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29 de marzo de 2010

Tragos de tristeza y melancolía



No hay nada más doloroso que tragar tristeza; es una baba que inunda la boca y no deja respirar.
Si fuera saliva...
A veces sacudiría las manos de lo que duele, como un crío que no puede dominar todo ese dolor.
Lo que en realidad trago es una lágrima que me esfuerzo en no llorar, o en llorarla por dentro. A veces se me escapa y la sorbo por la nariz, a veces cae directamente en los labios y los resquebraja.
La melancolía hace un desierto de mis labios.
O eso parece. Eso siento.
¡Cómo duele la lágrima! Aplasta la garganta, arrasa las cuerdas vocales y cae en el estómago como el mercurio.
Me esfuerzo en que la lágrima no me traicione al caer por fuera; pero es tan doloroso...

—A ti te pasa algo —dice una voz que no quiero, que dudo que en algún momento llegase a amar.
La lágrima me ha traicionado. Justo lo que no necesitaba.
No sé quien es, es un eco lejano. Es tan extraña como no querida.
Es todo tan ajeno a mí cuando mi pensamiento está lleno de ella...
La lágrima está contaminada de melancolía, de deseos y anhelos desesperantes, de distancias ominosas. De desamparo.
Yo no sabía, nunca hubiera imaginado lo que es llorarla, amarla y desearla tanto que su ausencia se convirtiera en un torrente de agua pesada y aplastante.
Vuelvo a tragar saliva y ruego porque nadie me hable, porque esa lágrima intra-llorada, ha aplastado la faringe y temo responder con un gemido.
Consigo tragármela respirando muy rápido, y a veces se me humedecen tanto los ojos que temo no haberlo conseguido.
—Tú estás triste —una velada acusación de la voz que no amo, que sé que nunca amé.
Hay una inflexión de alarma en esa afirmación y es prudente esa voz que jamás amé a la hora de ser demasiado categórica. La verdad da miedo y avergüenza.
Hay cosas que duelen. No sé cuales, son tantas que se mezclan en collage formando un grito estéril. Y las lágrimas que desbordan por dentro, crean un torbellino que arrastra todo.
Una cloaca de miserias.
Y nadie quiere estar cerca del de los ojos húmedos.
Parece tan contagioso...
¿Por qué siempre me hablan voces que no deseo? ¿Hice algo malo en otra vida que ahora deba pagar? No he sido especialmente malo.
Mi amor...
—Por favor, dime que no lloras como yo. Dime que este dolor que a veces siento, que esta opresión en mi alma, no me llega de ti. Que no estás triste, mi vida.
Júramelo. Porque todo duele más cuando te duele a ti.
Necesito saber que es locura.
Porque a veces creo que toda esta puta pena me viene de ti y necesito abrazarte y sentirme hombre. Ser tu salvador rastrear e interceptar penas. Destruirlas con misiles de besos.
Dime que estoy loco y que no siento tu desamparo, tu soledad bulliciosa que ni una intimidad te deja para verter una lágrima. Que no doblo el espinazo con una punzada en el vientre porque siento tu deseo de lanzar un gemido al viento y acariciar la pared-metáfora de la proximidad inalcanzable.
Dime que no estamos tan íntimamente conectados a través del tiempo y el espacio; que sólo estoy obsesionado y tus súplicas a la vida no son reales.
Que no te duela.
Tengo pánico a que ella sienta lo mismo. Y conteniendo mi dolor en un rincón de mi garganta para que no me lleve a la locura, le hablo, le grito con el alma cosida a puñaladas de añoranza.
— ¡No llores, mi vida! ¡No estés triste! Todo está bien cielo. Te estoy besando, te estoy amando. Te estoy abrazando y dando calor.
—Tengo frío — dice ella.
Y la lágrima se ha desbordado, ya no sé si lloro por dentro o por fuera.
Por favor, no...
A veces me dice que tiene frío. Yo me muero. Eso sólo lo confiesa quien te ama. Lo confiesas a quien amas. Porque son los únicos que pueden vencer esa gelidez que se enquista en el ánimo cuando la distancia es vertiginosa. Son ellos los que dejan helado el espacio que deberían ocupar.
Y me doblo...
Esto no es amar, es arrancarse el alma, es rasgarse la piel haciéndola jirones con las uñas. Es donar la vida entera. Ser de ella, ser suyo.
