No hay niños en el parque o en la calle por las mañanas, y mucho menos al mediodía.
Comienzan a salir bien entrada la tarde, como los murciélagos.
Lo están consiguiendo.
Es cuanto menos curioso ver cómo doblegan el ánimo y el valor de la población.
Recuerdo (hace miles de años) que ni el calor ni el frío nos retenían encerrados en casa. Recuerdo a mis padres confiar en la fortaleza y salud de sus hijos y no temer al calor del verano. Eramos niños tan fuertes y valientes como nuestros héroes. Bruce Lee sólo daba increíbles patadas y manejaba los nunchakus como un dios. Y no decía tonterías del agua.
Una emoción de ser espía cuando acompañaba a mi padre a comprar alguna novela de Henry Miller a una librería de ocasión. El librero se sumergía entre abarrotadas estanterías de madera y emergía con un libro con el lomo un poco roto y las páginas dobladas. Lo envolvía varias veces en periódico y le decía a mi padre muy flojito el precio. Y todo porque aquella puta de Franco respiraba como un cerdo ahíto.
Conducíamos bicis pesadas y cascos de plástico de romanos. Eramos valientes y arrojados, eso nos creíamos.
La libertad de la calle y el espacio abierto eran drogas poderosas.
Insultos, peleas, rodillas rascadas y el vómito de un mareo por culpa de un cigarrillo compartido entre mil mocosos. Nadie murió, y tal vez sea el único de aquellos enanos que ha desarrollado un más que merecido cáncer de tibia. Seguramente debido al anti-ergonómico diseño de una bici. Y a un afán por querer ser fuerte y poderoso y héroe y gozar de superpoderes y fumar para querer parecerme a los mayores. Fui malvado como ninguno.
Es que se me escapa la risa.
¿Cómo evitar pensar que se ha hecho de la debilidad y la cobardía, una aceptada pauta de vida y convivencia?
¿Cómo puede temer un niño al sol sino vive en el desierto? ¿Cómo es posible que un niño no explore el mundo que lo aprisiona?
¿Cómo no pensar en hijos cobardes de padres cobardes?
¿Cómo escribir esto y no ofenderos? O no llamar basura cobarde y sin cerebro a esta sociedad farisea, descendiente directa de los envidiosos que lapidaron a aquel mito del nazareno y su cacareada cruz.
Ser cobarde es simplemente carecer de valor. No tiene nada que ver con ciencia, tecnología y costumbres.
Los niños salen cuidadosamente a la calle con sus ropas limpias y planchadas, con pelos engominados. Rechazan bancos polvorientos y a veces, cuando se aproxima el anochecer, se frotan los brazos porque debe resultar tierno y adorable que un chico sienta frío en una noche de pleno verano.
Cobardes de sol y lluvia, cobardes de heridas, luchas y juegos.
Convenceos cobardes, con sofismas de salud y consejos institucionales y sectarios de que no lo sois; pero sólo se os puede llamar cobardes. No existe otra forma de llamaros sin ofender mi propia inteligencia.
Cobardes vosotros, vuestros hijos y los que están por nacer.
No veo que esto vaya a mejorar.
Golpes de calor...
¡Qué cojones! Ni que los niños nacieran con ochenta años...
Menos mal que siempre queda el sexo y las putas para desahogarse, que si no... Y el caballo, y la coca, y el jaco y los mensajes institucionales de los gobiernos; que es lo más consumido.
Yonquis cobardes.
Buen sexo.
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