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18 de julio de 2018

Pequeños errores, pequeñas tragedias


Mueren por errores.
Y mueren sin que nadie lo sepa, sin que nadie lo sienta.
El bosque está sembrado de pequeñas y tiernas tragedias.
Que a veces piso sin ningún escrúpulo, con absoluta ausencia de piedad.
Mueren con sencillez, como si nada. Viven sin importarse a si mismos. Hacen lo que deben sin sueños de grandeza, inmortalidad y cobardías.
El secreto tal vez resida en que no son conscientes de que la vida es finita.
Y si lo saben son unos héroes.
No hay paraísos ni infiernos, no hay una vida eterna para ellos. No necesitan mentiras para cazar, comer y ser devorados. Ni una dispensa de edad para follar.
Esa absoluta despreocupación es mi vergüenza y fracaso como animal de este planeta.
Yo no debería escribir. Me debería limitar a morir sin ambiciones de trascender y no dejar mil inquietudes flotando en un limbo de papel que no irá a ninguna parte, cientos de miedos y dolores. Millones de frustraciones…
Si consiguiera que las palabras provocaran temibles hemorragias, escribiría tres veces más, más cantidad, más veloz.
Hay que guardar tiempo para follar.
La ardilla cae del árbol y el corzo se rompe una pata. Son falibles, cometen errores que les cuesta la vida.
No están protegidos por la Madre Naturaleza. Y en el mejor de los casos, si existiera semejante deidad, estarían sometidos a ella. Esclavizados a otro dios hipócrita y sodomita.
Si los dioses existen, también podría conseguir una felación de ellos. Que me la chupen… No soy un menesteroso, no es favor. El favor es para ellos para que sientan mi cremosa generosidad.
Ellos, los pequeños, los valientes, no rezan, Están libres de toda culpa y de cualquier tipo de escrúpulo que les impida equivocarse.
Sufren, se equivocan, se rompen y mueren. Y se pudren bajo el sol y la sombra.
Solitos y sin llantos de nadie.
La vida ni tiene, ni requiere un fin. Las células hacen su trabajo a todos los niveles.
Es todo tan sencillo que, la vida de una lagartija es una muestra de la indignidad que no ha podido superar la humanidad.
Te das cuenta en el silencio salvaje que como especie, como humano, eres ajeno a ese mutis atronador preñado de vida. Un error genético en el planeta.
Tal vez somos bacterias, una plaga.
Es solo retórica, no lo dudo, lo afirmo.
La teoría de la evolución carece de sentido aquí, en lo profundo. Pareciera que la vida en el planeta es aleatoriedad pura.
Hay animales perfectos y los hay que necesitan razones para vivir, que temen el paso del tiempo y el miedo a morir crece día a día aniquilando libertad y coraje.
Pobrecitos los animales pequeños y grandes, los mudos…
Son perfectos. 
Mueren tan solos y a veces tan pequeños… Aunque no lo piensen, aunque no lo sepan. Yo soy la vergüenza que escribe y describe dolores que no son tales, miedos que solo son humanos.
Yo soy el odio que fuma con ojos terribles y lanza el humo al rostro humano.
El halcón se estrella veloz contra la tierra por un error milimétrico, tal vez una pluma se ha movido cuando no debía. Y un jabato se ahoga en un río que lo arrastra.
No. En la naturaleza no sobreviven los mejores, es mentira. Viven y mueren al azar. Sin que les importe cara o cruz.
Hay que caminar despacio y en silencio mirando la tierra que nos soporta, para saber de las tragedias que muestra entre la hierba y el polvo. Si miras al cielo solo ves gas y una libertad que solo es tu miedo a morir aquí en el suelo.
La libertad no existe, es la acción, es el movimiento. No es necesaria, es un invento, un premio inexistente para los humanos que se alimentan en la granja porque una vez firmaron un pacto de cobardía y comodidad.
Cuando el valor y el esfuerzo se cuestionan se crea la esclavitud, un tumor inoperable.
Yo vendí mi alma al diablo por un asomo de libertad y como primer pago, dejé que una pierna se pudriera. Soy un buen negociante.
Y no tengo alma, el diablo no es tan listo.
Los esclavos, encerrados y a salvo de la aleatoriedad de lo salvaje, jamás cometerán un error por saltar una roca, trepar un árbol o lanzarse tras una presa. Sus vidas son deprimentemente largas, por mucho que se engañen con filosofías ininteligibles y tecnocracias para dar importancia a una vida bacteriana que se hace plaga.
Se engañan y eternizan la mentira generación tras generación.
Hay que mirar la tierra y los pequeños y grandes cadáveres que en ella yacen pudriéndose todos los días.
Observa la aleatoriedad de la tragedia.
Fallará uno de tus órganos y la muerte llegará inevitable tras una vida esclava, tras una vida cobarde.
Morimos indignos. Pobres somos nosotros; no ellos, los pequeños.
Toda la tierra que puedas pisar y orinar debería ser tu territorio. Y cagar en las líneas imaginarias que otros cobardes trazaron para llamarlas fronteras, para contener a la plaga y cebarla hasta que reviente en la inmensa pocilga fabricada.
Nadie pide un gentilicio o un bautismo al nacer. Son marchamos en las orejas del ganado indigno y cobarde. Abúlico…
Hubo un tiempo en que la bestia humana vagaba, y en el momento que se asentó perdió sus privilegios de coraje y dignidad.
Algo se estropeó en una especie animal del planeta y las bestias, sin ser necesario, comenzaron a escribir su vergüenza en tediosos anales.
Yo no escribo anales, solo describo y describo odios y frustraciones.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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