Da pena ver restos tan antiguos, cadáveres y cultos que no encontraron nada más allá de la muerte.
Son tan frágiles las momias...
Frágiles y patéticas, porque entre sus restos, entre vendas y podredumbre están las muertas esperanzas intrincadas.
No necesitaron sus órganos tan celosamente guardados.
Vasos canopos... Cicateros ricachos guardando celosamente vuestras asaduras.
Todo fue una gran mentira creada por el miedo hacia la muerte, por ignorancias.
Y por una ambición desmedida.
Sed sinceros viejos muertos; queríais eternizar vuestra riqueza y vuestro poder.
Da un poco de pena al veros ahí, corruptos e inanimados. Muertas y vanas creencias cuyos ritos tanto tiempo y energía os llevó cumplir para nada.
Dan pena los vivos que aún creen que hubo magia en aquella farsa con la que moríais.
Nunca debieron engañarse los poderosos antiguos y pensar que la muerte era una esperanza, una puerta a otra vida.
Os prometieron que os recibiría Isis y vosotros, enfermos e ignorantes ambiciosos, lo creísteis.
La muerte es el fin e Isis y Osiris personajes de un cuento cándido e infantil.
Adiós viejas momias, no os contemplan los dioses, sólo nosotros, esclavos de nuestro tiempo, como vosotros lo fuisteis del vuestro aunque no os reconocierais como tales.
Sobrevalorados faraones y emperadores, no teníais magia, sólo inspirabais terror en los esclavos. Y una vez muertos, os lo robaron todo. Hasta vuestra alma polvorienta.
Patéticos payasos revestidos de yeso y oro.
Me embarga cierta sensación de tristeza verlos ahí presentes y corruptos tras tantos años. Ha habido tanto tiempo para que sus dioses los revivieran...
Isis la mentirosa, la resucitadora, os dejó plantados.
Y pensar que soy yo el que os mira, el que es testigo de vuestra corrupción y muerte eterna e irremisible. Soy la prueba viviente de que no hay dioses.
Seres como yo rompieron y saquearon vuestras tumbas, esparcieron vuestros secos cuerpos y derramaron vuestras vísceras, se llevaron vuestros tesoros. Rasgaron vuestras curtidas pieles.
Vanidosos muertos...
La prueba de vuestra muerte es que no os sentís humillados al estar expuestos a los ojos de todos nosotros. Si estuviera viva vuestra alma, os taparíais los rostros avergonzados.
Tantas tumbas pretenciosas creadas con sangre y piel esclava. Tanto esfuerzo por no dejar de ostentar vuestro poder.
Ahora soy un dios que os mira, soy el dios con el que creíais encontraros, os miro a través del cristal de la urna que os protege del polvo y la polilla, y pienso en todos esos años de espera.
Y aunque no tengáis ya ojos para mirar, ni piel para sentir; aunque vuestra vieja alma no sea más que una pátina mohosa adherida a vuestros huesos, miradme como un dios, porque a vuestros ojos lo soy.
Soy un dios creado por vuestra muerte, por vuestra ambición enfermiza de ser más que nadie. Yo, hijo de esclavos y parias. Soy el dios que os mira.
Que se ríe ante la guasa del destino.
Curioseo vuestras intimidades, os imagino creyendo las mil y una mentiras de una vida ultra-terrena y se me escapa la risa, al fin y al cabo los dioses son inmisericordes.
Es difícil mantener la pena hacia vosotros, enseguida se muta en risa y burla cuando pienso en vuestra vanidad. Narcisistas de la muerte...
Somos deliciosamente malvados e injustos los dioses. No nos rezasteis bastante.
Yo, un desgraciado sin un collar de oro con el que adornar mi cuello, siente pena y luego cierta emoción malvada, cierta malicia, al saber lo que fuisteis y en lo que no os habéis convertido. Vuestros fracasos y la poca pena que siento, os convierte en patéticos restos de ambición, miedo e ignorancia.
De la pena a la burla sólo hay un pensamiento. De la vanidad al ridículo una venda vieja y podrida.
Fuisteis maestros del engaño.
De una inocencia pueril.
Qué pena dais, mis patéticos muertos.
Yo os bendigo.
