idiota, intuyo que también me está haciendo esquizofrénico.
No sé, es tan difícil...
Es que soy idiota.
No, el amor no es difícil, siempre es así. Lo que pasa es que al no conocerlo, cuando irrumpe te pilla en pelotas, con el culo al aire y el mundo gira al revés.
Sólo las cosas fáciles pueden hacerse difíciles. Entonces y sólo entonces se puede hablar de la complejidad de la materia o el sentir. Los filósofos sólo juegan con cosas fáciles para poderlas complicar. Si conocieran el amor, hablarían de idioteces banales para poder sobrevivir a la metafísica del amor.
Pero no... No puede ser fácil el amor, no con ella. Tampoco es complicado.
Simplemente fluye, abres el pecho y te lanzas al vacío, con valentía y resolución. Sin miedo a la caída.
Sin miedo a la caída no, que el amor, además de volverme idiota me hace un poco cobarde.
Si me quedo sin ella, me muero de pena.
A veces ceceo como un idiota, un payaso triste.
Esta nota se autodestruirá en cinco segundos, y cuando me encuentre con ella, jamás reconoceré que lloré como un idiota soñándola.
Tengo mi dignidad.
Soy un hombre curtido.
Y ahora idiota...
Maldita sea la divina dicotomía del amor.



Iconoclasta

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