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5 de mayo de 2006

La insoportable desestructuración de unos gitanos

Esto de salir a caminar por la calle, a veces resulta estimulante. Digo “a veces” por ser optimista; porque salvo por hace un par de semanas no he visto otras estimulaciones en un montón de años.
Claro que mi situación geográfica tampoco es un centro neurálgico de actividades y ocio culturales.
Toda esta parrafada es un eufemismo para no decir que Barcelona es una mierda. Y para ser justo y ecuánime y la hostia de sensible, diré que todo es una mierda menos las obras de Gaudí que son cantiduvi de exóticas y torcidas.


Dicho esto y habiéndoos situado en un verdadero clima de suspense, os narraré una visión que padecí durante uno de mis largos paseos bastoniles, renqueantes, cojeantes y llenos de relajación y buen humor. Baste decir que cojeo con los ojos brillantes de ilusión. Lo juro.

A las 11:30 am. los niños están en el colegio si no fuman. Es así porque tengo ya los cojones pelados de verlo cada día porque salgo sobre esa hora a pasear.

Me sorprendió ver tras el murete que bordea un parque infantil la cabeza de un niño de cuatro o cinco años. Pensé:

“¡Joder! Este debe ser un hijo de esos de familias desestructuradas que está tan de moda nombrar”.

Y pensé en invitarle a fumar para charlar un rato sobre su desestructuración.
Afortunadamente conservo una visión excepcional gracias a las pajas que me hago probando variados y policromáticos condones; el último lote tenía en el cubre-pijo un patito que decía “cua” cuando te acaricias (o acarician para los más afortunados) el pijo.
Fue horrible la humillación que padecí en la fábrica cuando tuve que probar el primer prototipo. Y suerte que no prosperara el proyecto del cerdito juguetón.
Conclusión: las pajas no dejan ciego a nadie; todo lo que os enseñaron de pequeños es mentira.


Creo que me he desviado del tema, retómolo ya con la verbigracia que me caracteriza.

Si alguna vez miro a alguien cuando paseo, es porque está muy buena o llaman poderosamente mi atención por medio de estímulos sensoriales estridentes.
Como por ejemplo: una botella de vidrio rodando a base de patadas.


Fue ese ruido lo que realmente provocó que detectara aquella cabeza de niño, iba a decir cabecita, pero el tamaño era demasiado grande para calificarla así.

Gracias a que el niño no se estaba quieto, durante unos momentos se separó del murete y pude apreciarlo entero y así mi aguda visión pudo identificarlo, analizarlo y valorarlo.
Desistí en el acto de acercarme más, aquello era un gitano. De los desestructurados, claro.

Tenía más mierda en su piel que el rabo de una vaca. Seguro que sería moreno, yo sólo veía mugre. Aún tengo pesadillas imaginando que por accidente pudiera tocar aquel pelo pegajoso y venenoso. Hay medusas urticantes que no me dan tan mal rollo al observarlas. Estoy convencido de que si le hubiera apagado un cigarro en uno de sus tentáculos, no se hubiera quemado; tal era el grosor de la capa de roña.
No puedo dejar de imaginármelo entre las casetas de la feria de abril y a los caballos y sevillanos separándose de él en un radio de 15 m. Hasta he imaginado una toma aérea y todo.
Joder con la desestructurada mofeta.


Yo esperaba un final de esos… bueno, que soy morboso per natura.
Por ello, encendí otro cigarro, por eso y porque encandilado por la cría de gitano y mi intensa curiosidad zoóloga, me quemé los putos dedos.
Pensé en cruzar la calle y darle una hostia al niño, por pura maldad más que nada.
Y porque necesitaba desahogarme del intenso dolor de la quemadura.


Lo pensé mejor y decidí conservar mi ira interior para escribir con más pasión. Y me soplé con orgullo las uñas de la mano y después les saqué brillo frotándolas en mi prominente pecho.

El bicho cogió con sus pseudópodos la botella (un envase vacío de una cerveza mediana) y comenzó un concierto de percusión.
Como ya he descrito, el murete le llegaba hasta el cuello. Cuando se rompiera el envase, los vidrios le saltarían a la cara.
Ese era el final morboso que yo esperaba completamente acongojado, con el corazón en un puño. Dramático.
Mira que me gustan las tías que enseñan las crestas ilíacas por encima del pantalón. Me la ponen dura.


Cada vez le endiñaba más fuerte a la botella y yo evocaba la bendita inocencia de los desestructurados niños gitanos que pudieran quedarse ciegos.

O eso o que su borracho padre lo mate a tiros. Bueno, eso me la pela, lo que de verdad me importaba era saber si habría sangre. Aquí me he de explicar para que no se me tome por un insensible:

Esta curiosidad por las desgracias que a veces siento, es una consecuencia natural de ver los programas de noticias de la tarde sobre asesinatos, malos tratos y algún follar no deseado que se dan entre sujetos de muy bajo nivel cultural y genético, y escaso valor económico de la España Profunda. Mi mujer suele quitarme mi canal de videos musicales VH1 para ver esa mierda; desde aquí le digo que la quiero. Mucho.