Yo soy vuestro Isis y Osiris; un esclavo...
Son tan frágiles las momias...
Frágiles y patéticas, porque entre sus restos, entre vendas y podredumbre están las muertas esperanzas intrincadas.
No necesitaron sus órganos tan celosamente guardados.
Vasos canopos... Cicateros ricachos guardando celosamente vuestras asaduras.
Todo fue una gran mentira creada por el miedo hacia la muerte, por ignorancias.
Y por una ambición desmedida.
Sed sinceros viejos muertos; queríais eternizar vuestra riqueza y vuestro poder.
Da un poco de pena al veros ahí, corruptos e inanimados. Muertas y vanas creencias cuyos ritos tanto tiempo y energía os llevó cumplir para nada.
Dan pena los vivos que aún creen que hubo magia en aquella farsa con la que moríais.
Nunca debieron engañarse los poderosos antiguos y pensar que la muerte era una esperanza, una puerta a otra vida.
Os prometieron que os recibiría Isis y vosotros, enfermos e ignorantes ambiciosos, lo creísteis.
La muerte es el fin e Isis y Osiris personajes de un cuento cándido e infantil.
Adiós viejas momias, no os contemplan los dioses, sólo nosotros, esclavos de nuestro tiempo, como vosotros lo fuisteis del vuestro aunque no os reconocierais como tales.
Sobrevalorados faraones y emperadores, no teníais magia, sólo inspirabais terror en los esclavos. Y una vez muertos, os lo robaron todo. Hasta vuestra alma polvorienta.
Patéticos payasos revestidos de yeso y oro.
Me embarga cierta sensación de tristeza verlos ahí presentes y corruptos tras tantos años. Ha habido tanto tiempo para que sus dioses los revivieran...
Isis la mentirosa, la resucitadora, os dejó plantados.
Y pensar que soy yo el que os mira, el que es testigo de vuestra corrupción y muerte eterna e irremisible. Soy la prueba viviente de que no hay dioses.
Seres como yo rompieron y saquearon vuestras tumbas, esparcieron vuestros secos cuerpos y derramaron vuestras vísceras, se llevaron vuestros tesoros. Rasgaron vuestras curtidas pieles.
Vanidosos muertos...
La prueba de vuestra muerte es que no os sentís humillados al estar expuestos a los ojos de todos nosotros. Si estuviera viva vuestra alma, os taparíais los rostros avergonzados.
Tantas tumbas pretenciosas creadas con sangre y piel esclava. Tanto esfuerzo por no dejar de ostentar vuestro poder.
Ahora soy un dios que os mira, soy el dios con el que creíais encontraros, os miro a través del cristal de la urna que os protege del polvo y la polilla, y pienso en todos esos años de espera.
Y aunque no tengáis ya ojos para mirar, ni piel para sentir; aunque vuestra vieja alma no sea más que una pátina mohosa adherida a vuestros huesos, miradme como un dios, porque a vuestros ojos lo soy.
Soy un dios creado por vuestra muerte, por vuestra ambición enfermiza de ser más que nadie. Yo, hijo de esclavos y parias. Soy el dios que os mira.
Que se ríe ante la guasa del destino.
Curioseo vuestras intimidades, os imagino creyendo las mil y una mentiras de una vida ultra-terrena y se me escapa la risa, al fin y al cabo los dioses son inmisericordes.
Es difícil mantener la pena hacia vosotros, enseguida se muta en risa y burla cuando pienso en vuestra vanidad. Narcisistas de la muerte...
Somos deliciosamente malvados e injustos los dioses. No nos rezasteis bastante.
Yo, un desgraciado sin un collar de oro con el que adornar mi cuello, siente pena y luego cierta emoción malvada, cierta malicia, al saber lo que fuisteis y en lo que no os habéis convertido. Vuestros fracasos y la poca pena que siento, os convierte en patéticos restos de ambición, miedo e ignorancia.
De la pena a la burla sólo hay un pensamiento. De la vanidad al ridículo una venda vieja y podrida.
Fuisteis maestros del engaño.
De una inocencia pueril.
Qué pena dais, mis patéticos muertos.
Yo os bendigo.
Yo soy vuestro Isis y Osiris; un esclavo...
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