Lo intento, intento no dañarla. No puedo hacer daño a esa mujer. Ella me quiere y yo me muero por ella. Por ella estoy encadenado.
Le he rogado que me encadene, como otras veces. Una pistola cargada con balas de plata será su protección definitiva.
Y tal vez mi muerte.
A medida que la luna llena va ganando claridad y su luz se esparce como una blanquecina pátina por el prado, mi dolorosa transformación lanza mensajes de dolor a mi cerebro animal y enamorado. Ella acaricia mi pecho y llora por mi sufrimiento mientras me sangran las uñas reventadas por las del animal interior.
Grito desesperado y me acaricia y me dice que no hay dolor. Mi pecho, ya de por sí hinchado se abre más, es un parto de dolor; ella me besa mientras de mis encías chorrea la sangre y sus labios se manchan; su pelo se ensucia sin que ella se preocupe por ello.
Sus pezones están duros bajo mi camisa, con la que se cubre; absurdamente grande para ella. Se la ve muy poca cosa para el animal que soy.
Mi visión comienza a convertirse en una gama de grises y mi nariz olfatea el aire buscando su coño.
La mataría con mis garras si no fuera por estas cadenas, y la quiero. Encadenado en esta mesa de dura piedra intento romper mis grilletes mientras ella aún acaricia mi pecho peludo y tenso. Mi pene ahora oscuro, roza su pierna y muevo mis caderas para golpearla con él; está húmedo y un rastro brillante ha quedado en su muslo, noto como me palpita y rujo de tal forma que ella se encoge ante mi violencia.
Me acaricia la cara con sumo cuidado mientras intento arrancarle los dedos de un bocado. Me la comería entera de lo que la llego a querer.
Levanta el faldón de la camisa y me muestra su velludo pubis oscuro, lo acerca un poco a mi mano asesina, una de mis uñas hace un fino corte en su piel por encima del vello y una delgada línea roja me hace babear. Se roza con el índice la herida y suspira, me dice algo del amor pero no la escucho, la quiero matar. A pesar de que la quiero, la deseo. La mataría, le abriría profundamente su garganta con mis fauces.
Me coge el pene duro y entumecido con fuerza y yo me revuelvo con un ruido estridente de cadenas, mis muñecas y tobillos sangran por la presión a los que los someto. Abre la boca y con los dientes sujeta mi glande, yo golpeo con fuerza para metérselo en la boca, para ahogarla. Y la fina piel de mi glande se araña. Ella tose un poco y aprieta con fuerza mis cojones; el crescendo de mi rugido provoca un revuelo de murciélagos en el fantasmal prado.
Deja caer la camisa al suelo y se pone de cuclillas encima de mi cara, con cuidado baja su coño y mi lengua lame su sexo mientras su vientre se agita, con una mano en mi pecho mantiene el equilibrio y la distancia, no se fía y hace bien. Sabe que le arrancaría su precioso y deseado coño de un solo mordisco. Lamo los dedos que dejan al descubierto su clítoris y siento el miedo que la atenaza cuando mis colmillos rozan su vulva.
Se pellizca los pezones mientras mi lengua se hunde en ella.
Con un rápido movimiento de mis garras he conseguido lacerar su piel en el muslo externo. Ha lanzado un pequeño grito preñado de agitación. Se ha manchado las tetas con su propia sangre. Me la quiero follar, la quiero devorar. La desgarraría por dentro y por fuera.
Ahora se vuelve a subir encima mío, sujeta mi pene excitado y mojado y se empala con él. Noto su carne cálida por dentro y mi polla que intenta partirla. Lanzo mi cintura hacia arriba mientras ella gime y me dice que me quiere, que no sufra, que sólo me preocupe de sentir placer. Pero le arrancaría el corazón si pudiera.
La lanzo una y otra vez arriba y noto como cae resbalando por mi pene hiperlubricado, me chafa los cojones con sus nalgas pero me da igual. Quiero inundarla por dentro, la quiero, la degollaría.
Noto como mi semen sube hacia arriba y adentro, y mientras mis pies se contraen ella salta con salvaje brusquedad, siento como mi glande está profundamente apretado allí dentro.
Hay un momento de calma y de silencio mientras yo me corro, mientras lanzo todo mi semen dentro de ella. La mujer a la que deseo se ha quedado quieta por un segundo y comienza a sentir convulsiones mientras poco a poco va dejando caer su cabeza contra mi pecho y de nuestros sexos rezuma un semen blanco, viscoso y caliente.
Le intento morder la cara. Ella se endereza y aún con mi pene dentro se acomoda tranquila y deja que su respiración se tranquilice.
Cuando se desengancha de mí, de su coño aún gotea la blanca leche y me acaricia con pena en la mirada. Con una sonrisa taimada y traviesa mientras se acaricia excitada el vientre, rodea mi dura cama de piedra y me besa la frente con cuidado de que mis colmillos no la dañen.
Si pudiera le arrancaría la cabeza. Y la quiero a morir.
Apaga la luz y me deja solo con mi bestialismo, yo a veces lloro un poco y otras veces aúllo con sangrienta sed de asesinar.
Ojalá mañana me acordara de esto. Cuando soy hombre no me dice lo que pasó la noche anterior. Dice que tan solo cuida de que no me haga daño yo mismo. Pero no la creo. Algo ocurre cuando la luna llena aparece.
Y la quiero tanto que me la comería. Y mañana no sabré que ha pasado hace apenas unos minutos, de hecho ya no me acuerdo más que de un muslo de mujer sangrando, como en un sueño...
La luna... parece reír; es una noche preciosa para cazar. Para follarme una loba en celo...
¿Por qué estoy atado como un animal?
Iconoclasta
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