Mi mirada de Terminator recorrió toda la plaza y detectó en unos bancos de madera despintada, a dos desestructuradas gitanas, una con un cochecito de bebé y la otra fumando. Hablaban con su desagradable acento analfabeto por lo que mis poderosos y sotisficados radares acústicos pudieron captar.
La más joven (de teñido y sucio cabello rubio que estaba fuera de lugar en una tez más curtida que unas alforjas), es decir la que no tenía el cochecito pegado a sus rollizas rodillas marcadas por unos bastos calcetines de media que me avergonzaba mirar; parecía ser la desestructurada madre del futuro invidente. Y como confirmando mi pensamiento eficaz, gritó:


-¡Keeeeeeeeevin! ¡Ponte que te vea!- y a su vez el sucio pequeño giró por unos instantes la cabeza para mirar a su madre, golpeando mecánicamente la botella; en plan autista pero mucho más sucio.

Su sonido atronaba en aquella plaza.

A punto estuve de decirle a la madre que no era necesario verlo, que por el ruido lo podía detectar incluso metiéndose una pastilla de speed directamente en vena. También busqué por los bolsillos la tarjeta de visita del otólogo que visita a la abuela de mi mujer que está casi tan sorda como la gitanaca. Pero no me gusta que una gitana me la chupe, así que pasé de comentarle nada y continué impasible y a la vez con una contenida expectación, que la botella se rompiera en su mano de una puta vez.

Si uno es perspicaz, mirando por unos instantes a los ojos del bicho, se puede saber qué grado de idiotez tendrá cuando sea un macho sexualmente maduro. Si además cuentas con la presencia de la guarra de la madre que lo parió para apreciar en toda su amplitud su herencia genética; se le podría adjudicar el grado sumo de idiocia patológica.
Si se lo llevara un camión de de la protectora de animales, seguramente lo disecarían como un fenómeno animal inclasificable. O tal vez lo soltarían en un bosque para que se adaptara a la vida salvaje.

Y por fin llegó el gran momento, como yo estaba sumido en mis pensamientos, me pilló por sorpresa y casi le grito hijoputa con el susto del estruendo de cristales rotos.
Los vidrios salieron despedidos contra su cara y le golpearon sin provocarle herida alguna, la gruesa capa de mierda que le cubría la piel, lo protegió.
Es otra prueba de la adaptación al medio y consiguiente evolución de las especies.
Eso sí, acabó con la jeta salpicada de gotas de cerveza caliente. Me dio mucho asco y escupí un pollo con un gran alarde de efectos sonoros.

Las guarras, al oír el ruido giraron sus hocicos hacia el Kevin:

-¡Keeeeeeeeeevin!¡Como te ensucies te mato, hijo puta!

Además de sorda ciega, porque con la cantidad de excrementos que su hijo tenía en el cuerpo, la cerveza no hacía más que limpiar toda esa mierda. No me dejaría tocar por su hijo ni en coma.

Y ahí es donde me sobrevino la luz, el entendimiento; lo que antes se conocía como “familia de guarros”, “familia de hijos de puta y chorizos” o simplemente “colla de cerdos del primero al último” ahora resulta que se les llama eso:
FAMILIAS DESESTRUCTURADAS.

Me toca los huevos la mierda de la retórica.
Si estas familias tuvieran mucha más ayuda de las instituciones, si ayudaran al gitano a metérsela a la gitana y les facilitaran libros y cultura como Aristóteles, Góngora, Becquer, Kant, Marx, Hemingway… Estos desestructurados lerdos aprenderían que el vidrio corta, que los hijos son para cuidarlos y que el agua y el jabón no sirven para hacer sopa que huele bien.
Lo que realmente se impone es que los camiones de la basura vacíen sus miserias a las puertas de sus viviendas y así esta gente de vida libre y alegre se cebe en la porquería y saquen de allí todo lo que necesitan para vivir y morirse sin que sean contaminados por nuestra forma de vida materialista.
A cada cerdo lo suyo.

Y meditando con este altruísmo y objetividad sobre la desestructuración de los huevos, seguí mi camino.
Que conste en acta y tome nota el cabrón del notario que para eso cobra una pasta: esta escena que presencié no me enriqueció en absoluto y sería igual de feliz que ahora si no la hubiera vivido.

Recuerdo vagamente algún dicho sobre metérsela a una gitana, y no sentir nada o yo que sé… Vaya que no me acuerdo pero me suena algo. Me revienta la sabiduría popular y por eso no memoriza una mierda de sus estupideces. Soy muy selectivo.

Llegué a casa y aún meditando sobre las consecuencias sociológicas de un mundo lleno de miseria, coloqué el DVD: Paraíso lésbico con frondosos consoladores vegetales entre las piernas de las más bellas zorras rebozadas en agua y arena, y me la pelé unas cuantas veces con los condones de patito. Ese “cua” al final me pone.
Mientras se me tensaban los dedos de los pies con alguna corrida, podía oír a una vecina por la ventana de la cocina hacer algún comentario despectivo sobre el follón que forman los dichosos patitos de los del ático.
Pero yo me corría igual, soy muy bueno en lo mío.


Que vuestra sexualidad jamás se desestructure y sea buena, placentera y abundante.


Cua, cua, cua, cua, cua, cua


Iconoclasta 04-05-06

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