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18 de octubre de 2010

La energía perdida



“La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”
Sin Ella, mi energía se pierde, no hay ley alguna que pueda dar consuelo a su ausencia.

Algo se debería romper en el universo cuando hay una pena; no es posible que mientras nos retorcemos de dolor, nada cambie.
No es justo.
No es buena cosa.
¿Todo este dolor no sirve de nada?
Algo de destrucción. Es un ruego.
No puedo soportar que todo este dolor, toda esta desesperanza se quede aquí creando necrosis en mi tejido anímico.
Las penas deberían crear reacciones, que no se queden dentro de nuestro organismo minándonos, que salgan al exterior y destruyan mundos.
Que corra el llanto ajeno también.
Pero no ocurre nada. Caminamos sobre estratos de millones de muertos que han lanzado trillones de gemidos y todo sigue igual de inamovible.
Los muertos están afónicos y el universo es sordo e impermeable a sangre y vómitos.
Es como si este puto dolor de amar, no importara. No importo una mierda.
La soledad es firme como una roca, ni el terremoto más espantoso la puede romper.
Mi soledad no es así. Mi soledad es una muralla, es algo que me protege de lo externo, que me hace sentir seguro. Pero no es tan firme como intento convencerme.
Con sólo su beso o su aliento se desmorona. Ella es el ariete de mi soledad. La catapulta que destroza almenas de aislamiento ya mohoso.
Ella da paso a la luz, y a la lágrima que se vierte involuntaria. Imparable.
Ella hace lo que nadie en la tierra ha hecho a pesar de los infinitos dolores.
Dobla el tiempo y lo maneja a su antojo. Modela nuevas eras bajo el brillo de sus ojos oscuros como la obsidiana.
No hay sacrificio ni vida quemada capaz de intervenir en los hechos cosmogónicos. No hay nadie tan importante. Los muertos no pesan, los millones de muertos están ahí, sin haber influido, sin trascender.
Ella sí, provoca reacciones telúricas, me hace perder la calma y lanza meteoritos que anulan la vida a mi alrededor y soy exclusivamente algo en sus manos.
A Ella le basta con su presencia para eclipsar la vida misma.
Sólo Ella, abductora de la razón, puede variar el universo si así lo decide.
Y no puedo hacer nada ante ello, no quiero.
Sólo dejarme llevar.
Sólo me abandono, soy leño en su océano. Solitario durante eras. Bendecido por su compañía durante escasos segundos.
No quería quitar importancia a otras vidas, a ajenos seres; pero es inevitable que pierdan ante Ella.
Podéis llorar, sufrir y gritar de alegría; pero nada de vosotros trascenderá. No variará nada. Por eso no rezo a los muertos, no respeto a los vivos, no me importa la miseria, ni vuestra alegría. Sois vanos.
Yo solo la espero a Ella. Porque sólo con Ella estoy bien.
Yo la adoro como un renegado de la divinidad sagrada. Un pagano que se retuerce en el vacío de un universo espurio de dioses que nunca existieron. Porque Ella no tiene nada de sagrado. No hay religión ni fe que la pueda definir, que la pueda acoger. Ella es mundo y creación. Adoro su cuerpo lujurioso, su mente lúcida de hedonistas imágenes. De amores tan fuertes que crea oscuras masas que absorben todo a su alrededor.
Hay cosas que no se deberían escribir, no es necesario sincerarse; pero cuando no está soy todo aquello que un día intentaron educarme para que no lo fuera.
Cuando no está ella soy una mala bestia y todo está mal. Todo es sacrificable. Siempre pienso que nunca hay bastantes muertos.
Y soy malo, y estoy desesperado. He escupido en las venas abiertas del suicida y en el cordón umbilical del recién nacido sin haber encontrado consuelo a mi ansia.
Hundo los dedos en mis heridas para que no se cierren. Solo por pura maldad, para que la pena no coagule la sangre en mis venas cuando estoy sin Ella. Para que salga el dolor en forma de infección, para trascender aunque sea en la sangre muerta y seca.
Y nadie me ama, sólo Ella.
Sólo Ella es capaz de abrazar a un abyecto y sacarlo a la luz, convertirlo en un hombre lleno de amor, empapado de lágrimas.
Bendita y maldita Ella.
Y todo este dolor, toda esta tristeza, es energía destruida, que no se convierte en nada que desaparece sin dejar huella. Como yo cuando no está.
No soy nada.
Ni mi dolor.


Iconoclasta
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