— Somos amor puro, mi bella. Es un privilegio. Sonríe, por favor. Que no te ocurra como a mí. Que tu angustiosa melancolía sea sólo un delirio de mi mente enferma. Que no exista ese nexo entre las almas que provoca descargas de súbita necesidad. De un deseo que arde bajo la piel a falta de que el amante lo sofoque.
De mi alma doliente.
— Ánimo, mi amor. Todo está bien...
Tengo horror a que mi saliva, esa lágrima que parece cerrar mi esófago con un paralizador dolor, sea una respuesta a la suya.
—Escucha, mi vida, estoy contigo, no importa el tiempo y el momento. ¿No ves que el dolor del uno duele en el otro? Nos amplificamos. Tranquila, preciosa... Shh... Duerme feliz, cielo. Estoy ahí.
Esta es mi letanía constante, la única que da alivio a la saliva que trago, a la lágrima que engaño y gestiono como puedo.
Debería instalarme un catéter en la vena del brazo y vaciarme de sangre cuando la presión es insostenible.
Soy fuerte ¿verdad? Dame tu dolor deshazte de él y lánzamelo con un beso, porque el mío lo puedo soportar; saber del tuyo me está matando. Dámelo por favor, te lo pido por puro egoísmo.
Dame la lágrima, me la tragaré, la sorberé, abrasaré mi corazón.
Porque si lloras, habré fracasado. Mi función es hacerte feliz.
Tengo que hacerte feliz, mi vida... Nací para eso, tú lo dices.
No me hagas esto, mi amor. Sonríe.
Quiero hacerlo todo bien contigo. No puedo fallarte.
Otra vez... Los párpados me tiemblan y un poco los labios, el estómago se me cierra. Estoy loco, te siento. Y envío las lágrimas adentro tragando saliva.
Le abriría mi pecho para mostrarle en esos instantes que toda la sangre se ha retirado hacia algún lugar recóndito. Vería el corazón azul como el de una vaca colgado en la barra de la casquería.
Colgando inerte dentro de mi pecho.
Eso ocurre cuando no estás.
— Estás pálido.
¿Por qué no se calla la que no quiero de una puta vez y deja que me muera de pena en paz?
¿No ve que dejó de existir?
Si ocurriera a cada momento no me preocuparía. Si estuviera todo el día angustiado, sería mera paranoia. Unos meses en el sanatorio, una sobredosis de liberador valium... Sería el síntoma de mi locura, me sentiría tranquilo de saberte a salvo de esta afección de amor.
Pero estaba riéndome de algo, sería una película y de repente... La lágrima se ha asomado al borde del párpado. Peligrosamente triste, saturando el color del iris como el otoño melancólico satura el cielo y el ocre de la tierra.
El silencio de mi dolor se ha extendido por las cosas y las personas, como un grito invasor de cadáveres boquiabiertos. Una onda de choque que aparta todo de mí y me conduce a ella por un túnel de amor y luz.
Y no puedo hacer otra cosa que llevarme la mano al corazón y decir que la amo, intentar apaciguar el ritmo desquiciado de este corazón que ya no es mío.
Hay ocasiones en las que tampoco puedo respirar.
Será una percepción producto de mi mente triste; pero me ahogo.
Sólo algo me salva: encontrarla.
Cuando la encuentro todo es luz, cuando le grito mi amor, no me duele la garganta y el llanto se hace sonrisa.
Cicatrizan los tejidos muertos.
Pero cuando te vas, mi alma se va tras de ti, y deja lágrimas detrás de los ojos que intentan bañar mi piel.
Otra vez.
Y todos me dejan sólo en mitad de mí, porque ese desamparo es una experiencia que nadie quiere sentir.
Soy un leproso infecto de amor.
Y aún así, mi vida, necesito este dolor, te amo y amo todo lo que tienes. Amo tu pena y tu tristeza como amo tu sonrisa y tu ánimo inquieto. Vale la pena sentir tu momento de desamparo y hacerme único en el universo. Ser el que recoge tu dolor es tanto como ser el único hombre en toda la capa de la tierra.
Otra vez...
Vamos cielo, coge mi mano, todo está bien. No llores, apóyate en mí, mi bella.
No tengas frío, mi reina.
Yo me bebo las copas de la melancolía y tú recoges mis lágrimas con tus labios.
Es un deseo...



Iconoclasta

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