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31 de diciembre de 2008

Morir es aburrido

Una caída vertiginosa, el corazón acelerado y una fuerte sacudida contra el colchón. Es angustioso; el cerebro me expulsa como si fuera una flema, no quiere que disfrute o viva de forma consciente sus creaciones. Me quiere alegre, empalmado o angustiado; pero engañado.
Mi cerebro no soporta que le espíe y me expulsa de sus dominios como a una puta sifilítica vieja y loca.
No soporta que disfrute del sueño; de una película maravillosa de emociones vívidas y aberrantes. Sólo quiere engañarme y que padezca de sus creaciones sin demasiados aspavientos. El cerebro es un artista que no soporta ser molestado.
Un enfermo esquizofrénico que un día me convertirá en un baboso que mira un trozo de mierda en el jardín desde una celda blanca.
Cuando no pueda contener la inmundicia de mis intestinos, mi cerebro se reirá, lo sé. A veces tiene ataques de exacerbada e innecesaria crueldad.
Me gusta mirarme en sueños porque no hay una pierna podrida que duela; en sueños no soy un tullido que no podría correr para salvar su propia vida. En sueños, no soy ese que cruzando la carretera, no puede esquivar con rapidez el coche que le arrancará y aplastará la masa encefálica.
En sueños resalto con un brillo épico contra el mate mundo que me rodea. Los años que vienen son mejores y otras veces trágicos, siento alegría y siento terror; siento conteniendo la respiración ante la intensidad de las emociones.
Un cieno húmedo que me amortaja. A veces me siento muerto en sueños y es todo tan fresquito... ¡Ja!
Cuando sueño, el mundo está mudo salvo las palabras que son para mí, hay detalles deliciosos de gente que muere a mis espaldas, a mi lado. Sin que me importe, sin que las palabras que oigo se interrumpan o fluctúen. Nada importa y el universo me mira, me mima, me aterra, me tortura; ante muertos y admiradores.
Y me siento en mi mundo, estoy bien, me siento bien entre los muertos que no huelen. No me molesta nada.
Hay humanos que solicitan mi atención con los brazos hacia mí y yo como si de un poderoso se tratara, los dejo morir con una sonrisa de disculpa.
En sueño importo tanto...
La muerte es liberadora, tanto la mía como la de los otros, de hecho (no es por alardear), me importa un huevo el momento y la forma de mi muerte. Sólo soy curioso.
Mi cerebro tantas veces hostil, es el simulador de la nada. Cuando muero en sueños, todo se detiene y los últimos rumores del organismo, enmudecen el ruido universal de la vida de los otros y las cosas. Los árboles se agitan sin sonido y los horribles grillos raspan ahora muñones silenciosos.
Y la muerte adquiere su aterradora importancia y dureza.
No existe la muerte dulce, lo sé. Los que mueren durmiendo roncan aterrados por aspirar un poco de aire, contraen todos los músculos por arrancar un latido más al corazón y como en el sueño, son protagonistas de una escena eterna donde reconocen que no abrirán jamás los ojos. Recuerdo el rostro de mi padre muerto y no me engañó en ningún momento, rabió como un perro durante los segundos que tardó en morir. Eso son cosas que cualquier tullido sabe.
Muy zorro yo, abro un ojo por dentro y espío a mi cerebro sin que se dé cuenta de que estoy despierto; oigo su risa cuando la apnea dura más de lo que la vida aconseja.
Es tan cabrón, tan liberadoramente desinhibido de cualquier asomo de escrúpulos...
En sueños importo por encima del dolor, la muerte y la alegría de los otros. Mi cerebro está podrido; pero en el fondo me quiere; no es tonto, ha de cuidar del cuerpo que lo sostiene y me da protagonismo.
Cuando muera, lo echaré de menos.
Soñar...
La muerte es aburrida, estoy seguro de que será peor que vivir. Porque sin cerebro, sin sueño; se acabó la belleza y la emoción de un universo bien creado, de una naturaleza sin errores.
Yo no quiero morir.
Aunque vivir tampoco es para tanto.
Bueno, pongamos que caigo en coma por unos años.
Para toda la puta vida que me queda.



Iconoclasta

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